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Authors: Fritz Leiber

Tags: #Ciencia Ficción

¡Hágase la oscuridad! (22 page)

BOOK: ¡Hágase la oscuridad!
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Desde su nacimiento, desde el primer momento consciente tras haber salido del tanque de reproducción, los pensamientos de Dickon habían estado inmersos en los de su hermano, de tal forma que, en cierto sentido, nunca había tenido infancia ni adolescencia, sino que había tenido pensamientos de adulto desde el principio de su existencia. El contacto directo con la mente de su hermano le había permitido adquirir la madurez mental en pocas horas y también le había hecho capaz de una comprensión y una inteligencia muy por encima de las capacidades de su sistema nervioso, simplificado y aislado. La otra influencia fundamental en su desarrollo se debía a sus compañeros familiares, a sus iguales sociales. Dickon estaban en contacto telepático con ellos, pero en menor grado y a una distancia más corta.

Sin embargo, se sentía mucho más ligado a su hermano que al resto de los familiares. Por ello, cuando Dickon se obstinaba en buscar a su hermano en los túneles sombríos de los conductos de ventilación, aun careciendo de un sistema glandular propio, experimentaba algo parecido a una emoción propia.

Se decía a sí mismo que sólo podría investigar cinco ramales más antes de caer exhausto y, de repente, apareció en la pizarra vacía de su mente el esbozo de una imagen.

Dickon se detuvo. La imagen empezaba a desvanecerse. Siguió adelante y la imagen desapareció completamente. Dickon volvió de nuevo hacia atrás y esperó. Después de un momento, otra imagen empezó a formarse, como una fotografía al revelarse; una fotografía que cambiara y se moviera incluso en el momento del revelado. Su mente de familiar se llenó con una sensación que, si Dickon hubiera conocido las emociones, le habría parecido análoga al miedo. Nunca había contemplado aquel paisaje mental hasta entonces; sin embargo, estaba convencido de que provenía de su hermano.

Bruscamente, la imagen desapareció. El minúsculo Dickon del recinto que estaba detrás de sus ojos corrió a la pizarra y escribió un mensaje:

«Dickon está aquí, hermano. Dickon escribe en tu mente».

El mensaje desapareció e inmediatamente la pizarra se llenó de un confuso tumulto de pensamientos tal, que Dickon supo que su hermano estaba muy excitado y sorprendido. La mayoría de aquellos pensamientos estaban teñidos de un matiz extraño y rápidamente desaparecieron, como si su hermano se diera cuenta de que eran demasiado confusos para ser útiles y una pregunta concreta les reemplazó:

«¿Puedes comprenderme claramente, Dickon? ¿Hay suficiente contacto?»

«Sí, pero tus pensamientos son extraños y algunos de ellos son dolorosos. ¿Alguien ha herido tus pensamientos, hermano?»

«Un poco, pero no tengo tiempo para explicártelo ahora». Aquí Dickon obtuvo una imagen rápida y fragmentaria del hermano Dhomas y del laboratorio en las criptas. «Excepto esas cosas extrañas, ¿es suficiente el contacto?», siguió diciendo el Hombre Negro.

«Sí. Pero Dickon quiere ir a tu lado. ¿Ayudarás a Dickon para que encuentre el camino?»

«Lo siento, Dickon. Pero es imposible. Tu hermano está encerrado. ¿Entregaste mi mensaje?»

«No. Dickon no pudo hacerlo. Encontró las cosas muy distintas de lo que esperaba. Dickon tiene muchas noticias para ti».

«Dímelas».

El minúsculo Dickon del recinto detrás de los ojos empezó a abrir las cajas de recuerdos.

«Después de que Dickon te dejara en tu habitación de enfermo…, ¿sigues todavía con ese extraño corazón exterior, hermano?»

«No. Ya estoy mejor. Has estado fuera durante cuatro días. Continúa.»

«Dickon se marchó a través de los túneles. Primero el pequeño, después una pequeña abertura que daba al grande, de nuevo uno pequeño, pero no encontró a Drick ni a su familiar en el lugar en que Drick debía estar. Entonces Dickon fue a la Sala del Aquelarre y en el túnel que hay bajo la Sala, encontró a varios familiares, el de Drick entre ellos. Jock, Meg, Minina, Jill, Seth y muchos otros. Esos familiares le contaron a Dickon que no debía ir a la Sala porque estaban allí los sacerdotes. Había habido una reunión y todas las Grandes Personas habían sido traicionadas. Los diáconos habían invadido la Sala y habían capturado a las Grandes Personas. Aquellos familiares estaban en mal estado. Habían perdido el contacto con sus Grandes Personas y no sabían qué hacer. Muchos de ellos necesitaban sangre.

»Dickon recordó que en el Centro de Crianza había almacenes de sangre para los embriones de familiares, así que reunió a los familiares en un grupo, haciendo que el más fuerte ayudara al más débil y les condujo abajo, cada vez más abajo, hasta el Centro de Crianza. Fue un viaje duro. Al final, tuvimos que llevar a cuestas a muchos de ellos y creo que si no hubieran sabido que volvían al lugar en que habían nacido, no hubieran logrado llegar.

