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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, ciencia-ficción

Fragmentos de honor (23 page)

BOOK: Fragmentos de honor
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Su tripulación, dirigida por Parnell, la había aupado a hombros para pasearla por todo el campamento.

—¡No es verdad! ¡Basta! ¡Agh!

Fue como intentar detener la marea con una cucharilla. La historia tenía demasiado atractivo para los deprimidos prisioneros, demasiados deseos hechos realidad. Se la tomaron como un bálsamo para sus espíritus heridos y la convirtieron en su venganza. La historia fue transmitida, elaborada, ampliada, cambiada, hasta que veinticuatro horas después fue tan rica e imparable como una leyenda. Al cabo de unos cuantos días, Cordelia se dio por vencida.

La verdad era demasiado complicada y ambigua para resultar atractiva, y ella misma, al suprimir todo lo que tenía relación con Vorkosigan, no podía conseguir que pareciera convincente. Su deber parecía vacío de significado, aburrido y descolorido. Ansiaba volver a casa, con su sensata madre y su hermano, a la tranquilidad, y a un pensamiento que la conectara con otro sin establecer una cadena de horrores secretos.

11

El campamento volvió pronto a la rutina, o a lo que siempre debería haber sido la rutina. Siguieron semanas de esperar a que las lentas negociaciones para el intercambio de prisioneros se completaran, mientras todos elaboraban planes sobre lo que harían cuando llegaran a casa. Cordelia poco a poco llegó a una relación casi normal con sus compañeras de refugio, aunque ellas todavía intentaban concederle privilegios y servicios especiales. No tuvo noticias de Vorkosigan.

Estaba tendida en su camastro una tarde, fingiendo dormir, cuando la teniente Alfredi vino a despertarla.

—Hay un oficial barrayarés ahí fuera que dice que quiere hablar contigo. —Alfredi la siguió hasta la puerta, con el rostro lleno de recelo y hostilidad—. Creo que no deberías ir sola. Nos falta muy poco para ir a casa. Sin duda te la tienen jurada.

—Oh. No pasa nada, Marsha.

Vorkosigan estaba ante el refugio, con el uniforme verde de diario del Estado Mayor, acompañado como de costumbre por Illyan. Parecía tenso, respetuoso, cansado y encerrado en sí mismo.

—Capitana Naismith —dijo formalmente—, ¿puedo hablar con usted?

—Sí, pero… no aquí. —Ella era plenamente consciente de las miradas de sus compañeras—. ¿Podemos dar un paseo o algo?

Él asintió, y echaron a andar en silencio compartido. Él cruzó las manos a la espalda. Ella se las metió en los bolsillos de su chaquetilla naranja. Illyan los siguió, como un perrillo imposible de espantar. Dejaron el complejo de los prisioneros y se encaminaron hacia el bosque.

—Me alegro de que viniera —dijo Cordelia—. Hay algunas cosas que quería preguntarle.

—Sí. Quise venir antes, pero poner fin a todo esto de manera adecuada me ha mantenido muy ocupado.

Ella asintió, indicando las insignias amarillas de su cuello.

—Enhorabuena por el ascenso.

—Oh, esto. —Tocó una insignia brevemente—. No significa nada. Es sólo una formalidad, para facilitar el trabajo que estoy haciendo ahora.

—¿Y cuál es?

—Desmantelar la flota de guerra, guardar el espacio local en torno a este planeta, trasladar a los políticos de Barrayar y Escobar. Limpieza general, ahora que la fiesta ha terminado. Supervisar el intercambio de prisioneros.

Seguían un amplio sendero a través del verde bosque y la empinada cuesta de la falda del cráter.

—Quería pedirle disculpas por interrogarla con drogas. Sé que la he ofendido enormemente. La necesidad me impulsó. Fue una necesidad militar.

—No tiene que disculparse de nada. —Cordelia miró a Illyan. Debía saberlo…—. De nada, literalmente. Me he dado cuenta.

Él guardó silencio.

