Read Heliconia - Primavera Online
Authors: Bryan W. Addis
Frente a él estaba el templo, tan arruinado entonces como ahora. Contempló, sin comprender, los adornos grabados en la piedra. Recordad que en aquellos días, antes de que Loil Bry lo civilizara, Yuli estaba a punto de convertirse en un bárbaro. Las ratas correteaban en los portales. Yuli se encaminó al templo, oyendo sólo que le rugían los oídos. En la mano tenía una espada arrebatada a un adversario, un arma mejor que todas las que había tenido en su vida, hecha aquí, en nuestras forjas, de buen metal oscuro. La empuñó mientras pateaba la puerta.
Dentro se movían las cabras y las cerdas lecheras, atadas. Allí se guardaban también, en aquel tiempo, los aperos de labranza. Yuli miró alrededor, vio una puerta trampa en el suelo y oyó unos susurros.
Tirando de la anilla de hierro, alzó la puerta. En el lago de oscuridad que se abrió a sus pies, una lámpara ardía y humeaba.
—¿Quién es? —preguntó alguien. Una voz de hombre, y espero que sepáis de quién era.
Se trataba de Wall Ein Den, entonces Señor de Embruddock, bien recordado por todos nosotros. Podéis imaginarlo, alto y erguido, aunque ya había dejado atrás la juventud, largos bigotes negros y sin barba. Todos le observaron los ojos, que podían hacer bajar la vista al más osado, y la hermosa cara salvaje, que en un tiempo hacía llorar a las mujeres. Este fue el histórico encuentro entre el viejo líder y Pequeño Yuli.
Pequeño Yuli bajó lentamente los escalones, casi como si lo hubiera reconocido. Algunos de los maestres de las corporaciones acompañaban al señor Wall Ein, pero no osaron hablar mientras Yuli descendía, muy lentamente, blandiendo la espada.
El señor Wall Ein dijo: —Si eres un hombre incivilizado, entonces tu trabajo es matar, y mejor será que lo hagas de una vez. Te ordeno que me mates en primer término.
—¿Qué otra cosa te mereces, escondido en un sótano?
—Somos viejos, e inútiles para la batalla. Antes era distinto.
Los dos hombres se enfrentaron. Nadie se movió.
Yuli habló con gran esfuerzo; le pareció que su propia voz venía desde muy lejos.
—¿Por qué, anciano, tienes esta gran ciudad tan mal guardada?
El señor Wall Ein respondió con su habitual autoridad: —No siempre ha sido así, y tú y tus hombres podríais haber tenido un recibimiento muy distinto, con esas armas tan rudimentarias. Hace muchos siglos la Tierra de Embruddock era grande y se extendía por el norte hasta los Quzint y por el sur casi hasta el mar. Reinaba entonces el Gran Rey Dennis; pero llegó el frío y destruyó lo que él había creado. Ahora somos menos que nunca, porque el año pasado, en el primer cuarto, fuimos atacados por los phagors blancos que llegan volando como el viento en gigantescas monturas. Muchos de nuestros mejores guerreros, incluso mi hijo, murieron defendiendo Embruddock, y ahora se hunden hacia la roca original. -Suspiró y agregó: -Quizá hayas leído la leyenda labrada en este edificio, si sabes leer. Dice: «Primero los phagors, después los hombres». A causa de esa leyenda, y de otras cosas, hace dos generaciones nuestros sacerdotes fueron perseguidos y muertos. Los hombres han de ser los primeros siempre. Sin embargo, a veces me pregunto si esa profecía no se cumplirá.
Pequeño Yuli oyó el discurso de Wall Ein como en un trance. Cuando intentó responder, las palabras no le vinieron a los labios descoloridos, y se sintió sin fuerzas en el eddre interior.
Uno de los ancianos, mitad compasivo, mitad burlón, comentó: —El joven está herido.