»Cuando Dickon y los otros familiares llegaron por fin, no encontraron tampoco a ninguna Gran Persona en el Centro de Crianza. El Centro estaba vacío. Los familiares se hubieran bebido las primeras ampollas de sangre que encontraron porque estaban muy hambrientos, pero Dickon les contuvo y no dejó que ninguno bebiera hasta encontrar la caja que contiene la sangre—que—puede—ser—bebida—por—todos.

»Dickon les dejó allí mientras se hartaban de sangre y volvió por el mismo camino por el que había ido, porque sabía que su hermano querría conocer los últimos acontecimientos y porque quería saber qué era lo que su hermano deseaba que hiciera a continuación pero cuando volvió, se dio cuenta de que su hermano ya no estaba donde le había dejado. Buscó pero no pudo encontrar ni a su hermano ni a los pensamientos de su hermano. Por eso regresó al Centro de Crianza para abastecerse de sangre fresca y volver a buscar de nuevo. Eso ocurrió varias veces, hasta que Dickon al final, decidió no volver más; debía encontrar a su hermano o detenerse. Por eso buscó mucho más lejos que en veces anteriores y aquí está.»

Después, Dickon borró todo lo que había en la pizarra de su mente, pero no llegó ninguna respuesta, tan sólo pensamientos confusos que le decían que su hermano estaba muy desanimado por las noticias que le había traído, un paisaje mental espasmódico, sin palabras, matizado aún más por aquel estado de ánimo que Dickon encontraba tan extraño.

De pronto, el minúsculo Dickon del recinto tras de sus ojos, descubrió una caja de recuerdos que todavía no había abierto.

«Hay algo que todavía no te he contado, hermano.

»Dickon ha dicho que el Centro de Crianza estaba desierto y es cierto que no había Grandes Personas, pero había dos familiares recién nacidos que habían dejado los Criadores. Eran dos familiares extraños que no eran de bruja ni de hechicero.»

«¿Qué quieres decir?»

»Debes saber algo de uno de ellos, hermano. El familiar del sacerdote que iba a ser de los nuestros y que estuvo en casa de la Madre Juiy y que…»

«¿Cómo es?»

Rápidamente Dickon dibujó en su pizarra mental el retrato de un familiar de pelo negro.

«¿Y el otro?»

Dickon esbozó un retrato mental de un familiar con la piel amarillenta y pálida; su vello negro tenía unos reflejos azules como el acero.

Después, durante un momento, no llegó ningún mensaje, pero Dickon podía notar cómo la mente de su hermano estaba haciendo planes de forma frenética, como hacía en los viejos tiempos que Dickon conocía tan bien. Finalmente llegaron las palabras; eran enérgicas y claras.

«Escucha, Dickon. Háblame sobre esos recién nacidos. ¿Has entrado en contacto con sus mentes?»

«Sí. Un poco, pero son muy estúpidos porque nunca han estado en contacto con sus gemelos mayores. Algunos familiares se han comunicado con sus pensamientos y han intentado, un poco por juego, enseñarles alguna cosa. Ya están haciendo algún progreso.»

«¿Crees que si estuvieran contigo en este momento, yo podría entrar en contacto con ellos a través de tu mente?»

«Creo que sí, hermano.»

«Muy bien. Escucha atentamente. Quiero que vuelvas al Centro de Crianza y traigas aquí a esos dos familiares recién nacidos. Cada uno de vosotros puede coger una ampolla de sangre y así tendréis reservas…»

«Dickon nunca ha pensado en eso. Todo habría sido mucho más fácil. Pobre estúpido, Dickon.»

«No, no. Lo has hecho mucho mejor de lo que esperaba, pero sigamos. Traerás a los otros dos al lugar en que estás ahora e intentarás contactarles con mi mente. ¿Lo comprendes?»

«Sí», respondió Dickon con gravedad.

«¿Podrás hacerlo?»

El mensaje estaba lleno de ansiedad.

«Vuelve al Centro de Crianza. ¿Te queda bastante sangre?»

«No lo sé», replicó simplemente Dickon. «He llegado más lejos esta vez, con la esperanza de obtener sangre de mi hermano cuando le encontrara.»

«¡Satanás!» Dickon percibió toda la amargura de su hermano. «Escucha, Dickon, es esencial que puedas llevar a cabo mis instrucciones. Te libero de la regla que te prohíbe tomar sangre de cualquier otra persona que no sea tu hermano. ¡Coge sangre donde y cuando puedas!»

Dickon se dio cuenta del sentido de aquella orden y observó tranquilamente:

«Dickon comprende el peligro al que se refiere su hermano. Por eso insistió en que los otros familiares esperaran hasta encontrar la caja que contiene la sangre—que—puede—ser—bebida—por—todos. Sabe que si toma sangre de un extraño hay una posibilidad de morir entre rápidas convulsiones, pero la vida es bien poca cosa —tan pequeña como Dickon— y Dickon no tiene miedo.»

Entonces no podía comprender del todo la emoción que produjo en la mente de su hermano, pero le infundió ánimo.

