Read Harry Potter y el Misterio del Príncipe Online
Authors: J. K. Rowling
Tags: #fantasía, #infantil
—De Romilda Vane —contestó Ron con un hilo de voz, pero el rostro se le iluminó como si hubiese recibido un rayo de sol.
Se miraron a los ojos un momento, y al cabo Harry dijo:
—Es una broma, ¿verdad? Te estás burlando de mí.
—Creo que… creo que estoy enamorado de ella —confesó Ron con voz ahogada.
—Vale. —Y se acercó a él, fingiendo que le examinaba los ojos y el pálido semblante—. Muy bien. Dilo otra vez sin reírte.
—Estoy enamorado de ella —repitió Ron con voz entrecortada—. ¿Has visto su cabello? Es negro, brillante y sedoso… ¡Y sus ojos! ¡Sus enormes ojos castaños! Y su…
—Oye, mira, todo esto es muy divertido —lo cortó Harry—, pero basta de bromas, ¿de acuerdo? Déjalo ya.
Giró sobre los talones y se dirigió hacia la puerta, pero apenas había dado dos pasos cuando recibió un puñetazo en la oreja derecha. Se dio la vuelta tambaleándose. Ron tenía el brazo preparado y el rostro crispado, a punto de golpearlo de nuevo.
Reaccionando de manera instintiva, Harry sacó su varita del bolsillo y pronunció el conjuro:
—
¡Levicorpus!
Una fuerza invisible tiró del talón de Ron hacia arriba. El muchacho soltó un grito y quedó colgado cabeza abajo, indefenso, con la túnica colgando.
—¿Por qué me has golpeado? —bramó Harry.
—¡La has insultado! ¡Has dicho que era una broma! —gritó Ron, y su cara empezó a amoratarse por la sangre que le bajaba a la cabeza.
—¿Te has vuelto loco? ¿Qué demonios te ha…? —Y entonces vio la caja abierta encima de la cama de Ron y la verdad lo sacudió con la fuerza de un trol en estampida—. ¿De dónde has sacado esos calderos de chocolate?
—¡Son un regalo de cumpleaños! —chilló Ron, dando vueltas lentamente en el aire mientras intentaba soltarse—. ¡Te he ofrecido uno! ¿No te acuerdas?
—Los has cogido del suelo, ¿verdad?
—Se han caído de mi cama, ¿te enteras? ¡Déjame bajar!
—No se han caído de tu cama, inútil. ¿Es que no lo entiendes? Esos calderos son míos, los saqué de mi baúl cuando buscaba el mapa. ¡Son los que me regaló Romilda antes de Navidad y están rellenos de filtro de amor!
Pero Ron sólo oyó una de las palabras pronunciadas por Harry.
—¿Romilda? —repitió—. ¿Has dicho Romilda? ¿Tú la conoces, Harry? ¿Puedes presentármela?
Harry se quedó mirándolo, allí colgado con cara de radiante optimismo, y tuvo que reprimir el impulso de echarse a reír. Por una parte (la que estaba más cerca de su dolorida oreja derecha) lo tentaba la idea de bajarlo y ver cómo se comportaba igual que un enajenado hasta que le pasasen los efectos de la poción. Pero, por la otra, se suponía que eran amigos… Ron no estaba en pleno uso de sus facultades cuando le había pegado y Harry consideró que merecería otro puñetazo si permitía que su amigo le declarara su amor a Romilda Vane.
—Vale, te la presentaré —dijo Harry por fin—. Ahora voy a bajarte.
Lo hizo caer de golpe (al fin y al cabo, la oreja le dolía mucho), pero Ron, en lugar de protestar, se puso en pie con agilidad y muy sonriente.
—Debe de estar en el despacho de Slughorn —añadió, y salió del dormitorio.
—¿Por qué iba a estar ahí? —preguntó Ron, corriendo para alcanzarlo.
—Es que Slughorn le da clases de repaso de Pociones —inventó Harry.
—A lo mejor puedo pedir que me dejen ir con ella, ¿no? —dijo Ron, esperanzado.
