Gusanos de arena de Dune (16 page)

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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Gusanos de arena de Dune
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¿Cómo podían seguir pensando los pasajeros de la no-nave que aún había tiempo para actuar con cautela? Meses atrás, habían escapado por muy poco a la red del Enemigo, más brillante y fuerte que nunca. Y aún no habían atrapado al saboteador. Aunque no había vuelto a hacer nada tan drástico como el asesinato de los tres tanques axlotl y los tres gholas no nacidos, el peligro seguía ahí.

Paul sabía que el
Ítaca
le necesitaba, y estaba cansado de no ser más que un ghola. Había tenido una idea, una idea desesperada y peligrosa, pero no vaciló. Sus verdaderos recuerdos pululaban en su interior como un espejismo que reverbera en el horizonte.

Con su fiel Chani a su lado, se detuvo ante la escotilla que conducía a la gran cámara de carga llena de arena. No había dicho a nadie lo que pensaba hacer. En los pasados dos años, el Bashar y Thufir Hawat habían reforzado la seguridad en la medida de lo posible, pero nadie vigilaba la entrada a la cubierta de carga. Los siete gusanos eran lo bastante peligrosos para cuidarse solitos. Solo Sheeana podía caminar a salvo entre las inmensas criaturas, y la última vez que lo hizo, se la tragaron momentáneamente.

Paul miró el rostro élfico y hermoso de Chani, sus cabellos espesos y rojizos. Incluso si no hubiera sabido nada de su pasado, si no hubiera sabido que su destino estaba ligado al de ella, aquella joven fremen le habría parecido sorprendentemente atractiva. Ella, a su vez, paseó una mirada metódica por su cuerpo, su traje nuevo especial, sus útiles.

—Pareces un auténtico guerrero fremen, Usul.

Después de estudiar los registros y trabajar en colaboración con un taller de los niveles de ingeniería, Chani había creado un destiltraje para él, —seguramente el primero que se fabricaba desde hacía siglos— y le había proporcionado cuerda, garfios hacedores y separadores. Aquellas herramientas desconocidas eran extrañamente familiares a sus manos. Según la leyenda, Muad’Dib había convocado a un peligroso monstruo para su primer paseo a lomos de un gusano. Por muy limitadas que estuvieran por su cautividad, las criaturas de la cubierta de carga seguían siendo behemoths.

La escotilla se abrió y él y Chani entraron en el desierto artificial. Cuando le asaltaron el olor a pedernal y el calor árido, dijo:

—Quédate aquí, estarás más segura. Tengo que hacer esto solo o no funcionará. Si me enfrento al gusano y lo monto quizá eso sacuda mis recuerdos, Chani no trató de detenerlo. Comprendía su necesidad tan bien como él.

Paul trepó a la primera elevación, dejando sus huellas en la arena. Luego alzó las manos y gritó:

—¡Shai-Hulud! ¡He venido a por ti! —En aquel espacio confinado, no necesitaba de ningún martilleador para llamar a los gusanos.

Algo cambió en el aire. Paul notó movimiento bajo las dunas superficiales y vio siete figuras serpentinas que avanzaban hacia él. En lugar de huir, Paul corrió hacia ellas y escogió un lugar desde donde preparar el salto para montar a una. El corazón le latía con violencia. Tenía la garganta seca, a pesar de la máscara del destiltraje que le cubría la boca y la nariz.

Paul había revisado las grabaciones holográficas para estudiar las técnicas de los fremen para cabalgar por las arenas. Intelectualmente sabía lo que tenía que hacer, del mismo modo que, intelectualmente conocía los detalles de su pasado. Pero los conocimientos teóricos no pueden suplir la experiencia. En aquellos momentos, mientras esperaba plantado en la arena, tan pequeño y vulnerable, se le ocurrió que la forma más efectiva de aprender era hacer las cosas, puesto que aseguraba un grado de comprensión mucho mayor del que podría extraer jamás de unos archivos polvorientos.

