Read Gusanos de arena de Dune Online
Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert
Tags: #Ciencia Ficción
Murbella gritó.
—¡Esperad! ¿Por qué no comprobar si realmente son Danzarines Rostro antes de matar a nadie…?
La anciana pasó a empujones, ansiosa por llegar a los funcionarios. Pisó a Murbella, oyó sus advertencias, y entonces se volvió hacia ella entrecerrando los ojos con expresión viperina.
—¿Por qué duda, Reverenda Madre? Ayúdenos a atrapar a los traidores. ¿O es que también es uno de ellos?
Los reflejos de Honorada Matre de Murbella hicieron que su mano saliera disparada y asestó en el cuello de la mujer un golpe que la dejó inconsciente. No pretendía matarla, pero cuando su acusadora se desplomó sobre las escaleras, una docena de personas la arrolló.
Con el corazón martilleándole en el pecho, Murbella se pegó contra la pared para evitar la estampida. Si alguien hubiera pronunciado las palabras fatídicas —¡Danzarín Rostro! ¡Danzarín Rostro!— y los dedos la hubieran señalado a ella, la chusma la habría matado sin vacilar. Y ni siquiera con sus capacidades superiores de lucha podría haberse defendido contra tanta gente.
Retrocedió un poco más y se refugió detrás de la estatua de un héroe olvidado de los Tiempos de la Hambruna, parapetándose tras su mole de plazpiedra. La multitud enfervorecida aplastaría a muchos de sus propios integrantes en su afán por entrar en el edificio.
Murbella oyó gritos dentro, disparos, pequeñas explosiones. Algunos de los funcionarios debían de llevar armas personales para protegerse. Murbella esperó; sabía que pronto se habría acabado.
El sangriento ataque se consumió en media hora. La chusma encontró y asesinó a los veinte funcionarios sospechosos. Y entonces, con una sed de sangre que aún no estaba saciada, se volvieran contra otros miembros de la chusma que no habían demostrado el suficiente entusiasmo, hasta que finalmente toda aquella violencia quedó en un agotamiento culpable…
La madre comandante Murbella entró en el edificio, en toda su estatura, y vio las ventanas, las vitrinas y las obras de arte destrozadas. Los jubilosos asesinos arrastraron los cuerpos hasta la galería legislativa principal. Casi treinta hombres y mujeres muertos, algunos por disparos, otros a golpes, y con tanta saña que a duras penas se reconocían si eran hombres o mujeres. Los cadáveres del pulido suelo de piedra tenían expresiones de terror.
Ciertamente, uno de los cuerpos que había en aquel revoltijo de sangre era un Danzarín Rostro.
—¡Teníamos razón! Ve, Reverenda Madre. —Un hombre señaló al cambiador de forma muerto—. Se habían infiltrado, pero hemos descubierto al enemigo y lo hemos matado.
Murbella miro a su alrededor, a todos aquellos inocentes asesinados para descubrir a un Danzarín Rostro. ¿Cuál era la economía del derramamiento de sangre? Trató de pensar fríamente. ¿Cuánto daño podía haber causado aquel único Danzarín Rostro al revelar sus puntos débiles al Enemigo que se acercaba? ¿Un daño equivalente a aquellas vidas? Sí, y más, tuvo que admitir.
Por su exaltación, era evidente que la gente de Oculiat consideraba aquel levantamiento una victoria, y Murbella no se lo podía discutir. Pero si aquella oleada de vigilantismo demencial continuaba, ¿caerían todos los gobiernos? ¿Incluso en Casa Capitular? ¿Y entonces quien organizaría a la gente para que se defendiera?
Las mentes débiles son crédulas. Cuanto más débiles son los procesos mentales, más ridículas son las ideas que son capaces de creer. Una mente fuerte como la mía puede convertir eso en una ventaja.
B
ARÓN
V
LADIMIR
H
ARKONNEN
, grabaciones originales
A pesar de estar desarmado, el barón miró con expresión burlona al perro mestizo de ojos rojos. El animal avanzó gruñendo sobre el suelo de losas, enseñando sus dientes afilados, listo para saltar.
Por fortuna, el barón había matado a aquella bestia con un dardo envenenado hacía un tiempo, y aquella versión mecánica disecada se limitaba a realizar una simulación programada. El simulacro se quedó inmóvil cuando el barón hizo una señal con la mano. Un juguete divertido.
Paolo, que tenía nueve años, iba por la sala de trofeos admirando los animales expuestos. El barón había llevado con él al joven a muchas cacerías en el prístino y agreste paisaje de Caladan, par que conociera la muerte de primera mano. Era bueno para su desarrollo y su educación.
Rabban siempre había disfrutado de tales cosas, pero al principio Paolo se resistía a participar en la carnicería. Tal vez era un defecto de sus genes. Sin embargo, el barón había ido rompiendo poco a poco su resistencia. Con un vigoroso entrenamiento y un sistema de recompensas y castigos (sobre todo esto último), casi había conseguido eliminar el fondo de bondad innata del ghola de Paul Atreides.
