Gusanos de arena de Dune (29 page)

Read Gusanos de arena de Dune Online

Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Gusanos de arena de Dune
11.67Mb size Format: txt, pdf, ePub

Thufir se puso tenso, pero enseguida se permitió una sonrisa satisfecha.

—Tendrías que haber salido del
Ítaca
hace mucho tiempo, Duncan. No veo que hayas conseguido nada escondiéndote. El campo negativo no ha sido una protección tan perfecta como debiera.

Garimi parecía satisfecha con la actitud de Duncan.

—Mis equipos de recuperación han inspeccionado el planeta y parece un lugar apto. ¿Significa eso que dejarás de oponerte a mis esfuerzos y que por fin nos dejarás establecer una colonia?

Las puertas del ascensor se cerraron y el grupo descendió hacia las cubiertas de los hangares, donde se estaba reponiendo el combustible de muchas naves.

—Eso ya se verá.

— o O o —

En el campamento, mucho después de que Stilgar y Liet se marcharan a primera hora de la mañana, Teg esperaba. A aquellas alturas Duncan ya habría sacado la conclusión obvia.

—¿Crees que nos mataran? —El tono de Sheeana era sorprendentemente pragmático, como si hubiera aceptado lo inevitable.

—A ti tal vez. Es a ti a quien culpan. —No hablaba con tono de broma. Aunque les habían dejado sentarse en el suelo en el exterior, sus captores seguían vigilándolos muy de cerca.

Sheeana dio un sorbo a una pequeña taza de agua.

—¿Eso es un chiste?

—Una distracción. —Teg levantó la vista al cielo—. Debemos confiar en que Duncan tome la decisión correcta.

—Tal vez piensa que podemos solucionar esto solos. Duncan tiene una gran fe en nuestras capacidades.

—Yo también. Si es necesario, puedo hacer una carnicería con esta gente. —Eligió la palabra deliberadamente.
Carnicería.
Lo que había hecho con las Honoradas Matres en la fortaleza de Gammu—. Y lo haría literalmente en un abrir y cerrar de ojos. Ya lo sabes.

Sheeana le había visto atacar a los adiestradores para ayudarles a escapar a ella, Thufir y el rabino, y también había visto hasta qué punto aquel breve episodio le había consumido.

—Sí, lo sé, Miles. Y rezo para que no sea necesario.

A lo lejos oyeron el zumbido de la pequeña aeronave que regresaba del desierto. Con su agudo sentido del oído Teg reconoció enseguida el sonido achacoso del motor. En el campamento todos se congregaron en la abarrotada zona de aterrizaje, impacientes por recibir a la partida de caza. Dos puntos aparecieron en el cielo, volando bajo; y enseguida aparecieron muchos otros puntos, como una bandada dispersa de pájaros migradores. El zumbido se hizo ensordecedor.

Teg se puso la mano por encima de los ojos y enseguida identificó muchas de aquellas aeronaves.

—Lanzaderas de minas y transportes ligeros de la no-nave.

Así que esta es la forma en que Duncan ha pensado rescatarnos.

Está tratando de impresionarles. Les ha enviado todo lo que tenemos.

—Obviamente, tenemos unas fuerzas muy superiores. Duncan podía haber tomado el camino más fácil y habernos rescatado por la fuerza.

Mientras veían acercarse las naves, Teg sonrió.

—Es demasiado listo para eso. Al igual que yo, prefiere evitar el derramamiento de sangre, sobre todo en un conflicto que no acaba de entender.

¿Le enseñé yo esa lección o me la enseñó él?
El Bashar reflexionó sobre sus vidas pasadas, y se dio cuenta de que no conocía la respuesta.

Más de cuarenta aeronaves aterrizaron en la explanada situada en las afueras del campamento. No se trataba de naves de guerra ni blindados, aunque algunas de ellas tenían armas defensivas. El Bashar y Sheeana se dirigieron hacia la lanzadera minera más grande. Nadie trató de detenerles; todos estaban demasiado impresionados por lo que veían.