Aprenderé bien
, pensó, dejando que el miedo pasara.

El gusano más próximo avanzaba hacia él haciendo rugir la arena. Cuanto más se acercaban, levantando las dunas con sus cuerpos, más difícil era evaluar su tamaño.

Llenando su corazón de valor, Paul se obligó a mantenerse firme. Sostuvo en alto el garfio y se acuclilló para saltar. El ruido de los monstruos era tan fuerte que al principio no oyó a la mujer que gritaba. Con el rabillo del ojo vio que Sheeana se acercaba saltando por las dunas y se lanzaba ante él. El gusano más grande se irguió en una explosión de polvo, mostrando su boca gigante y redonda llena de dientes cristalinos.

Sheeana levantó las manos en alto y gritó:

—¡Detente, Shaitán!

El gusano vaciló, movió su cabeza escamosa a un lado y a otro, buscando, como si estuviera confuso.

—¡Detente! Este hombre no es para ti. —Apoyó una mano firme en el pecho del destiltraje de Paul y lo empujó para que se pusiera detrás—. No es para ti, Monarca.

Como si se sintiera resentido, el gusano más grande se retiró, manteniendo su cabeza sin ojos vuelta hacia ellos.

—Y tú, loco, vuelve a la escotilla —le susurró Sheeana a Paul, utilizando la Voz para que sus piernas respondieran antes de que pudiera pensar.

Duncan Idaho también estaba en la escotilla, furioso. Chani parecía a la vez asustada y aliviada.

Sheeana empujó a Paul hacia la gente que esperaba en la entrada.

—¡Ese gusano te habría destrozado!

—Soy un Atreides. ¿No tendría que ser capaz de controlarlos como haces tú?

—Esa no es una teoría que quiera probar contigo. Eres demasiado importante. De todos los gholas, si tú justamente echas a perder tu vida estúpidamente, ¿qué será de nosotros?

—Pero si me sobreproteges, nunca conseguirás lo que quieres. Montar un gusano me habría permitido recuperar mis recuerdos, estoy seguro.

—Ya has recuperado a Yueh —le señaló Chani—. ¿Por qué no a Usul? Él es mayor.

—Yueh era prescindible, y no estábamos seguros de lo que hacíamos. Ya hemos desarrollado planes específicos para despertar a Liet-Kynes y Stilgar, y si todo sale bien, otros seguirán… incluidos Thufir Hawat y tú, Chani. Y un día, Paul Atreides también tendrá su oportunidad. Pero solo cuando estemos completamente seguros.

—¿Y si no hay tiempo?

Paul se alejó, sacudiéndose arena y polvo de su nuevo destiltraje.

— o O o —

Duncan despertó porque alguien llamaba con fuerza a la puerta de sus alojamientos. Lo primero que pensó es que Sheeana volvía a él, a pesar de sus mutuas reservas. Deslizó la puerta corredera, preparado para una discusión.

Era Paul, ataviado con una réplica del uniforme militar Atreides, y eso despertó un sentimiento instantáneo de respeto y lealtad en Duncan. El joven se había vestido de aquella forma deliberadamente. En aquellos momentos, el ghola tenía casi la misma edad que el original cuando Arrakeen cayó en manos de los traicioneros Harkonnen, cuando el primer Duncan murió defendiéndoles a él y su madre.

—Duncan, dices que eras mi mejor amigo. Dices que conocías a Paul Atreides. Ayúdame. —Y dicho esto, aferró la empuñadura de marfil hermosamente tallada y sacó una daga cristalina azul y blanca de su funda en la cintura.

Duncan lo miró asombrado.

—¿Un crys? Parece… ¿es auténtico?

—Chani lo hizo con el diente de un gusano que Sheeana encontró en la cubierta de carga.

Maravillado, Duncan pasó los dedos por la hoja, y comprobó lo duro y afilado que era. Pasó el pulgar por el borde, y se cortó deliberadamente. Dejó que una gota cayera sobre la daga lechosa.