Los satélites meteorológicos habían anunciado lluvias persistentes y viento para el resto de la semana. El barón esperaba poder salir a una nueva cacería, pero el frío y el agua le habrían agriado la expedición. Él y Paolo estaba atrapados en el castillo. Entre los dos se había formado un notable vínculo. La Casa Atreides y la Casa Harkonnen… ¡qué ironía! Pero, aunque Paolo era un clon del odiado hijo del duque, con una educación adecuada empezaba a parecerse más a un Harkonnen.
Después de todo, es tu nieto
, le azuzó la voz interior de Alia.
Conteniendo el impulso de gritarle, el barón observó cómo cuatro obreros con suspensores subían un inmenso mastafonte disecado a una vitrina. Otra criatura casi extinguida, y sin embargo, había cargado contra ellos por el campo el otoño pasado, tratando de ensartarlos con sus cuernos serrados. El barón, Paolo y media docena de guardas abrieron fuego con pistolas láser, discos cortantes y dardos envenenados, e hicieron picadillo a la fiera antes de que finalmente se desplomara. ¡Una cacería de lo más emocionante!
Paolo miraba las criaturas animadas de los estantes.
—En vez de salir fuera, podemos hacer una cacería aquí. Podemos hacer como si no estuvieran muertos. Así no nos tendremos que preocuparnos del frío y la lluvia.
El barón miró los cielos tormentosos, preguntándose si realmente era el tiempo lo que motivaba la desgana de Paolo.
—No me importa el dolor, pero si hay que estar incómodo la cosa cambia. —Miró a su alrededor, calibrando los daños que podía causar. Y sonrió.
—¡Tienes toda la razón, chico! —Y le gustó el tono profundo que empezaba a adquirir su voz.
Ordenaron a la servidumbre que trajera un surtido de pistolas láser y de dardos, espadas y cuchillos para su próxima aventura de caza. Cuando los mecanismos se activaron, los animales muertos empezaron a moverse como locos por toda la sala. Los dos cazadores se pusieron a cubierto, imaginando el peligro, y empezaron a derribar a las criaturas mecánicas de sus estantes, cortando a través de huesos protéticos y carne disecada. Finalmente, activaron el gran mastafonte y vieron cómo cargaba sobre los despojos del suelo. Lo cogieron en un fuego cruzado de sus pistolas láser y le amputaron las patas. La bestia se desplomó sobre el suelo, mientras sus servos automáticos se encogían…
Al barón aquella violencia le resultó altamente satisfactoria, e incluso Paolo pareció animarse con la actividad. Después, los bravos cazadores estudiaron los daños y salieron al pasillo entre risas. El barón vio a tres obreros, que miraron como si quisieran volverse invisibles.
—¡Entrad ahí dentro y recogedlo todo!
Siempre tienes que liarlo todo, ¿verdad, abuelo?
El barón se oprimió la cabeza entre las manos.
—¡Cierra la boca, maldita seas! —Alia se puso a tararear tonadas repetitivas, pensadas para sacarle de quicio, sin duda. Cuando el desconcertado Paolo empezó a acosarle con sus preguntas, el Barón lo apartó de una torta—. ¡Déjame en paz! ¡Eres tan malo como tu hermana!
Paolo huyó, confuso y sorprendido.
La voz chirriante de la niña resonó por su cabeza hasta que no pudo soportarlo. Sin ver apenas por dónde iba, el barón chocó con una de las estatuas macizas de los Harkonnen y corrió hacia el acantilado.
—Me tiraré… lo juro, Abominación… si no me dejas en paz me tiraré.
Hasta que no llegó al borde rocoso y azotado por el viento, la voz de Alia no se desvaneció finalmente en un dulce silencio. El barón se desplomó sobre las rodillas en la elevada pasarela de piedra, mirando con un delicioso vértigo aquella tremenda caída. Quizá tendría que hacerlo de todos modos, arrojarse contra las rocas negras y las aguas revueltas. Si los malditos Danzarines Rostro le necesitaban tan desesperadamente, siempre podrían crear otro ghola, y quizá no saldría tan defectuoso. ¡El barón Harkonnen volvería!
Notó una mano sobre su hombro. Reuniendo la poca dignidad que le quedaba levantó la vista y vio a un Danzarín Rostro de nariz chata que le miraba. A él todos los cambiadores de forma le parecían iguales, y sin embargo sabía que aquel era Khrone.
—¿Qué quieres?
—Tú y Paolo abandonaréis Caladan para no volver —dijo el Danzarín Rostro con tono oficioso—. La gran guerra avanza y la supermente ha decidido que necesita al kwisatz haderach a su lado. Omnius quiere que completes la educación del chico bajo su supervisión directa en el corazón del imperio de las máquinas. Partiréis hacia Sincronía en cuanto la nave esté lista.
El barón desplazó su mirada más allá del Danzarín Rostro, hasta Paolo, que estaba agazapado tras una estatua, lo bastante cerca para escuchar la conversación, chasqueó la lengua, ¡aquel crío era tan persistente como Piter de Vries! Cuando vio que le habían descubierto, Paolo, corrió tranquilamente hacia ellos.