Teg se llevó una sorpresa cuando vio que Duncan Idaho en persona bajaba por la rampa de la nave de cabeza, con su uniforme tradicional de la Casa Atreides, las botas abrillantadas y la insignia de su rango. Si los qelsanos llevaban mil quinientos años viviendo al margen del Imperio Antiguo, probablemente no reconocerían aquellos símbolos, pero aun así el uniforme le daba a su amigo un aura distinguida de mando, y sin duda transmitía seguridad.

Duncan paseó la mirada entre los confusos acampados, hasta que vio a Teg y Sheeana. Se dirigió hacia ellos con una expresión visiblemente aliviada.

—Estáis vivos. ¿Ilesos también?

—Stuka no —dijo Sheeana con un deje de amargura.

—No tendrías que haber abandonado la no-nave —dijo Teg—. Ahora eres vulnerable, eres visible para quienes te buscan y su extensa red.

—Que me encuentren. —Duncan parecía impertérrito, como si hubiera llegado a una conclusión inevitable—. Esta interminable persecución no nos lleva a ningún sitio. No podré derrotar al Enemigo a menos que me enfrente a él.

Sheeana miró al cielo con nerviosismo, como si esperara ver aparecer en cualquier momento al anciano y la anciana.

—Garimi podía haber dirigido el ataque, o incluso Thufir. Y en vez de eso te has dejado llevar por tus emociones.

—Las tomé en consideración cuando tomé la decisión correcta. —Duncan se ruborizó, como si estuviera ocultando la verdadera respuesta, y se apresuró a dar una explicación—. Hablé por una línea con Stilgar y Liet-Kynes cuando venía hacia aquí. Los interceptamos en el desierto, así que tengo cierta idea de lo que está pasando. Sé que han matado a Stuka… y por qué.

—¿Y te sorprende encontrarme con vida? —preguntó Sheeana—. Espero que lo agradezcas.

Teg les interrumpió.

—La muerte de Stuka ha sido una reacción desproporcionada y trágica. Esta gente dio por sentadas ciertas cosas sobre nosotros.

—Sí, Miles —dijo Duncan asintiendo—. Y si yo hubiera respondido también de manera desproporcionada utilizando nuestro armamento superior, eso habría provocado muchas más muertes y una tragedia mucho mayor. Es justo lo que habría hecho en una de mis vidas anteriores, en cambio ahora solo he tenido que pensar qué habrías hecho tú.

Stilgar y Liet salieron con los comandos de la aeronave de carga. Los dos jóvenes gholas tenían un aire endurecido, una nueva vida en sus ojos. En Qelso el naib fremen y el planetólogo habían encontrado algo que los reenergizó y los transportó a otros tiempos.

Teg sabía lo que los gholas habían tenido que pasar desde el momento en que recuperaron sus recuerdos. En el
Ítaca
habían tenido una vida protegida y cómoda, habían tenido que contentarse leyendo sobre sus vidas pasadas y viendo los gusanos de arena de la cubierta de carga, como si fueran especímenes en un zoo. Pero ahora aquellos dos gholas podían recordar el verdadero Arrakis. Las vidas de Stilgar y Kynes no fueron más seguras ni más cómodas en los viejos tiempos, pero en aquel entonces los dos tenían una conciencia muy clara de quiénes eran.

Otros salieron de las naves que acababan de aterrizar: Thufir, Garimi y más de una docena de hermanas, musculosos obreros Bene Gesserit, niños de segunda generación nacidos en la no-nave y que ponían el pie en un planeta por primera vez en su vida. Cinco de los seguidores del rabino salieron al sol y contemplaron aquellos paisajes abiertos llenos de asombro. De hecho, el anciano salió también, pestañeando con sus lentes y sus ojos sabios.

Var miró con admiración las lanzaderas mineras y los transportes ligeros; también a sus nuevos compañeros Liet y Stilgar. Alzó el mentón. Por lo visto, Duncan también había hablado con el cabecilla del campamento durante el vuelo de regreso del desierto.