—Me parece una idea genial.
Lavender estaba esperando junto al hueco del retrato, una complicación que Harry no había previsto.
—¡Llegas tarde, Ro-Ro! —protestó la muchacha haciendo un mohín—. Te he traído un regalo de…
—Déjame en paz —la interrumpió Ron con impaciencia—, Harry va a presentarme a Romilda Vane.
Y salió por el hueco del retrato sin dirigirle ni una palabra más. Harry intentó hacerle un gesto de disculpa a Lavender, pero debió de parecer una mueca burlona porque la muchacha echaba chispas cuando la Señora Gorda se cerró detrás de ellos.
A Harry le preocupaba que Slughorn estuviera desayunando, pero el profesor abrió la puerta del despacho a la primera llamada. Llevaba un batín de terciopelo verde a juego con un gorro de dormir, y todavía tenía cara de sueño.
—¡Hola, Harry! —murmuró—. Es muy temprano para visitas. Los sábados suelo levantarme tarde.
—Siento mucho molestarlo, profesor —dijo Harry en voz baja; Ron se puso de puntillas para atisbar en el despacho—, pero mi amigo ha ingerido un filtro de amor por error. ¿No podría prepararle un antídoto? Yo lo llevaría a que la señora Pomfrey lo viese, pero los productos de Sortilegios Weasley están prohibidos, como usted sabe, y no quisiera poner a nadie en un compromiso…
—Me extraña que no le hayas preparado un remedio tú mismo, Harry, siendo tan experto elaborador de pociones —comentó Slughorn.
—Verá, es que… —dijo Harry, mientras Ron le hincaba el codo en las costillas para que entraran en el despacho— es que nunca he preparado un antídoto para un filtro de amor, señor, y quizá cuando lo tuviera listo mi amigo ya habría hecho algo grave…
Sin saberlo, Ron lo ayudó al gimotear:
—No la veo, Harry. ¿La tiene escondida?
—¿Cuándo se preparó esa poción? —preguntó Slughorn mientras contemplaba a Ron con interés profesional—. Lo digo porque, si se conservan mucho tiempo, sus efectos pueden potenciarse.
—Eso… eso lo explica todo —jadeó Harry mientras forcejeaba con Ron para impedir que le soltara un puñetazo a Slughorn—. Hoy… hoy es su cumpleaños, profesor —añadió con mirada implorante.
—Está bien. Pasad, pasad —cedió Slughorn—. Tengo todo lo necesario en mi bolsa. No es un antídoto difícil…
Ron irrumpió en el caldeado y atiborrado despacho de Slughorn, tropezó con un taburete adornado con borlas y recuperó el equilibrio agarrando a Harry por el cuello:
—Romilda no me ha visto tropezar, ¿verdad? —murmuró ansioso.
—Ella todavía no ha llegado —lo tranquilizó Harry mientras observaba cómo Slughorn abría su kit de pociones y añadía unos pellizcos de diversos ingredientes en una botellita de cristal.
—¡Uf, qué suerte! —dijo Ron—. ¿Cómo me ves?
—Muy guapo —dijo Slughorn con naturalidad, y le tendió un vaso de un líquido transparente—. Bébetelo, es un tónico para los nervios. Te tranquilizará hasta que llegue ella.
—Excelente —repuso Ron entusiasmado, y se bebió el antídoto de un ruidoso trago.
Harry y Slughorn lo observaron. Ron los miró con una amplia sonrisa en los labios, pero ésta se fue desdibujando poco a poco hasta trocarse en una expresión de desconcierto.
—Veo que has vuelto a la normalidad, ¿eh? —sonrió Harry. Slughorn soltó una risita—. Gracias, profesor.
