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Authors: Mónica G. Álvarez

Tags: #Histórico, #Drama

Guardianas nazis (34 page)

BOOK: Guardianas nazis
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«El gobierno español fue informado en abril de que todos los judíos deben salir de Salónica por razones de seguridad policial. Pese a graves dudas respecto la emisión de visados de salida para unos 600 judíos, se prometió la repatriación al gobierno español. Poco antes de la expiración de plazo la embajada española pidió una prórroga. Después de la expiración del segundo plazo la embajada española ya no pidió ninguna prórroga más. Mediante sugerencias el gobierno español dio a entender que la repatriación no le interesa. Miembros de la embajada española se lo confirmaron explícitamente al Ministerio de Asuntos Exteriores. No se prevé intervenir ante el gobierno español. (…) Otra prórroga de la solución de la cuestión judía en Salónica es inaceptable. Los judíos españoles se enviarán por el momento a campos de tránsito en el Reich. La embajada española local está informada. Ruego informar al encargado español en Atenas. Fin de la orden de Atenas»
[51]
.

La respuesta del Gobierno alemán en Grecia fue contundente y exigió «la evacuación de los judíos españoles al campo especial de máxima seguridad en Bergen-Belsen para finales de este mes (julio, 43) si para entonces el gobierno español aún no ha pedido la repatriación colectiva a España. Ruego al comando local que se organice el transporte a Bergen Belsen no como habitualmente se hace, sino manteniendo las formas para que una eventual salida posterior de algún judío hacia España no dé lugar a propaganda del terror [sic]».

Posteriormente se inicia una guerra abierta entre el gobierno español y uno de sus cónsules en el país griego, Sebastián Romero Radigales, que había sido destinado a Atenas entre los años 1943 y 1944. El diplomático no daba crédito al comportamiento del gobierno español que poco estaba haciendo por salvar la vida de unos judeoespañoles que acabarían como internos en los centros de exterminación. Así que decide actuar por su cuenta logrando salvar a 150 refugiados de la capital ateniense para que pusieran rumbo a Palestina. Con todos sus esfuerzos, el cónsul no pudo evitar el traslado de unas 400 personas al campo de Bergen-Belsen. De hecho, el pasotismo del sistema franquista sobre la posible repatriación de estos judíos sefardíes hizo que finalmente Alemania ordenase su reclusión en este campo de aniquilación.

Tras doce días de viaje en condiciones infrahumanas 367 judíos sefardíes llegan a Bergen-Belsen el 13 de agosto de 1943, entre ellos 40 menores de 14 años y 17 mayores de 70. Una vez instalados y ante la insistencia del cónsul, el dictador español cedió y aceptó que estos exiliados regresaran de nuevo a España. Es entonces cuando, gracias a un telegrama alemán, tenemos constancia de la evacuación que de forma inmediata procedería a realizar Radigales.

«Asunto: Judíos españoles de Tesalónica. 366 judíos españoles fueron deportados de Tesalónica (…) los demás judíos viajaron ilegalmente con un tren de turistas italiano a Atenas. La embajada española informó que el gobierno español ha decidido readmitir a los judíos españoles llevados a Alemania. La repatriación (según el gobierno español) debería organizarse en grupos de unas 25 personas y espaciada en el tiempo. Instancias internas (alemanas) opinan que la propuesta es inaceptable e insisten en una rápida repatriación en grupo de los 366 judíos a España. Compartimos esta opinión porque, de lo contrario, el transporte se alargaría a 6 meses y se originarían muchos gastos para personal de vigilancia y de acompañamiento. También bajo aspectos propagandísticos, una única repatriación en grupo parece mejor que frecuentes transportes individuales que recuerden el asunto repetidamente. Por favor, transmita al ministerio de Asuntos Exteriores de allí (español) nuestro punto de vista y consiga una rápida aceptación del transporte agrupado, para el caso que la repatriación se lleve a realmente cabo. Por favor, tomen precauciones a tiempo para evitar en la medida de lo posible el uso propagandístico maligno de esta repatriación»
[52]
.

La batalla diplomática llegó a su fin y el éxito fue rotundo, se habían salvado vidas. La mayoría de estas personas pasaron de estar confinadas en un campamento en las peores condiciones humanitarias posibles a ser trasladados a Barcelona, Marruecos e incluso a Palestina. Pero una bofetada golpeaba nuevamente al pueblo judeoespañol. En marzo de 1944 miembros de las
Waffen-SS
arrestaron a 155 judíos españoles que tuvieron que retornar a Bergen-Belsen. Allí permanecieron hasta que fueron liberados por el ejército británico en 1945.

Entre las historias de españoles en este campo de concentración podemos extraer la de Teresa Encuentra de Bescos, nacida en Abiego (provincia de Huesca) en el año 1910 y que, tras ser detenida por los alemanes por participar en la resistencia, fue encarcelada primeramente en París para después ser deportada al campo de Ravensbrück en la primavera de 1944. Allí ingresó el 18 de mayo con el n° 39.260, aunque posteriormente fue trasladada al centro de Bergen-Belsen donde sufrió terribles palizas por parte de algunas de sus guardianas. Vivió para contarlo gracias a la liberación del campamento por las tropas aliadas en la primavera de 1945.