—¿Está hablando de mí?
—Háblale a Paolo de su destino por el camino —le dijo Khrone al barón—. Más que eso. Haz que se lo crea.
—Paolo tiene tendencia a creerse cualquier cosa que refuerce sus delirios de grandeza —dijo el barón sin hacer caso del chico—. Así… ¿todo ese asunto del kwisatz haderach es… real?
Aunque los Danzarines Rostro finalmente le habían explicado la verdad, la idea seguía pareciéndole absurda. No creía que el joven ghola pudiera ser tan importante en el gran esquema de las cosas.
En su estado neutro normal, Khrone tenía un aspecto espeluznante. Las sombras que rodeaban sus ojos se oscurecieron delatando su desagrado.
—Yo lo creo, y también Omnius. ¿Quién eres tú para cuestionarlo?
Créelo, abuelo querido
, dijo la voz irritante.
Sólo por sus genes Paul Atreides tiene el potencial de ser mucho más grande de lo que tú serás jamás, en ninguna encarnación.
El barón se negó a contestar, ni en voz alta ni en su pensamiento. Cuando no hacía caso, con frecuencia conseguía que la Abominación se callara.
Y ahora se iban a Sincronía, el hogar de Omnius. Estaba deseando ver el imperio de las máquinas pensantes. Nuevos retos, nuevas oportunidades.
A pesar de la suma de los recuerdos de su primera vida, los relatos sobre las perversas máquinas pensantes y la Yihad Butleriana eran demasiado lejanos para parecer relevantes. Y, aunque estaba resentido con los Danzarines Rostro, se alegraba de estar en el bando de los más fuertes.
Más tarde, durante el viaje a órbita en la lanzadera, el barón contempló la línea de la costa, los pueblos, las nuevas chimeneas, las minas a cielo abierto de Caladan. En su entusiasmo, Paolo corría de una ventana a otra.
—¿Tendremos un viaje largo?
—No soy piloto. ¿Cómo quieres que lo sepa? Las máquinas pensantes deben de estar muy lejos, de otro modo los humanos habrían sabido de su presencia mucho antes.
—¿Qué pasará cuando lleguemos?
—Pregunta a un Danzarín Rostro.
—A mí no me hablan.
—Entonces pregúntale a Omnius cuando le veas. Entretanto, diviértete.
Paolo se sentó junto a él en el compartimiento de pasajeros y empezó a probar paquetes de comida empaquetada.
—Soy especial, sabes. Han estado preparándome, cuidándome. Pero ¿qué es un kwisatz haderach? —Se limpió la boca con el dorso de la mano.
—No te metas en sus delirios, chico. No existe eso del kwisatz haderach. Un mito, una leyenda, algo con cien explicaciones imprecisas en otras tantas profecías. El programa reproductor de la Bene Gesserit es todo él una tontería. —En sus recuerdos más profundos recordaba que él también fue parte de ese programa, que le obligaron a impregnar a la repugnante bruja Mohiam. Él la humilló durante el acto, pero como venganza ella le contagió la enfermedad que le hizo estar gordo y abotagado.
—No pueden ser tonterías. Tengo visiones, sobre todo cuando tomo tabletas de especia. Lo veo una y otra vez. Tengo un cuchillo ensangrentado en la mano, y salgo victorioso. Me veo corriendo para recoger mi premio… melange, más que melange. También me veo tendido en el suelo, desangrándome. ¿Cuál es cierta? ¡Es tan confuso!
—Cierra el pico y duerme un rato.
La lanzadera atracó en una nave sin distintivos que esperaba sobre el planeta. No llevaba el distintivo de la Cofradía, no llevaba un navegante. Unas amplias compuertas se abrieron, y la lanzadera fue absorbida en su interior. En el muelle de aterrizaje frío y sin atmósfera, unas figuras plateadas se movían, guiando la pequeña nave a un pequeño muelle de atraque. Robots… ¡demonios de la historia antigua! Ah, así que al menos una parte de la disparatada historia de Khrone era cierta.
El barón sonrió al muchacho que miraba por la ventanilla.
—Tú y yo estamos a punto de emprender un interesante viaje, Paolo.
Una daga envainada de nada sirve en un combate. Una pistola maula sin proyectiles no es mejor que una vara. Y un ghola sin sus recuerdos no es más que carne.
P
AUL
A
TREIDES
, diarios secretos del ghola
Ahora que el ghola del doctor Yueh había recuperado sus recuerdos, Paul Atreides sabía que tenía que probar medidas más innovadoras para despertarse a sí mismo. Paul eran el mayor de los niños-ghola, el que (presumiblemente) tenía un mayor potencial, pero Sheeana y las observadoras Bene Gesserit habían elegido a Yueh para probar. Sin embargo, a diferencia del doctor Suk, Paul sí quería recuperar su pasado. Ansiaba recordar su vida y su amor por Chani, su infancia con el duque Leto y dama Jessica, su amistad con Gurney Halleck y Duncan Idaho.
Pero a Paul seguían acosándole visiones-recuerdos prescientes de su doble muerte. Y empezaba a impacientarse.