Heliconia - Verano (63 page)

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Authors: Brian W. Aldiss

BOOK: Heliconia - Verano
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La reunión terminó rápidamente. A solas con su reina y con el sombrío consejero, Sayren Stund dijo, frotándose las manos regordetas:

—Entonces, esperará al C'Sarr. Tenemos tres días para impedir la boda. Necesitamos a SartoriIrvrash. Hemos buscado en el Parque del Silbato, donde se alojan los phagors; allí no está. Haremos un registro a fondo de las habitaciones del rey.

El sombrío consejero carraspeó.

—Debemos tener en cuenta a esa mujer, Odi Jeseratabahr. Esta mañana se ha refugiado en la embajada de Sibornal, con cierta angustia, informando de la desaparición de su amigo. Entiendo que ella es una almirante. Mis agentes me informan que no ha sido bien recibida; quizás el embajador la trate como una traidora, pero de todos modos no nos la entregará, al menos por el momento.

Sayren Stund se abanicó y bebió un poco de vino.

—Podemos arreglarnos sin ella.

—Mis abogados eclesiásticos han descubierto otro punto a favor de su majestad continuó el consejero—. El rey JandolAnganol se ha divorciado de MyrdemInggala por un decreto que se encuentra, hasta ahora, en posesión de Alam Esomberr. Aunque el rey lo ha firmado, y parece creer que su divorcio es efectivo, no lo será hasta que el decreto esté físicamente en las manos del C'Sarr, según una antigua disposición del derecho canónico de Pannoval que se refiere precisamente al divorcio de personas de la realeza.

Por lo tanto, el rey JandolAnganol actualmente se encuentra, de hecho, en un estado de Decres nisi.

—Por lo tanto, ¿no puede volver a casarse?

—Todo matrimonio realizado antes de que el decreto sea efectivo será ilegal.

Sayren Stund batió palmas, riendo.

—Excelente. Excelente. No saldrá adelante con esta impertinencia.

—Pero necesitamos la alianza con Borlien —dijo, en voz baja, la reina.

Su marido casi no se molestó en mirarla.

—Querida, debemos minar su posición y ponerlo en desventaja; de ese modo, Matrassyl lo rechazará. Nuestros agentes hablan de nuevos disturbios allí. Incluso yo mismo podría convertirme en el salvador de Borlien y gobernar ambos reinos; Oldorando ya ha dominado a Borlien en el pasado. ¿No tienes sentido de la historia?

JandolAnganol era consciente de su difícil situación. Cuando se sentía desalentado, renovaba su furia recordando la malicia de Sayren Stund. Una vez que estuvo lo suficientemente repuesto del hallazgo del cadáver decapitado de Yuli como para salir de la habitación, había encontrado la cabeza en el pasillo. Unos metros más lejos yacía su centinela humano, con la cabeza destrozada por un mandoble. JandolAnganol había vomitado. Un día más tarde aún se sentía enfermo. A pesar del calor su corazón estaba helado.

Después de la reunión con Sayren Stund se dirigió al Parque del Silbato, donde una pequeña muchedumbre lo vitoreó. La compañía de su Guardia Phagor lo serenaba.

Inspeccionó su alojamiento con más atención que antes. Los comandantes phagor lo seguían. Uno de los pabellones parecía una residencia para huéspedes, y estaba amueblado con buen gusto. En la planta superior había un apartamento completo.

—Este apartamento será el mío —dijo JandolAnganol.

—Un buen lugar. Ninguna persona de Hrl-Drra Nhdo puede entrar aquí.

—Tampoco phagors.

—Tampoco phagors.

—Lo custodiaréis.

—Azí lo comprendemoz.

No le importó que el comandante utilizara el antiguo nombre phagor de Oldorando, puesto que conocía sus antiguas y aparentemente inextinguibles memorias. Estaba acostumbrado a sus arcaicos hábitos de lenguaje.

