Read Gusanos de arena de Dune Online
Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert
Tags: #Ciencia Ficción
—Una primera oleada de exploradores e infiltrados. —Asintió—. ¿Hasta dónde se habrán extendido? ¿Es posible que entre nosotras haya Danzarines Rostro que las Decidoras de Verdad no han sabido detectar?
Accadia frunció el ceño.
—Una idea atemorizadora, si es cierto que no tenemos forma de desenmascarar a estos nuevos Danzarines Rostro. Por lo que he visto, la imitación es perfecta.
—Nada es perfecto —dijo Murbella—. Incluso las máquinas pensantes tienen defectos.
—Pues, podemos identificarlos fácilmente —apuntó Kiria con un tono muy poco humorista—. Cuando mueren los Danzarines Rostro su rostro recupera su aspecto neutro.
—¿Y qué propones, que matemos a todo el mundo?
—De todos modos es lo que el Enemigo piensa hacer.
Murbella se puso en pie, inquieta. Podía quedarse allí, en Casa Capitular, junto a las otras hermanas, recibiendo informes durante otro año, escuchando los recuentos, tratando de prever el avance de las máquinas en un mapa, como si fuera una especie de juego de guerra. Entretanto, los ingenieros ixianos trabajaban para construir armas equivalentes a los destructores, y los astilleros de la Cofradía estaban fabricando miles de naves, todas ellas equipadas con compiladores matemáticos.
Pero la crisis iba mucho más allá de la política interna y las luchas de poder. Así que decidió salir allá afuera y viajar a los mundos que limitaban con la zona en guerra, no como madre comandante, sino como observadora. Dejaría un consejo de Reverendas Madres al frente de las actividades cotidianas en Casa Capitular, que se ocuparan de las cuestiones burocráticas y distribuyeran especia entre la Cofradía para asegurar su cooperación.
Cuando Murbella anunció su decisión, Laera exclamó:
—Madre comandante, eso no es posible. La necesitamos aquí. ¡Hay tanto por hacer!
—Represento mucho más que la Nueva Hermandad. Dado que parece que nadie piensa aceptar el reto, me siento responsable de la raza humana. —Suspiró—. Alguien tiene que serlo.
Nuestra no-nave contiene muchos secretos, sí, pero no tantos como llevamos nosotros en nuestro interior.
L
ETO
II, el ghola
Leto II y Thufir Hawat no se habían conocido en sus vidas originales. Para ellos esto no era una desventaja, les dejaba la libertad de formar una amistad sin expectativas ni ideas preconcebidas.
Leto, que tenía nueve años, corría delante por el pasillo.
—Ven conmigo, Thufir. Ahora que nadie nos vigila, te enseñaré un sitio especial.
—¿Otro? ¿Es que te pasas el día explorando en vez de estudiar?
—Si vas a ser el ayudante del jefe de seguridad, tienes que saberlo todo del
Ítaca
. A lo mejor encontramos a tu saboteador ahí abajo. —Leto giró bruscamente a la derecha, saltó a un pequeño ascensor de emergencia y lo hizo parar en una cubierta inferior, mal iluminada, donde todo parecía más grande y más oscuro. Guió a Thufir hasta una escotilla con advertencias y restricciones en media docena de idiomas. A pesar de los cierres, Leto abrió sin ninguna dificultad.
Thufir pareció desconcertado, incluso un poco ofendido.
—¿Cómo has superado las medidas de seguridad tan fácilmente?
—Esta nave es vieja, y los sistemas fallan continuamente. —Se agachó para entrar en un pasaje bajo.
En el otro lado había un túnel, un conducto donde oían silbar el aire. Por encima de sus cabezas el estruendo era mayor, y el aire soplaba con fuerza. Thufir aspiró.
—¿Adónde lleva?
—A un sistema de filtrado e intercambio de corrientes. —Los pasadizos era lisos y curvos… como los túneles de los gusanos. Un estremecimiento le recorrió la piel a Leto, quizá por un recuerdo de cuando se unió a numerosas truchas de arena, de cuando era el Dios Emperador de Dune, el Tirano…
Los dos llegaron a los recicladores centrales, donde unos grandes ventiladores hacían pasar el aire por unos gruesos filtros para eliminar partículas y purificar la atmósfera. Las corrientes le agitaban el pelo. Delante, las láminas de material de filtrado les cerraban el paso. Los pulmones de la nave, reponiendo y redistribuyendo el oxígeno.
Recientemente, Thufir había empezado a pintarse una marca de color escarlata en los labios. Mientras estaban en las tripas de la nave, escuchando el rugido del viento, finalmente Leto preguntó:
—¿Por qué te pintas eso en la boca?
El joven de catorce años se restregó los labios con timidez.
—Mi original utilizaba el safo, que dejaba manchas como esta. El Bashar quiere que me meta en situación. Dice que se está preparando para despertar mis recuerdos. —Thufir no parecía precisamente feliz—. Sheeana ha estado hablando de obligarme a recordar. Tiene una técnica especial para desatar el despertar de un ghola.
—¿No estás entusiasmado? Thufir Hawat fue un gran hombre.
