Heliconia - Primavera (21 page)

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Authors: Bryan W. Addis

BOOK: Heliconia - Primavera
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Había mucho trabajo. Loilanun aprendió a raer y curtir pieles. Mientras hacía un par de botas de caza, conoció al joven que las usaría y se enamoró de él. Apenas había llegado a la pubertad. Salía con el cazador las noches iluminadas, cuando nadie podía dormir. Por vez primera tenía ante sí el mundo, de asombrosa hermosura. Se convirtió en mujer del cazador. Habría muerto por él.

Las maneras cambiaban en Oldorando. El cazador y Loilanun salieron a cazar ciervos. Antes, Dresyl jamás hubiera permitido que las mujeres salieran con los cazadores; pero era cada vez menos estricto, a medida que envejecía. Los cazadores de ciervos encontraron un pinzasaco en un desfiladero. Ante los ojos de Loilanun, la criatura derribó al joven y lo atravesó con uno de los cuernos. El joven murió antes de que lo llevaran a la casa. Con el corazón destrozado, Loilanun regresó a la casa paterna. Ellos la recibieron, la incorporaron complacidos a la vida en común y la consolaron. Mientras reposaba en las sombras fragantes, la vida despertó en el seno de Loilanun. Había concebido. Recordó la alegría de esa ocasión cuando llegó la hora y dio a luz un hijo. Lo llamó Laintal Ay, y los padres de ella lo aceptaron, complacidos también. Era la primavera del año 13 después de la Unión, o el 31 según el viejo calendario de años señoriales.

—Crecerá en un mundo mejor —dijo Loil Bry a su hija, mirando al niño con ojos lustrosos—. Cuentan las leyendas que llegará un tiempo en que los rajabarales se abrirán y el aire se calentará con el calor de la tierra. La comida abundará, desaparecerá la nieve, y podremos andar desnudos. Cómo deseaba esa época cuando era joven… Quizá Laintal Ay la vea. Cómo hubiera deseado que fuera una niña… Las mujeres ven y sienten más que los hombres…

Al niño le gustaba mirar la ventana de porcelana de la abuela. Era la única de Oldorando, aunque Pequeño Yuli sostenía que había habido muchas más, y que se habían roto. Año tras año, los abuelos de Laintal Ay levantaban la vista de los antiguos documentos para ver cómo la ventana se volvía rosa, naranja y bermellón a la hora del ocaso, mientras Freyr o Batalix descendían en un baño de fuego. Los colores morían. La noche teñía la porcelana de negro.

En los viejos tiempos, los childrims revoloteaban en torno de las torres de Oldorando; las mismas apariciones que el primer Yuli había visto cuando atravesaba penosamente el desierto blanquecino.

Los childrims sólo venían por la noche. Unas chispas como plumas brillaban más allá de la ventana, y allí estaban los childrims, girando lentamente, agitando la ala única. ¿Era un ala?

Cuando la gente salía corriendo a mirar, los contornos eran confusos, nunca claros. Los childrims provocaban extraños pensamientos en las mentes humanas. Yuli y Loil Bry se tendían sobre las pieles y alfombras y sentían que los pensamientos que había en ellos cobraban vida, todos a la vez. Veían escenas olvidadas y escenas jamás vistas. A veces, Loil Bry gritaba y se cubría los ojos. Decía que era como comunicarse con una docena de fessupos a la vez. Más tarde, quería volver a imaginar algunos de esos momentos inesperados, pero una vez desaparecidos era imposible recordarlos: aquella desconcertante belleza se desvanecía como una fragancia.

Los childrims se alejaban. Ningún hombre sabía de dónde venían, adonde iban.

