Se refería a la sentencia de Daniel, que se consideraba mesiánica (v. cap. I, 27).
Y Esteban dijo:
Hechos 7.56. ...
Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre en pie, a la diestra de Dios.
Esteban fue rápidamente condenado a morir lapidado, y la sentencia se llevó a cabo.
Este incidente debió de tener lugar en el 31 dC, dos años después de la crucifixión, y Esteban es el primer mártir cristiano. El primero conocido que murió por la nueva fe, que sostenía que Jesús era el Mesías vaticinado por los profetas del Antiguo Testamento; y era del partido helénico. El péndulo empezaba a oscilar.
A la muerte de Esteban siguió una represión enérgica contra los cristianos de Jerusalén. Muchos se vieron obligados a marcharse por razones de seguridad. Entre ellos se contaba Felipe, el segundo de los siete jefes del partido helénico. (Aparte de Esteban, es el único del que la Biblia tiene algo que decir además de incluirle en la lista de los siete.)
El Felipe mencionado aquí es el segundo de los dos Felipes destacados del Nuevo Testamento. El primero es Felipe el apóstol, galileo y, por tanto, del partido hebreo. Se le menciona en las cuatro listas de apóstoles, incluyendo la del primer capítulo de los Hechos. Salvo en estas enumeraciones, no aparece en los evangelios sinópticos ni en los Hechos, pero participó en varios episodios del evangelio según san Juan.
El segundo Felipe, el que figura en los Hechos, se llama Felipe el evangelista porque predicó el evangelio fuera de Judea y logró muchas conversiones. Así, inmediatamente después de la lapidación de Esteban:
Hechos 8.5.
Felipe bajó a la ciudad de Samaria y predicaba a Cristo.
Si este versículo se refiere a la Samaria que fue capital del Reino del Norte de Israel ocho siglos antes, esa ciudad ya no existía como tal. Fue destruida por los asirios y, a partir de entonces, sobrevivió a duras penas como un villorrio pequeño y raquítico hasta su reconstrucción por Herodes el Grande. La llamó «Sebaste», palabra griega que quiere decir «reverenciada», equivalente al latín «Augusta»; de modo que se le dio ese nombre en honor del emperador Augusto.
Pero no es probable que Felipe fuese a Sebaste. La Revised Standard Versión traduce así este versículo: «Felipe bajó a una ciudad de Samaria»; es decir, a una ciudad samaritana desconocida. La situación yo no es la misma que en vida de Jesús (tal como se describe en los evangelios), cuando cualquier acercamiento a los samaritanos por parte de Jesús causaba sorpresa e incluso desaprobación entre sus discípulos.
Ahora, cuando Felipe empezó a hacer acopio de conversos, Pedro y Juan fueron a Samaria, sin vacilaciones aparentes, para completar las conversiones y darles carácter oficial:
Hechos 8.17.
Entonces les impusieron
(Pedro y Juan)
las manos
(a los samaritanos conversos) y
recibieron el Espíritu Santo.
Así fueron aceptados los samaritanos como cristianos de pleno derecho, en absoluta igualdad con los cristianos de origen judío ortodoxo. Fue un paso importante en el crecimiento del cristianismo fuera de sus restricciones judaicas.
Palestina en tiempo de Cristo.
En la época de la llegada de Felipe, los samaritanos estaban impresionados por otra figura importante:
Hechos 8.9.
Pero había allí un hombre llamado Simón, que de tiempo atrás venía practicando la magia en la ciudad y maravillando al pueblo de Samaria, diciendo ser él algo grande.
Debido a este versículo, suele identificarse a este personaje con Simón el Mago (para distinguirle de Simón Pedro). Cabría suponer que se trataba de algún curandero que predicaba tanto como los apóstoles. Tales actividades siempre eran consideradas por los amigos como inspiradas por Dios, y como brujería por los enemigos. (Los fariseos acusaron a Jesús de brujería, y si sus imputaciones hubiesen triunfado, históricamente habría descendido de categoría llamándosele Jesús Mago.)
Simón Mago fue convertido al cristianismo y bautizado por Felipe. Cuando Pedro y Juan se presentaron como autoridades reconocidas en virtud de su rango de apóstoles para dar carácter oficial a la conversión, Simón trató de conseguir derechos y privilegios equivalentes. Tal vez pensara que, como representante apostólico en Samaria y con plenos poderes, podría proseguir sus actividades anteriores con otro nombre y mantener el poder y el prestigio mundanos que se le hubiera concedido. En consecuencia, ofreció pagar por tales derechos:
Hechos 8.18. ...