—Según la antigua tradición, jamás debes sacar un crys hasta que ha probado la sangre.

—Lo sé. —Paul recuperó el arma y la devolvió a su funda visiblemente atormentado. Tras vacilar un instante, soltó lo que había ido a decir—. ¿Por qué no me despiertan las Bene Gesserit, Duncan? Me necesitáis. Todos en esta no-nave me necesitan.

—Sí, joven amo Paul. Os necesitamos, pero os necesitamos vivo.

—Necesitáis poder contar con mis capacidades lo antes posible. Yo fui un kwisatz haderach, y este ghola tiene los mismos genes. Imagina cuánto podría ayudar.

—El kwisatz haderach… —Duncan suspiró y se sentó en su cama—. La Hermandad tardó siglos en crearlo, pero al mismo tiempo les aterraba. Se supone que tiene la capacidad de salvar el tiempo y el espacio, de ver pasado y futuro, en lugares donde ni siquiera una Reverenda Madre se atrevería a mirar. Mediante la fuerza bruta o la persuasión, puede forjar la unión de las más diversas facciones. Es una caja de sorpresas con un inmenso poder.

—Duncan, sean cuales sean esos poderes, los necesito. Y para eso necesito mis recuerdos. Convence a Sheeana para que pruebe conmigo el siguiente.

—Sheeana hará lo que quiera, en el momento en que ella lo decida. Sobrevaloras la influencia que tengo entre las hermanas.

—Pero, ¿y si la red del Enemigo nos atrapa sin remedio? ¿Y si el kwisatz haderach es vuestra única esperanza?

—Leto II también fue un kwisatz haderach, aunque ni tú ni tu hijo salisteis exactamente como las Bene Gesserit querían. Las hermanas tienen miedo de cualquiera que manifieste poderes inusuales. —Rió—. Después de la Dispersión, cuando la Hermandad recuperó al gran Duncan Idaho, algunas incluso me acusaron a mí de ser un kwisatz haderach. Once gholas míos fueron asesinados, a manos de herejes Benne Gesserit o por maquinaciones de los tleilaxu.

—Pero ¿por qué no quieren esos poderes? Pensaba que…

—Oh, sí quieren los poderes, Paul, pero solo en condiciones estrictamente controladas. —Sintió pena por el joven, parecía perdido y desesperado.

—No puedo hacer nada sin mi pasado, Duncan. ¡Ayúdame a sacarlo! Tú viviste una parte de él a mi lado. Tú recuerdas.

—Oh, sí, te recuerdo muy bien. —Duncan cruzó las manos detrás de la cabeza y se echó hacia atrás—. Recuerdo tu bautizo en Caladan, después de que las intrigas imperiales estuvieran a punto de acabar con tu vida cuando eras un bebé. Recuerdo cómo la familia entera del duque Leto fue puesta en peligro durante la Guerra de Asesinos. A mí me fue concedido el honor de ponerte a salvo, y los dos nos perdimos en el agreste paisaje de Caladan. Estuvimos con tu abuela exiliada, y nos ocultamos entre los nativos del planeta. Fue en esa época cuando nos unimos tanto. Sí, lo recuerdo muy bien.

—Yo no —dijo Paul con un suspiro.

Duncan parecía atrapado en un bucle de sus vidas pasadas. Caladan… Dune… los Harkonnen. Alia… Hayt.

—¿Sabes lo que me estás pidiendo, sobre tus recuerdos, sobre tu vida? Los tleilaxu crearon mi primer ghola como una herramienta para matar. Me manipularon porque era tu amigo. Sabían que no podrías rechazarme, aunque vieras la trampa.

—No, nunca te he rechazado, Duncan.

—Ya tenía el cuchillo en alto, listo para golpear, pero en el último momento me topé conmigo mismo. El asesino programado Hayt se convirtió en el fiel Duncan Idaho. ¡No puedes imaginar qué suplicio! —Señaló al joven con dedo severo—. Restituir tu pasado requeriría una crisis similar.