El otro niño seguía con cara preocupada y atormentada.
—No es eso, Leto. En realidad no quiero recuperar mis recuerdos, pero Sheeana y el bashar están decididos.
—Para eso te crearon. —Leto estaba desconcertado—. ¿Por qué no ibas a querer tu vida pasada? El Maestro de Asesinos no tendría miedo a la prueba.
—No tengo miedo. Es solo que preferiría ser quien yo decida ser, y no salir como una persona ya plenamente formada. No creo habérmelo ganado.
—Créeme, cuando vuelvas a ser el verdadero Thufir, ellos se encargarán de que te lo ganes.
—Ya soy el verdadero Thufir. ¿O es que lo dudas?
Leto pensó en los gusanos inquietos que se agazapaban en su interior, en las cosas atroces que pronto recordaría…, sí, le entendía perfectamente.
Al seguir las mismas creencias y tomar las mismas decisiones, hacemos girar la senda de la vida en un círculo que no lleva a ningún sitio, no aporta nada, no nos permite avanzar. Sin embargo, con la ayuda de Dios, podemos dar un brusco giro en el círculo y ver la luz.
El Canto de la Shariat
Finalmente Waff estaba listo para soltar sus nuevos gusanos, y convenientemente Buzzell era un planeta oceánico que quedaba dentro de la ruta comercial estándar de Edrik. Un perfecto campo de pruebas.
La nave gigante transportaba mercaderes que comerciaban con soopiedras. Tiempo atrás, cuando las Honoradas Matres conquistaron Buzell y asesinaron a la mayoría de las Reverendas Madres exiliadas, las rameras se apropiaron de su riqueza en soopiedras… Desde entonces, muy pocas de aquellas gemas acuáticas habían entrado en el mercado galáctico, y eso había hecho dispararse los precios. Ahora que la Nueva Hermandad había reconquistado Buzzell, la producción de soopiedras volvía a la normalidad. Las brujas dirigían sus operaciones de extracción con rigidez marcial y mantenían a raya a los contrabandistas, y de este modo mantenían unos precios estables pero elevados. Con la protección de ejércitos de mercenarios, los mercaderes de la CHOAM empezaron a vender gemas en grandes cantidades y a recoger beneficios antes de que la saturación volviera a hacer que los precios se desplomaran. Una fluctuación temporal de mercado. Aunque las soopiedras eran bonitas y deseables, no eran necesarias. En cambio, la melange era vital, y los navegantes lo sabían muy bien. Waff sabía que con el tiempo sus experimentos producirían una riqueza mucho mayor que aquellas bagatelas submarinas. Pronto, si sus expectativas se cumplían, Buzzell sería hogar de algo mucho más interesante que unas bagatelas.
El crucero apareció sobre aquel mundo líquido de color zafiro con unas diminutas islas salpicando el vasto océano. Los océanos de Buzzell eran profundos y fértiles, una zona inmensa donde los gusanos alterados genéticamente medrarían, si es que sobrevivían a su bautismo inicial.
El maestro tleilaxu andaba arriba y abajo sobre el frío suelo de metal de su laboratorio. Pronto Edrik le comunicaría que los transportes ligeros comerciales y los transportes de mercancías habían descendido a los puestos situados en las islas. En cuanto estuvieran apropiadamente lejos, Waff podría empezar su verdadero trabajo en Buzzell, fuera de la vista de todos.
En el interior del laboratorio, el olor a sal, yodo y canela había sustituido los olores más fuertes de los productos químicos. Los tanques de pruebas de Waff estaban llenos de un agua verde y turbia, rica en algas y plancton. Cuando los dejara sueltos en los océanos, los gusanos modificados tendrían que buscar por sí mismos una fuente de alimento, pero Waff estaba seguro de que se adaptarían. Dios lo haría posible.
En los tanques, unas figuras serpentinas nadaban como anguilas segmentadas. Los segmentos eran de un azul verdoso iridiscente, y entre ellos se veía una membrana rosada, un grupo sustituto de agallas que les permitía absorber oxígeno del agua. Sus bocas eran redondas como las de las lampreas. Aunque no tenían ojos, estos nuevos gusanos de agua se orientarían guiándose por las vibraciones del agua, de un modo similar a los gusanos rakianos, que se sentían atraídos por los temblores en la arena. Gracias a los cuidadosos mapas de cromosomas de las truchas de arena, Waff sabía que aquellas criaturas tenían exactamente las mismas reacciones metabólicas que un gusano de arena tradicional.
Por tanto, seguirían produciendo especia, aunque Waff ignoraba de qué clase, o cómo podría recolectarse. Retrocedió unos pasos, enlazando sus dedos grisáceos. Eso no era su problema. Él había hecho lo que Edrik le había mandado. Y lo único que quería era que los gusanos regresaran.
Le había tomado más de un año de su vida acelerada, pero si conseguía resucitar a los mensajeros de Dios, habría cumplido con su destino. Incluso si no conseguía una nueva vida ghola, se habría ganado un sitio junto a Dios en los niveles más elevados del Cielo.
