Read Gusanos de arena de Dune Online
Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert
Tags: #Ciencia Ficción
Duncan guió a las estructuras semirracionales con mayor cuidado y mimo de lo que jamás había hecho la supermente. Cuando terminó, había creado una tumba, un memorial, una obra de arte que maravillaría a todo aquel que la mirara.
Y dejó en Sincronía una marca que no podía compararse con la marca que la pérdida de su hija había dejado en el corazón de Jessica.
Algunos problemas es más fácil resolverlos si se plantean con optimismo. El optimismo te muestra alternativas que de otro modo no verías.
S
HEEANA
,
Reflexiones sobre el Nuevo Orden
Los humanos de Sincronía empezaron a comprender gradualmente que su raza sobreviviría.
Cuando Sheeana miraba a Duncan, le parecía extrañamente distante, aunque era de esperar. Con frecuencia su mirada se movía de un lado a otro, como si estuviera en mil lugares a la vez.
Mientras la madre comandante Murbella ordenaba que enviaran transportes ligeros de sus naves recién llegadas y la Cofradía suministraba lanzaderas llenas de operarios y administradores que ayudarían a consolidar la extraña ciudad, Sheeana vio que unos robots que se guiaban a sí mismos retiraban los restos sangrientos del suelo de la catedral.
Los refugiados del
Ítaca
se habían refugiado en el interior de la nave. Ya nunca podría volver a volar, incluso si Duncan la liberaba de su prisión de metal vivo.
Correos mecánicos y ojos espía, dirigidos ahora por Duncan, guiaban a las multitudes por las calles ruinosas, llamándolos a una asamblea en la que se discutiría el nuevo universo. A las renegadas Bene Gesserit de la no-nave les inquietaba volver a encontrarse cara a cara con la antigua Honorada Matre Murbella.
Pero la madre comandante se había vuelto mucho más sabia en el cuarto de siglo transcurrido desde el cisma. Años atrás, de haber sabido que Sheeana pensaba robar la no-nave, la habría matado sin pensarlo. Sheeana se preguntaba qué pensaría de todos los años que Duncan había pasado añorándola. ¿Seguía amándole Murbella? O incluso, ¿le había amado alguna vez?
Las reverendas madres Elyen y Calissa entraron en la sala al frente de una multitud inquieta y recelosa. También acudieron miembros de las tripulaciones de las naves de la Cofradía, entre ellos el administrador Gorus. Parecía agotado, callado, sin el control de nada, y prefería seguir a los demás en lugar de dirigirlos.
Cuando las conversaciones quedaron en un murmullo bajo cercano al silencio, Duncan ocupó su sitio en el centro de la sala, desde donde Omnius y Erasmo habían presidido en otro tiempo a sus máquinas pensantes. No utilizó sistemas de amplificación, y sin embargo sus palabras resonaron por la sala.
—Este destino, esta gran culminación del Kralizec, es lo que hemos buscado durante años. —Paseó la mirada sobre Sheeana y las refugiadas Bene Gesserit—. Vuestro largo viaje ha terminado, porque esta es la nueva tierra con la que soñabais. El planeta es vuestro. Utilizad lo que queda de Sincronía para crear un nuevo orden Bene Gesserit, una base lejos de Casa Capitular.
Las hermanas parecían confundidas y perplejas. Ni siquiera Sheeana habría imaginado que Duncan iba a proponer aquello.
—¡Pero esto es el corazón del imperio de las máquinas! —exclamó Calissa—. ¡El hogar de Omnius!
—Ahora es vuestro hogar. Reclamadlo como vuestro y haceros un futuro en él.
Sheeana comprendió.
—Duncan tiene razón. Los desafíos hacen más fuerte a la Hermandad. El universo ha cambiado, este es nuestro sitio, no importa las dificultades que encontremos. Incluso los gusanos han venido a Sincronía y se han sumergido en las profundidades. —Sonrió—. Y saldrán cuando menos lo esperemos. Alguien tiene que vigilar al Tirano restaurado.
A Sheeana le pareció notar que por debajo de la sala el suelo vibraba, como si hubiera un gran behemoth moviéndose más abajo de los cimientos. Muchos robots habían sido destruidos o dañados durante el ataque de los gusanos, pero miles de máquinas seguían siendo perfectamente funcionales. Sheeana sabía que allí las Bene Gesserit tendrían toda la mano de obra que pudieran necesitar, si es que las máquinas aceptaban ayudarlas.
Murbella habló.
—Yo volveré a Casa Capitular. Y difundiré la noticia sobre nueva realidad. —Miró a Sheeana—. No te preocupes. Mi Hermandad combinada no tiene por qué estar enfrentada a vuestra base ortodoxa. Siempre ha habido diferentes escuelas y líneas de pensamiento. Si hay equilibrio, la rivalidad favorece la fuerza y la innovación… siempre y cuando seamos capaces de evitar la acritud del conflicto y la destrucción mutua.