Cuando Yuli trastabilló hacia adelante, ellos retrocedieron. Más allá había un arco bajo y un pasaje apenas iluminado por una reja instalada en la parte superior. Incapaz de detenerse, Yuli continuó andando por el pasaje, arrastrando los pies. Ya conocéis esa sensación, amigos; la tenéis cada vez que estáis borrachos… Como ahora.
El pasaje era húmedo y caliente. Yuli sintió el calor en la mejilla. A un lado había una escalera de piedra. No podía comprender dónde estaba, y perdía los sentidos.
Y una mujer joven apareció en esa escalera, sosteniendo una vela. Era más bella que los cielos. La cara de la joven parecía flotar ante los ojos de Yuli.
—¡Era mi abuela! —chilló Laintal Ay, con orgullo. Había estado escuchando, muy excitado, y se sintió confundido cuando todos se echaron a reír. En ese momento, la mujer no tenía ninguna intención de dar al mundo Laintal Ays. Clavó en Pequeño Yuli unos ojos desorbitados, y le dijo algo que él no entendió.
Pequeño Yuli intentó responder. Las palabras no le llegaron a la garganta. Las rodillas se le doblaron. Empezó a caer, y luego se derrumbó cuan largo era, y todos creyeron que había muerto.
En ese emocionante punto del relato, el narrador cedió el sitio a otro de mayor edad, un cazador, que se tomaba la cosa con menos dramatismo.
Wutra consideró conveniente no apoderarse de la vida de Yuli en esa oportunidad. Dresyl se hizo cargo de la situación mientras su primo hermano se recobraba de la herida. Creo que Dresyl estaba avergonzado de su sed de sangre y procuraba conducirse de manera más civilizada, al encontrarse entre personas civilizadas como nosotros. Quizá recordaba también la gentileza del padre, Sar Gotth, y la dulzura de la madre, Iyfilka, asesinados por el odiado rebaño de los phagors. Se instaló en la torre de Prast, donde acostumbraban guardar la sal, dictando órdenes como un comandante desde la habitación superior, mientras Yuli descansaba más abajo, en cama.
A muchos de nosotros, incluso a mí, no nos agradaba Dresyl entonces, y lo tratábamos como un mero invasor. Odiábamos que nos diera órdenes. Sin embargo, cuando comprendimos lo que se proponía, colaboramos, y apreciamos sus indudables cualidades. En ese momento, nosotros, los de Embruddock, estábamos desmoralizados; Dresyl nos devolvió el ánimo y reconstruyó nuestras defensas.
—Mi padre era un gran hombre, y pelearé contra cualquiera que lo critique —gritó Nahkri, poniéndose en pie de un salto, sacudiendo el puño. Lo sacudió con tal energía que casi cayó de espaldas, y su hermano tuvo que sostenerlo.
Nadie habla contra Dresyl. Desde lo alto de la torre, podía vigilar las tierras de alrededor, los terrenos altos del norte, de donde él había venido, los más llanos del sur con los géisers y las desconocidas fuentes termales. Le sorprendió en particular el Silbador de Horas, nuestro magnífico geiser regular, que surge y silba como un viento diabólico.
Recuerdo que me interrogó acerca de los cilindros gigantescos, como él los llamaba, esparcidos por el paisaje. Nunca había visto un rajabaral. Le parecían torres de magos, de madera extraña, y chatas arriba. Aunque no era tonto, no los reconocía como árboles.
Prefería hacer a mirar. Ordenó con precisión dónde tenía que instalarse la tribu del lago helado, distribuida en diversas torres. Esto demostró una sabiduría que a todos nos convendría, Nahkri. Aunque muchos murmuraban en ese momento, Dresyl hizo que su gente conviviera con la nuestra. No se permitían peleas, y todo era compartido por partes iguales. Ésta ha sido una importante razón de que nos mezcláramos con buenos resultados.