—De nada, amigo, de nada —dijo Slughorn. Ron se dejó caer en un sillón con cara de consternación—. Lo que necesita ahora es algo que le levante el ánimo. —Se acercó a una mesa llena de bebidas—. Tengo cerveza de mantequilla, vino… Y me queda una botella de un hidromiel criado en barrica de roble. Hum, tenía intención de regalársela a Dumbledore por Navidad… ¡Bueno —añadió encogiéndose de hombros—, no creo que eche de menos una cosa que nunca ha tenido! Bien, ¿la abrimos y celebramos el cumpleaños del señor Weasley? No hay nada como un buen licor para aliviar el dolor que produce un desengaño amoroso…
Soltó una risotada y Harry lo imitó. Era la primera vez que estaba casi a solas con Slughorn desde su fallido intento de sonsacarle el recuerdo auténtico. Quizá si conseguía mantenerlo de buen humor… quizá si bebían suficiente hidromiel criado en barrica de roble…
—Aquí tenéis —dijo el profesor, y le entregó a cada uno una copa de hidromiel. Luego alzó la suya y brindó—: ¡Feliz cumpleaños, Ralph!…
—Ron —susurró Harry.
Pero Ron, sin prestar atención al brindis, ya se había llevado la copa a los labios y bebido el hidromiel. Tras un instante, el tiempo que tarda el corazón en dar un latido, Harry comprendió que pasaba algo grave, pero Slughorn no se dio cuenta.
—… ¡y que cumplas muchos más!
—¡Ron!
Este soltó su copa e hizo ademán de levantarse del sillón, pero se dejó caer de nuevo. Empezó a sacudir con violencia las extremidades y a echar espumarajos por la boca, y los ojos se le salían de las órbitas.
—¡Profesor! —exclamó Harry—. ¡Haga algo!
Slughorn parecía paralizado por la conmoción. Ron se retorcía y se asfixiaba, y la cara se le estaba poniendo azulada.
—Pero ¿qué…? Pero ¿cómo…? —farfulló Slughorn.
Harry saltó por encima de una mesita, se lanzó sobre el kit de pociones que el profesor había dejado abierto y empezó a sacar tarros y bolsitas. En la estancia resonaban los espantosos gargarismos que hacía Ron al respirar. Entonces encontró lo que buscaba: la piedra con aspecto de riñón reseco que Slughorn le había cogido en la clase de Pociones.
Harry se precipitó sobre Ron, le separó las mandíbulas y le metió el bezoar en la boca. Su amigo dio una fuerte sacudida, emitió un jadeo vibrante y de pronto se quedó flácido e inmóvil.
—O sea que, entre una cosa y otra, no ha sido el mejor cumpleaños de Ron, ¿verdad? —dijo Fred.
Era de noche. La enfermería se hallaba en silencio; habían corrido las cortinas de las ventanas y encendido las lámparas. La cama de Ron era la única ocupada. Harry, Hermione y Ginny, sentados alrededor de él, habían pasado todo el día tras la puerta de doble hoja intentando asomarse al interior cada vez que alguien entraba o salía. La señora Pomfrey no les permitió entrar hasta las ocho en punto. Fred y George habían llegado a las ocho y diez.
—No era así como imaginábamos darle nuestro obsequio —dijo George con gesto compungido. Dejó un gran paquete envuelto para regalo en la mesilla de noche de su hermano y se sentó al lado de Ginny.
—Sí, él debía estar consciente —añadió Fred.
—Fuimos a Hogsmeade y lo esperábamos para darle la sorpresa… —continuó George.
—¿Estabais en Hogsmeade? —preguntó Ginny.
—Nos planteábamos comprar Zonko —explicó Fred—. Queríamos convertirla en nuestra sucursal en Hogsmeade, pero ¿de qué nos serviría si ya no os dejan salir los fines de semana para adquirir nuestros productos? En fin, ahora eso no importa.
Acercó una silla a la de Harry y contempló el pálido rostro de Ron.
—¿Cómo pasó exactamente, Harry?
Éste volvió a relatar lo que ya había contado un montón de veces a Dumbledore, la profesora McGonagall, la señora Pomfrey, Hermione y Ginny.
—…y entonces le metí el bezoar por el gaznate y él empezó a respirar un poco mejor. Slughorn fue a pedir ayuda y acudieron la profesora McGonagall y la señora Pomfrey, que lo subieron aquí. Dicen que se pondrá bien. La enfermera cree que tendrá que quedarse en la enfermería una semana, tomando esencia de ruda…
—Jo, vaya suerte que se te ocurriera lo del bezoar —comentó George.
