Read Harry Potter y el Misterio del Príncipe Online
Authors: J. K. Rowling
Tags: #fantasía, #infantil
—No podemos, Harry —se disculpó Hermione—. Ron y yo debemos ir al vagón de los prefectos, y luego tenemos que patrullar un rato por los pasillos.
—¡Ah, claro! No me acordaba.
—Será mejor que subáis todos al tren, sólo faltan unos minutos para que arranque —dijo la señora Weasley, consultando su reloj de pulsera—. Bueno, que tengas un buen inicio de curso, Ron…
—¿Puedo hablar un momentito con usted, señor Weasley? —pidió Harry, pues acababa de tomar una decisión.
—Por supuesto —respondió el señor Weasley, un poco sorprendido, y ambos se apartaron del grupo.
Harry había meditado bastante sobre el asunto que le preocupaba y había llegado a la conclusión de que, si se decidía a contárselo a alguien, la persona más indicada era el señor Weasley; en primer lugar, porque trabajaba en el ministerio y, por tanto, estaba bien situado para seguir investigando, y en segundo lugar, porque creía que el riesgo de que montara en cólera no era muy elevado.
Advirtió que la señora Weasley y el
auror
con cara de antipático les lanzaban miradas desconfiadas.
—Cuando fuimos al callejón Diagon —empezó Harry, pero el señor Weasley se le adelantó y dijo con una mueca de desaprobación:
—¿Vas a contarme dónde os metisteis mientras se suponía que estabais en el reservado de Fred y George?
—¿Cómo lo ha sabido?
—Por favor, Harry. Estás hablando con el padre de los gemelos.
—Ya, claro. Bueno, pues tiene razón, no estábamos en el reservado.
—Muy bien. Y ahora, desembucha.
—Verá, nos pusimos mi capa invisible y seguimos a Draco Malfoy.
—¿Teníais algún motivo para hacerlo o sólo fue un capricho?
—Me pareció que Malfoy se traía algo entre manos —contestó Harry, sin hacer caso de la mezcla de exasperación y regocijo que mostraba el otro—. Le había dado esquinazo a su madre y yo quería saber por qué.
—Claro, lógico —comentó el señor Weasley con resignación—. ¿Y bien? ¿Lo averiguaste?
—Malfoy fue a Borgin y Burkes y se puso a intimidar a Borgin, el dueño, para que lo ayudara a arreglar algo. Y también dijo que quería que le guardara algo. Una cosa que, al parecer, es igual a esa que exigía que le arreglara. Como si tuviera una pareja. Y… —respiró hondo— hay otra cosa: vimos a Malfoy sobresaltarse mucho cuando Madame Malkin intentó tocarle el brazo izquierdo. Creo que le han grabado la Marca Tenebrosa y que ha relevado a su padre como
mortífago
.
Weasley se quedó atónito.
—Harry, dudo mucho que Quien-tú-sabes permitiera que un chico de dieciséis años…
—¿Tan seguros están todos de lo que haría y de lo que no haría Quien-usted-sabe? —repuso el chico, enfadado—. Lo siento, señor Weasley, pero ¿no opina que vale la pena investigarlo? Si Malfoy quiere que le arreglen algo y si necesita amenazar a Borgin para conseguirlo, debe de ser una cosa tenebrosa o peligrosa, ¿no le parece?
—Lo dudo mucho, Harry. Sinceramente. Mira, cuando detuvimos a Lucius Malfoy, registramos su casa y nos llevamos todo lo que podía resultar peligroso.
—Pues yo creo que se dejaron algo.
—Bueno, es posible —concedió el señor Weasley, pero Harry se dio cuenta de que sólo era mera cortesía.
Oyeron un pitido; casi todos los pasajeros habían subido al tren y estaban cerrando las puertas.
—Date prisa —dijo el señor Weasley, y su esposa gritó:
—¡Rápido, Harry!
El echó a correr y los Weasley lo ayudaron a subir el baúl.