Mientras distribuía su gente, hizo contar a todo el mundo. No sabía escribir, pero nuestra gente de las corporaciones le sacó las cuentas. La vieja tribu constaba de cuarenta y un hombres, cuarenta y cinco mujeres, y once niños menores de siete años. En total, noventa y siete. Y sesenta y un miembros de la tribu del lago helado habían sobrevivido a la batalla, con lo que éramos ciento cincuenta y ocho personas. Una buena cantidad. Mucho me alegró que volviera a haber vida en el lugar. Quiero decir, después de tantas muertes.
Le dije a Dresyl: —Te gustará Embruddock.
—Ahora se llama Oldorando, muchacho —me dijo. Aún recuerdo cómo me miraba.
—Oigamos más acerca de Yuli-pidió alguien, arriesgando provocar la cólera de Nahkri y Klils. El cazador se sentó, resoplando, y un hombre más joven ocupó su lugar. Pequeño Yuli se recobró lentamente de la herida. Cuando pudo caminar un poco, empezó a examinar con su primo hermano el territorio donde se encontraban, para establecer cómo se podían organizar mejor la caza y la defensa.
Por las noches, hablaban con el viejo señor. Él trataba de enseñarles la historia de estas tierras, pero ellos no siempre mostraban interés. Habló de siglos de historia, antes de que el frío descendiese. Dijo que las torres habían sido construidas con arcilla cocida y madera, que los pueblos primitivos utilizaban en los tiempos de calor. Luego se había reemplazado la arcilla por la piedra, pero conservando el viejo plan, y la piedra había durado muchos siglos. Había algunos pasajes subterráneos, y en tiempos mejores había muchos más.
Habló de la penuria de Embruddock, que era sólo una aldea en ese momento. Una vez se había erguido allí una noble ciudad, y e) dominio de sus habitantes se extendía a miles de millas. Dicen los hombres que en esos días no había phagors.
Y Yuli y su primo hermano Dresyl caminaban por la habitación del viejo señor, escuchando, frunciendo el ceño, discutiendo con él, aunque siempre respetuosamente. Preguntaron acerca de los géiseres que no dan calor. Nuestro viejo señor les dijo todo a propósito del Silbador de Horas. Brotaba puntualmente cada hora desde el comienzo del tiempo. Es nuestro reloj, ¿verdad? No necesitamos a los centinelas del cielo.
El Silbador de Horas ayuda a las autoridades a mantener los registros escritos, que los maestres de las corporaciones llevan por obligación. Los primos hermanos se asombraron al saber cómo dividimos la hora en cuarenta minutos y el minuto en cien segundos, así como el día en veinticinco horas y el año en cuatrocientos ochenta días. Aprendemos estas cosas en el regazo de nuestras madres. Y supieron también que ése era el año 18 del calendario señorial; nuestro viejo señor había imperado durante dieciocho años. No se conocían, en el lago helado, estas civilizadas normas.
Atención: no estoy hablando mal de los primos hermanos. Aunque eran bárbaros, pronto entendieron nuestra división de los artesanos en siete corporaciones, cada una de un arte diferente. He de decir que la de los trabajadores del metal es la mejor, y me enorgullece, sin jactancia, pertenecer a ella. Los maestres de cada corporación pertenecían entonces, como ahora, al consejo del señor. Aunque, en mi opinión, tendría que haber dos representantes de la corporación del metal, pues es sin duda la más importante.
Después de bastantes burlas y risas, hubo otra ronda de rathel, y una mujer de mediana edad continuó la leyenda.
Hilaré ahora para vosotros un cuento mucho más interesante que la escritura o el registro del tiempo. Os preguntaréis qué fue de Pequeño Yuli cuando mejoró de la herida. Pues bien, os lo diré en una docena de palabras. Se enamoró, y eso fue mucho peor que la herida, porque el pobre hombre nunca llegó a recuperarse.
Nuestro viejo señor Wall Ein mantuvo sabiamente a su hija, la pobre Loil Bry Den, que hoy ha sufrido tanto, apartada del peligro. Esperó hasta asegurarse de que los invasores no eran mala gente. Loil Bry era entonces muy hermosa, con una figura bien desarrollada, suficiente para que un hombre pudiera echarle mano, y tenía un andar de reina que todos recordaréis. Entonces, nuestro viejo señor la presentó un día a Pequeño Yuli, en la habitación de arriba.