—Duncan Idaho, tú sabes a qué peligros nos enfrentamos, a lo que se nos ha empujado. Somos los únicos dispuestos a plantar cara a la muerte de este planeta. Nosotros no trajimos el desierto. No tenéis derecho a condenar nuestros actos.

—No os condeno por vuestra lucha, pero no puedo perdonar lo que le habéis hecho a nuestra compañera. Hace años, las Bene Gesserit llegaron a vuestro planeta y actuaron sin pensar en las consecuencias. Vosotros habéis hecho lo mismo.

El viejo cabecilla meneó la cabeza. Sus ojos ardían de ira e indignación.

—Matamos a las brujas que trajeron aquí a las truchas de arena. Hemos visto otra bruja y la hemos matado.

Duncan cortó bruscamente lo que sin duda se iba a convertir en una discusión sin sentido.

—Cogeremos a nuestros amigos y nos iremos. Os dejaré que sigáis con vuestra lucha inútil contra un desierto al que no podréis derrotar.

Teg y Sheeana se adelantaron, impacientes por abandonar aquel lugar; en cambio Liet y Stilgar se quedaron donde estaban, mirándose el uno al otro. Stilgar cuadró los hombros y habló.

—Duncan, Bashar…, Liet y yo hemos pensado mucho. Esto es un desierto… no nuestro desierto, pero es lo más cerca que hemos estado de uno en nuestras vidas de gholas. Se nos trajo de nuevo a la vida con un propósito. Las capacidades de nuestras vidas pasadas son un recurso vital en un lugar como este.

Liet-Kynes tomó el relevo, como si tuvieran ensayado lo que iban a decir.

—Mirad a vuestro alrededor. ¿Podéis imaginar un mundo donde nuestros talentos sean más necesarios? Somos guerreros entrenados contra lo imposible. Estamos habituados al combate en el desierto. Como planetólogo, conozco las mejores formas de controlar el avance de las dunas y sé más sobre el ciclo vital de los gusanos que la mayoría.

—Nosotros podemos enseñar a esta gente a construir sietches en el desierto más inhóspito —añadió Stilgar con apasionamiento—. Podemos enseñarles a hacer verdaderos destiltrajes. Quizá algún día podamos volver a montar a los grandes gusanos. —La voz le falló—. Nadie puede detener el desierto, pero sí podemos ayudar a esta gente a seguir viva. Volved a la no-nave, pero a nosotros nos necesitan aquí.

Sheeana se detuvo ante la escotilla de la nave más próxima, visiblemente disgustada.

—Eso no es posible. Necesitamos a todos los gholas en el
Ítaca
. Cada uno de vosotros fue creado, educado y entrenado para ayudarnos frente al Enemigo.

—Pero nadie sabe en qué forma, Sheeana —señaló Duncan, conmovido por lo que habían dicho los dos jóvenes—. Nadie sabe con certeza para qué necesitamos a Stilgar y Liet, o incluso por qué luchamos exactamente.

—No somos una herramienta o un juguete. —Stilgar cruzó los brazos sobre el pecho—. Somos seres humanos con voluntad propia, independientemente de la forma en que se nos ha creado. Yo no pedí estar al servicio de las brujas Bene Gesserit.

Liet apoyó a su amigo.

—Esto es lo que queremos hacer y ¿quién puede asegurar que no es nuestro destino? Podríamos salvar un planeta, o al menos a su población. ¿No es un objetivo lo bastante importante?

Teg comprendía su dilema. Aquellos dos gholas habían encontrado algo a lo que podían aferrarse, una batalla en la que sus capacidades eran realmente necesarias. Él mismo había sido creado como un peón, y le habían obligado a desempeñar ese papel.

—Deja que se vayan, Sheeana, ya tienes bastantes sujetos experimentales en la nave.

Thufir Hawat se acercó al Bashar, feliz de ver a salvo a su mentor. Lanzó una mirada trastornada a Sheeana.