—Ya veo —dijo por fin—. Es usted muy aguda.

—Al contrario, estoy muy confundida.

Él se volvió para encarar a Illyan.

—Teniente, le pido un favor. Deseo estar unos minutos a solas con esta dama para discutir un asunto muy personal.

—No debería, señor. Lo sabe.

—Una vez le pedí que se casara conmigo. Nunca me dio su respuesta. Si le doy mi palabra de que no discutiremos de otra cosa, ¿podríamos tener unos momentos de intimidad?

—Oh… —Illyan frunció el ceño—. ¿Su palabra, señor?

—Mi palabra. Como Vorkosigan.

—Bueno… supongo que entonces está bien.

Illyan se sentó en un tronco caído y ellos continuaron sendero arriba.

Una vez en lo alto, se encontraron en un promontorio familiar que asomaba al cráter, el mismo lugar donde Vorkosigan había planeado la recuperación de su nave, hacía tanto tiempo. Se sentaron en el suelo, observando la actividad del campamento, silenciada por la distancia.

—En otro momento nunca habría hecho usted eso —observó Cordelia—. Dar su palabra en falso.

—Los tiempos cambian.

—Ni me habría mentido.

—Es verdad.

—Ni habría fusilado a un hombre por crímenes en los que no había participado.

—No fue una decisión espontánea. Primero se le sometió a un consejo de guerra. Y las cosas se resolvieron con un poco de prisa. De todas formas, eso contentará a la Comisión Judicial Interestelar. Los tendré encima mañana. Investigando los abusos a las prisioneras.

—Creo que va a acabar con las manos manchadas de sangre. Las vidas individuales están perdiendo su significado para usted.

—Sí. Ha habido tantas… Casi es hora de renunciar. —Sus palabras y su rostro parecían carentes de toda expresión.

—¿Cómo lo reclutó el emperador para ese… extraordinario asesinato? Usted, nada menos. ¿Fue idea suya? ¿O de él?

Él no eludió la respuesta, ni negó nada.

—Fue idea suya, y de Negri. Yo no soy más que su agente.

Sus dedos tiraron suavemente de los tallos de hierba, rompiéndolos delicadamente uno a uno.

—No me abordó directamente. Primero me pidió que tomara el mando de la invasión a Escobar. Empezó con un soborno: el virreinato de este planeta, de hecho, cuando sea colonizado. Lo rechacé. Luego lo intentó con amenazas, dijo que me entregaría a Grishnov, para que me acusara de traición, y que no habría perdón real. Le dije que se fuera al infierno, aunque no en esas palabras. Ése fue un mal momento entre nosotros. Luego se disculpó. Me llamó «lord Vorkosigan». Me llamaba «capitán» cuando quería ser ofensivo. Luego mandó llamar al capitán Negri, con un archivo que ni siquiera tenía nombre, y los jueguecitos se terminaron.

»Razón. Lógica. Argumentación. Pruebas. Estuvimos sentados en la sala verde de la Residencia Imperial de Vorbarr Sultana una semana entera, el emperador, Negri y yo, repasándolo, mientras Illyan daba vueltas por los pasillos, estudiando la colección de arte del emperador. Tiene usted razón en su deducción respecto a Illyan por cierto. No sabe nada del verdadero propósito de la invasión.

»Ya vio al príncipe, brevemente. He de añadir que lo vio en su mejor faceta. Vorrutyer tal vez fuera su maestro, pero el príncipe lo superó con creces hace tiempo. Pero si hubiera tenido la más leve idea de lo que es el servicio político, creo que su padre le habría perdonado incluso sus costumbres más repulsivas.

»No era un hombre equilibrado, y se rodeaba de gente cuyos intereses eran desequilibrarlo aún más. Auténtico sobrino de su tío Yuri. Grishnov pretendía gobernar Barrayar a través de él, cuando llegara al trono. Por su cuenta (Grishnov habría estado dispuesto a esperar, creo), el príncipe había orquestado dos intentos de asesinato en la persona de su padre en los últimos dieciocho meses.

