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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

Harry Potter y el Misterio del Príncipe (36 page)

BOOK: Harry Potter y el Misterio del Príncipe
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—¡Sí, hombre! ¡Y que me ataque otra bandada de canarios asesinos!

—¿Por qué tuviste que imitarla en son de burla?

—¡Ella se rió de mi bigote!

—Y yo también. Era lo más ridículo que he visto en mi vida.

Pero Ron no lo escuchó, porque Lavender, que acababa de llegar con Parvati, se apretujó entre ambos amigos y, sin perder un segundo, le echó los brazos al cuello a Ron.

—¡Hola, Harry! —dijo Parvati, que, al igual que él, parecía un poco molesta y harta por el comportamiento de aquellos dos tortolitos.

—¡Hola! ¿Cómo estás? Veo que te has quedado en Hogwarts. Me dijeron que tus padres querían que volvieras a casa.

—De momento he conseguido persuadirlos. Se asustaron mucho cuando supieron lo que le había pasado a Katie, pero como desde entonces no ha habido más accidentes… ¡Ah, hola, Hermione! —Parvati le sonrió alegremente.

Harry se dio cuenta de que la chica se sentía culpable por haberse reído de Hermione en la clase de Transformaciones, pero ésta le devolvió una sonrisa aún más radiante. A veces no había manera de entender a las chicas.

—¡Hola, Parvati! —le dijo, ignorando a Ron y Lavender—. ¿Vas a la fiesta de Slughorn esta noche?

—No me han invitado —respondió Parvati con tristeza—. Pero me encantaría ir. Por lo visto va a estar muy bien… Tú irás, ¿verdad, Hermione?

—Sí, he quedado con Cormac a las ocho y… —Se oyó un ruido parecido al de una ventosa despegándose de un sumidero obstruido y Ron levantó la cabeza. Hermione prosiguió como si nada—. Iremos juntos a la fiesta.

—¿Con Cormac? —se extrañó Parvati—. ¿Cormac McLaggen?

—Exacto —confirmó Hermione con voz dulzona—. El que casi —enfatizó— consiguió la plaza de guardián de Gryffindor.

—¿Sales con él? —preguntó Parvati, asombradísima.

—Sí. ¿No lo sabías? —Y soltó una risita nada propia de ella.

—¡Caramba! —exclamó Parvati, muy impresionada con aquel cotilleo—. Ya veo que tienes debilidad por los jugadores de
quidditch
, ¿no? Primero Krum y ahora McLaggen…

—Me gustan los jugadores de
quidditch
buenos de verdad —puntualizó Hermione sin dejar de sonreír—. Bueno, hasta luego. Tengo que ir a arreglarme para la fiesta.

Se levantó del banco y se marchó. Inmediatamente, Lavender y Parvati juntaron las cabezas para analizar aquella primicia y poner en común lo que habían oído acerca de McLaggen y lo que sabían acerca de Hermione. Ron guardó silencio con la mirada perdida, y Harry se puso a reflexionar sobre lo que eran capaces de hacer las mujeres para vengarse.

A las ocho en punto, cuando Harry llegó al vestíbulo, había más chicas de lo habitual merodeando por allí, y al dirigirse hacia Luna tuvo la impresión de que las demás lo miraban con rencor. Luna llevaba una túnica plateada con lentejuelas que provocó algunas risitas entre los curiosos, pero por lo demás estaba muy guapa. No obstante, Harry se alegró de que no se hubiera puesto los pendientes de rábanos, el collar de corchos de cerveza de mantequilla ni las
espectrogafas
.

—¡Hola! —la saludó—. ¿Nos vamos?

—Sí, sí —dijo ella alegremente—. ¿Dónde es la fiesta?

—En el despacho de Slughorn —contestó Harry, guiándola por la escalinata de mármol, y se alejaron de miradas y murmuraciones—. ¿Sabías que vendrá un vampiro?

—¿Rufus Scrimgeour?

—¿Quién? ¿Te refieres al ministro de Magia?