—Vendrás a pasar las Navidades con nosotros, tesoro, ya nos hemos puesto de acuerdo con Dumbledore, así que nos veremos pronto —dijo la señora Weasley mientras Harry cerraba la puerta y el convoy se ponía en marcha—. ¡Ten mucho cuidado y… —el tren estaba acelerando— pórtate bien y… —echó a correr junto al vagón— cuídate!
Harry se despidió con la mano hasta que el expreso de Hogwarts tomó una curva y los Weasley casi se perdieron de vista; entonces se dio la vuelta en busca de los demás. Supuso que Ron y Hermione estarían en el vagón de los prefectos, pero vio a Ginny en el pasillo charlando con unas amigas. Se dirigió hacia allí arrastrando su baúl.
Al verlo acercarse, los otros estudiantes se quedaban mirándolo con todo descaro e incluso pegaban la cara a los cristales de sus compartimientos para observarlo bien. Él ya había previsto que durante ese curso tendría que soportar muchas miradas curiosas después de los rumores sobre «el Elegido» propagados por
El Profeta
, pero no le gustaba sentir que era el centro de atención.
—¿Vienes conmigo a buscar compartimiento? —le preguntó a Ginny.
—No puedo, Harry, he quedado con Dean —se disculpó ella con una sonrisa—. Nos vemos luego.
—Vale —contestó él, pero notó una extraña punzada de fastidio cuando la vio alejarse haciendo oscilar su roja cabellera. Durante el verano se había acostumbrado tanto a la compañía de Ginny que casi había olvidado que, en el colegio, ella no andaba mucho con él, ni con Ron o Hermione. Entonces parpadeó y miró alrededor: estaba rodeado de niñas que lo miraban cautivadas.
—¡Hola, Harry! —saludó una voz a sus espaldas.
—¡Neville! —exclamó con alivio al volverse y ver a un chico de cara redonda que intentaba abrirse paso hacia él.
—¡Hola, Harry! —dijo también una chica de cabello largo y grandes ojos vidriosos que iba con Neville.
—¡Hola, Luna! ¿Cómo estás?
—Muy bien, gracias —contestó ella. Llevaba una revista apretada contra el pecho; en la portada se anunciaba con grandes letras que ese número incluía unas espectro-gafas de regalo.
—Veo que
El Quisquilloso
sigue en la brecha —comentó Harry. Le tenía cierto cariño a ese periódico por haber publicado una entrevista en exclusiva con él el curso anterior.
—Sí, ya lo creo. Su tirada ha aumentado mucho —confirmó Luna, muy contenta.
—Vamos a buscar asientos —propuso Harry.
Los tres echaron a andar por el pasillo, pasando entre grupos de alumnos silenciosos que los miraban de hito en hito. Al final encontraron un compartimiento vacío y lo ocuparon con gran alivio.
—¿Te has fijado? ¡Nos miran a nosotros porque vamos contigo! —comentó Neville.
—Os miran porque también estuvisteis en el ministerio —lo corrigió Harry mientras ponía su baúl en la rejilla portaequipajes—. En
El Profeta
se ha hablado mucho de nuestra pequeña aventura allí. Te habrás enterado, ¿no?
—Sí, creí que a mi abuela le desagradaría tanta publicidad —repuso Neville—, pero el caso es que está encantada. Dice que por fin empiezo a hacer honor al apellido de mi padre. ¡Mira, me ha comprado una varita nueva! —La sacó y se la mostró—. Cerezo y pelo de unicornio —dijo con orgullo—. Creemos que fue la última que vendió Ollivander; al día siguiente desapareció. ¡Eh,
Trevor
, vuelve aquí! —Y se metió debajo del asiento para recuperar a su sapo, que acababa de protagonizar uno de sus frecuentes conatos de fuga.
—¿Seguiremos celebrando reuniones del
ED
este año, Harry? —preguntó Luna mientras despegaba unas gafas psicodélicas del interior de
El Quisquilloso
.
—No tendría sentido, puesto que ya nos libramos de la profesora Umbridge, ¿no? —respondió él, y se sentó.