Cordelia silbó sin sonido.

—Casi empiezo a comprenderlo. ¿Pero por qué no eliminarlo sin llamar la atención? Sin duda que el emperador y su capitán Negri podrían haberlo conseguido, mejor que nadie.

—Se discutió la idea. Dios me ayude, incluso me ofrecí voluntario para hacerlo yo, como alternativa a este… baño de sangre.

Hizo una pausa.

—El emperador se está muriendo. Se ha quedado sin tiempo para esperar a que el problema se resuelva solo. Para él, intentar dejar la casa en orden se ha convertido en una obsesión.

»El problema es el hijo del príncipe. Sólo tiene cuatro años. Dieciséis años es mucho tiempo para un gobierno regente. Con el príncipe muerto, Grishnov y todo el partido ministerial se aprovecharían del vacío de poder.

»No era suficiente matar al príncipe. El emperador consideró que tenía que destruir a todo el partido de la guerra, de manera tan efectiva que no volviera a alzarse durante otra generación. Y allí estaba yo, sopesando los problemas estratégicos con Escobar. Luego la información sobre los espejos de plasma llegó a través de la red de inteligencia de Negri. La inteligencia militar no tenía ese dato. Luego otra vez yo de por medio, con la noticia de que se había perdido la sorpresa. ¿Sabe que suprimió también parte de eso? Sólo podía ser un desastre. Y allí estaban Grishnov, y el partido de la guerra, y el príncipe, todos en busca de gloria. Él sólo tuvo que hacerse a un lado y dejarlos que corrieran a su perdición. —Vorkosigan arrancaba ahora la hierba a puñados.

—Todo encajó tan bien que resultaba hipnotizante de pura fascinación. Pero difícil. Incluso existía la posibilidad, dejando que los acontecimientos se desarrollaran por su cuenta, de que murieran todos
menos
el príncipe. Me colocaron donde el guión decía que debía estar. Para retar al príncipe y asegurarme de que estuviera en primera línea en el momento adecuado. De ahí esa escena que vio usted en mi camarote. Nunca perdí los nervios. Simplemente, estaba clavando otro clavo en el ataúd.

—Supongo que el otro agente era… el cirujano jefe.

—En efecto.

—Qué encantador.

—Pero no lo fue. —Él se tendió en la hierba, contemplando el cielo turquesa—. Ni siquiera pude ser un asesino honrado. ¿Recuerda cuando dije que quería entrar en política? Creo que estoy curado de esa ambición.

—¿Qué hay de Vorrutyer? ¿Tenía que matarlo también?

—No. En el guión original era el chivo expiatorio. Después del desastre, a él le habría tocado pedir disculpas al emperador por el fracaso, en el pleno sentido japonés antiguo del término, como parte del desplome general del partido de la guerra. A fin de cuentas era el consejero espiritual del príncipe, así que no le envidié su futuro. Mientras me ponía la zancadilla, yo podía ver que el suelo se derrumbaba bajo sus pies. Eso lo sacaba de quicio. Siempre conseguía que perdiera los nervios. Cuando éramos jóvenes, eso era un gran deporte para él. No podía comprender por qué había perdido la habilidad. —Sus ojos permanecieron enfocados en algún lugar del cielo azul, sin mirar a los de ella.

—En cualquier caso, su muerte salvó muchas vidas. Habría intentado continuar la lucha, para salvar su pellejo político. Eso fue lo que me convenció al final. Pensé que si estaba en el lugar adecuado en el momento oportuno, podría dirigir mejor la retirada que ningún otro miembro del Alto Mando.

—Así que todos nosotros no somos más que herramientas de Ezar Vorbarra —dijo Cordelia lentamente, asqueada—. Mi convoy y yo, usted, los escobarianos… incluso el viejo Vorrutyer. Y luego hablan de fervor patriótico y de ira justa. Todo una charada.

—Así es.

—Me deja helada. ¿Tan malo era el príncipe?