El hábitat de los childrims era la troposfera superior. De vez en cuando, las presiones eléctricas los obligaban a descender y acercarse a la superficie del planeta. Las corrientes de hombres y animales los atraían un momento; se detenían y giraban como si también ellos fueran criaturas inteligentes. Luego volvían a elevarse y se marchaban. De acuerdo con los caprichos locales de la gran tormenta magnética que atravesaba el sistema heliconiano, los childrims volaban en cualquier dirección, hacia adelante, hacia arriba, siguiendo el curso de las mareas magnéticas, moviéndose sin percepción ni necesidad de reposo.

Pero no se movían siempre del mismo modo. Porque las entidades eléctricas que los seres humanos llamaban childrims no podían cambiar, y por eso nada era más vulnerable que ellas a los cambios.

Las temperaturas en el continente tropical de Campannlat subían y bajaban de pronto, en cualquier momento. Una suave jornada de verano, mientras Loilanun jugaba lánguidamente con su hijo, la temperatura de Oldorando subió varios grados sobre cero. Bastante cerca, hacia el norte, en el lago Dorzin, podía haber diez grados bajo cero. En el verano, cuando los centinelas trabajaban de día y de noche, no había heladas en los lugares protegidos, y crecían cosechas de cereales.

A cinco mil kilómetros de Oldorando, en Nktryhk, la temperatura diaria variaba de menos de doce grados centígrados a menos de ciento cincuenta, es decir, la temperatura a que se licua el kryptón.

Los cambios se acumulaban; eran al principio lo que podía llamarse cambios latentes. Luego los efectos fueron rápidos, a medida que los gradientes de temperatura de la atmósfera superior subían junto con la radiación de Freyr. El proceso era gradual, pero cuántico. En cierta ocasión, la Estación Observadora Terrestre registró una elevación de temperatura de doce grados en una hora, a veinticinco kilómetros de altura sobre el ecuador.

A causa del calor, la circulación estratosférica aumentaba mucho, y las tormentas barrían el planeta. Se observaron sobre Nktryhk bruscas corrientes que superaban los cuatrocientos kilómetros por hora.

De repente, los childrims desaparecieron.

Los comienzos de lo que era la esperanza del renacimiento para los hombres y los animales trajeron el desastre para los childrims. Las condiciones que los habían creado se disiparon entre un año y el siguiente. Los vórtices de polvo piezoeléctrico y de partículas cargadas eran demasiado frágiles para sobrevivir a un sistema más dinámico. Desaparecieron, dejando atrás evanescentes estelas de chispas en el rarificado aire de las alturas. Las chispas murieron rápidamente.

Yuli y Loil Bry esperaron en vano la vuelta de los childrims. Laintal Ay pronto olvidó que los había visto alguna vez.

Bajo el cielo verdoso común a esa altura, en que los rayos de los centinelas —cuando no estaban sepultados entre las nubes—tenían que atravesar multitudinarios cristales de hielo, emergían grupos de phagors. Los phagors, tanto los estalones como los gillotas, se movían con una andadura inhumana. Muchos tenían aves posadas en los hombros, o que volaban por encima de ellos. Las aves y los phagors eran blancos; el terreno blanco, castaño, negro, desecado, y el cielo verde pálido. Las cosas vivientes se destacaban sobre el glaciar Hhryggt.

El curso del glaciar estaba dividido en un punto por un macizo de roca plutónica que había resistido a siglos de asedio, como un castillo infernal. El hielo había carcomido las paredes, que aún se alzaban en torres. Allí donde caía el río helado, había una meseta cubierta de helechos. Allí aguardaba, inmóvil, el jefe de las criaturas de dos filos, mientras las cohortes se agrupaban.

Eran los kzahhns de Hrastyprt los que primero habían decidido destruir a los Hijos de Freyr que vivían en las distantes llanuras. El joven kzahhn era Hrr-Brahl Yprt. Él conduciría la cruzada. El abuelo, el gran kzahhn Hrr-Tryhk Hrast, había sido asesinado por aquellos Hijos remotos. Las legiones se lanzarían a la venganza bajo el mando de Hrr-Brahl Yprt.

