Read Heliconia - Verano Online
Authors: Brian W. Aldiss
El rey perdió pronto su interés por la guerra. Después del asesinato de su hija mayor, Simoda Tal, se encerró en su palacio y era visto raras veces. Sólo pareció despertar cuando se enteró de la llegada de JandolAnganol, y esto a instancias de sus asesores, su reina Madi y su hija sobreviviente, Milua Tal.
—¿Cómo hemos de entretener a este gran rey, Sayren querido? —preguntó la reina Bathkaarnet-ella con voz cantarina—. Soy poca cosa, apenas una flor, y además inválida. Una flor inválida. ¿Deseas que le cante mis canciones del Viaje?
—Personalmente, no me interesa ese hombre. No tiene cultura —dijo su marido—. Jandol traerá su guardia phagor, ya que no puede pagar verdaderos soldados. Si debemos tolerar a esos seres pestilentes en nuestra capital, bien podrían entretenemos con sus juegos de animales amaestrados.
El clima de Oldorando era cálido y enervante. La erupción del Rustyjonnic había inaugurado una época de actividad volcánica. A menudo flotaba sobre la ciudad una nube sulfurosa. Las banderas que el rey ordenó izar para saludar a su primo de Borlien colgaban inmóviles en la atmósfera sin aire.
El rey de Borlien estaba poseído por una impaciente energía. La marcha desde Gravabagalinien había llevado casi todo un décimo; primero a través de los campos de loes, y luego del desierto. No había, para JandolAnganol, un paso lo bastante rápido. Sólo la Guardia Phagor no se quejaba.
Continuamente llegaban malas noticias a la columna. En todo el reino había cosechas arruinadas y hambre; las pruebas estaban a la vista por doquier. El Segundo Ejército no había sufrido una mera derrota; jamás resurgiría de las junglas de Randonan. Los pocos que quedaban se ocultaban en sus hogares, jurando que jamás volverían a combatir. Los batallones phagor que habían logrado sobrevivir, desaparecieron en los desiertos.
Las noticias de la capital no eran más alentadoras. El arcipreste BranzaBaginut, aliado de JandolAnganol, escribía que Matrassyl estaba en plena efervescencia y que los barones amenazaban con tomar el poder y gobernar en nombre de la scritina. El rey debía actuar de modo concreto, y tan pronto como pudiera.
JandolAnganol gozaba estando en marcha, viviendo de la caza que se encontrase, durmiendo en campamentos; toleraba incluso los días de luz brillante lejos de los monzones de la costa. Era como si se regocijara de sus emociones en ebullición. Su rostro parecía más tenso y delgado, y aún más resuelto.
Alam Esomberr sentía menos entusiasmo. Educado en su casa paterna, en los escondrijos subterráneos de Pannoval, se sentía infeliz en campo abierto, y le sublevaba la marcha forzada. Finalmente, el elegante enviado del Santo C'Sarr ordenó un alto, sabiendo que contaba con el apoyo de su fatigada comitiva.
Era la medialuz; gruesas flores brillantes se abrían entre las opacas hierbas, invitando a las mariposas. Un pájaro gritó, reiterando las dos mismas notas.
Habían dejado atrás la zona cultivada de loes, y atravesaban un desierto páramo que apenas podía mantener algunas aldeas dispersas. En procura de sombra, la comitiva del enviado se colocó bajo un enorme deniss cuyas hojas suspiraban en la brisa. Del árbol surgían muchas ramas, algunas antiguas, otras nuevas, que se sostenían lánguidamente —como el mismo Esomberr— extendiéndose en todas direcciones.
—¿Qué te persigue, Jandol? —preguntó Esomberr—. ¿Por qué corremos, si no es sólo por correr? O dicho de otra forma, ¿te aguarda en Oldorando un destino mejor que el que abandonaste en Gravabagalinien?
Estiró las piernas y miró divertido el rostro del rey.
