Read Gusanos de arena de Dune Online
Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert
Tags: #Ciencia Ficción
Ayudándose con las asas, dos de los silenciosos hombres acercaron el primer tanque a la abertura, quitaron la lámina de plaz que lo cubría y volcaron el agua y los gusanos a la libertad del oleaje.
Las criaturas serpentinas saltaron como serpientes furiosas.
Cuando cayeron en el agua, se alejaron. Waff vio sus cuerpos segmentados ondularse y entonces se zambulleron y desaparecieron. Parecían dichosos con aquella nueva libertad, felices de tener un mundo sin fronteras de plaz.
Con un gesto brusco, Waff indicó a los hombres de la Cofradía que soltaran el resto de los gusanos, que vaciaran los otros acuarios. Había conservado un tanque lleno en el crucero, siempre podía crear más.
Mientras estaba en pie junto a la escotilla, de pronto se estremeció, consciente de su vulnerabilidad. Ahora que había soltado a los gusanos, ¿volvería a requerir Edrik sus servicios? El tleilaxu temió que aquellos ayudantes silenciosos lo arrojaran por la borda y lo dejaran flotando en las aguas, a kilómetros de la roca más cercana. Con recelo, retrocedió y se sujetó a un asa de la pared.
Pero los hombres no hicieron ningún movimiento contra él. Realizaron su trabajo exactamente como él les dijo, con la exactitud como el navegador había ordenado. Quizá Waff tenía miedo porque su intención era hacer que los mataran. Y por eso pensaba que ellos pensarían lo mismo de él.
Waff intuía que en aquel lugar los gusanos de mar prosperarían. El medio era favorable a su desarrollo y reproducción. Los gusanos marcarían su territorio y, cuando se hicieran lo bastante grandes, se convertirían en leviatanes de las profundidades. Un forma adecuada para el Profeta.
Las puertas de carga del transporte volvieron a sellarse con un leve siseo y el piloto de la Cofradía los sacó de allí. Waff y su grupo llegarían al crucero mucho antes de que los mercaderes regresaran con sus cargamentos de soopiedras. Y nadie se habría enterado de nada.
A través del puerto de plaz de la cabina, el maestro tleilaxu vio cómo las olas se alejaban. No había ni rastro de los gusanos, pero sabía que estaban allí abajo.
Dejó escapar un suspiro contenido, convencido de que el Profeta regresaría.
Es el principio de la bomba de relojería, una estrategia de agresión que forma parte de la humanidad desde hace mucho. Y así hemos insertado nuestras «bombas de relojería» en las células de los gholas y activamos unos comportamientos determinados cuando así lo decidimos.
Del
Manual secreto de los maestros tleilaxu
La no-nave tenía sus propios horarios, sus propios ciclos. En aquellos momentos la mayoría del pasaje dormía, salvo los vigilantes y los equipos de mantenimiento. Las cubiertas estaban en silencio, los paneles de luz emitían una luz amortiguada. En la cámara poco iluminada donde estaban los tanques axlotl, el rabino andaba arriba y abajo, musitando oraciones talmúdicas.
Sheeana observaba con atención al anciano en una pantalla de seguridad, siempre atenta a cualquier nuevo intento de sabotaje. El saboteador que mató a los tres gholas y los tanques axlotl había desconectado las cámaras de seguridad, pero el Bashar y Teg se habían asegurado de que eso no volviera a pasar. Todo estaba bajo observación. Como antiguo doctor Suk, el rabino podía acceder al centro médico; y pasaba allí largos ratos, con lo que quedaba de la mujer que él había conocido como Rebecca.
Aunque el anciano había contestado todas las preguntas de las Decidoras de Verdad, Sheeana no se fiaba de él. A pesar de sus esfuerzos, el saboteador y asesino seguía libre. Y la reciente aparición de la red centelleante había acercado demasiado al Enemigo, y había recordado a todos cuál era la verdadera amenaza. Todos la habían visto a bordo. El peligro seguía ahí.
Tres tanques axlotl relativamente nuevos descansaban sobre sus respectivas plataformas; las voluntarias contestaron enseguida a la llamada de Sheeana, tal como ella esperaba. En aquellos momentos los tres nuevos tanques estaban produciendo melange en forma líquida que caía gota a gota en pequeños matraces colectores, pero Sheeana ya había iniciado los preparativos para implantar en uno de los vientres células de la cápsula de nulentropía de Scytale, Un nuevo embrión para recuperar otra figura del pasado. No permitiría que el sabotaje detuviera su proyecto con los gholas.
El rabino estaba en pie ante los nuevos tanques, y la rigidez de su cuerpo era un claro indicio de desprecio y desagrado. Se dirigió a aquel montículo de carne.
—Os odio. Esto es antinatural, contrario a Dios.
Tras observar al anciano atentamente, Sheeana abandonó la sala de monitores y entró en el centro médico.
—¿Es honorable odiar al indefenso, rabino? Estas mujeres ya no son conscientes, no son humanas. ¿Por qué despreciarlas?
El hombre se volvió, con las luces reflejándose en sus lentes limpias.