Simón... les ofreció
(a Pedro y Juan)
dinero,
Hechos 8.19.
diciendo: Dadme también a mí ese poder de imponer las manos, de modo que se reciba el Espíritu Santo.
Al fin y al cabo, comprar cargos religiosos no era algo fuera de lo común. En época seléucida, en Jerusalén se compraba y vendía el pontificado (v. cap. 4); y también en tiempos de los romanos. Sin duda alguna, esa práctica era corriente en todas las religiones.
Pero en esta ocasión Simón recibe una réplica contundente de Pedro. No obstante, esa práctica no es inhabitual en la historia del cristianismo, y debido a este pasaje se le ha dado un nombre específico: «simonía», por Simón Mago.
La Biblia no dice nada más respecto a Simón Mago, pero figura ampliamente en las leyendas transmitidas por los primeros autores cristianos. Se cree que se apartó de la corriente principal del cristianismo, que fundó el gnosticismo cristiano (v. cap. 8), que continuó utilizando la magia y que en años posteriores se enfrentó con Pedro y Pablo a causa de sus actividades hechiceriles, con consecuencias fatales para su persona.
Los simonianos, secta herética que duró unos dos siglos, se remontan a Simón Mago. Como testimonios de las creencias simonianas sólo tenemos escritos de cristianos primitivos y, como es fácil suponer, tales testimonios son bastante desfavorables.
Juzgando completa su labor en Samaria, Felipe viajó hacia el sur, a Gaza, que antiguamente había sido una de las cinco ciudades principales de los filisteos en tiempos de David. Allí conoció a un extranjero de una tierra lejana:
Hechos 8.27. ...
un varón de Etiopía, eunuco, ministro de Candaces, reina de los etíopes, intendente de todos sus tesoros. Había venido a adorar a Jerusalén.
Etiopía era el nombre dado por los griegos a la tierra que bordeaba el Nilo al sur de Egipto, más allá de la primera catarata del río. En la actualidad ese nombre se aplica a Abisinia, que efectivamente está a unos ochocientos kilómetros al sureste de la antigua Etiopía. La región conocida como Etiopía por los antiguos constituye la región más al norte de la moderna nación de Sudán, y mejor sería llamarla Nubia.
Es decir, Felipe se encontró con un nubio, de la tierra situada al sur de Egipto. Los egipcios tenían comercio con Nubia y, en un tiempo, los poderosos faraones egipcios la conquistaron y ocuparon. Bajo la dominación faraónica, Nubia absorbió la cultura y la religión egipcias, pero jamás abandonó el recuerdo de su independencia política.
Tras las desastrosas invasiones de los pueblos del mar (v. cap. I, 2), que sucedieron en la época del Éxodo, el poderío de Egipto se hundió para siempre y Nubia recobró su libertad. Formó un reino independiente (aún egipcio en cultura y religión) con capital en Napata, ciudad a orillas del río Nilo, a unos seiscientos cuarenta kilómetros corriente arriba de la frontera sur de Egipto.
Alrededor del 750 aC (hacia el final del reinado de Ozías en Judá), el cabecilla Kashta se hizo con el poder en Nubia. Bajo su mando, Nubia alcanzó el punto álgido de su poder, justo cuando Egipto se hundía. Kashta conquistó el sur de Egipto y se proclamó faraón de lo que los historiadores llaman dinastía XXV. (Se la conoce a veces como dinastía etíope, aunque sería mejor dinastía nubia.) El sucesor de Kashta, Piankhi, conquistó el resto de Egipto en el 736 aC.
La dinastía nubia desempeñó un papel importante en la historia de Judea. Cuando Senaquerib asediaba Jerusalén en el 701 aC, Egipto levó (en su propio interés) un ejército contra el monarca asirio. Tal ejército estaba al mando de Taharca, príncipe de la dinastía nubia, quien once años más tarde ascendería al trono de Egipto. El 2 Reyes se refiere a él como Taraca (v. cap. 1, 12) Su campaña contra Senaquerib quedó en tablas, nada más, pero fue suficiente para inducir al asirio (que combatía al extremo de una larga red de comunicaciones) a retirarse y atender a requerimientos urgentes cerca de su territorio. Por tanto, la dinastía nubia contribuyó de modo muy práctico a preservar Jerusalén.
El sucesor de Senaquerib, Asaradón, lo hizo mejor. Redujo a Judá al papel de un tributario pacífico en el reinado de Manases, y luego, hacia el 661 aC, expulsó de Egipto a la dinastía nubia. Durante veinte años las guarniciones asirias dominaron Egipto, que más tarde recobró su independencia al mando de monarcas nativos. Los nubios jamás volvieron.
