Fuego mágico (45 page)

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Authors: Ed Greenwood

BOOK: Fuego mágico
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Sememmon se encogió de hombros.

—Ha estado en el Valle de las Sombras el tiempo suficiente para que Elminster le enseñase muchas cosas. Si ha sido así o no, eso no lo sé. Pero dudo mucho que su arte sea muy terrorífico, haya hecho Elminster lo que haya hecho. Marimmar, el Muy Magnifícente Mago, fue su tutor hasta hace poco tiempo.

Se oyeron risas entre dientes alrededor de la mesa. El sacerdote Zhessae frunció el entrecejo y preguntó:

—¿Se necesita habilidad o dominio del arte para manejar fuego mágico?

Hubo encogimiento general de hombros y miradas interrogantes. Fzoul habló:

—No sabemos. Yo me inclino a pensar que no. Esta joven no poseía habilidad alguna ni había utilizado el arte jamás antes de que el fuego mágico manara abiertamente de su boca contra el dracolich Rauglothgor. Lo curioso es que el torreón que se elevaba sobre la guarida, y que ella destruyó, era la Torre Tranquila, en otro tiempo hogar del mago Garthond, esposo de la hechicera Dammasae.

—¿Quiere eso decir —preguntó el mago Yarkul lleno de excitación— que el fuego mágico podría haber estado contenido en algún objeto, o proceso, dejado en la torre por Dammasae? ¡De ser así, eso supondría que se podrían crear a su vez otros dominadores del fuego mágico!

—Ya hubo antes varios portadores activos de fuego mágico al mismo tiempo. No se trata de una habilidad que los dioses confieran únicamente a un ser en un momento dado. Un objeto o un ritual que lo causen... es muy posible. A eso debemos contraponer, sin embargo, la marcada probabilidad de que Dammasae jamás visitara la Torre Tranquila —dijo Fzoul, y volvió a sentarse. Los zhentarim se miraron unos a otros.

—Eso deja todavía abierta —dijo con cautela Casildar— la cuestión de qué acciones deberíamos emprender, si es que emprendemos alguna.

—Debemos conseguir el control de la doncella, o destruirla. Su fuego mágico es una amenaza para todos nosotros —dijo Ashemmi. El pendiente del mago de barba rizada tintineó cuando éste volvió con brusquedad su cabeza para mirar a Fzoul—. No podemos sentarnos a esperar de brazos cruzados. ¿Y si Mulmaster o Maalthiir de Colinas Lejanas se hacen con el control del fuego mágico? Aun cuando los del Valle de las Sombras lo utilizasen sólo para ayudar a sus amigos del Valle de la Daga, ello entorpecería nuestros planes. Si alguien se propusiera deliberadamente destruirnos con él, aún nos podría ir mucho peor.

—Bien dicho —apoyó Casildar—. Hemos de ponernos en acción. Pero, ¿cómo? ¿Con nuestros ejércitos?

—Yo no enviaría los ejércitos de Zhentil en ausencia de Manshoon —dijo Fzoul—. El Valle de las Sombras no tiene más que extender el rumor de que hemos llegado a dominar el fuego mágico para que Cormyr, Sembia, Colinas Lejanas y el resto nos ataquen juntos para impedir la destrucción que temerían hallar de nuestras manos. No, tenemos que actuar con mucho más sigilo que eso, señores míos. Sin embargo, como dice Casildar, tenemos que actuar. ¿Qué decís vosotros?

—¿Qué hay de nuestros asesinos? —sugirió Yarkul.

—Los reemplazos son jóvenes y pobremente entrenados, todavía —dijo Zhessae—. Incluso reforzados por nuestros hermanos menores y los aspirantes a magos, me temo que encolerizarían al Valle de las Sombras más que dañarlo.

—Así es —asintió Sarhthor con su voz profunda—. Ya lo hemos intentado antes. Al final, siempre hemos de escapar o morir.

