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Authors: Fritz Leiber

Tags: #Ciencia Ficción

¡Hágase la oscuridad! (12 page)

BOOK: ¡Hágase la oscuridad!
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Estaba ya muy oscuro, pero ante ella se vio una sombra aún más oscura, con forma de hombre.

—Te veo —dijo la vieja en tono agresivo pero algo nervioso, mientras se cubría con un chal andrajoso para protegerse del frío—. Y no hace falta que uses tus tretas para impresionarme. Eso no va conmigo.

—«Grimalkin» ha reconocido mi forma de llamar —le respondió una voz risueña.

—Le arrancaría los ojos a esa chica. ¿Qué quieres?

—¿Cómo está nuestro paciente?

—¡Quiere levantarse y partir de cruzada! ¡Casi tengo que tenerle atado!

—¿Y su… educación?

—Bueno. Creo que está empezando a ser más razonable. Siempre va bien que sucedan estas cosas. Es tenaz, muy duro y tiene buen carácter, pero sabe lo que quiere y es listo; aunque me parece que se ha ablandado un poco con respecto a vosotros. Lo siento por él.

—¡Muy bien! Realmente eres demasiado modesta. Subestimas la influencia de tu compañía. Te estamos muy reconocidos. Madre Jujy.

—¡Mierda, reconocidos! —respondió amargamente la vieja arpía, levantándose y avanzando su mentón arrugado—. Escucha, ¡Os ayudo algunas veces porque sé qué queréis acabar con los sacerdotes! Pero hay algo que quiero que sepáis: lo he sabido desde el primer día que os vi, a mí no me engañáis. A pesar de todos vuestros trucos y proezas y pese a esos monitos que hablan farfullando, ¡vosotros no sois verdaderos brujos!

Una risa burlona resonó en la oscuridad.

—Esperemos que la Jerarquía nunca sea tan perspicaz, Madre Jujy.

Ella ignoró el cumplido.

—¡Sólo sois unos charlatanes! —insistió—. La verdadera bruja soy yo.

La sombra negra se inclinó haciendo una reverencia.

—No te disputaremos tal honor —concluyó.

—Así lo espero —respondió la Madre Jujy.

7

—Asmodeo dice que debemos aumentar la presión, Drick. Esta noche los lobos volverán a Megatheopolis. Tan solo para dar una vuelta por los alrededores al principio, pero después se irán haciendo más atrevidos. A partir de medianoche, los telesolidógrafos funcionarán las veinticuatro horas del día en todas las principales ciudades. Pronto instalaremos el segundo en esta ciudad. Tendréis que hacerlos funcionar por turnos. Tened cuidado de no fatigaros la vista. Mientras tanto, los aquelarres deberán utilizar a todas las personas disponibles en la segunda fase de persecuciones de los sacerdotes de los Cuatro Círculos Superiores. Estas son las cintas y el listado de los miedos individuales básicos de los sacerdotes sobre los que se debe actuar y que son los que ocupan posiciones clave. Podéis empezar ya a distribuirlas.

El Hombre Negro hizo deslizarse sobre la mesa una caja llena de minúsculas bobinas. El hombre joven bajo, corpulento, con facciones inteligentes y que llevaba una túnica negra similar a la suya echó una ojeada a los nombres inscritos en las bobinas y cerró la caja.

—Me gustaría saber dónde logra Asmodeo obtener estas informaciones tan detalladas —añadió el Hombre Negro frotándose los ojos—. Si creyera en la religión, diría que él mismo es el Gran Dios. ¡Sabe tanto de la Jerarquía!

Drick se inclinó hacia adelante.

—Quizá forme parte de la Jerarquía.

El Hombre Negro asintió frunciendo el ceño en actitud reflexiva.

—Quizá. Quizá.

Drick le contempló extrañado.

—Yo no soy Asmodeo, Drick. Ni siquiera estoy seguro de ser el jefe aquí en Megatheopolis, aunque parece ser que soy el primero en recibir las instrucciones.

—Pero ¿de dónde vienen? —Drick puso la mano encima de la caja—. Esto, por ejemplo, requiere un contacto físico. Alguien tiene que dárselo.

—Seguro —el Hombre Negro sonrió un poco cansado—. Cuando entro en esta habitación y encuentro una caja encima de mi mesa, es lógico pensar que alguien la ha puesto aquí, pero ¿quién?

—¿Así es cómo llegó?

El Hombre Negro asintió.

Drick, perplejo, sacudió la cabeza.

—Realmente somos demasiado confiados…

El Hombre Negro rió quedamente.

—Por otra parte, hay algunas ventajas en este procedimiento. Si cogen a uno de nosotros, no puede delatar a los demás, ni en el caso de que le… persuadieran para que lo hiciese.

—Todavía no han logrado coger a nadie —la voz de Drick sonó un tanto engreída.

El Hombre Negro le miró lentamente; su rostro diabólico se había cubierto bruscamente con una máscara de seriedad.

—¿No creerás, ni remotamente, que no son capaces de hacerlo? No hay duda de que ya han localizado a algunos de los nuestros y sólo esperan saber algo más acerca de los jefes para desarticular toda la red.

