Read Gusanos de arena de Dune Online
Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert
Tags: #Ciencia Ficción
Se preguntó si la Cofradía Espacial estaría siquiera al corriente de la destrucción del crucero de Edrik. Es posible que no. De todos modos, eran tantos los navegantes que habían desaparecido que ¿qué importaba uno más? Si era necesario, dejando una pista aquí y otra allá, Khrone podía achacar fácilmente la pérdida a un ataque de la flota de las máquinas pensantes. Omnius sería por lo menos un perfecto cabeza de turco.
La miríada de Danzarines Rostro tenía sus tentáculos por todas partes. Los ixianos estaban construyendo unas supuestas armas, vaciando los cofres de especia de Casa Capitular. La Cofradía dependía enteramente de sistemas de navegación informatizados para sus nuevas naves, y los navegantes no tenían ninguna fuente de melange.
Todos los enemigos de los Danzarines Rostro caerían. Él se encargaría de eso. Los tleilaxu perdidos y los maestros originales ya habían sido eliminados. Khrone tenía a los ixianos en un puño. A continuación venía la Nueva Hermandad, la Cofradía, y toda la humanidad. Y finalmente, cuando él y sus seguidores derrotaran a las maquinas pensantes, nada permanecería salvo los Danzarines Rostro. Y eso sería bastante.
Satisfecho consigo mismo, Khrone avanzó por el muelle y arrancó la red de soopiedras de manos de las mujeres que estaban tratando de clasificarlas.
—Vuestra producción ha descendido drásticamente, muchos mercaderes de la CHOAM han tenido que irse con las manos vacías.
Corysta no se apartaba de su lado.
—Espero contratar mercenarios para que sigan la pista a los gusanos de mar. Es posible que encontremos algo interesante… tal vez mucho más valioso que las soopiedras.
Así que aquella mujer ya tenía sus sospechas sobre la ultraespecia.
—¡Lo dudo! —dijo. Khrone cogió la red de soopiedras y volvió hacia la pista de aterrizaje. Meditando por unos momentos en el inmenso tablero de juego, decidió que finalmente había llegado el momento de dirigirse al corazón del imperio de las máquinas. Entregaría la ultraespecia a Omnius y dejaría que la supermente siguiera con su absurdo sueño de crear y controlar su propio kwisatz haderach.
Al final eso no le serviría de nada.
Pensamos que la confesión debería llevar al perdón y la redención. Sin embargo, normalmente solo consigue provocar nuevas acusaciones.
D
OCTOR
W
ELLINGTON
Y
UEH
, entrada cifrada
En la cámara axlotl se respiraba el olor a muerte. Duncan no podía dejar de mirar la carne fría y quieta del tanque y los visibles signos de necrosis. Sentía rabia e impotencia corroyéndole las entrañas. ¿En quién se habría convertido ese pequeño? Sheeana no había querido decírselo. ¡Malditas las Bene Gesserit y sus secretos!
—No toquéis nada —advirtió Teg—. Traedme todas las imágenes de seguridad enseguida. Esta vez encontraremos al saboteador.
—Una de las hermanas corrió a buscar las grabaciones.
Entretanto, el joven Thufir acordonó una zona alrededor del tanque y el ghola no nacido. Recuperado casi del intento de despertar sus recuerdos que tan espantosamente mal había salido, en aquellos momentos siguió estrictamente los métodos que el Bashar le había enseñado. El corrosivo veneno había destruido completamente el feto y había traspasado la pared del vientre que lo mantenía con vida. De alguna forma, el tanque había caído al suelo y unos charcos amarillentos rodeaban el cuerpo.
Sheeana se volvió hacia las otras hermanas.
—Traed a Jessica. Inmediatamente.
Duncan le dedicó una mirada áspera.
—¿Jessica, por qué? ¿Es sospechosa?
—No, pero esto le dolerá. Quizá no tendría que decírselo…
En ese momento Teg recibió el holotubo de vigilancia de manos de una de las Bene Gesserit.
—Revisaré cada segundo. Tiene que haber algún detalle que señale al traidor.
—No será necesario. Yo he matado al ghola. —La voz de un hombre joven. Todos se volvieron para mirar al sombrío doctor Wellington Yueh—. Tenía que hacerlo. —Thufir se movió con rapidez para aferrarlo del brazo, pero Yueh no se resistió. Se mantuvo firme, preparado para contestar a sus preguntas—. Podéis castigarme si queréis, pero no podía permitir que dejaseis suelto a otro mentat pervertido. Piter de Vries solo habría podido causar dolor y derramamiento de sangre.
Duncan captó enseguida las implicaciones de las palabras de Yueh; Sheeana habló con expresión perpleja.
—¿Piter? ¿De qué estás hablando?
Yueh no trató de soltarse del brazo de Thufir.
—Fui testigo de su maldad en primera persona, no podía permitir que lo trajerais de vuelta. Nunca.
En ese momento, una Jessica joven y sin aliento llegó corriendo con la pequeña Alia detrás. Alia tenía una mirada penetrante y ávida, cargada de una madurez y entendimiento que una niña de tres años no debía tener. Llevaba consigo una muñeca regordeta que recordaba notablemente una versión joven del obeso barón Harkonnen. Uno de los brazos casi se había soltado. Leto II seguía a su abuela con expresión curiosa y preocupada.