—Sí —intervino Sememmon—. Todos hemos visto lo que ocurre cuando enviamos a los magos principiantes. Todos quieren ser el héroe y ganarse un nombre entre nosotros. Inconscientes y temerarios, se exceden en sus posibilidades y caen. Elminster no es un enemigo al que se pueda dominar con un principiante.

—¿Estás sugiriendo que vayamos nosotros mismos? —preguntó Ashemmi—. Dejando a un lado nuestro peligro personal, ¿eso no dejaría al castillo de Zhentil desprotegido? Seguro que el Alto Imperceptor de Bane ya se ha enterado de la ausencia de Manshoon. ¿No crees que él se lanzará contra ti, Fzoul, y contra todos nosotros? —Sus palabras cayeron en un silencio cada vez más profundo.

—Sin duda alguna lo intentará —asintió fríamente Fzoul—. Pero el Altar Negro, y todo el castillo de Zhentil en torno a él, no están desprotegidos, amigos míos —y, a un gesto de su mano, allá en el otro extremo de la gran estancia salió Manxam de detrás de una cortina.

El observador era viejo, inmenso y terrible. En sus placas inferiores crecía el liquen y sus tentáculos mostraban las cicatrices de viejas heridas y las arrugas de la edad. Su gran y único ojo central giró lentamente para examinarlos a todos según se acercaba. En las profundidades de aquella órbita de pupila oscura e inyectada en sangre, cada uno de los allí presentes veía su propia muerte o algo peor. De su cerrado buche provisto de numerosos dientes salió un profundo y borboteante siseo; los diez tentáculos oculares de Manxam el Despiadado se movían sin descanso mientras éste se aproximaba a la mesa.

El tirano pasó por encima de ellos hasta quedar colgando sobre el centro de la mesa y rodó muy despacio con sobrecogedora majestuosidad hasta que sus diez ojos menores pendieron justo encima de ellos, mirando a cada hombre de cuantos había allí. No dijo nada; sólo se limitó a colgar allí en medio del aire, observando.

—Creo que todos podemos ser persuadidos para llegar a algún consenso ahora —dijo Fzoul sin el menor rastro de sonrisa. El observador ni siquiera parpadeó.

Sememmon se aclaró la garganta con nerviosismo.

—Oh sí, desde luego..., pero ¿qué propones?

—Creo —dijo Fzoul con firmeza— que los magos de mayor poder entre nosotros deben ir de inmediato al Valle de las Sombras y hacer lo que sea necesario para capturar o destruir a esa Shandril, con Elminster o sin él. Al no enviar aspirantes débiles e incompetentes, como tú correctamente nos has aconsejado, hermano Sememmon, tengo toda la confianza en que regresaréis con el fuego mágico, si es que regresáis.

Los magos Sememmon, Ashemmi y Yarkul se tornaron pálidos y silenciosos. Sólo el brujo Sarhthor no parecía sorprendido y se limitó a asentir con la cabeza. Sememmon levantó la mirada para encontrar que Manxam se había dado la vuelta en silencio de manera que su ojo central, el que anulaba la magia, los miraba escrutadoramente a todos ellos.

Ahora se hacía evidente la razón por la que se había sentado a todos los magos juntos en torno a un extremo de la mesa. Manxam y Fzoul estaban demasiado lejos para poder ser atrapados en el conjuro paralizador del tiempo, y ningún otro recurso mágico permitiría a Sememmon preparar un sortilegio para eliminar a Fzoul o Manxam. En efecto, no podría acertar a los dos... ni tampoco había grandes probabilidades de superar a Fzoul allí, en su templo. Contra Manxam, el mago sabía que prácticamente no existía la menor posibilidad.

Sememmon dudaba si lograría siquiera escapar vivo del Altar Negro, en caso de intentar la huida. Tal vez si él, Ashemmi, Yarkul y Sarhthor trabajaban juntos en conjuros planeados de antemano podrían tener alguna posibilidad de escapar. Si Casildar y Zhessae, así como quién sabe cuántos clérigos leales ocultos por todos lados tras los tapices, estaban dispuestos a ayudar a Fzoul en su trampa, toda escapatoria sería imposible. Sememmon hizo un esfuerzo por mantener su rostro inexpresivo y se volvió hacia Fzoul.