Paul apretó la mandíbula.

—Estoy preparado. No temo al dolor.

Arrugando la frente, Duncan dijo:

—Joven Paul, estás demasiado tranquilo, porque tu Chani te apoya. Ella te da estabilidad y felicidad, y eso es un importante obstáculo. En cambio, mira a Yueh. Se resistió a sus recuerdos con cada fibra de su ser, y eso es lo que le ha vencido. Pero tú… ¿qué palanca pueden utilizar contigo, Paul Atreides?

—Tendremos que encontrar algo.

—¿De verdad estás dispuesto a aceptarlo? —Duncan se inclinó hacia delante, sin piedad—. ¿Y si la única forma de recuperar tu pasado es perder a Chani? ¿Y si tiene que morir desangrada en tus brazos antes de que puedas recordar?

24

Ante todo, necesito que mi padre sepa que no he fracasado. No quiero que muera pensando que soy indigno de sus genes.

G
HOLA
DE
S
CYTALE
, entrevista de seguridad en la no-nave

—Debe construirse de acuerdo con unos estándares precisos —insistió el viejo tleilaxu—. ¡Estándares precisos!

—Me encargaré de ello, padre. —El ghola, con solo trece años, atendía al deteriorado maestro, que estaba sentado en un sillón rígido. El viejo Scytale se negaba a tumbarse hasta que hubieran construido un féretro tradicional para su cuerpo. Había cerrado sus austeros alojamientos a cal y canto para que no entrara nadie. No tenía ningún deseo de que le interrumpieran ni le acosaran en sus últimos días de vida.

Los órganos del maestro tleilaxu, sus articulaciones, su piel habían empezado a fallar de una forma cada vez más traumática. Era un poco como lo que le pasaba a la no-nave, que parecía estar viniéndose abajo: los sistemas fallaban, el aire se filtraba al espacio, el agua se perdía inexplicablemente, las provisiones desaparecían. Algunos de los refugiados más paranoicos veían sabotajes en cada panel de luz, y muchos eran los que miraban con recelo al tleilaxu.

Otra razón para su mal humor. Al menos pronto se habría ido.

—Pensé que habías dicho que el féretro ya se estaba construyendo. No es algo que deba hacerse con prisas.

El adolescente inclinó la cabeza.

—No se preocupe. Estoy siguiendo las estrictas leyes del Shariat.

—Entonces, enséñamelo.

—¿Su propio féretro? Pero, se supone que debe acoger vuestro cuerpo solo cuando haya… cuando…

Los ojos oscuros del viejo Scytale relampaguearon.

—¡Purga esas emociones inútiles! Te has implicado demasiado en el proceso. ¡Es vergonzoso!

—¿Se supone que no debo preocuparme por usted, padre? Veo su sufrimiento…

—Deja de llamarme padre, piensa en mí como en ti mismo. Una vez te conviertas en mí, no estaré muerto. No hay necesidad de llorar. Cada una de nuestras encarnaciones es prescindible, siempre y cuando la cadena de recuerdos continúe ininterrumpida.

El joven Scytale trató de recuperar la compostura.

—Sigue siendo un padre para mí, por muchos recuerdos que lleve encerrados en mi interior. ¿Dejaré de experimentar estas emociones cuando mi antigua vida sea restaurada?

—Por supuesto. En ese glorioso momento comprenderás la verdad… y tus obligaciones. —Scytale aferró al joven por la camisa y acercó su rostro—. ¿Dónde están tus recuerdos? ¿Y si muero mañana?

El viejo Scytale sabía que su muerte era inminente, pero había exagerado su enfermedad en un intento de impresionar a su sustituto. La construcción prematura del féretro era otro de sus intentos por desencadenar una crisis. Si al menos estuvieran en Tleilax… la inmersión en las tradiciones sagradas de la Gran Creencia bastarían para despertar al más obstinado de los gholas. En cambio, a bordo de una no-nave de infieles, las dificultades parecían insuperables.

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