Sheeana sabía que Duncan regresaría a Casa Capitular con Murbella, al menos por un tiempo. Con su guía, Murbella promovería la reintroducción e integración de una tecnología superior en la sociedad. Si se manejaba correctamente, Sheeana no veía ninguna razón para que los humanos tuvieran miedo a cooperar con las máquinas pensantes, del mismo modo que no veía razón para temer a la religión o la competencia entre facciones Bene Gesserit.
Sin embargo, ella se quedaría allí. No tenía ningún motivo para volver.
—Incluso antes de que las Honoradas Matres destruyeran Rakis —dijo dirigiéndose a Murbella—, el Orden de la Bene Gesserit me convirtió en el eje de una religión por encargo. Durante décadas tuve que ocultarme, mientras la Missionaria difundía leyendas sobre mí. Dejé que la leyenda siguiera sin mí. ¿Qué conseguiría desmintiéndola ahora? Así pues, yo digo, dejémoslo, si eso reconforta a la gente. Mi sitio está en este planeta.
Vio que Scytale estaba entre los presentes. Al final, el último de los maestros tleilaxu había sido de gran ayuda, había luchado por ellos y no en contra de ellos.
—Scytale, ¿se quedará con nosotras? Sus conocimientos y saber genético nos serían muy útiles. Después de todo, vamos a fundar una colonia, y solo contamos con unos pocos cientos de personas.
—Espero que con el tiempo empiece a llegar más gente del exterior —le dijo Murbella.
El pequeño tleilaxu parecía sorprendido por la invitación.
—Por supuesto que me quedaré. Gracias. Mi gente no tiene ningún otro sitio, ni siquiera la sagrada Bandalong. —Le sonrió a Sheeana—. Quizá a vuestro lado pueda lograr algo digno.
Duncan se paseó entre las refugiadas Bene Gesserit.
—Ahora sois jardineras que colocan las piedras en nuestro camino al destino. Muchos de nosotros regresaremos a mundos que podemos llamar hogar, pero vosotras permaneceréis aquí.
Sintiendo un profundo afecto hacia él, Sheeana le tocó el brazo. Aunque seguía siendo de carne y hueso, aunque seguía siendo humano, sabía que ahora era mucho más. Y sus palabras eran ciertas.
—Gracias a ti, mis hermanas y yo hemos encontrado por fin nuestro hogar.
Lo peor de regresar es que el pasado nunca es exactamente como uno lo recordaba.
P
AUL
A
TREIDES
,
Anotaciones de un ghola
En el Imperio Antiguo, los últimos defensores de Casa Capitular esperaban, tensos y alertas, pero durante días nada cambió. Las naves de guerra de las máquinas no Se habían movido, y la bashar Janess Idaho no había tenido nuevas noticias de los cruceros que se habían llevado a la madre comandante. Veloces naves exploradoras se desplazaban entre los cien diferentes puntos de la barrera, y en todas partes encontraban la misma situación.
Todos esperaban. Nadie sabía lo que estaba pasando.
Janess se sintió alarmada y asustada cuando un gran enjambre de naves de diferentes tamaños y configuraciones emergió del tejido espacial. Habló agitada por las líneas de comunicación, llamando a las naves de defensas funcionales que aún quedaban en órbita. Al principio no reconoció la configuración de los recién llegados, pero entonces se dio cuenta de que entre ellas había naves de los humanos y de las máquinas que los motores Holtzman de las inmensas naves de la Cofradía habían arrastrado con ellos.
—¡Identifíquense! —dijo Janess a aquella armada inesperada.
En el puente de su nave, Murbella sonrió a Duncan.
—Esa es tu… nuestra hija.
Él arqueó las cejas y realizó unos rápidos cálculos mentales.
—¿Una de las gemelas?
—Janess. —Murbella frunció ligeramente el ceño—. La otra, Rinya, no superó la Agonía. Había olvidado que no lo sabías. Tanidia, la mediana, también está viva, y está destinada con la Missionaria entre los refugiados. Pero perdimos a Gianne, la pequeña… nació justo antes de que yo me convirtiera en Reverenda Madre. Murió durante la epidemia de Casa Capitular.
Duncan se recompuso. Qué extraño, sentir tanto pesar por la muerte de unas hijas que no había llegado a conocer. Hasta ahora ni siquiera conocía sus nombres. Trató de imaginar qué aspecto debían de tener. Como kwisatz haderach y supermente, podía hacer muchas cosas… casi todo. Pero no podía devolver la vida a sus hijas.
Duncan estudió las facciones de Janess en la pantalla: el pelo oscuro y rostro redondo de su rama de la familia, cuerpo menudo, ojos intensos y una expresión dura que decía que jamás huiría de un reto. Una síntesis de Murbella y él. Activó la línea de comunicación.
—Bashar Janess Idaho, te habla Duncan Idaho, tu padre. Estoy con la madre comandante.
Murbella se inclinó para entrar en el campo de visión de la cámara.
—Tranquila, Janess. La guerra se ha acabado. No tienes nada que temer de nosotros.
Janess parecía recelosa.
—Lleváis naves de las máquinas pensantes con vosotros.
—Ahora son mis naves —dijo Duncan.