Sheeana continuaba sin comprender.
—¿Qué tiene que ver Piter de Vries con todo esto?
Yueh puso expresión de desagrado.
—No intente despistarme con sus mentiras. Sé quién era ese ghola.
—Ese bebé no era Piter de Vries. —Sheeana lo dijo con tono normal—. Habría sido el duque Leto Atreides.
Yueh miró como si le hubiera golpeado con un hacha.
—No había error posible… hice una comparación genética.
El rostro de Jessica, que escuchaba junto a la entrada, se iluminó por un momento, para llenarse enseguida de pesar.
—¿Mi Leto?
Yueh trató de dejarse caer de rodillas, pero Thufir le obligó a mantenerse en pie.
—¡No! ¡No puede ser!
Con la perspicacia de un adulto, Alia trató de sujetar la mano de su madre, pero Jessica se apartó de los dos niños para acercarse al doctor Suk.
—¿Has matado a mi duque? ¿Otra vez?
Se llevó las manos a las sienes.
—No puede ser. Vi los resultados yo mismo. Era Piter de Vries.
Thufir Hawat alzó el mentón.
—Al menos hemos descubierto a nuestro saboteador.
—¡Yo jamás habría matado al duque! Yo amaba a Leto…
—Y ahora le has matado por segunda vez —dijo Jessica, pinchándolo con cada palabra afilada—. Leto, mi Leto…
Finalmente, Yueh entendió el comentario de Thufir.
—¡Pero yo no maté a los otros tres gholas ni a sus tanques! No he cometido ningún otro acto de sabotaje.
—¿Cómo vamos a creerte? —dijo Teg—. Esto requerirá nuevas investigaciones. A la vista de esta nueva información, revisaré todas las pruebas.
Sheeana estaba visiblemente afectada, pero sus palabras sorprendieron a todos.
—Mi sentido de la verdad me dice que debo creerle.
El tanque de carne y el bebé no nacido yacían en el suelo descomponiéndose químicamente. Unas líneas negras cubrieron los tejidos y se extendieron al charco que lo rodeaba. Yueh trató de arrojarse al charco corrosivo, como si pensara que así podría matarse.
Pero Thufir se lo impidió con brazo de hierro.
—Todavía no,
traidor
.
—Nada bueno puede salir de todo esto —dijo el viejo rabino desde la puerta del centro médico. Nadie le había oído llegar.
Desesperado, Yueh lo miró.
—Comprobé las muestras que usted me dio… ¡el bebé era Piter de Vries!
El anciano retrocedió como un pajarillo asustado. La sola idea de que alguien sugiriera que él había provocado a aquel joven inestable parecía indignarle.
—Sí, te di una muestra que conseguí en el laboratorio axlotl. Pero yo solo planteé una duda… jamás habría insinuado que cometieras un asesinato. ¡Asesinato! Yo soy un hombre de Dios, tú eres médico… un doctor Suk. ¿Quién podía imaginar…? —Meneó la cabeza. Su barba canosa parecía especialmente desordenada—. ¡Ese tanque al que has matado podía haber sido Rebecca! Yo jamás te habría sugerido algo así.
En la sala todos intercambiaron miradas, aceptando en silencio que, después de todo, Yueh debía de ser el saboteador.
—No he sido yo —dijo—. Las otras veces no fui yo. ¿Por qué iba a confesar este crimen y negar los otros? El crimen sigue siendo el mismo.
—No, en absoluto —dijo Jessica con voz tomada—. Este era mi duque… —Se dio la vuelta y se fue, mientras Yueh la miraba con expresión suplicante.
Cada humano, por muy altruista o pacífico que sea, lleva en su interior la capacidad de una violencia tremenda. Esta cualidad me resulta particularmente fascinante, sobre todo porque puede permanecer latente durante extensos períodos y estallar de forma inesperada. Pensemos si no en la mujer, tradicionalmente dócil. Cuando estas dadoras de vida deciden quitarla, su ferocidad es un bonito espectáculo.
E
RASMO
, notas de laboratorio
En Casa Capitular, la reunión de Reverendas Madres degeneró rápidamente en sentimientos asesinos.
Con los ojos relampagueando, Kiria se puso en pie y apartó la silla-perro.
—Madre comandante, tiene que aceptar ciertos hechos. Casa Capitular ha quedado más que diezmada. Los ixianos aún no nos han proporcionado los destructores que prometieron. Sencillamente, no podemos ganar esta lucha. Mientras no lo admitamos no podremos hacer planes realistas.
Murbella miró a la antigua Honorada Matre con ojos cansados e imperturbables.
—¿Como por ejemplo? —La madre comandante se manejaba con tantas crisis, obligaciones y problemas irresolubles que apenas podía concentrarse en los informes que llegaban a una central eminentemente vacía. La epidemia ya había pasado, todos los que tenían que morir habían muerto. Con la excepción de los habitantes de la estación científica de Shakkad, aislada en el desierto, los únicos supervivientes del planeta eran Reverendas Madres.