—Deja de espiarme. Deseo estar a solas para rezar por el alma de Rebecca. —Rebecca siempre había sido su favorita, siempre dispuesta a medir su inteligencia con él; el anciano no le perdonaba que se hubiera ofrecido voluntaria para convertirse en un tanque.
—Incluso a usted hay que vigilarle, rabino.
La ira hizo enrojecer su piel curtida.
—Tú y tus brujas tendríais que haber escuchado las advertencias y haber cejado en vuestros grotescos experimentos. Si las Honoradas Matres hubieran logrado deshacerse de Scytale cuando destruyeron los mundos de los tleilaxu, sus detestables conocimientos sobre los gholas y los tanques se habrían perdido para siempre.
—Las Honoradas Matres también persiguieron a su gente, rabino. Los tleilaxu comparten el mismo enemigo que usted.
—No, no es lo mismo en absoluto. Nosotros hemos sido perseguidos injustamente a lo largo de toda la historia, mientras que los tleilaxu simplemente recibieron lo que merecían. Según tengo entendido, incluso sus Danzarines Rostro se volvieron contra ellos. —Se apartó un paso del montículo de carne, de los olores químicos y biológicos que emanaban de los tanques—. Apenas puedo recordar cómo era Rebecca antes de convertirse en esta cosa.
Sheeana buscó en las memorias y pidió a las voces de su interior que la ayudaran. Esta vez lo hicieron, y encontró lo que buscaba, como si estuviera accediendo a viejas imágenes de archivo. Una mujer elegante, con túnica marrón y cabellos trenzados. Con lentillas para ocultar el azul de su adicción a la especia…
Con expresión amarga, el rabino puso una mano sobre la carne expuesta de Rebecca. Una lágrima se deslizó por su mejilla. Cada vez que la visitaba musitaba las mismas palabras, se habían convertido en una letanía.
—Las brujas le habéis hecho esto; vosotras la habéis convertido en un monstruo.
—No es ningún monstruo, ni siquiera es una mártir. —Sheeana dio unos toquecitos en la frente—. Los pensamientos y recuerdos de Rebecca están aquí dentro, y dentro de muchas otras hermanas, compartidos con todas nosotras. Rebecca hizo lo que era necesario, y nosotras haremos lo mismo.
—¿Creando más gholas? ¿Cuándo acabará todo esto?
—Se preocupa por una piedrecilla en su zapato, cuando nosotras lo que intentamos es evitar un desprendimiento de tierras. Tarde o temprano no podremos seguir huyendo del Enemigo. Necesitaremos la ingenuidad y los talentos especiales de esos gholas, sobre todo de aquellos susceptibles de convertirse en un nuevo kwisatz haderach. Pero hemos de manipular todo ese material genético con cuidado, nutriéndolo y desarrollándolo en el orden adecuado, al ritmo adecuado. —Se acercó a uno de los nuevos tanques, una joven cuya figura aún no se había deformado hasta el punto de resultar irreconocible.
Mientras estaba allí, un pensamiento inquietante se resistía a salir a su mente. Una absurda línea de razonamiento, que la había estado rondando todo el día.
¿Y si mis capacidades fueran equivalentes a las de un kwisatz haderach? Tengo la capacidad natural de controlar a los grandes gusanos. Tengo los genes de los Atreides, y siglos de conocimientos perfectos de la Hermandad como referente. ¿Osaría?
Sintió voces que brotaban de su interior; una de ellas sobresalía por encima de las otras. La antigua reverenda madre Gaius Helem Mohiam, repitiendo algo que en una ocasión había dicho al joven Paul Atreides: «Sin embargo, hay un lugar donde ninguna Decidora de Verdad puede ver. Nos repele, nos aterroriza. Pero está dicho que un día un hombre vendrá y con el don de la droga encontrará su ojo interior. Él verá donde nosotras no vemos… en los pasados de mujeres y de hombres… aquel que puede estar en muchos lugares a la vez…». La voz de la anciana se desvaneció, sin dar ningún consejo a Sheeana, ni en un sentido ni en otro.
Con una mueca de desprecio, el rabino interrumpió sus pensamientos.
—¿Y confías en la ayuda del viejo tleilaxu, que está desesperado por crear un ghola propio antes de morir? Scytale ocultó esas células durante años. ¿Cuántas de ellas contienen peligrosos secretos? Ya habéis descubierto células de Danzarines Rostro entre las nuestras. ¿Cuántas de vuestras abominaciones ghola son trampas tleilaxu?
Sheeana lo miró con desapasionamiento, consciente de que ningún argumento le haría cambiar de opinión. El rabino hizo la señal para el mal de ojo y huyó.
— o O o —
Duncan se encontró con Sheeana en un corredor vacío, en la penumbra de la luz artificial. Los recicladores y sistemas de soporte vital de la no-nave mantenía el aire agradablemente fresco, pero al verla sola Duncan sin sintió que se acaloraba.