Neville se golpeó la cabeza contra el asiento al salir de debajo.
—¡A mí me gustaba mucho el
ED
. ¡Aprendí muchísimo contigo!
—A mí también me gustaban esas reuniones —coincidió Luna—. Era lo más parecido a tener amigos.
Luna hacía a menudo ese tipo de comentarios embarazosos, y en esas ocasiones Harry sentía una desagradable mezcla de lástima y bochorno. Sin embargo, antes de que pudiera replicar hubo un pequeño alboroto en el pasillo: un grupo de niñas de cuarto cuchicheaban y reían delante del compartimiento.
—¡Pídeselo tú!
—¡No, tú!
—¡Ya se lo pido yo!
Y una de ellas, una niña con cara de atrevida y grandes ojos oscuros, de barbilla puntiaguda y largo cabello negro, abrió la puerta y entró.
—¡Hola, Harry! Me llamo Romilda Vane —se presentó con aplomo—. ¿Por qué no vienes a nuestro compartimiento? No tienes por qué sentarte con éstos —añadió señalando el trasero de Neville, que había vuelto a meterse debajo del asiento y buscaba a tientas a
Trevor
, y a Luna, que se había puesto las
espectrogafas
y parecía una lechuza multicolor chiflada.
—Son mis amigos —respondió Harry con frialdad.
—¡Ah! —musitó la niña, cortada—. Pues vale.
Se retiró y cerró la puerta corredera.
—La gente espera que tengas amigos más enrollados —observó Luna, exhibiendo una vez más su don para hacer comentarios de una franqueza turbadora.
—Vosotros sois enrollados —replicó Harry, tajante—. Ninguna de esas niñas estuvo en el ministerio. Ninguna peleó a mi lado.
—Eso que dices es muy bonito —le agradeció Luna, y se colocó bien las
espectrogafas
para leer
El Quisquilloso
.
—Pero nosotros no nos enfrentamos a «él» —intervino Neville, saliendo de debajo del asiento; tenía polvo y pelusa en el cabello y sujetaba con una mano a
Trevor
, que ponía cara de resignación—. Te enfrentaste tú. Tendrías que oír a mi abuela hablar de ti: «¡Ese Harry Potter tiene más agallas que todos los empleados del Ministerio de Magia juntos!» Daría cualquier cosa por que fueras su nieto.
Harry rió, incómodo, y se puso a hablar de los resultados de los
TIMOS
para cambiar de tema. Luego, mientras Neville recitaba sus notas y se preguntaba en voz alta si le dejarían hacer el
ÉXTASIS
de Transformaciones habiendo aprobado con un modesto aceptable, Harry lo observó sin prestar mucha atención a lo que decía.
Voldemort le había arruinado la infancia a Neville, igual que a él, pero el chico ni siquiera sospechaba lo cerca que había estado de que le tocara el destino de Harry. La profecía podía haberse referido a cualquiera de ellos dos, y sin embargo, por razones que sólo Voldemort conocía, éste había decidido creer que hacía alusión a Harry.
Si hubiera elegido a Neville, ahora el muchacho tendría la cicatriz en forma de rayo en la frente… ¿O no? ¿Habría muerto la madre de Neville para salvar a su hijo, como había hecho Lily? Sí, claro que sí. Pero ¿y si no hubiera podido interponerse entre Neville y Voldemort? ¿Existiría un «Elegido» o no? ¿Habría un asiento vacío donde iba ahora Neville, y tendría Harry la frente intacta y su propia madre habría ido a despedirlo a la estación en lugar de la madre de Ron?
—¿Te encuentras bien, Harry? Estás un poco raro —dijo Neville.
—Lo siento… —contestó con un respingo.
—¿Se te ha metido un
torposoplo
? —preguntó Luna, y escrutó el rostro de Harry con sus enormes gafas de colores.
—¿Un qué?
—Un
torposoplo
. Son invisibles. Van flotando por ahí, se te meten en los oídos y te embotan el cerebro —explicó Luna—. Me ha parecido oír zumbar a uno de ellos por aquí. —Agitó las manos como si ahuyentara grandes e invisibles palomillas.