Santiago Labara Cantarelo es otro de los prisioneros españoles que padecieron la ira de Bergen-Belsen. Nacido en Candasnos (Huesca) en 1895, era militante de La Confederación Nacional del Trabajo formando parte del Comité local creado de inmediato después del estallido de la Guerra Civil junto a José Sampériz y otros. Desgraciadamente, murió en el campo de Bergen-Belsen a los 49 años justo dos meses antes de su liberación. Jamás se conocieron las causas de su muerte, aunque probablemente, y, tal y como se puede extraer de la documentación revisada hasta el momento, es posible que fuese por inanición. Gracias a las gestiones realizadas por la Cruz Roja Internacional, su familia pudo conocer el paradero de Santiago y su triste final.

Otro de los casos que aquí nos ocupa, es el de Felicitat Gasa apodada
Porcar
y que, gracias al Archivo General de Ravensbrück (Fürstenberg) hoy podemos comprender qué fue lo que le ocurrió a Felicitat y cómo fueron sus últimos días en Bergen-Belsen. Esta mujer nacida en Segria (Lleida) en 1905 fue apresada por resistente y enviada en mayo de 1944 en un convoy a Ravensbrück junto con otros 567 presos. Allí fue marcada para los restos con el número 39.297. De «El Puente de los Cuervos» la trasladan a pie a Hannover y de allí a Bergen-Belsen. Durante los tres días que duró aquel desmesurado viaje Felicitat recuerda cómo muchas de sus compañeras caían exhaustas mientras las guardianas nazis las golpeaban una y otra vez. Aquí destaca el incidente de una compañera madrileña llamada Monique de la que no recuerda el apellido. Esta estuvo apunto de caerse por el camino y fue Felicitat y otra reclusa quienes la cogieron del brazo a pesar de que ella insistía que la dejasen, que ya no podía más.

Cuando llegaron al campo de concentración, se dieron cuenta de que en realidad se trataba de un centro de aniquilación y exterminio. En el poco tiempo que allí permaneció —pronto llegarían los ingleses para sacarlos de la truculencia— pudo ver montañas de cadáveres esperando ser enterrados al lado de una zanja ya que los hornos ya no funcionaban por la falta de carbón. Aquí me gustaría puntualizar que, cuando los alemanes procedieron a huir de aquella estela de barbarie, no tuvieron tiempo de enterrar las pilas de muertos así que pidieron a los prisioneros que cavaran algunas fosas. De este modo se podía ver a los hombres del campo transportar un cadáver para después arrojarlo a la zanja. Incluso había un almacén lleno hasta el techo de despojos de mujeres.

Otro de los recuerdos que Felicitat contó a su compañera Neus Catala, fue cómo una periodista se acercó hasta aquel montículo de fiambres que esperaban ser enterrados, mientras los reclusos se sentaban sobre ellos como si fueran un montón de leña.

El día de la liberación de Bergen-Belsen las tropas inglesas se toparon de bruces con la atrocidad del régimen nazi y con miles de cuerpos masacrados. Enfermedades tan contagiosas como el tifus fue lo más liviano que vieron en aquel gigantesco recinto.

Una vez que Felicitat Gasa se convierte en una mujer libre, la única visión que la acompañará hasta el final de su vida, es la de dos niños muy pequeños, de unos seis años, pero con apariencia de ancianos, como si la vejez les hubiera azotado gravemente. «Estos pequeños iban a recoger la sopa que los ingleses habían preparado para la tropa y los deportados una vez liberado ya el campo», comentaba la superviviente española. Y dos preguntas le rondaban la cabeza al ver esa escena: «¿qué habían hecho ellos para estar en el campo? Las mujeres habían hecho la resistencia pero los niños, ¿qué habían hecho los niños?».

Mónica Jene Canovas nació en Cataluña en 1911, pero vivió en Francia desde los seis años. En 1942 se unió a un grupo de la resistencia, Alibí Morris, para ser detenida por los alemanes tan solo un año después. Fue confinada en la cárcel de Fresnes donde permaneció un mes sola y a oscuras, pellizcándose para no volverse loca y ver si todavía seguía viva.

Al cabo de un mes la trasladaron a una celda donde coincidió con la mujer de un diplomático polaco, la esposa de un general francés y su hija y una señora gala. En total eran cinco personas para un calabozo destinado simplemente a una. El 4 de febrero de 1944 la portan a Compiegne para desde allí ser enviada a Ravensbrück en un vagón de ganado junto con 70 u 80 mujeres más. En este campo de concentración dedicó su vida a trabajar en los coches de arena de los trenes, pero unas fiebres muy altas la llevaron a la enfermería. Una vez recuperada, la conducen a una fábrica de máscaras de gas en Anovre. Junto con otras compañeras urde todo tipo de sabotajes. En una ocasión hace saltar los plomos paralizando la confección. Finalmente, el 8 de abril de 1945 fue deportada a Bergen Belsen. Nada más llegar Canovas cuenta cómo le impresionó encontrarse con una pila de cadáveres en descomposición tirados en el suelo a punto de ser enterrados, además de un rimero de zapatos propiedad de los difuntos.