Y mientras, las máquinas pensantes habían seguido avanzando por el espacio, adentrándose más en el Imperio Antiguo… aunque al enviar sondas exploradoras y plagas a Casa Capitular habían roto el patrón lógico de su avance. Omnius sin duda conocía la importancia de la Nueva Hermandad. Una victoria clave allí podía acabar con las luchas dispersas en el resto de la humanidad.
—Cojamos lo que necesitemos —dijo Kiria—, copiemos nuestros archivos y perdámonos en el universo desconocido para crear nuevas colonias. Las máquinas pensantes son implacables, pero nosotras podemos ser rápidas e impredecibles. Por la supervivencia de la humanidad y de la Hermandad, debemos dispersarnos, reproducirnos y seguir con vida. —Las otras Reverendas Madres observaban con cautela.
En su interior Murbella sentía arder la ira.
—Esas viejas actitudes han demostrado ser equivocadas una y otra vez. No podemos sobrevivir simplemente huyendo o reproduciéndonos más deprisa de lo que Omnius puede matarnos.
—Muchas hermanas piensan como yo… las que aún viven, claro. Nos ha dirigido durante casi un cuarto de siglo, y su política ha fracasado. En Casa Capitular casi todos han muerto. Esta crisis nos obliga a reconsiderar nuevas alternativas.
—Querrás decir viejas. Tenemos demasiado trabajo por delante para reabrir este viejo debate. ¿Ya está listo el test genético para los Danzarines Rostro? Es de importancia vital para todos los gobiernos planetarios importantes. Nuestros científicos llevan semanas estudiando los cadáveres y debemos enviar…
—No cambie de tema, madre comandante. Si no es capaz de tomar una decisión racional, de ver que tenemos que adaptarnos a las circunstancias, entonces la desafío por el liderazgo.
Laera se apartó de la mesa, perpleja, mientras Janess observaba a su madre sin demostrar ninguna emoción. Cuando la epidemia cumplió su ciclo, la joven Bashar regresó de las batallas del perímetro.
Murbella se permitió una sonrisa fría mientras miraba a Kiria. Su voz rezumaba acidez.
—Pensaba que habíamos acabado con estas tonterías hacía años. —Murbella había luchado contra numerosas oponentes, las había matado a todas. Pero Kiria estaba dispuesta a volver a intentarlo—. Elige un lugar y una hora.
—¿Elegir? Muy típico, madre comandante… posponer lo que debe hacerse ahora. —En un destello veloz como un impulso nervioso, Kiria saltó golpeando con el pie. Murbella giró, doblando la espalda con una flexibilidad que incluso a ella la sorprendió. El borde mortífero del pie de Kiria quedó a un suspiro de su ojo izquierdo. La atacante cayó de pie, lista para seguir peleando—. No podemos elegir un lugar y un momento para luchar. Debemos estar siempre listas, adaptarnos. —Volvió a saltar, con las manos extendidas y los dedos rígidos como estacas para ensartar la garganta de Murbella.
Ella se apartó. Antes de que su oponente pudiera apartar la mano, Murbella la agarró por el brazo y la estampó contra la mesa del consejo, provocando un revuelo de láminas de cristal riduliano. Kiria se estrelló contra una silla-perro. En un furioso reflejo, su puño atravesó la piel peluda del plácido animal y derramó su sangre por el suelo. Aquella pieza viva de mobiliario murió con apenas un instante de alarma y dolor.
Murbella saltó sobre la mesa y de una patada arrojó un proyector holográfico contra su oponente. El borde afilado del aparato golpeó a Kiria en la frente y provocó un corte que sangró profusamente. La madre comandante se agachó, lista para defenderse de un ataque frontal, pero Kiria saltó bajo la mesa y la volcó haciendo fuerza con la espalda. Murbella cayó y Kiria saltó sobre la mesa volcada y se arrojó sobre la madre comandante. Le rodeó la garganta con manos ágiles en una forma primitiva pero efectiva de asesinato.
Con los dedos rígidos, Murbella golpeó el costado de Kiria con la suficiente fuerza para romperle dos costillas, pero al mismo tiempo sintió el chasquido de sus dedos al romperse. En lugar de retirarse como esperaba, Kiria se retorció de dolor, levantó a Murbella por el cuello y le golpeó la cabeza con fuerza contra el suelo.
A Murbella le pitaban los oídos y sintió que el cráneo se le partía. Puntos negros de inconsciencia revoloteaban ante sus ojos como diminutos buitres esperando carne fresca. Tenía que mantenerse despierta, seguir luchando. Si se desmayaba, Kiria la mataría. Y si la derrotaba, no solo perdería su vida, también perdería la Hermandad. El destino de toda la humanidad dependía de aquel momento.
—Janess observaba a su madre angustiada, pero Laera y las otras Reverendas Madres estaban bien entrenadas y no intervinieron. La unificación con las Honoradas Matres había requerido ciertas concesiones por parte de la Bene Gesserit, incluido el derecho de todas a desafiar el liderazgo de la madre comandante.