Drick parecía desconcertado y decaído.

—Seguro —dijo tomando la caja y levantándose. Después recordó algo—. He estado con Sharlson Naurya. Empieza a impacientarse. No le gusta estar encerrada.

—También son órdenes de Asmodeo. Tiene algún plan. Un trabajo especial para ella cuando llegue el momento adecuado. Ve a verla de vez en cuando, Drick, si tienes oportunidad. Diviértela un poco.

—Esas sí que son instrucciones agradables —opinó Drick.

—No te hagas demasiadas ilusiones, te lo advierto. Tengo la impresión que pronto tendremos entre nosotros a cierto sacerdote renegado.

—¿El paciente de la Madre Jujy? ¿Ha cambiado de opinión?

—Está cambiando, creo.

Drick asintió.

—No parece un mal tipo. Y creo adivinar que Naurya siente debilidad por él.

Cuando estaba ya en la puerta, de repente se dio la vuelta. El Hombre Negro se había dejado caer pesadamente en el sillón y se frotaba los ojos.

—Dime —sugirió Drick—, si las acciones van a intensificarse a partir de esta noche, ¿por qué no te tomas seis horas de descanso ahora que puedes hacerlo?

—No es una mala idea —respondió asintiendo con la cabeza el Hombre Negro.

Tras la partida de Drick, siguió inmóvil un rato contemplando la pared.

—No es una mala idea —repitió.

A lo lejos, se oyó una gran campana doblar en señal de duelo. Una sonrisa llena de malicia surcó lentamente su rostro. El Hombre Negro frunció las cejas y sacudió la cabeza, como alejando la tentación. La campana continuó su tañido y la sonrisa del Hombre Negro retornó, a pesar suyo. Se encogió de hombros y se puso en pie.

De nuevo parecía lleno de energía.

De un armario situado en la pared sacó un brazalete negro y grueso que parecía una bobina o una red formada por hilos eléctricos y se lo puso en el antebrazo derecho. Sobre una cómoda, al otro lado de la habitación, había un recipiente de cobre poco profundo en el que flotaban unas flores. El Hombre Negro extendió el brazo en aquella dirección para hacer una prueba como si buscara una especie de contacto y el recipiente empezó a oscilar ligeramente, se levantó un poco sobre la cómoda y de repente volcó, derramando el agua y las flores. El Hombre Negro sonrió satisfecho.

En el brazo izquierdo se colocó un brazalete de otro tipo que tenía varias manecillas pequeñas y que podía tocar con sólo doblar los dedos. Después manipuló sobre la cómoda e hizo surgir una música; una melodía lenta y solemne. Entonces retrocedió y extendió el brazo izquierdo de nuevo, como para hacer una prueba y empezó a tocar las manecillas con los dedos. La música solemne graznó, se hizo discordante y acabó convirtiéndose en un sonido ronco y estridente.

Luego de un estante del armario sacó la indumentaria que usaban los fieles: una áspera blusa de mangas largas, polainas, botas y un capuchón.

Una voz ligera, apagada y muy aguda, sin origen visible, comentó:

—Otra vez con tus bromas y tus chanzas! ¡Me temo que seré yo quien tendrá que hacer todo el trabajo duro!

—Esta vez, Dickon, mi querido familiar, creo que voy a dejarte en casa —respondió el Hombre Negro.

La gran campana había dejado de tocar, pero el eco resonaba todavía como un misterioso mensaje procedente de la eternidad. Una muchedumbre de fieles silenciosos y muy respetuosos llenaba casi por completo la Catedral.

Era un lugar espacioso en el que reinaba una agradable penumbra, iluminada por suaves luces rosadas y por el centelleo del oro y las joyas. En el aire flotaba el bálsamo de un perfumado incienso. Los sacerdotes deambulaban por entre las hileras de bancos, absortos en sus tareas místicas. Podía oírse el crujir de sus túnicas sedosas.

El Hombre Negro, después de haber hecho el saludo ritual de rigor, se sentó en el fondo de la nave, al extremo de una de las hileras de bancos. Estaba situado justamente frente a los relucientes prodigios del órgano de cuyas gargantas doradas había empezado a surgir una música suave que se mezclaba con las imaginarias reverberaciones de la campana. El Hombre Negro se hallaba en un estado de semiestupor. Sumergido en alguna meditación estúpida y laboriosa, parecía masticar su propia lengua como hace un rumiante con su comida, como si estuviera reflexionando piadosamente sobre sus pecados.

Un sentimiento de paz y de bienestar le invadió. Era demasiado patente como para haber sido provocado solamente por la tibia penumbra, las luces brumosas, la música sedante y el incienso. Él sabía que se trata de radiaciones que embotaban el simpático y estimulaban el sistema nervioso parasimpático, de modo que no se inquietó sino que saboreó aquella experiencia. Si tenía algunos síntomas de nerviosismo, las radiaciones le tranquilizaron. Con precaución para no delatarse, observó el efecto que las radiaciones provocaban en los demás: el relajamiento de los músculos tensionado por el trabajo, la distensión de las frentes preocupadas, la estúpida caída de las mandíbulas y las bocas abiertas.