Harry y Neville se miraron y se pusieron a hablar de
quidditch
.
Por las ventanas del tren se veía un tiempo tan variable como lo había sido todo el verano: atravesaban bancos de fría neblina o pasaban por tramos en que brillaba un débil sol. Durante una de esas rachas luminosas, cuando el sol caía casi de pleno, Ron y Hermione llegaron por fin al compartimiento.
—Espero que no tarde en pasar el carrito de la comida. Estoy muerto de hambre —dijo Ron, y se dejó caer al lado de Harry frotándose la barriga—. ¡Hola, Neville! ¡Hola, Luna! ¿Sabéis qué? —añadió mirando a Harry—: Malfoy no está cumpliendo con sus obligaciones de prefecto. Está sentado en su compartimiento con los otros alumnos de Slytherin. Lo hemos visto al pasar.
Harry se enderezó, interesado. No era propio de Malfoy perderse ninguna ocasión de exhibir el poder que le confería el cargo de prefecto, del que tanto había abusado durante el curso anterior.
—¿Qué hizo cuando os vio?
—Lo de siempre —contestó Ron, e hizo un gesto grosero con la mano imitando a Malfoy—. Pero no es propio de él, ¿verdad? Bueno, esto sí —repitió el ademán grosero—, pero ¿por qué no está en el pasillo intimidando a los alumnos de primero?
—No lo sé —contestó Harry, con la mente funcionando a toda velocidad. ¿No indicaba eso que Malfoy tenía cosas más importantes en la cabeza que intimidar a los alumnos más jóvenes?
—Quizá prefería la Brigada Inquisitorial —aventuró Hermione—, o tal vez ser prefecto le parece una tontería comparado con lo otro.
—No lo creo —dijo Harry—. Yo diría que…
Pero antes de que expusiese su teoría, la puerta del compartimiento se abrió de nuevo y una niña de tercero entró jadeando.
—Traigo esto para Neville Longbottom y Harry Po… Potter —dijo entrecortadamente al ver a Harry, y se ruborizó. Llevaba dos rollos de pergamino atados con una cinta violeta.
Perplejos, Harry y Neville cogieron cada uno su pergamino y la niña se marchó dando traspiés.
—¿Qué es? —preguntó Ron mientras Harry desenrollaba el mensaje.
—Una invitación.
Harry
:
Me complacería mucho que vinieras al compartimiento C a comer algo conmigo.
Atentamente
,
Prof. H.E.F. Slughorn
—¿Quién es el profesor Slughorn? —preguntó Neville releyendo una y otra vez su invitación, atónito.
—El nuevo profesor. Bueno, supongo que tendremos que ir, ¿no?
—Pero ¿qué querrá de mí? —inquirió Neville, nervioso, como si temiera un castigo.
—Ni idea —contestó Harry; eso no era del todo cierto, aunque todavía no podía demostrar que sus presentimientos fueran correctos—. Espera —añadió, pues acababa de tener una idea genial—. Pongámonos la capa invisible para ir hasta allí; así por el camino quizá veamos qué hace Malfoy.
Sin embargo, su idea no sirvió para nada porque con la capa puesta resultaba imposible andar por los pasillos, abarrotados de estudiantes que esperaban ansiosos la llegada del carrito de la comida. Harry se guardó la capa de mala gana y lamentó no poder llevarla aunque sólo fuera para evitar las miradas de los curiosos, que parecían haberse multiplicado desde la anterior vez que había recorrido los pasillos. De vez en cuando, un alumno salía presuroso de su compartimiento para mirar de cerca a Harry; la excepción fue Cho Chang, que al verlo se apresuró a meterse en el suyo. Cuando él pasó por delante de la ventana, la vio enfrascada en una conversación con su amiga Marietta. Ésta llevaba una gruesa capa de maquillaje que no disimulaba del todo la extraña formación de granos que todavía tenía en la cara. Harry sonrió y siguió andando.