Para asegurarse de que no regresarían, los faraones nativos de la dinastía XXVI construyeron el fuerte de Elefantina, atendido por mercenarios judíos (v. cap. I, 24). Éstos guardaban el Nilo de las incursiones nubias procedentes del sur. En realidad, los egipcios iniciaron la ofensiva y, hacia el 590 aC, saquearon la propia Napata.
Desde ese momento en adelante, Nubia permaneció aislada (salvo por una posible incursión persa en el 522 aC) y fue declinando poco a poco. Aunque Nubia siguió apegada a la religión egipcia, el judaísmo debió penetrar en cierta forma. Algunos judíos de Elefantina quizá se asentaran en Nubia o hicieran prosélitos desde allí. Algunos de ellos, ya fuera por nacimiento o por conversión, debieron de emprender el largo viaje a Jerusalén para adorar en el Templo como único lugar verdadero de veneración, igual que en la actualidad los musulmanes emprenden la peregrinación a La Meca con tanta frecuencia como les es posible.
Por consiguiente, el eunuco con que se encontró Felipe era judío, aunque la Biblia no dice si lo era por nacimiento y cultura o por conversión.
En época romana Nubia mantuvo su independencia, siendo regida por varias reinas enérgicas. Los griegos tradujeron por Kandake la palabra nubia que significaba reina; los romanos y nosotros, por Candaces. Ese nombre se aplicó a todas las reinas nubias de la época.
La más importante fue una que, por las fechas en que Augusto conquistó Egipto convirtiéndolo en provincia de Roma, osó invadir Egipto. Quizá pensara que la confusión producida por la conquista romana lo hacían presa fácil.
Si así fue, se equivocó. Un ejército romano al mando de Cayo Petronio marchó hacia el sur y saqueó Napata en el 22 aC. Antes de Augusto, la política romana habría decidido la anexión de Nubia, pero el emperador se inclinaba por una política de paz siempre que le era posible. Los romanos evacuaron Nubia permitiéndole mantener su independencia. Pero no volvió a iniciar aventuras en el norte.
Sucesora de la Candaces que se enfrentó a los romanos (conocida también por el mismo nombre) era la «reina de los etíopes» de Hechos 8.27. Empleó como intendente a un eunuco judío; a éste fue a quien conoció Felipe.
El nubio judío iba leyendo un pasaje de Isaías cuando Felipe se encontró con él. Felipe le interpretó el pasaje en un sentido mesiánico, aplicándolo a Jesús. El nubio pidió convertirse en el acto, siendo de suponer que divulgara en su patria el mensaje cristiano.
Es interesante que en este caso no fueran Pedro y Juan a dar carácter oficial a la conversión. La situación se empezaba a escapar de las manos de los dirigentes apostólicos y del partido hebreo, que tenía su centro en Jerusalén. Y así seguiría.
Pero el helénico más grande de todos estaba cerca: su influencia histórica sobrepasó con mucho la de Esteban y Felipe. Se llamaba Saulo, y empezó siendo enemigo enconado de los seguidores de Jesús.
Saulo era miembro de la tribu de Benjamín, y tenía el orgullo nacionalista de la raza judía, como puede verse en la descripción que hace de sí mismo en su Epístola a los Filipenses:
Filipenses 3.5.
[4]
Circuncidado al octavo día, de la raza de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo hijo de hebreos...
No es sorprendente que, como hijo de una familia benjaminita conservadora, se le diera el nombre del miembro de Benjamín más importante de la historia, el rey Saúl. Al menos éste lo fue hasta la llegada de Saulo.
Sin embargo, aunque Saulo se describa como «hebreo hijo de hebreos» (es decir, no sólo judío, sino judío de nacimiento, hijo de judíos), no pertenecía al partido hebreo de los primeros cristianos porque no había nacido ni en Judea ni en Galilea. Nació en Asia Menor y era, por tanto, del grupo helénico:
Hechos 21.59. ...
Yo soy judío, originario de Tarso, ciudad ilustre de la Cilicia...
Tarso era efectivamente la mayor ciudad de Cilicia. En sus primeros tiempos debió ser una ciudad hitita. Los mercaderes fenicios debieron asentarse allí en la gran época de Hirán de Tiro (cuando David y Salomón reinaban en Israel), y también acudieron los comerciantes griegos. En siglos posteriores, cuando la cultura helénica se puso de moda, Tarso proclamó que era una ciudad griega, pero en época romana aún conservaba un fuerte matiz egipcio.
Hacia el 850 aC, Tarso fue conquistada por el imperio asirio; después de la caída de éste estuvo bajo el dominio de los reyes persas y, luego, de los seléucidas. Pero siempre mantuvo una autonomía considerable y, en el 171 aC, el propio Antíoco IV le concedió la independencia.