Los grandes ojos de Sheeana se clavaron en él como el mecanismo de un arma para apuntar. Sintiendo un cosquilleo en la piel, como electricidad estática, Duncan se maldijo por dejarse tentar tan fácilmente. Incluso ahora, tres años después de que Sheeana hubiera roto las cadenas debilitadoras de su amor por Murbella, los dos seguían cayendo irresistiblemente en inesperados encuentros sexuales tan frenéticos como los que hubo entre él y Murbella.
Duncan prefería controlar las circunstancias de sus encuentros, y siempre se aseguraba de que hubiera otros presentes, de que hubiera cerca alguna baranda donde agarrarse para no caer por el precipicio. No le gustaba perder el control: y eso ya había pasado demasiadas veces.
Él y Sheeana se habían rendido ante el otro como dos personas asustadas que se abrazan en mitad de un bombardeo. Ella había cauterizado su debilidad y le había apartado de Murbella, y sin embargo Duncan se sentía como una baja de guerra.
En aquellos momentos, mientras veía vacilar la expresión de Sheeana, Duncan intuyó que sentía el mismo vértigo y desorientación que él. La joven trató de hablar con tono reservado y racional.
—Es mejor que no hagamos esto. Tenemos demasiadas preocupaciones, hay demasiados riesgos. Ha fallado otro sistema de regeneración. El saboteador…
—Tienes razón, no deberíamos. —La voz de Duncan era ronca, y sin embargo estaban siguiendo un camino con unas consecuencias cada vez más graves. Duncan dio un paso al frente con vacilación. Las amortiguadas luces del corredor se reflejaban en las paredes de metal de la no-nave—. No deberíamos hacer esto —volvió a decir.
El deseo cayó sobre ellos como una ola. Como mentat, Duncan podía observar y evaluar, llegar a la conclusión de que lo que hacían no era más que una forma de reafirmar su humanidad. Cuando sus dedos se tocaron, sus labios, su piel, los dos estuvieron perdidos…
Más tarde, los dos yacían entre las sábanas revueltas del lecho de Sheeana. El ambiente tenía un tono húmedo y almizclado. Duncan se sentía saciado, y tenía los dedos metidos entre su pelo negro rizado. Estaba confuso, y decepcionado consigo mismo.
—Me has arrebatado buena parte de mi autocontrol.
Sheeana arqueó las cejas bajo la luz mortecina, con expresión divertida. Duncan notaba su aliento cálido muy cerca de su oreja.
—¡Oh! ¿Y Murbella no lo hizo? —Cuando vio que se daba la vuelta sin contestar, chasqueó la lengua—.¡Te sientes culpable! Crees que de algún modo la has traicionado. Pero ¿a cuántas imprimadoras entrenaste en Casa Capitular?
Él contestó, a su manera.
—Murbella y yo estábamos atrapados, ninguna parte de nuestra relación fue voluntaria. Teníamos una adicción mutua, éramos dos personas que habían llegado a un punto muerto. Eso no es amor, ni ternura. Para Murbella, para todas las brujas, se suponía que hacer el amor no era más que «trabajo». ¡Y aun así yo sentía algo por ella! No se trata de si debo o no debo.
—Pero tú, tú has sido como una desintoxicación violenta de mi organismo. La Agonía sirvió al mismo propósito para Murbella, rompió el vínculo que la ataba a mí. —Estiró el brazo y sujetó el mentón de Sheeana—. Esto no puede volver a suceder.
Ahora ella parecía más divertida.
—Estoy de acuerdo… pero sucederá de todos modos.
—Eres un arma cargada, una Bene Gesserit completa. Cada vez que hacemos el amor, podrías permitir que hubiera un embarazo. ¿No es eso lo que exigiría la Hermandad? Podrías quedar embarazada de mí en el momento en que lo decidas.
—Cierto. Pero no lo he hecho. Estamos muy lejos de Casa Capitular, y ahora yo tomo mis propias decisiones. —Sheeana lo atrajo hacia sí.
Los científicos ven a los gusanos de arena como especímenes, los fremen los ven como un dios. Pero los gusanos devoran a quienes tratan de reunir información. ¿Cómo se supone que puedo trabajar con semejantes condiciones?
P
LANETÓLOCO
IMPERIAL
P
ARDOT
K
YNES
, Antiguos registros
Sheeana estaba en la galería de observación donde ella y Garimi habían subido en una ocasión a discutir el futuro de su viaje. La gran cámara de carga, de un kilómetro de largo, era lo bastante grande para dar sensación de libertad, aunque seguía siendo demasiado pequeña para una camada de gusanos de arena. Las siete criaturas crecían, pero estaban atrofiadas, en espera de la tierra árida prometida. Llevaban mucho tiempo esperando, tal vez demasiado.
Ya hacía más de dos décadas que Sheeana había subido a bordo a los pequeños gusanos, sustraídos de la franja desértica de Casa Capitular. Su idea siempre había sido instalarlos en otro planeta, lejos de las Honoradas Matres y a salvo del Enemigo. Durante años, los gusanos de arena se habían deslizado interminablemente por los confines arenosos de la cubierta de carga, tan perdidos como el resto del pasaje del
Ítaca
…