—Ciertamente, parece lo mejor que se puede hacer, hermano Fzoul —dijo, como si lo hubiese considerado y aprobado—. Sin embargo, no me sentiría nada tranquilo emprendiendo tamaña misión, o, de hecho, cualquier expedición de importancia fuera de la ciudad, sin que algún sacerdote de Bane eleve una oración por nuestro éxito y nos ayude con el favor de la voluntad divina. ¿Tú qué opinas, lord Marsh, tú que ni sirves a Bane ni practicas el arte?

«Debilitarlos al menos en un sacerdote —pensó Sememmon— y echar a ése abajo como advertencia a Fzoul. Y, si conseguimos el fuego mágico, volveremos y lo probaremos contra uno de los observadores.» ¿Habría hecho Fzoul algo a Manshoon?, se preguntó Sememmon con un súbito escalofrío. Tal vez Manshoon estuviera detrás de todo esto, para librarse de todos sus más poderosos rivales en magia dentro de la hermandad. Si no fuese así, y él regresaba, ¿le diría Fzoul que todos los magos lo habían denunciado y habían decidido actuar a su antojo?

Lord Marsh se frotó la mandíbula y miró con el entrecejo fruncido hacia la tabla de la mesa, evitando con ello tanto el tranquilo escrutinio del observador como las heladas miradas de Fzoul, Casildar y Zhessae. Después, levantó la mirada.

—Debo convenir contigo en eso, hermano Sememmon. Nuestros mejores logros los hemos conseguido gracias al cuidadoso empleo de nuestras tres grandes fuerzas: el favor del gran Bane, el polifacético arte de la magia y el poder de nuestras espadas. Sería un error ignorar deliberadamente alguna de estas fuerzas ahora.

»Nuestros guerreros no pueden llegar a tiempo al valle sin hacer uso del arte, ni en número suficiente para ser útiles sin alarmar a nuestros enemigos. Debemos, por tanto, anticiparnos a nuestros guerreros. Creo que sería descabellado dejar a un lado la fuerza de Bane en este asunto..., tan descabellado como ir deliberadamente a la batalla sin escudo ni armadura. Creo, además, que los guerreros que se hallan bajo mi mando, y probablemente muchos subsacerdotes y magos menores aquí en Darkhold, opinarían lo mismo... y pondrían seriamente en tela de juicio nuestra sabiduría si actuásemos así, cualquiera que fuese el resultado de nuestra empresa.

Con esta enfática puntualización, Marsh volvió a sentarse y miró a Fzoul mientras sus dedos jugueteaban junto a su garganta con una chuchería que Sememmon —y sin duda la mayoría de los congregados en torno a la mesa— sabía que era una bola explosiva de un collar de proyectiles mágicos. Sememmon casi sonrió. Tampoco aquel guerrero de duras facciones sentía el menor aprecio por el señor del Altar Negro.

El tirano observador colgaba sobre ellos, silencioso y terrible, durante todo este rato. Ignorándolo, el barbudo Sarhthor se frotó las manos y dijo:

—Bien, yo estoy a favor de dicho plan, y cuanto antes mejor. El fuego mágico debe ser nuestro.

Sememmon no se volvió para mirar a sus colegas, sino que se limitó a hacer un distraído gesto de asentimiento mientras rabiaba por dentro. ¿Era tan simple y entusiasta aquel idiota, después de todo? ¿O acaso trabajaba para Fzoul? No, nada de eso; escucha la forma en que ha pronunciado sus palabras..., ¡el sutil tono al final de las palabras, que destellaban como hojas de puñal girando en el aire! Sarhthor le estaba diciendo a Fzoul, de forma abierta y tajante, que conocía su juego y no tenía muy buen concepto de él.

—Estoy muy contento de que hayamos logrado llegar a un entendimiento tan pronto —dijo Fzoul con tono zalamero. Su voz era como la daga sangrienta de un asesino limpiada sobre terciopelo.