Porque con Hrr-Brahl Yprt los phagors habían prosperado, recuperando las energías perdidas desde que Freyr incendiara el mundo por última vez. La fuerza del número, tanto como un propósito consciente, había puesto en movimiento esta vasta migración, de escala irresistible.

Sin embargo la causa primera y determinante no era en verdad el deseo de venganza, sino los gradientes favorables de temperatura en la estratosfera. El mensaje del calor vibraba a lo largo de los ochocientos kilómetros de longitud del glaciar que descendía desde la meseta sin aire del Alto Nktryhk hasta los ásperos valles al este de la llanura oldorandina, atrayendo a los phagors refugiados en grutas y hendiduras.

Hrr-Brahl Yprt aguardaba inmóvil. También él había oído el mensaje del calor en su octava de aire.

Ese precursor de grandes cambios climáticos activaba también otras formas de vida de la región, de las que los phagors dependían en parte para obtener proteínas. Unas tribus protognósticas llamadas madis residían asimismo en el territorio sembrado de rocas de los glaciares. Escuálidos, perpetuamente mal nutridos, también ellos volvían a las costumbres nómadas. Llevaban al frente cabras y arangos, unos cuadrúpedos que se alimentaban de líquenes y pulgones de las rocas. Los madis buscaban terrenos de pasto más bajos. Pero no se moverían antes de que la cruzada phagor partiera y despejara el camino.

El joven Hrr-Brahl Yprt gruñó la orden de montar. Sólo los oficiales de mayor rango disponían de kaidaws. Montaron en los corceles de color rojo herrumbrado apenas se dio la orden, sentándose detrás de las gibas.

La orden fue dada el año 13, según el modesto calendario de Loil Bry. Según el calendario de la raza de dos filos, era el giro aéreo o año 353 después de la Pequeña Apoteosis, o el Gran Año 5.634.000 desde la Catástrofe. Según una versión más moderna, finalizaba el año 433.

Laintal Ay era entonces un niño encaramado sobre las rodillas de su madre viuda.

Llegaría un momento en que tendría que enfrentar todo el poder de la cruzada de Hrr-Brahl Yprt.

Junto al kaidaw del kzahhn había un creaght —un phagor macho joven— con un alto estandarte.

Hrr-Brahl Yprt tenía la estatura de un hombre de buena talla y era una vez y media más pesado. Los pies queratinosos de tres dedos sostenían una poderosa musculatura, flancos fuertes y un pecho más ancho que el de cualquier hombre.

La cabeza, encajada entre los sólidos hombros, era notable. Larga, estrecha, ósea, tenía en la frente unas protuberancias, de modo que los ojos, protegidos por largas pestañas donde brillaba la nieve, parecían mirar con una rara fuerza. Los cuernos, implantados detrás de las orejas, se curvaban primero hacia adelante y luego hacia arriba. Tenían vetas grises, como si fueran de mármol, y los bordes mortalmente afilados. Empleaban estas armas sólo en combate contra otros phagors; nunca contra otras especies, y no debían mancharse con la sangre roja de los Hijos de Freyr.

El prominente hocico de Hrr-Brahl Yprt era negro bajo los ollares, como había sido el de su abuelo. Cada vez que se movía acentuaba aquel aire de autoridad feroz.

Los armeros le habían labrado una complicada corona para esta cruzada. Descendía como flores de lis entrelazadas sobre el largo apéndice nasal del joven kzahhn, y se le curvaba en la base de los cuernos, de donde sobresalían a los lados dos puntiagudos cuernos metálicos.

Cuando amenazaba a un subordinado, el kzahhn arrugaba el labio inferior mostrando dos hileras de dientes romos y estriados, flanqueados por largos colmillos.

Llevaba el cuerpo revestido por una armadura; un chaleco sin mangas de rígida piel de kaidaw, con tres capas y un cinturón. El cinturón se ensanchaba sobre el vientre en una especie de bolsa que protegía los genitales, pendientes entre la áspera pelambre de la pelvis.