JandolAnganol estaba cerca, en cuclillas, meciéndose. Un leve olor a humo llegó hasta su nariz; buscó su origen. Arrojaba piedrecillas al suelo.
Un grupo de capitanes, el armero real y otros, descansaban a corta distancia. Algunos fumaban veronikanos; uno bromeaba con Yuli, pinchándolo con una vara.
—Debemos llegar a Oldorando lo antes posible. —El rey hablaba como quien no quiere discusiones, pero Esomberr insistió.
—También yo deseo ver esa sórdida ciudad, aunque sólo sea para sumergirme durante algunos milenios en alguna de sus famosas termas. Eso no implica que esté ansioso por correr hasta allí. Has cambiado desde tus días de Pannoval, Jandol. No eres tan divertido, por decirlo de algún modo.
El rey arrojaba piedrecillas con mayor violencia.
—Borlien necesita la alianza con Sayren Stund. Ese deuteroscopista que me regaló el reloj de tres caras, Bardol CaraBansity, dijo que nada tengo que hacer en esa ciudad. Entonces sentí la convicción de que debía ir. Mi padre me apoyó. Sus últimas palabras, mientras moría en mis brazos, fueron “Ve a Oldorando”. Y como el necio de TolramKetinet permitió que barrieran su ejército, sólo puedo unirme a Oldorando. Los destinos de Borlien y Oldorando siempre han estado vinculados. —Arrojó con furia la última piedra, para cerrar la discusión.
Esomberr no respondió. Recogió una hoja de hierba y la llevó a sus labios, bruscamente incómodo ante la mirada del rey. Un momento después, JandolAnganol se irguió de un salto y se plantó en el suelo con los pies separados. —Aquí estoy yo. Cuando piso la tierra, la energía del suelo corre por mi cuerpo. Pertenezco al suelo de Borlien. Soy una fuerza natural.
Alzó los brazos con los dedos extendidos.
Los phagors, armados con sus arcabuces, estaban cerca; miraban la llanura y parecían un ganado informe. Algunos escarbaban debajo de las piedras en busca de gusanos o ricky-backs que comer. Otros permanecían inmóviles, aparte de un rápido movimiento de cabeza o de una oreja para apartar las moscas. Seres alados zumbaban en la sombra. Esomberr, sintiéndose inseguro, se incorporó.
—No comprendo qué quieres decir, pero nada impide que te diviertas a tu modo. —Su voz parecía seca.
El rey escrutó el horizonte mientras decía:
—Te daré un ejemplo, para que comprendas qué clase de hombre soy. Aunque he rechazado a la reina MyrdemInggala, por la razón que sea, ella sigue siendo mía. Si yo descubriese que alguien, como tú por ejemplo, se hubiera atrevido a entrar en su alcoba de Gravabagalinien, a pesar de mi amistad te mataría sin vacilar y colgaría tu eddre de este árbol.
Ninguno de los dos se movió. Luego Esomberr se puso de pie con la espalda apoyada en el deniss. Su angosto y hermoso rostro se había puesto tan pálido como una hoja muerta.
—¿Nunca has pensado que esos malditos phagors tuyos, bien armados con arcabuces de Sibornal, pueden inspirar temor a personas corrientes como yo? ¿Y que seguramente serán mal recibidos en la capital de Sayren Stund, donde se desarrolla un drumble sagrado? ¿Nunca has tenido miedo de llegar…, bueno, a parecerte un poco a un phagor?
El rey se volvió lentamente, con una expresión que denotaba su absoluta falta de interés en la pregunta. —Mira.
Respiraba por la nariz y en su cara se dibujó una mueca parecida a una sonrisa. Se lanzó a correr, se detuvo un instante, y saltó limpiamente por encima de una de las ramas del árbol, a un buen metro y medio de altura. Fue un salto perfecto. Recobró el equilibrio, se volvió y saltó otra vez en la dirección opuesta, con tal impulso que a punto estuvo de caer sobre Esomberr.