«Es mejor que te pongas en camino, Dickon» fueron las palabras finales de su hermano. «Es muy pequeña la esperanza que te queda, tan pequeña como tú, pero puede ser la única posibilidad para salvar el mundo de las Grandes Personas.»

«Dickon hará todo lo que pueda. Adiós, hermano.»

16

Desde el alba, el carillón solemne de la Catedral había inundado Megatheopolis con intervalos de un repique excitado y gozoso de campanas y antes de que se hubiera apagado el primer tañido la Gran Plaza había empezado a llenarse. Los fieles hubieran empezado a acudir a la medianoche, si no hubiera sido porque la noche se habría llenado de los terrores de Satanás.

Las campanas parecían cantar:

«¡Despertad! ¡Despertad! Maravillas. Maravillas increíbles. ¡Corred! ¡Corred!»

Muchos habían venido en ayunas y no habían traído comida. ¿No iba a ser un Gran Jubileo? Era el Gran Dios quien debía proveer.

Llegaron de todos los rincones de Megatheopolis y de varios kilómetros a la redonda, de los campos adyacentes. Hacia media mañana, la Plaza estaba repleta hasta la doble hilera de diáconos que mantenían despejado un espacio considerable, al pie de la escalinata de la Catedral. Los tejados de los alrededores estaban llenos de gente y los niños se habían subido a las chimeneas. Un poco antes, un pequeño balcón atestado de gente se había hundido hiriendo a varios fieles y habían creado un cierto pánico que los diáconos diseminados entre la multitud habían calmado rápidamente. Las calles de los alrededores estaban bloqueadas por los que habían llegado tarde. En todas partes había empujones, codazos y disputas por quién tenía derecho a los mejores lugares, avisos de niños perdidos y un murmullo incesante de conversación que resultaba periódicamente ahogado por el estrépito de las campanas.

No se trataba de una multitud feliz ni contenta, sino de la misma que el día anterior había tomado por asalto la Gran Plaza llegando hasta casi la escalinata de la Catedral, la misma que había gritado insultos contra la Jerarquía por ser incapaz de protegerles de Satanás. Era la misma multitud que había matado a dos diáconos, que había atacado a un sacerdote del Primer Círculo y había exigido a la Jerarquía que demostrara su valer. Sin embargo, hoy los fieles les concedían una especie de tregua. El día antes los sacerdotes les habían prometido que el Gran Dios daría muestras de su apoyo y de su dominio sobre Satanás y que realizaría milagros durante el Gran Jubileo. Y la noche pasada, como para dar prueba de todo ello, parecía que había habido una disminución de aquellas fantasmagorías satánicas y demoníacas.

Además era difícil estar encolerizado tras el efecto calmante de las emanaciones parasimpáticas que inundaban la Plaza.

Los parasimpáticos producían además otro efecto. Estimulaban los nervios que controlan el tracto digestivo y con ello aumentaban el hambre de una multitud que, en su mayor parte, aún no había comido nada aquella mañana. Cien mil bocas estaban segregando saliva. Cien mil gargantas tragaban, tragaban, tragaban.

Finalmente, al mediodía, el carillón empezó a sonar aún más fuerte, en medio del más alto y clamoroso de los estallidos que había lanzado hasta entonces. Por un momento se hizo el silencio y se creó un ambiente de gran expectación cuando cien mil fieles contuvieron el aliento. Después, desde el Santuario llegaron las notas graves de un órgano que tocaba una marcha solemne, sombría y vibrante, pero llena de misterio, de majestad y de fuerza, como un trueno lejano que devenía armonioso, una música como la que debía de haber sonado cuando el Gran Dios impuso por primera vez su voluntad sobre el tenebroso caos y creó la Tierra.

Lentamente, al ritmo de la tiránica melodía, los sacerdotes, cuyas túnicas escarlata estaban bordadas en oro, se instalaron en el estrado que se había construido durante la noche junto la puerta de la Catedral. Los fieles más cercanos podían distinguir en sus pechos los emblemas que lucían —un triángulo en cuyo vértice superior brillaba un gran rubí—, y se murmuraba de boca en boca que el propio Consejo Supremo iba a presidir el Gran Jubileo. Eran muy pocos los fieles que podían enorgullecerse de haber visto a un arcipreste, así que la visión del Consejo completo era como echar una ojeada desde las puertas del cielo.

El malhumor empezaba a ceder ante aquellas visiones. La música se aceleró y las grandes puertas de la Catedral se abrieron. De cuatro en cuatro avanzaron los sacerdotes en una procesión que encarnaba toda la pompa y el poderío de la Jerarquía. Los había de todos los Círculos; eran hombres espléndidos, como semidioses. La procesión dio la vuelta por el espacio que los diáconos habían mantenido vacío, antes de alinearse en torno al estrado según el grado de cada uno.

Conforme los sacerdotes avanzaban y la música se hacía más rica, más cálida y más brillante —como si ascendiera igual que el sol hasta lo más alto del Cielo—, parecía que aplastaban bajo sus pies todo mal, toda oscuridad, toda rebelión y todo aquello que osara alzarse contra la Jerarquía.

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