—Sí; es vampiro —dijo Luna con naturalidad—. Mi padre escribió un artículo larguísimo sobre él cuando Scrimgeour relevó a Cornelius Fudge, pero alguien del ministerio le prohibió publicarlo. Por lo visto no querían que se supiera la verdad.

Harry, que consideraba muy improbable que Rufus Scrimgeour fuera un vampiro, pero que estaba acostumbrado a que Luna repitiera las estrambóticas opiniones de su padre como si fueran hechos comprobados, no hizo ningún comentario. Ya estaban llegando al despacho de Slughorn y el rumor de risas, música y conversaciones iba creciendo.

El despacho era mucho más amplio que los de los otros profesores, bien porque lo habían construido así, bien porque Slughorn lo había ampliado mediante algún truco mágico. Tanto el techo como las paredes estaban adornados con colgaduras verde esmeralda, carmesí y dorado, lo que daba la impresión de estar en una tienda. La habitación, abarrotada y con un ambiente muy cargado, estaba bañada por la luz rojiza que proyectaba una barroca lámpara dorada, colgada del centro del techo, en la que aleteaban hadas de verdad que, vistas desde abajo, parecían relucientes motas de luz. Desde un rincón apartado llegaban cánticos acompañados por instrumentos que recordaban las mandolinas; una nube de humo de pipa flotaba suspendida sobre las cabezas de unos magos ancianos que conversaban animadamente, y, dando chillidos, varios elfos domésticos intentaban abrirse paso entre un bosque de rodillas, pero, como quedaban ocultos por las pesadas bandejas de plata llenas de comida que transportaban, tenían el aspecto de mesitas móviles.

—¡Harry, amigo mío! —exclamó Slughorn en cuanto el muchacho y Luna entraron—. ¡Pasa, pasa! ¡Hay un montón de gente que quiero presentarte!

Slughorn llevaba un sombrero de terciopelo adornado con borlas haciendo juego con su batín. Agarró con fuerza a Harry por el brazo, como si quisiera desaparecerse con él, y lo guió resueltamente hacia el centro de la fiesta; Harry tiró de la mano de Luna.

—Te presento a Eldred Worple, un antiguo alumno mío, autor de
Hermanos de sangre: mi vida entre los vampiros.
Y a su amigo Sanguini, por supuesto.

Worple, un individuo menudo y con gafas, le estrechó la mano con entusiasmo. El vampiro Sanguini, alto, demacrado y con marcadas ojeras, se limitó a hacer un movimiento con la cabeza; parecía aburrido. Cerca de él había un grupo de chicas que lo miraban con curiosidad y emoción.

—¡Harry Potter! ¡Encantado de conocerte! —exclamó Worple mirándolo con ojos de miope—. Precisamente, hace poco le preguntaba al profesor Slughorn cuándo saldría la biografía de Harry Potter que todos estamos esperando.

—¿Ah… sí? —dijo Harry.

—¡Ya veo que Horace no exageraba cuando elogiaba tu modestia! —se admiró Worple—. Pero de verdad —prosiguió, ahora con tono más serio—, me encantaría escribirla yo mismo. La gente está deseando saber más cosas de ti, querido amigo, ¡se mueren de curiosidad! Si me concedieras unas entrevistas, en sesiones de cuatro o cinco horas, por decir algo, podríamos terminar el libro en unos meses. Y requeriría muy poco esfuerzo por tu parte, te lo aseguro. Ya verás, pregúntale a Sanguini si no es… ¡Sanguini, quédate aquí! —ordenó endureciendo el semblante, pues poco a poco el vampiro se había ido acercando con cara de avidez al grupito de niñas—. Toma, cómete un pastelito —añadió, cogiéndolo de la bandeja de un elfo que pasaba por allí, y se lo puso en la mano antes de volver a dirigirse a Harry—. Amigo mío, no te imaginas la cantidad de oro que podrías llegar a ganar…

—No me interesa, de verdad —respondió el muchacho—. Y perdone, pero acabo de ver a una amiga.

Tiró del brazo de Luna y se metió entre el gentío; acababa de atisbar una larga melena castaña que desaparecía entre dos integrantes del grupo Las Brujas de Macbeth.