Por suerte, a los pocos días el bando aliado arriba al campamento de exterminación salvando a todos los supervivientes de una muerte segura. Unas horas antes de aquel acontecimiento el personal nazi y entre ellas Juana Bormann, les obligaron a cavar una zanja para que los aliados no vieran los interfectos. Un prisionero intentó coger uno de los cuerpos, pero, al hacerlo, se quedó con un brazo descompuesto entre las manos. Ese fue el principio del fin. Los mismos reos se rebelaron contra sus verdugos al tiempo que los aliados les apuntaban con sus armas.

Coloma Serós, alias
Anta
, nació en 1914 en la comarca de Segria (Lleida) y llegó a Ravensbrück en el convoy de las denominadas 27.000 que salió de Compiegne junto a Neus Cátala. Ambas reclusas permanecieron en el Bloque 22 del campo desde el 3 de febrero de 1944. La tatuaron el número 27.037, aunque pocos días después la enviaron a Bergen-Belsen para ser exterminada. Fue liberada antes de proceder a su ejecución.

Según datos aportados por el Archivo General de Ravensbrück y por libros tan impactantes como
Els Catalans als camps nazis
, esta maestra leridana fue detenida por intentar cruzar la frontera española con sesenta niños. Quería evitar que los devolviesen a la «España de Franco». Según contó nuestra protagonista a la autora de este libro, Montserrat Roig, había tres niños avispados pero muertos de miedo. Eran hermanos y Coloma intentó obstaculizar que se los llevasen, sobre todo cuando se encontró a la más pequeña llorando porque alguien le acababa de deci
R:
«Vamos, arrodíllate y reza por el alma de tu padre, que era un asesino».

LA LIBERACIÓN DE BERGEN-BELSEN

Aunque en primera instancia este campo de concentración ubicado cerca de la ciudad alemana de Hannover fue construido para servir como centro de tránsito de confinados, la verdad es que con el tiempo sus funciones fueron cambiando. Finalmente se utilizó como un recinto de recogida y exterminio.

Desde julio de 1943 y hasta el 15 de abril de 1945 unas 50.000 personas murieron en sus instalaciones. Por ejemplo, las víctimas sufrían hacinamiento a causa de los numerosos traslados que se organizaban en las famosas «marchas de la muerte». Si a esto le sumamos el trato vejatorio a los confinados que iba desde la privación de alimentos y la vestimenta, las continuas palizas, el frío infernal y la aparición de epidemias como el tifus, nos topamos con un campamento dedicado exclusivamente a la aniquilación humana.

Si en diciembre de 1944 la población de Bergen-Belsen era de 15.257 personas, durante los primeros meses de 1945 y hasta el día de su liberación, la cantidad se elevó hasta los 60.000 prisioneros. Sin embargo, tal cual llegaban los internos tal cual morían a los pocos días, llegando a tener 7.000 muertos en febrero, 18.168 en marzo y 9.000 durante la primera quince de abril. La consternación se podía vislumbrar en el rostro de los más fuertes, aquellos que lograban sobrevivir a toda aquella ignominia.

El 7 de abril de 1945, ocho días antes de que el Ejército Británico irrumpiera en Bergen-Belsen, el jefe de la Oficina Principal de Seguridad del Reich (RSHA), Ernst Kaltenbrunner, ordenó al comandante Josef Kramer matar a todos los reclusos que aún seguían con vida. No le dio tiempo a cumplir su dictamen.

El 15 de abril de 1945 la 11ªdivisión blindada de las tropas británicas irrumpieron en el campo de concentración donde los muertos se contaban por miles y las mujeres y los niños permanecían desnudos en el exterior de los barracones.

Según parece una de las razones por la que los alemanes decidieron rendirse finalmente fue que muchos de sus cautivos se hallaban enfermos. De hecho, esas grotescas imágenes impactaron de sobremanera a los aliados hasta el punto de obligar a todo el personal de las SS a cargar y enterrar a los muertos que aún no habían tenido sepultura.

Una vez terminado su trabajo, todos los miembros nazis de Bergen-Belsen —comandante, supervisores, guardianas y auxiliares— fueron arrestados y puestos a disposición judicial en la cárcel de la localidad cercana de Celle. Entre ellas se encontraba, cómo no, Juana Bormann, que fue a juicio acusada de crímenes contra la humanidad.

En las semanas siguientes a la liberación las tropas británicas incineraron 10.000 cadáveres en fosas comunes y quemaron el resto del campo para evitar la propagación del tifus. Otros 10.000 supervivientes no lograron recuperarse tras su puesta en libertad y murieron unas jornadas después. «Un hombre, cualquier hombre, vale más que una bandera, cualquier bandera», enunciaba el escultor español Eduardo Chillida. En este caso los que perecieron no tuvieron esa valía.

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