La Bashar no se inmutó.
—¿Cómo sé que no sois Danzarines Rostro?
Murbella contestó.
—Janess, cuando nos enfrentamos a las máquinas pensantes y descubrimos que los ixianos y los Danzarines Rostro nos habían engañado, las dos nos comprometimos a morir en un momento de gloria final. No estés tan deseosa de morir ahora que por fin tenemos esperanza.
La imagen de Janess les miraba desde la pantalla. Duncan estaba orgulloso de la prudencia de su hija.
—Nos reuniremos todos en la gran sala de Central —dijo—. Un buen lugar para discutir el futuro. —Duncan sonrió con aire soñador—. En realidad, mientras estuve aquí nunca llegué a ver el interior de Central… estaba confinado en el interior de la no-nave.
Janess vaciló solo un momento, y entonces asintió con gesto brusco.
—Pondremos vigilancia.
Duncan ya añoraba a sus compañeros de la no-nave, pero cada uno de ellos tenía su lugar, un nicho importante que ocupar. Paul y Chani volverían a Arrakis, el lugar adonde siempre habían sabido que pertenecían. Jessica había elegido Caladan, y sorprendió a muchos al pedir a Yueh que la acompañara. Y, en Sincronía, la cápsula de nulentropía de Scytale seguía conteniendo un tesoro en material celular.
Duncan ya había decidido cuál sería el primer encargo para el maestro tleilaxu. El tumulto y los cambios, las repercusiones y adaptaciones se prolongarían durante décadas, puede que incluso siglos. Y necesitaría la ayuda y el Consejo de un gran hombre. Necesitaba a Miles Teg a su lado…
Mientras la nave descendía hacia la ciudad principal de Casa Capitular, Duncan supo que jamás podría ver aquel lugar como su hogar, a pesar del tiempo que había pasado allí. En sus encarnaciones genéticas había experimentado muchos lugares, había conocido a un sinfín de personas. Su presciencia en expansión y su conexión mental con decillones de ojos repartidos por el cosmos y conectados a la red de taquiones de la supermente habían convertido el universo entero en su hogar.
Veo que empiezas a entender la enorme responsabilidad que te he ayudado a asumir
, dijo una voz familiar en su mente. ¡Erasmo!
Te lo podría haber puesto mucho más difícil, kwisatz haderach, pero decidí cooperar. Esto es solo un eco de mí, un observador. Puedes acceder a mí como desees. Utilizar mis conocimientos como una base de datos. Una herramienta. Tengo curiosidad por ver lo que haces.
—¿Vas a acosarme, como un demonio?
Considérame un consejero, pero mis investigaciones continúan. Siempre estaré aquí para guiarte, y confío en que no me defraudarás.
—Como las Otras Memorias de las brujas, pero más grande y más accesible.
Estás aquí para ayudar a humanos y máquinas… al futuro. Todo está bajo tu mando.
Duncan rio ligeramente para sus adentros por aquel amistoso diálogo entre los dos. Aunque Erasmo estaba en una posición inferior, seguía conservando un orgullo muy humano, incluso si no era más que un eco y un consejero.
Cuando llegaron a Central, Duncan y Murbella entraron en la gran sala uno al lado del otro. Los ojos espía les seguían, junto con un par de robots centinela. Los robots produjeron una profunda turbación en aquellos que esperaban en la sala, pero los humanos tendrían que aprender a dejar a un lado sus temores e ideas preconcebidas.
Sin Omnius, el imperio de máquinas pensantes seguía funcionando, aunque sin una mente ni una misión unificada. Duncan les guiaría, pero no pensaba continuar con aquel ciclo interminable de esclavismo. Las máquinas tenían el potencial de ser mucho más que herramientas o marionetas, más que solo una fuerza destructiva. Algunas no podían ser otra cosa, pero los robots más sofisticados y los mecanismos de asesoramiento podían evolucionar y convertirse en algo muy superior. Erasmo mismo se había convertido en un robot independiente, había desarrollado una personalidad única cuando quedó aislado de la influencia homogeneizadora de la supermente. Con tantas máquinas pensantes repartidas por los diferentes planetas, otras figuras destacarían si se les daba ocasión. Si las guiaban. Si Duncan se lo permitía.
Tenía que encontrar un equilibrio.
El imponente trono de la madre comandante esperaba vacío ante una ventana segmentada que miraba sobre el paisaje árido y moribundo. Janess estaba en pie a un lado, invitando a Murbella a ocupar su sitio, con casi un centenar de guardias de la Nueva Hermandad en alerta en la cámara. Aunque todos los insidiosos Danzarines Rostro habían sido descubiertos y asesinados, Janess no pensaba bajar la guardia, y Duncan se sintió orgulloso por ello.
La joven hizo una reverencia formal.
—Madre comandante, nos alegra tenerla de vuelta. Por favor, ocupe si sitio.
—Ya no es mi sitio. Duncan, tu hija ha sido educada a la manera Bene Gesserit, pero también quiso conocer tu vida. Se entrenó para convertirse en el equivalente a un maestro de espadas de Ginaz.