—¡Hermione! ¡Hermione!

—¡Harry! ¡Por fin te encuentro! ¡Hola, Luna!

—¿Qué te ha pasado? —preguntó Harry, porque se la veía muy despeinada, como si acabara de salir de un matorral de lazo del diablo.

—Verás, es que acabo de escaparme… Bueno, acabo de dejar a Cormac —se corrigió—. Debajo del muérdago —precisó, pues su amigo seguía mirándola sin comprender.

—Te está bien empleado por venir con él —repuso Harry con aspereza.

—No se me ocurrió nada que pudiera fastidiar más a Ron —admitió Hermione—. Estuve planteándome venir con Zacharias Smith, pero al final decidí que…

—¿Te planteaste venir con Smith? —se sublevó Harry.

—Sí, y lamento no haberlo hecho, porque, al lado de McLaggen, Grawp es todo un caballero. Vamos por aquí, así lo veremos venir. Es tan alto…

Cogieron tres copas de hidromiel y se dirigieron hacia el otro lado de la sala, sin advertir a tiempo que la profesora Trelawney estaba allí de pie, sola.

—Buenas noches, profesora —la saludó Luna.

—Buenas noches, querida —repuso ella, enfocándola con cierta dificultad. Harry volvió a percibir olor a jerez para cocinar—. Hace tiempo que no te veo en mis clases.

—No, este año tengo a Firenze —explicó Luna.

—¡Ah, claro! —dijo la profesora con una risita que delataba su embriaguez—. O Borrico, como yo prefiero llamarlo. Lo lógico habría sido que, ya que he vuelto al colegio, el profesor Dumbledore se hubiera librado de ese caballo, ¿no te parece? Pues no. Ahora nos repartimos las clases. Es un insulto, francamente. Un insulto. ¿Sabías que…?

Por lo visto, Trelawney estaba tan borracha que no había reconocido a Harry, así que, aprovechando las furibundas críticas a Firenze, él se acercó más a Hermione y le dijo:

—Aclaremos una cosa. ¿Piensas decirle a Ron que amañaste las pruebas de selección del guardián?

—¿De verdad me consideras capaz de caer tan bajo?

—Mira, Hermione, si eres capaz de invitar a salir a McLaggen… —repuso él mirándola con ironía.

—Eso es muy diferente —se defendió la chica—. No tengo intención de decirle a Ron nada de lo que pudo haber pasado o no en esas pruebas.

—Me alegro, porque volvería a derrumbarse y perderíamos el próximo partido.

—¡Dichoso
quidditch
! —se encendió Hermione—. ¿Es que a los chicos no os importa nada más? Cormac no me ha hecho ni una sola pregunta sobre mí. Qué va, sólo me ha soltado un discursito sobre «las cien mejores paradas de Cormac McLaggen». ¡Oh, no! ¡Viene hacia aquí!

Se esfumó tan deprisa como si se hubiera desaparecido: sólo necesitó una milésima de segundo para colarse entre dos brujas que reían a carcajadas.

—¿Has visto a Hermione? —preguntó McLaggen un minuto más tarde mientras se abría paso entre la gente.

—No, lo siento —contestó Harry, y se volvió para atender a la conversación de Luna, olvidando por un instante quién era su interlocutora.

—¡Harry Potter! —exclamó la profesora Trelawney, que no había reparado en él, con voz grave y vibrante.

—¡Ah, hola! —dijo Harry.

—¡Querido! —prosiguió ella con un elocuente susurro—. ¡Qué rumores! ¡Qué historias! ¡El Elegido! Yo lo sé desde hace mucho tiempo, por supuesto… Los presagios nunca fueron buenos, Harry… Pero ¿por qué no has vuelto a Adivinación? ¡Para ti, más que para nadie, esa asignatura es sumamente importante!