Si se daban las condiciones adecuadas, las truchas de arena se reproducían con rapidez. A partir de ellas, Waff había adaptado casi un centenar de gusanos de mar que depositaria en su mayoría en los océanos de Buzzell. Para sobrevivir como especie en un entorno desconocido, aquellas criaturas se enfrentaban a todo un reto, y sabía que muchas morirían. Tal vez la mayoría. Pero también estaba convencido de que algunas sobrevivirían… las suficientes para establecer una base.
Waff se puso de puntillas y pegó la cara al tanque.
—Si estáis ahí, Profeta, pronto os daré un nuevo dominio.
Cinco ayudantes de la Cofradía entraron en el laboratorio sin llamar. Waff se volvió bruscamente y los gusanos percibieron el movimiento. Con un ruido sordo, sus cabezas carnosas golpearon las paredes reforzadas del tanque. Sobresaltado una vez más, Waff se volvió hacia el otro lado.
—Los pasajeros han salido hacia Buzzell —dijo uno de aquellos hombres de ropas grises—. El navegante Edrik ordena que sigamos tus instrucciones.
Aquellos cinco tenían unas cabezas extrañamente deformes, frente hinchada y facciones asimétricas. Cualquier maestro tleilaxu podía haber introducido modificaciones genéticas para que sus descendientes fueran físicamente más atractivos. Pero eso no serviría a ningún propósito, y a Waff no le interesaba la estética.
Señaló con el gesto los tanques mientras los hombres de la Cofradía los sellaban para su traslado.
—Id con sumo cuidado. Esas criaturas valen más que las vidas de todos vosotros juntos.
Los reticentes ayudantes instalaron asas en los tanques abarrotados y salieron cargando con ellos por los pasillos curvos del crucero. Consciente de que solo disponía de cuatro horas para completar su misión antes de que regresaran las lanzaderas con los otros pasajeros, Waff les apremió para que se dieran prisa.
Por causa del cisma que había en la Cofradía entre navegantes y administradores, algunos quizá no verían con buenos ojos que abriera aquella nueva vía para la producción de especia. Los ixianos, la Nueva Hermandad, incluso la facción burocrática de la Cofradía, podían tratar de asesinarle, en colaboración o por separado. Waff no sabía cómo o por qué aquellos cinco hombres de la Cofradía en particular estaban allí ayudándole. Si expresaba sus recelos, sabía que el navegante no vacilaría en hacer que los mataran para tenerle contento. Mientras el grupo avanzaba hacia el pequeño transporte, Waff decidió que eso era exactamente lo que haría. Deshacerse de aquellos hombres, de aquellos testigos. Después.
Los tanques fueron instalados en el transporte. Waff normalmente no salía de los confines seguros del crucero, pero insistió en acompañar a los hombres. Era su experimento, y quería estar presente para asegurarse de que soltaban correctamente a los gusanos. No estaba seguro de que fueran lo suficientemente competentes o atentos.
Y entonces sus recelos fueron a más. ¿Qué podía impedir que huyeran en la nave y descubrieran la existencia de los gusanos —¡o los vendieran!— a alguna de las facciones contrarias? ¿Serían leales a Edrik? Waff veía peligros por todas partes.
Cuando el transporte se descolgó por la base del muelle de carga, Waff deseó haber pedido que le acompañara algún guardaespaldas, al menos, haber llevado consigo algún arma de mano. ¿Podía confiar en alguien?
Los hombres de la Cofradía se comunicaban entre ellos mediante unos aparatos electrónicos conectados a sus gargantas que emitían señales cerebrales sin necesidad de que hablaran. Pero Waff sabía que podían hablar… ¿por qué actuaban con tanto secretismo? Quizás estaban tramando algo. Waff miró al inmenso crucero, allá arriba, y deseó con todas sus fuerzas que aquello se acabara cuanto antes.
El pequeño transporte descendió sobre los cielos nublados, debatiéndose con las corrientes de aire racheado. Waff se sentía mareado. Finalmente, atravesaron las capas de humedad y abajo vieron un océano que se extendía hasta el horizonte. Waff estudió los mapas que aparecían en las pantallas de la cabina, buscando una zona templada donde depositar los gusanos, un lugar donde los mares fueran ricos en plancton y pescado. Es donde tendrían más posibilidades de sobrevivir.
Señaló una línea de rocas, no muy lejos de la isla donde la Hermanas tenía su base principal y el centro de sus operaciones de extracción de soopiedras.
—Allí. Es seguro, y está lo bastante cerca para poder controlar la actividad de los gusanos. —Sonrió, imaginando ya los informes asustados de los primeros avistamientos—. Será interesante oír los rumores y las historias disparatadas que cuentan.
Los hombres de la Cofradía asintieron con expresión profesional. El transporte descendió hacia el mar y quedó suspendido por encima del suave oleaje. La trampilla inferior de carga se abrió y Waff bajó para ver cómo vaciaban los tanques. Percibía el aire salado del mar, el olor de las algas flotantes, la brisa húmeda que azotaba los mares. Estaba a punto de caer una tormenta.