Yuli la había visto ya una vez. Esa terrible noche de la batalla en que casi encontró la muerte, como hemos oído. Sí, ella era la belleza de ojos negros, pómulos de marfil y labios de ala de pájaro que nuestro amigo ha mencionado. Era la más hermosa de su tiempo, porque las mujeres del lago Dorzín no tenían, me parece, mayor interés. Todas las facciones se le dibujaban delicadas y nítidas en la piel aterciopelada, y llevaba los labios pintados de color canela. A decir verdad, yo misma tenía ese aspecto cuando era una jovencita.
Así era Loil Bry cuando Yuli la vio por primera vez. Era la mayor maravilla de la ciudad. Una chica difícil, solitaria; la gente no le daba importancia, pero a mí me gustaba su estilo. Yuli quedó abrumado. Buscaba siempre la ocasión de estar a solas con ella, afuera, o todavía mejor, en la habitación de la Gran Torre, esa habitación de la ventana de porcelana donde aún vive Loil Bry. Era como una especie de fiebre. No podía dominarse. Juraba y se vanagloriaba y se conducía como un tonto. Muchos hombres se ponen así, pero por supuesto no les dura mucho tiempo.
En cuanto a Loil Bry, se sentaba como un perrito, miraba por encima de los altos pómulos, sonreía con las manos en la falda. Lo alentaba, no es preciso decirlo. Llevaba una larga y pesada túnica adornada con cuentas, y no pieles como las demás. He oído decir que usaba ropa interior de piel. Pero esa túnica era extraordinaria, y le llegaba casi al suelo. Me gustaría tener una igual…
Y el modo como ella habla, todavía hoy: una mezcla de poesía y acertijo. Yuli no había oído nada igual en el lago Dorzin. Lo enloquecía. Y se vanagloriaba aún más. Se estaba jactando de qué gran cazador era cuando ella dijo, y ya conocéis la voz musical: —Vivimos nuestras vidas envueltos en tinieblas. ¿Tenemos que ignorarlas, o explorarlas?
El la miró con los ojos muy abiertos; ella estaba hermosa con su túnica. Tenía cuentas cosidas, como he dicho, muy bonitas. Él le preguntó si la habitación de ella estaba a oscuras. Ella se rió de él.
—¿Cuál crees que es el lugar más oscuro del universo, Yuli?
El muy tonto dijo: —He oído decir que la remota Pannoval es oscura. Nuestro gran antepasado, cuyo nombre llevo, vino de Pannoval y dijo que era oscura. Y también que está debajo de una montaña, pero no lo creo. Era sólo una manera de hablar, propia de los antepasados. Loil Bry se miró las puntas de los dedos, acurrucados como ratoncillos rosados en la falda de la preciosa túnica.
—Pienso que el lugar más oscuro del universo es el interior de un cráneo humano.
Yuli estaba perdido. Ella lo volvía realmente tonto.
Pero he de vigilar mi lengua cuando hablo de los muertos, ¿verdad? Con todo, él era un poco… blando…
Ella lo confundía con su parloteo romántico. ¿Sabéis qué le preguntaba?
—¿Has pensado alguna vez que sabemos mucho más de lo que podemos decir?
Es verdad, ¿no os parece?
—Querría tener a alguien —le decía ella—, alguien a quien poder decirle todo, alguien para quien la conversación fuera un mar en donde navegar. Entonces yo izaría mis velas negras…
No sé qué más le decía ella.
Y Yuli soñaba despierto, sujetándose la herida, y quién sabe qué más, pensando en esa mujer mágica, en su belleza y sus turbadoras palabras… «Alguien para quien la conversación sea un mar donde navegar… » Incluso la manera con que ella componía la frase le parecía a Yuli que era de Loil Bry y de nadie más.