Mientras regresaba a través del parque, escoltado por cuatro phagors, la tierra se sacudió. Los temblores eran frecuentes en Oldorando. Éste era el segundo desde su llegada. Miró el palacio a través de la plaza de Loylbryden. Sintió deseos de que un violento terremoto lo derribase, pero podía ver que las columnas de madera de la fachada estaban diseñadas para darle la máxima estabilidad.

Los curiosos y transeúntes parecían tranquilos. Una vendedora de waffles continuaba con su negocio como de costumbre. Con un estremecimiento JandolAnganol se preguntó si, a pesar de todo lo que decían los sabios, se aproximaba el fin del mundo.

—Que venga —se dijo a sí mismo.

Después, pensó en Milua Tal.

Cerca de la puesta de Batalix, unos mensajeros corrieron a palacio para anunciar que el príncipe Taynth Indredd de Pannoval llegaría a la Puerta del Este antes de lo previsto. Se envió una invitación formal a JandolAnganol para que su comitiva acudiera a la ceremonia de bienvenida en la plaza de Loylbryden, invitación a la que en verdad no podía rehusarse.

Indiferente a los asuntos de estado o a las guerras que se desarrollaran en cualquier parte, Taynth Indredd había estado cazando en las Quzint, y regresaba cargado de trofeos de caza, como pieles, plumas y marfiles. Llegó en un palanquín, precediendo varias jaulas con los animales que capturara. En una de ellas una docena de Otros parloteaban o permanecían apáticos. Una banda de doce músicos tocaba aires vivaces; flameaban las banderas. Su entrada fue más espléndida que la de JandolAnganol. Y Taynth Indredd no tuvo que detenerse a regatear en la plaza del mercado para obtener un poco de dinero.

Formaba parte de la comitiva del príncipe uno de los pocos amigos de JandolAnganol en la corte de Pannoval, Guaddl Ulbobeg. Ulbobeg parecía agotado por el viaje. Cuando la ceremonia de bienvenida dio señales de convertirse en una prolongada borrachera general, JandolAnganol logró hablar con el anciano.

—No soy bastante fuerte para estas expediciones —dijo Guaddl Ulbobeg. Y bajando la voz agregó—: Entre nosotros, Taynth Indredd es cada vez más insoportable. Ojalá pudiera retirarme de su servicio. Después de todo, tengo treinta y seis años y cuarto.

—¿Por qué no lo haces?

Guaddl Ulbobeg puso la mano en el brazo de JandolAnganol. La impensada amistosidad del gesto conmovió al rey.

—Mi tarea está ligada al obispado de Prayn. ¿No recuerdas que soy un obispo del Santo Imperio de Pannoval, bendito sea? Si me marchara antes de que me concediesen el retiro, perdería también ese cargo, con todo lo que supone… A propósito: Taynth Indredd está disgustado contigo, y más vale que lo sepas.

JandolAnganol se echó a reír.

—Según parece soy universalmente odiado. ¿En qué he ofendido a Taynth Indredd?

—Ah, todo el mundo sabe que nuestro pomposo amigo Sayren Stund pensaba casar con él a Milua Tal hasta que tú interviniste.

—¿Sabías eso?

—Lo sé todo. También sé que voy a darme un baño y luego a acostarme. A mi edad no es bueno beber.

—Hablaremos por la mañana. Que descanses.

Hubo otro temblor en la primera parte de la noche. Esta vez fue lo bastante violento como para causar alarma. En los barrios pobres de la ciudad se desprendieron tejas y balcones. Las mujeres se lanzaron gritando a la calle. Los esclavos difundieron la alarma en palacio.

Esto convenía a JandolAnganol. Para cumplir sus propósitos necesitaba algo que distrajera la atención pública. En el terreno situado detrás del palacio —y como se esperaba de un edificio que era una antigua fortaleza en desuso—, sus capitanes habían descubierto que existían muchas salidas para quienes las conocían. Aunque había guardias en el frente, cualquiera podía entrar y salir por la parte trasera. Como entró JandolAnganol, aunque sólo para descubrir que la gente de palacio tenía sus propias diversiones.