—¡Ah, Sybill, todos creemos que nuestra asignatura es la más importante! —intervino una potente voz, y Slughorn apareció junto a la profesora Trelawney; con las mejillas coloradas y el sombrero de terciopelo un poco torcido, sostenía un vaso de hidromiel con una mano y un pastelillo de frutos secos en la otra—. ¡Pero creo que jamás he conocido a nadie con semejante talento para las pociones! —afirmó contemplando a Harry con afecto, aunque con los ojos enrojecidos—. Lo suyo es instintivo, ¿me explico? ¡Igual que su madre! Te aseguro, Sybill, que he tenido muy pocos alumnos con tanta habilidad; mira, ni siquiera Severus…

Y Harry, horrorizado, vio cómo el profesor tendía un brazo hacia atrás y llamaba a Snape, que unos instantes antes no estaba allí.

—¡Alegra esa cara y ven con nosotros, Severus! —exclamó Slughorn, e hipó con regocijo—. ¡Estaba hablando de las extraordinarias dotes de Harry para la elaboración de pociones! ¡Hay que reconocerte parte del mérito, desde luego, porque tú fuiste su maestro durante cinco años!

Atrapado, con el brazo de Slughorn alrededor de los hombros, Snape miró a Harry entornando los ojos.

—Es curioso, pero siempre tuve la impresión de que no conseguiría enseñarle nada a Potter.

—¡Se trata de una capacidad innata! —graznó Slughorn—. Deberías haber visto lo que me presentó el primer día de clase, ¡el Filtro de Muertos en Vida! Jamás un alumno había obtenido un resultado mejor al primer intento; creo que ni siquiera tú, Severus…

—¿En serio? —repuso Snape y miró ceñudo a Harry, que sintió un leve desasosiego. No tenía ningún interés en que Snape empezara a investigar la fuente de su recién descubierto éxito en Pociones.

—Recuérdame qué otras asignaturas estudias este año, Harry —pidió Slughorn.

—Defensa Contra las Artes Oscuras, Encantamientos, Transformaciones, Herbología…

—Resumiendo, todas las requeridas para ser
auror
—terció Snape sonriendo con sarcasmo.

—Sí, es que eso es lo que quiero ser —replicó Harry, desafiante.

—¡Y serás un
auror
excelente! —opinó Slughorn.

—Pues yo opino que no deberías serlo, Harry —intervino Luna, y todos la miraron—. Los
aurores
participan en la Conspiración Rotfang; creía que lo sabía todo el mundo. Trabajan infiltrados en el Ministerio de Magia para derrocarlo combinando la magia oscura con cierta enfermedad de las encías.

Harry no pudo evitar reírse y se atragantó con un sorbo de hidromiel. Valía la pena haber invitado a Luna a la fiesta aunque sólo fuera para oír ese comentario. Tosió salpicándolo todo, pero con una sonrisa en los labios; entonces vio algo que lo satisfizo en grado sumo: Argus Filch iba hacia ellos arrastrando a Draco Malfoy por una oreja.

—Profesor Slughorn —dijo Filch con su jadeante voz; le temblaban los carrillos y en sus ojos saltones brillaba la obsesión por detectar travesuras—, he descubierto a este chico merodeando por un pasillo de los pisos superiores. Dice que venía a su fiesta pero que se ha extraviado. ¿Es verdad que está invitado?

Malfoy se soltó con un tirón.

—¡Está bien, no me han invitado! —reconoció a regañadientes—. Quería colarme. ¿Satisfecho?

—¡No, no estoy nada satisfecho! —repuso Filch, aunque su afirmación no concordaba con su expresión triunfante—. ¡Te has metido en un buen lío, te lo garantizo! ¿Acaso no dijo el director que estaba prohibido pasearse por el castillo de noche, a menos que tuvierais un permiso especial? ¿Eh, eh?

—No pasa nada, Argus —lo apaciguó Slughorn agitando una mano—. Es Navidad, y querer entrar en una fiesta no es ningún crimen. Por esta vez no lo castigaremos. Puedes quedarte, Draco.

La súbita decepción de Filch era predecible; sin embargo, Harry, observando a Malfoy, se preguntó por qué éste parecía tan decepcionado como el conserje. ¿Y por qué miraba Snape a Malfoy con una mezcla de enojo y… un poco de miedo? ¿Cómo podía ser?

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