—De eso no había duda. No abundaré en los detalles de los informes de Negri… Pero el emperador dijo que si no se hacía ahora, todos intentaríamos hacerlo nosotros mismos, dentro de cinco o diez años, y probablemente meteríamos la pata y haríamos que mataran a nuestros amigos, todo en medio de una guerra civil a escala planetaria. Él ha vivido ya dos. Ésa es la pesadilla que le acecha. Un Calígula, o un Yuri Vorbarra, puede gobernar durante mucho tiempo, mientras los hombres buenos vacilan en hacer lo que es necesario para detenerlo, y los malvados se aprovechan.

»El emperador no escatima nada. Lee los informes una y otra vez… se los sabía casi al pie de la letra. Esto no era algo que tomarse a la ligera, ni desenfadadamente. No quería que muriera rodeado de vergüenza, ¿sabe? Fue el último regalo que pudo hacerle.

Ella permaneció sentada, abrazada a sus rodillas, memorizando su perfil, mientras las suaves brisas de la tarde se arremolinaban en el bosque y agitaban la hierba dorada.

Vorkosigan volvió la cara hacia ella.

—¿Me equivoqué, Cordelia, al entregarme a esto? Si no hubiera ido, el emperador habría utilizado a otro. Siempre he intentado recorrer el camino del honor. ¿Pero qué se hace cuando todas las opciones son malas? Acción vergonzante, inacción vergonzante, todos los caminos conducen a un bosque de muerte.

—¿Me está pidiendo que lo juzgue?

—Alguien debe hacerlo.

—Lo siento. Puedo amarlo. Puedo sentir pena por usted, o con usted. Puedo compartir su dolor. Pero no puedo juzgarlo.

—Ah. —Él se tumbó boca abajo y contempló el campamento—. Hablo demasiado con usted. Si mi cerebro me librara alguna vez de la realidad, creo que sería un loco de los que charlan sin parar.

—No habla así con nadie más, ¿verdad? —preguntó ella, alarmada.

—¡Santo Dios, no! Usted es… usted es… no sé lo que es. Pero lo necesito. ¿Se casará conmigo?

Ella suspiró y apoyó la cabeza en sus rodillas, retorciendo un tallo de hierba entre los dedos.

—Te quiero. Supongo que lo sabes. Pero no puedo aceptar a Barrayar. Barrayar devora a sus hijos.

—No todos son esos malditos políticos. Algunas personas viven sus vidas prácticamente ignorándolos.

—Sí, pero tú no eres una de esas personas.

Él se sentó.

—No sé si podría conseguir un visado para la Colonia Beta.

—Me temo que este año no. Ni el siguiente. Todos los barrayareses son considerados criminales de guerra en este momento. Políticamente hablando, no hemos tenido tanto revuelo en años. Todos están un poco embriagados ahora mismo. Y luego está lo de Komarr.

—Ya veo. Tendría problemas para conseguir trabajo como instructor de judo, entonces. Y difícilmente podría escribir mis memorias, considerando cómo están las cosas.

—Ahora mismo creo que tendrías problemas para evitar que te lincharan. —Ella le miró a la cara. Un error: se le encogió el corazón—. Tengo… tengo que ir a casa, durante algún tiempo. Ver a mi familia, y pensar en paz y con tranquilidad. Tal vez podamos llegar a alguna solución alternativa. Podemos escribirnos, de todas formas.

—Sí, supongo que sí.

Él se incorporó y la ayudó a levantarse.

—¿Dónde estarás, después de esto? Has recuperado tu rango.

—Bueno, voy a terminar de hacer todo este trabajo sucio. —Indicó el campamento de prisioneros con un gesto de la mano, y por implicación toda la aventura de Escobar—. Luego, creo que también me iré a casa. Y me emborracharé. Ya no puedo seguir sirviéndolo. Me ha usado hasta el fondo con esta historia. La muerte de su hijo, y de los cinco mil hombres que lo escoltaron hasta el infierno, ya siempre se interpondrá entre nosotros. Vorhalas, Gottyan…

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