—Gran Dios, Señor del Cielo y de la Tierra, sacerdote de sacerdotes, al que sirve la Jerarquía…

Una voz devota salmodiaba en la penumbra luminosa. Por detrás del altar se alzaron haces de luz que, como mudas trompetas, revelaron la imagen del Gran Dios; una reproducción a pequeña escala del enorme ídolo situado encima de la Catedral. Los fieles inclinaron la cabeza y su respuesta fue un rumor que se alzó en medio de la muchedumbre, como un inmenso suspiro de fatiga. El servicio había comenzado.

La atmósfera iba haciéndose más y más piadosa a medida que los rezos se sucedían en forma monótona. El único momento delicado lo provocó el que algunos fieles de más edad respondieran automáticamente al «Apresurad la llegada de la Nueva Edad de Oro» que había sido suprimida recientemente del servicio religioso.

El sacerdote que estaba en el púlpito fue reemplazado por otro de mayor edad que empezó a predicar. Tenía una voz maravillosamente flexible, severa como un látigo de pronto y suave, soporífera y dulce como la miel inmediatamente después. Sus palabras eran muy adecuadas a la mentalidad de la audiencia. Todos podían entenderlas perfectamente.

Habló, como era habitual, de la gran suerte de que disfrutaban los fieles y de los esfuerzos incesantes de los sacerdotes por aliviar su miseria llena de pecado. Dibujó también una imagen sencilla y convincente de un universo en el que sólo el trabajo incansable podía expiar las consecuencias del mal heredado de la Edad de Oro y evitar la condenación.

Después, cuando empezó a hablar de un tema más inmediato y urgente: la creciente audacia de Satanás y sus demonios, desapareció toda la suavidad y dulzura de su voz. Podía oírse un débil restregar de pies y el roce sobre los bancos de la tela basta de la vestimenta de los fieles cuando se giraron para escuchar con mayor atención. El sacerdote les dijo que la mayor audacia de Satanás estaba causada, sobre todo, por el aumento de sus pecados, predijo un porvenir terrible para todos aquellos que no se arrepintieran y se enmendaran y ordenó a todos que vigilaran estrechamente a sus vecinos.

—…Ya que nadie puede saber dónde surgirá el pecado. Sus semillas están por todas partes y Satanás las abona y riega cada día. Esa cosecha es lo que Él más ama en el mundo. La Jerarquía podría aniquilar a Satanás cuando quisiera, pero esa victoria no tendría mérito para vosotros. Es deber de cada uno arrancar a Satanás de su corazón y mantener seca y estéril la semilla del pecado.

Con esta nota de advertencia solemne finalizó el sermón. Sacerdotes del Primer Círculo aparecieron al principio de cada hilera de bancos portando bandejas relucientes, mientras otro sacerdote subía al púlpito para exhortar a los fieles a contribuir tanto como pudieran a los fondos de la Jerarquía. Aquellas donaciones voluntarias tenían un mérito especial.

Las manos hurgaron en los bolsillos. Las bandejas iban arriba y abajo. Tintineó el metal.

El sacerdote que estaba en la hilera del centro casi había llegado hasta el final y en el momento en que tendía una vez más la mano para recuperar la bandeja, ahora llena de monedas, el fiel que la sostenía pareció apartarse bruscamente. El sacerdote avanzó un poco más, cogió la bandeja y —mientras miraba con suspicacia a aquel fiel tan torpe— la tendió, sin mirar, hacia el banco del otro lado del pasillo. El sacerdote sintió que tomaban la bandeja de su mano y dejó caer el brazo. Entonces notó una expresión extraña en los rostros de quienes le rodeaban —quizá oyó el apagado inicio de una exclamación de sorpresa— y se dio la vuelta.

El primer fiel del banco, efectivamente, había intentado coger la bandeja, pero antes de poder alcanzarla con la mano, otra fuerza se la había arrebatado al sacerdote. Entonces, aquel fiel, estupefacto, retrocedió y la bandeja quedó suspendida en el aire.

El sacerdote extendió rápidamente la mano para cogerla, pero la bandeja le eludió y se elevó un poco más.

Él trató de asirla de nuevo, poniéndose de puntillas, pero la bandeja se mantuvo un poco por encima de su alcance.

El sacerdote consciente, de repente, de su dignidad, abandonó sus intentos por recuperar la bandeja y miró las caras atónitas a su alrededor entre las que se encontraba la de un tipo pelirrojo, cuatro filas más atrás que parecía aún más zafio y pasmado que el resto.

Pero volvió de nuevo su atención a la bandeja flotante, cuando ésta empezó a oscilar violentamente y, en consecuencia, las monedas empezaron a tintinear y una o dos cayeron al suelo.

Cada vez había más fieles que se habían dado cuenta del fenómeno.

De repente, la bandeja se disparó en el aire bruscamente y describió una curva centelleante en la penumbra y al volcar hizo caer una lluvia de monedas sobre los fieles que estaban debajo de ella. La bandeja cayó a cierta distancia, al mismo tiempo que las monedas, pero después se detuvo, se equilibró de nuevo y siguió flotando en el aire.

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