Un formidable carro tirado por seis hoxneys llegó a una callejuela que corría junto a la pared nordeste del palacio. Descendieron cuatro hombres robustos. Uno retuvo al animal que venía a la cabeza mientras los otros empezaron a desclavar las tablas que cubrían una puerta lateral. La abrieron y con un grito llamaron a alguien que se encontraba en el interior. Como no hubo respuesta, dos de los hombres subieron y, entre golpes y amenazas, arrastraron a la calle una figura atada. El cautivo llevaba una manta anudada alrededor de su cabeza. Gimió y recibió un golpe en la espalda.

Sin prisa, los tres hombres abrieron una puerta de hierro y entraron en un edificio exterior del palacio. La puerta se cerró con violencia a sus espaldas.

JandolAnganol observaba todo escondido detrás de una arcada. A su lado estaba la frágil figura de Milua Tal. Desde donde se encontraban, junto a la pared, podían oler la densa fragancia del zaldal al que poco antes se refiriera Sayren Stund.

Ambos establecieron su refugio en el Pabellón Blanco —así lo llamaban— del Parque del Silbato. Allí se encontraban seguros bajo la protección de la Guardia Phagor. El rey estaba todavía inquieto por lo que acababan de ver en la calle.

—Creo que tu padre se propone matarme antes de que pueda huir de Oldorando.

—No tanto como matarte, pero está decidido a crearte alguna clase de dificultades. Si puedo, averiguaré cómo, pero ahora me mira con desconfianza. ¿Por qué serán tan complicados los reyes? Espero que tú no seas así cuando estemos en Matrassyl. Tengo mucha curiosidad por verla, y deseo navegar por el Valvoral. Los barcos que van río abajo alcanzan una velocidad fantástica, como aves en vuelo. ¿Hay pecubeas en Borlien? Me gustaría tener algunas en mi habitación, como tiene mi madre. Por lo menos cuatro, tal vez cinco, si puedes. Mi padre me dijo que en venganza tú te propones matarme y cortarme la cabeza; pero yo me eché a reír y le saqué la lengua… ¿Sabes que puedo sacar la lengua muy larga? Y le dije: "¿Para vengarse de qué, rey tonto?". Se enojó muchísimo. Creí que le daría una "apoplejía".

Feliz, parloteaba mientras examinaba el apartamento.

JandolAnganol, que sostenía su única lámpara, dijo:

—No pienso hacerte ningún daño, Milua. Puedes estar segura. Todo el mundo cree que soy un villano. Estoy en las manos de Akhanaba, como todos. Ni siquiera quiero hacer daño a tu padre.

Ella se sentó en la cama y miró por la ventana. La escasa luz acentuaba su perfil de pájaro.

—Eso es lo que le dije, o algo parecido. Estaba tan furioso que se le escapó una cosa. ¿Sabes quién es SartoriIrvrash?

—Lo sé muy bien.

—Está de nuevo en manos de mi padre. Sus agentes lo encontraron en la habitación de ese jorobado.

El rey sacudió la cabeza.

—No. Está atado y amordazado en un armario. Mis hombres lo traerán aquí para que esté más seguro.

Milua Tal dejó escapar una carcajada.

—Te ha burlado, Jan. Es otro hombre, un esclavo que pusieron en su lugar. Hallaron al verdadero SartoriIrvrash cuando todo el mundo recibía al viejo y gordo príncipe Taynth.

—¡Por la Observadora! ¡Ese hombre quiere crearme problemas! Era mi canciller. ¿Qué es lo que sabe? Milua, pase lo que pase, debo enfrentarlo. Es un deber; mi honor está en juego.

—Oh, Zygankes. "Mi honor está en juego". Ésas son las cosas que dice mi padre. ¿Y no tendrías que estar rematadamente loco por mi belleza infantil o algo así?