El nombre del kaidaw era Rukk-Ggrl. Luego de montar en Rukk-Ggrl, el joven kzahhn alzó la mano velluda. Un esclavo humano tocó un enorme instrumento enroscado, hecho con un cuerno de pinzasaco. La diafonía resonó en la extensión gris.

En respuesta a esa lúgubre llamada, otros esclavos salieron de una caverna en el macizo plutónico, trayendo las figuras del padre y el bisabuelo de Hrr-Brahl Yprt.

Estos ilustres antepasados se encontraban en estado de brida, mientras se hundían lentamente en el vórtice final del no ser. En el estado de brida los procesos vitales eran muy lentos y los cuerpos iban empequeñeciéndose poco a poco. El bisabuelo se había convertido casi enteramente en queratina.

Ante la aparición de estos objetos totémicos, corrió la agitación entre los machos y hembras de la tropa. Se irguieron en el suelo helado; muchos se destacaban contra el cielo sobre los riscos próximos o las rocas, y las brillantes nubes amontonadas les difuminaban los contornos. Algunos se apoyaban en las lanzas, mientras unas aves enormes se cernían sobre ellos. Todos, en reposo, mostraban esa terrorífica inmovilidad propia de la especie. Sólo algún fugaz movimiento de las orejas indicaba que estaban vivos. Cambiaron de posición para volver los ojos al joven jefe y a los líderes del pasado.

Las figuras totémicas fueron presentadas al kzahhn. Los esclavos humanos se arrodillaron ante él.

Hrr-Brahl Yprt desmontó y se colocó entre los antepasados y el kaidaw. Se inclinó, hundió humildemente el rostro en el rojizo pelaje del flanco de Rukk-Ggrl, y pareció que se desmayaba. En una especie de trance, llamó al presente a los espíritus del padre y el bisabuelo.

Los espíritus se presentaron ante él. Eran unas figurillas bigotudas, no mayores que un conejo de las nieves. Chillaron a modo de saludo. Como no habían hecho jamás en la vida real, corrían a cuatro patas.

—Oh, sagrados antecesores que ahora sois parte de la tierra —exclamó el joven kzahhn, en la áspera lengua de la especie—, al fin marcharé a vengar a quien tendría que estar ahora entre vosotros, mi valiente abuelo, el gran kzahhn Hrr-Tryhk Hrast, muerto por los desnudos Hijos de Freyr. Nos esperan años de prueba. Fortaleced mi brazo, advertidme los peligros, sostened en alto mis cuernos.

El bisabuelo parecía estar dentro de Rukk-Ggrl. La imagen queratinosa dijo: —Ve, con los cuernos en alto, y nunca olvides las enemistades. Evita la amistad con los Hijos de Freyr.

La observación era inútil para Hrr-Brahl Yprt. No creía sentir otra cosa que odio por el enemigo tradicional. Los que estaban en estado de brida no siempre eran los más sabios.

La imagen queratinosa del padre era mayor que la del bisabuelo, puesto que había entrado más recientemente en el estado de brida. La imagen se inclinó y habló, despertando una serie de imágenes en la mente del hijo.

Hrr-Anggl Hhrot mostró una imagen que el joven kzahhn sólo comprendió a medias. Para un ser humano hubiera sido incomprensible. Sin embargo, era una visión del universo conocido, tal como lo imaginaba la raza de dos filos, y que condicionaba en gran parte lo que pensaban de la vida.

Un órgano atareado bombeaba vigorosamente, expandiéndose y contrayéndose. Tenía tres partes, cada una de las cuales se parecía un poco a un puño humano apretado. Las partes eran interdependientes y de distintos colores. La gris era el mundo conocido; la blanca el brillante Batalix, la de puntos negros Freyr. Cuando Freyr se expandía las otras partes se achicaban; cuando Batalix crecía, también crecía el mundo conocido.

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