La voz profunda del observador resonó entonces desde arriba sobresaltando a todos los presentes con su repentina intervención:

—Considera, y considera bien, la naturaleza de vuestro entendimiento.

Mientras levantaba su mirada para encontrarse con los numerosos ojos escrutadores de Manxam por primera vez, Sememmon sintió una súbita satisfacción por el hecho de que a Fzoul tenía que incomodarle el comentario del tirano observador más que a ninguno de los otros. Su desaprobación iba dirigida hacia él. Sememmon asintió deliberadamente con la cabeza y vio al resto de los magos hacer lo mismo tras él. Sememmon abandonó la estancia sintiéndose casi satisfecho, a pesar del peligro que le esperaba.

La luna se deslizaba con rapidez tras las ajironadas nubes grises, allá en las alturas. El aire era frío y tranquilo en torno a los pináculos de la ciudad. Fzoul estaba de pie sobre un gran balcón del Altar Negro y sonreía hacia Selune con satisfacción. Una magia poderosa protegía a su persona contra todo ataque mágico, y sólo los sirvientes de Bane podían entrar en el patio que había a sus pies.

Los magos no tenían elección. Sin duda matarían a Casildar, pero Fzoul era demasiado ambicioso de todos modos y eso no sería más que un mínimo precio por la destrucción de los pequeños lanzadores de magia que habían derrotado a Manshoon. Los zhentarim estarían por fin al servicio de Fzoul.

Aunque Manshoon regresase ahora, se encontraría aislado, con la sola compañía de magos principiantes —demasiado ansiosos por traicionarlo y hacerse con más poder— frente a los leales de Bane, que servían a Fzoul. A los observadores poco les importaba con qué humanos trataban, con tal de ver satisfechas sus necesidades. Por fin la ciudad sería suya, se regodeaba Fzoul.

Hasta que alguien se la arrebatara a él.

Fzoul no reparó en el ojo de brujo que flotaba por encima y detrás de él entre los oscuros pináculos, manteniéndose con cuidado fuera del alcance de su vista. Ni pudo ver a su invisible propietario, que lo miraba desde la oscura ventana de una torre cercana.

Entonces oyó una gran conmoción, en el patio de abajo, mientras los sacerdotes-guerreros del Alto Imperceptor se deslizaban por encima de la muralla y eran recibidos por alertas y expectantes subsacerdotes del Altar. Fzoul se inclinó hacia adelante y, sin hacer distinciones entre atacantes y atacados, arrojó una barrera de espadas hacia la reyerta que tenía lugar abajo, sin preocuparle en absoluto el destino de sus propios acólitos. «Así verán más pronto a Bane, todos ellos...», pensó.

Sememmon oyó el estrépito de multitud de espadas que se entrechocaban y gritos allá abajo, y de pronto vio la sangrienta matanza que se había desencadenado gracias a la luz mágica que uno de los atacantes arrojó sobre la escena mientras remontaba la muralla del templo. Al instante se inclinó hacia afuera, antes de que Fzoul pudiera abandonar el balcón, y atacó con su Anillo del Carnero. Disparó con toda la fuerza que el anillo mágico podía dar de sí, proyectando múltiples descargas para llevar a cabo la tarea con rapidez y seguridad. No apuntó directamente al señor del Altar Negro, pues sabía que Fzoul estaría bien protegido, sino al balcón que lo sostenía.

éste se estremeció y se agrietó, como si hubiese sido embestido por un enorme carnero enfurecido, y después se desprendió de la torre y cayó sobre el confuso tumulto de muerte y gritos. Parecía caer con una sobrecogedora lentitud, pero Sememmon vio cómo Fzoul caía con él. El clérigo no tuvo tiempo de recurrir a ningún sortilegio ni palabra de magia... a menos que consiguiera hacerlo después de que la primera espada le rebanara el cuello a través de su larga melena roja. Sememmon pudo ver el color carmesí de la sangre casi al mismo tiempo en que un bloque de piedra le entorpeciera la visión unos segundos antes de que el balcón se estrellara contra el suelo.

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