—¿Es eso lo que somos para ellas, Bashar? ¿Sujetos experimentales?

—En cierto modo sí. Y ahora debemos volver a nuestra jaula. —Estaba impaciente por marcharse de aquel planeta moribundo, antes de que aparecieran nuevos problemas.

—No tan deprisa —dijo el viejo rabino dando un paso adelante—. Mi gente no tiene ni ha tenido nunca nada que ver con vuestra imparable huida por el espacio. Siempre hemos querido un lugar donde establecernos. Comparado con las cubiertas de metal y las pequeñas cámaras de la nave, este planeta parece bueno.

—Qelso se muere —dijo Sheeana. El rabino y sus compañeros se limitaron a encogerse de hombros.

Var frunció el ceño, igual que algunos de los nómadas que estaban junto a él.

—No necesitamos más gente que agote nuestros recursos. Seréis bienvenidos solo si estáis dispuestos a luchar contra el desierto.

Isaac, uno de los judíos jóvenes y fuertes, asintió.

—Si nos quedamos, lucharemos y trabajaremos. Nuestro pueblo está acostumbrado a sobrevivir cuando el resto del universo está contra nosotros.

43

No importa a donde vaya, no importa lo que deje atrás, mi pasado está siempre conmigo, como una sombra.

D
UNCAN
I
DAHO
, cuaderno de bitácora de la no-nave

Liet-Kynes y Stilgar volvieron al
Ítaca
para reunir archivos y parte del material que necesitarían para supervisar los cambios climáticos de Qelso. Liet incluso convirtió varias boyas sensoras sobrantes en satélites meteorológicos que la no-nave puso en órbita.

Se despidió de los otros niños-ghola que habían crecido con él… Paul Atreides, Jessica, Leto II. Y Chani, su hija. Con una profunda emoción, Liet tomó la mano de la joven, que físicamente tenía casi tres años más que él. Le sonrió.

—Chani, algún día me recordarás como era en Arrakis… en los Sietches, como Planetólogo Imperial o como Árbitro del Cambio, llevando a cabo el sueño de mi padre para los fremen y Dune.

La expresión de ella era intensa, como si estuviera tratando de encontrar algún pequeño destello de recuerdo mientras le escuchaba. Liet soltó su mano y le tocó la frente, sus cabellos rojo oscuro.

—Quizá fui un líder fuerte, pero me temo que no fui un buen padre. Así que, antes de partir, debo decirte que te quiero. Te quería entonces y te quiero ahora. Cuando me recuerdes, piensa en todo lo que compartimos.

—Lo haré. Si recordara ahora, seguramente querría volver contigo al desierto. También Usul.

A su lado, Paul meneó la cabeza.

—Mi sitio está aquí. Nuestra lucha es más importante que un desierto.

Stilgar aferró a su amigo por el brazo para que se apresurara.

—Este planeta es lo bastante grande para nosotros. En mi corazón siento que este es el motivo por el que se nos ha traído de vuelta a la vida, tanto si Sheeana lo entiende como si no. A pesar de lo que pueda parecernos ahora, quizá algún día todos veremos que en realidad esto también formaba parte de la gran batalla.

Entretanto, el rabino habló con sus cincuenta y dos entusiastas seguidores en sus estaciones en la no-nave. Isaac y Levi habían asumido muchas de las responsabilidades del anciano, y a una señal del hombre indicaron a los judíos que recogieran sus pertenencias y prepararan los refugios prefabricados que había en las inmensas cámaras de almacenamiento del
Ítaca
. Poco después, todos habían descendido a la superficie en las lanzaderas y empezaron a descargar sus cosas bajo la supervisión de Isaac.

Other books

The Fregoli Delusion by Michael J. McCann
In Every Way by Nic Brown
Mended by J. L. Drake
Brass Monkeys by Terry Caszatt
Freelance Love by Alvarez, Barbara
What an Earl Wants by Shirley Karr
Passion in Restraints by Diane Thorne
Novels 02 Red Dust by Fleur Mcdonald