—La suerte fue que hubiera uno en la habitación —puntualizó Harry. Se le helaba la sangre cada vez que pensaba en lo que habría sucedido si no hubiera dado con aquella piedra.
Hermione emitió un sollozo casi inaudible. Llevaba todo el día más callada de lo habitual. Al llegar se había abalanzado sobre Harry, pálida como la cera, para preguntarle qué había ocurrido, pero después apenas había participado en la interminable discusión entre Harry y Ginny acerca de cómo habían envenenado a Ron. Se limitó a quedarse de pie junto a ellos en el pasillo, con las mandíbulas apretadas y cara de susto, hasta que por fin les permitieron entrar a verlo.
—¿Lo saben ya papá y mamá? —le preguntó Fred a Ginny.
—Sí, ya lo han visto. Llegaron hace una hora. Ahora están en el despacho de Dumbledore, pero no tardarán en volver…
Se quedaron en silencio y observaron a Ron, que decía algo en sueños.
—Entonces, ¿el veneno estaba en la bebida? —preguntó Fred con voz queda.
—Sí —contestó Harry, que no dejaba de pensarlo y se alegró de esa oportunidad para hablar del asunto otra vez—. Slughorn nos lo sirvió…
—¿Pudo ponerle algo en la copa a Ron sin que tú lo vieras?
—Supongo que sí, pero ¿por qué iba a querer envenenarlo?
—Ni idea —admitió Fred frunciendo la frente—. ¿Y si se equivocó de copa? ¿Y si quería darte a ti la que tenía veneno?
—¿Y por qué iba a querer envenenar a Harry? —terció Ginny.
—No lo sé, pero probablemente hay un montón de gente a la que le gustaría envenenarlo, ¿no? Por lo del «Elegido» y todo eso.
—Entonces, ¿crees que Slughorn es un
mortífago
? —preguntó Ginny.
—Todo es posible —repuso Fred sin concretar.
—El profesor podría estar bajo una maldición
imperius
—apuntó George.
—Y también podría ser inocente —repuso Ginny—. El veneno podía estar en la botella, y en ese caso quizá querían envenenar al propio Slughorn.
—¿Quién iba a querer hacer eso?
—Dumbledore dice que Voldemort pretendía que Slughorn se pasara a su bando —explicó Harry—. Por eso el profesor estuvo un año escondido antes de venir a Hogwarts. Y… —pensó en el recuerdo que Dumbledore todavía no había logrado sonsacarle a Slughorn— quizá Voldemort quiera quitarlo de en medio, o quizá crea que podría resultarle valioso a Dumbledore.
—Pero tú dijiste que Slughorn pensaba regalarle esa botella a Dumbledore por Navidad —le recordó Ginny—. Así pues, también cabe la posibilidad de que el objetivo del envenenador fuera el director.
—Entonces es que el envenenador no conoce muy bien a Slughorn —intervino Hermione, abriendo la boca por primera vez en varias horas; tenía la voz tomada, como si estuviera resfriada—. Cualquiera que conozca a Slughorn sabría que muy probablemente se quedaría con un licor tan exquisito.
—Err… ii… oon… —susurró de pronto Ron con voz ronca.
Todos lo observaron con ansiedad, pero después de murmurar unas palabras ininteligibles Ron se puso a roncar.
En ese momento, las puertas de la enfermería se abrieron de par en par y todos dieron un respingo. Hagrid entró con paso decidido, el cabello mojado de lluvia, el abrigo de piel de castor ondeando y una ballesta en la mano. Dejó en el suelo un rastro de huellas de barro del tamaño de delfines.
—¡He pasado todo el día en el Bosque Prohibido! —anunció con voz quebrada—.
Aragog
ha empeorado y le estuve leyendo… No me levanté para ir a cenar hasta hace muy poco, y entonces la profesora Sprout me contó lo de Ron. ¿Cómo se encuentra?