El rey tomó las manos de Milua entre las suyas.

—Así es, mi hermosa Milua. Pero quería decir que ese tipo de locura de nada sirve sin algo que la respalde. Tengo que sobrevivir al deshonor, superarlo, no contaminarme con él. Entonces será posible establecer una alianza entre mi país y el tuyo, como deseo desde hace tiempo. Y lo conseguiré, con tu padre o con su sucesor.

Ella aplaudió.

—Yo soy la sucesora. Así tendremos un país cada uno.

A pesar de su tensión, y de sus presentimientos de que aún lo amenazaban males mayores, JandolAnganol no pudo contener la risa; la abrazó, y estrechó su cuerpo delicado.

La tierra volvió a temblar.

—¿Podemos dormir aquí, juntos? —murmuró ella.

—No, no estaría bien. Por la mañana iremos a ver a mi amigo Esomberr.

—Creí que no era un buen amigo.

—Puedo hacer que lo sea. Es vanidoso, pero no malvado.

Los temblores de tierra cesaron. La noche llegó a su fin. Freyr se elevó, oculto por una niebla amarillenta, y la temperatura aumentó.

Pocas personas de importancia se veían en palacio. El rey Sayren Stund anunció que no concedería audiencias; quienes habían perdido algo —un hogar, un hijo— durante los temblores, lloraban en vano en las antecámaras, y eran alejados. Tampoco se veía al rey JandolAnganol. Ni a la joven princesa.

Ese día, un cuerpo de ocho guardias de Oldorando arrestó a JandolAnganol.

Lo sorprendieron cuando abandonaba sus habitaciones. Luchó, pero lo alzaron en vilo y lo condujeron a una prisión; a puntapiés fue obligado a descender una escalera de piedra en espiral y luego lo arrojaron dentro de un calabozo. Lleno de furia, permaneció un rato en el suelo, jadeando.

—Yuli, Yuli —repetía—. Tanta repugnancia me inspiró lo que te hicieron que no pude advertir el peligro en que yo mismo estaba. No pude pensar…

Más tarde, dijo en voz alta:

—Fui excesivamente confiado. Ese ha sido mi error. Siempre creí que podía adaptarme a las circunstancias.

Mucho después, se incorporó y miró a su alrededor. Un estante, en una pared, servía de banco y de lecho. La luz penetraba por una alta ventana. En un ángulo había un hoyo para las necesidades sanitarias. Se dejó caer en el banco, y pensó en la larga prisión de su padre. Cuando su ánimo se deprimió aún más, pensó en Milua Tal.

—Sayren Stund, slanje, si tocas una sola de sus pestañas…

Se sentó rígidamente. Luego se obligó a relajarse y apoyó la espalda contra la húmeda pared de la celda. Con un rugido, se puso de pie de un salto y comenzó a recorrer de un lado a otro el espacio entre la pared y la puerta.

Sólo se detuvo cuando oyó el ruido de unas botas que descendían los escalones. Unas llaves tintinearon y un miembro del clero local, vestido de negro, entró entre dos guardias armados. Cuando hizo una mezquina reverencia, JandolAnganol lo reconoció como el consejero de cara afilada, cuyo nombre era Crispan Mornu.

—¿Por qué artera ley yo, un príncipe visitante de un país amigo, he sido puesto en prisión?

—Vengo a informarte de que se te acusa de asesinato, y que mañana, a la salida de Batalix, serás juzgado por ese crimen ante una corte real eclesiástica. —La voz sepulcral se interrumpió y luego agregó:— Debes prepararte.

JandolAnganol se adelantó, furioso.

—¿Asesinato? ¿Asesinato, banda de criminales? ¿Qué nueva ignominia es ésta? ¿De qué crimen se me acusa?

Las lanzas cruzadas detuvieron su avance.

El sacerdote dijo:

—Se te acusa del asesinato de la princesa Simoda Tal, hija mayor del rey Sayren Stund de Oldorando.

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