El rey era casi media cabeza más alto que el enviado. Este último, en un gesto de alarma, llevó su mano a la espada, y luego se inmovilizó, junto al rey.
—Tengo veinticinco años de edad, me encuentro en perfectas condiciones, y no temo a los hombres ni a los phagors. Mi secreto es que soy capaz de adaptarme a las circunstancias. Oldorando será mi circunstancia. Yo recibo mi fuerza de la geometría de las circunstancias… No me fastidies, Alam Esomberr, ni olvides mis palabras acerca de la santidad de lo que una vez fue mío. Yo soy una de tus circunstancias, y no al revés.
El enviado se apartó, tosió para llevar a su boca la mano que tenía en el puño de la espada, y consiguió esbozar una desvaída sonrisa.
—Estás en excelente forma, desde luego. Es magnífico. Te envidio. Es una pena que ni yo ni mis vicarios estemos tan bien. Muchas veces he pensado que las plegarias estropean los músculos. Por lo tanto, te ruego que te adelantes con tus hombres y los seres de tu especie favorita, a ese paso imposible, mientras nosotros te seguimos más atrás a nuestro propio y débil paso, ¿te parece bien?
JandolAnganol lo miró sin cambiar de expresión. Luego hizo una mueca.
—De acuerdo. Esta región es pacífica, pero tened cuidado. Los ladrones no tienen gran respeto por los vicarios. Recuerda que llevas mi decreto de divorcio.
—Sigue adelante. El decreto será puntualmente entregado al C'Sarr. —Extendió la mano, pero el rey no la tomó.
Girando sobre sus talones sin decir otra palabra, JandolAnganol llamó a Yuli con un silbido, y luego a la gillot que comandaba la guardia, Ghht-Mlark Chzarn. Las columnas no humanas formaron y partieron; las humanas siguieron con un orden menos estricto. Alam Esomberr y sus seguidores quedaron solos y en silencio bajo el deniss. Sus figuras se perdían en la sombra. Y pronto el gran árbol se perdió en el ondulante calor de la llanura.
Dos días más tarde, el rey detuvo a sus fuerzas a pocas millas de Oldorando. Sobre el ondulado paisaje se elevaban columnas de humo.
JandolAnganol estaba junto a uno de los viejos pilares de piedra que salpicaban aquellos parajes. Mientras aguardaba con impaciencia a que llegase la retaguardia de la columna phagor, recorrió con el dedo el gastado dibujo de la piedra: el familiar diseño de los dos círculos concéntricos unidos por líneas curvas. Durante un momento, se preguntó qué podían significar el pilar y el dibujo; pero enigmas como ése no ocupaban su mente por más de unos segundos. Probablemente nadie lo sabía, ni tampoco el nombre del antiguo rey que erigiera los pilares. Su pensamiento se concentró en lo que tenía al frente.
Habían llegado a una región que estaba casi ya en las afueras de la fabulosa ciudad a la que se acercaban.
De la ciudad misma, aún no había signos. Se Veían las sierras bajas, las más próximas estribaciones de las Montañas Quzint, las cuales corrían como una acorazada columna vertebral atravesando el continente. Muy cerca, extendido sobre el terreno había un uct, que se perdía en la distancia a ambos lados.
Ese uct no era una línea verde sino de color de león. Tenía pocos árboles grandes, pero muchos arbustos y cícladas, salpicados de chillonas flores de mantle; durante sus migraciones, las tribus masticaban aquellas semillas.
Ningún camino era tan ancho como ese uct. Sin embargo, los humanos no lo recorrían. A pesar de las depredaciones de los arangs y fhlebihts, se había vuelto impenetrable. Las tribus Madi y sus animales viajaban a su vera. Y así, con las semillas que arrojaban y el excremento de las bestias, los protognósticos ensanchaban sin pensarlo el uct. Año tras año crecía, convirtiéndose en una franja boscosa.
Pero no era uniforme. Plantas remotas como el shoatapraxi, cuyas semillas se enredaban en el pelaje de los animales, prosperaban en los lugares donde hallaban condiciones favorables, formando espesuras. Los Madis solían evitar esas zonas, o a veces las atravesaban, y entonces sus huellas eran borradas por nuevas invasiones de plantas extranjeras.
Lo incidental se convertía en algo establecido. El uct servía de barrera. Las mariposas y los animales pequeños que se encontraban en un lado no se veían en el otro. Había aves, roedores y hasta una letal serpiente dorada que se refugiaban en el uct y jamás salían de sus confines aunque se propagaban por todo el continente. Varias clases de Otros vivían sus extrañas vidas en el uct.
También los humanos reconocían la existencia del uct, como una frontera que demarcaba los límites entre Borlien del Norte y el territorio de Oldorando.
Esa frontera estaba en llamas.
La lava del volcán que acababa de entrar en erupción había incendiado el uct, que ardía como un reguero de pólvora.
Los instrumentos del Avernus registraban con todo detalle la creciente actividad volcánica en el planeta que se acercaba al periastron. Los datos enviados a la Tierra acerca del Rustyjonnik mostraban que los materiales arrojados por la erupción ascendían hasta una altura de cincuenta kilómetros. Las capas inferiores de esta nube se desplazaban hacia el este a gran velocidad, dando la vuelta al globo en quince días. Los materiales que sobrepasaban los veintiún kilómetros se movían hacia el oeste, con la corriente predominante de la estratosfera inferior, y giraban en torno del planeta en sesenta días.
Otras erupciones producían datos similares. Las nubes de polvo acumuladas en la estratosfera estaban a punto de duplicar la potencia reflectora de Heliconia, rechazando el creciente calor de Freyr y alejándolo de la superficie. De este modo, los elementos de la biosfera trabajaban como un cuerpo interrelacionado, o como una máquina, para preservar sus procesos vitales.
Durante las décadas en que Freyr estuviese más próximo a Heliconia, el planeta estaría protegido de los efectos más graves por las nubes de polvo ácido. En ninguna parte se observaba esta dramática homeostasis con más asombro y admiración que en la Tierra.
En Heliconia, el incendio del uct era el fin del mundo para muchas criaturas aterrorizadas. Desde el punto de vista más distante, era una señal de la determinación del planeta de salvarse con su carga de vida orgánica.
Las fuerzas de JandolAnganol aguardaban en un valle poco profundo. Una cortina de humo, hacia el este, anunciaba la proximidad del fuego. Ciervos y velludos cerdos corrían hacia el oeste, a lo largo del uct, en busca de refugio. Rebaños de fhlebihts, más lentos, los seguían con sus lastimeros balidos.
Pasaban también familias de Otros, que alentaban a sus hijos como si fueran humanos. Su pelaje era oscuro sus rostros blancos. Algunas especies carecían de cola. Saltaban diestramente de rama en rama y desaparecían.
Agazapado, JandolAnganol contemplaba el paso de los animales. El pequeño runt, Yuli, se reunió con él de un salto. Los phagors descansaban impasibles, masticando su ración diaria de gachas y pemmican.
En el este, los Madis y sus ganados escapaban del incendio. Mientras algunos animales huían hacia la libertad, se adentraban espantados en la espesura, los protognósticos se mantenían fieles a su costumbre y seguían la línea del uct.
—¡Ciegos dementes! —exclamó JandolAnganol.
Su ágil imaginación concibió un plan. Dio órdenes a algunos guardias phagors, y preparó una trampa. Cuando los primeros Madis llegaron, una soga de lianas espinosas trenzadas se estiró en el aire ante ellos. Confundidos, se detuvieron con las ovejas, los perros y los asokins obstruyéndoles el paso.