Heliconia - Verano (64 page)

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Authors: Brian W. Aldiss

BOOK: Heliconia - Verano
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Volvió a inclinarse y se retiró.

El rey permaneció donde estaba, mirando la puerta. Sus ojos de águila se clavaban en las tablas, sin parpadear, como si hubiera jurado no hacerlo hasta que no estuviese libre.

Y así permaneció casi toda la noche. El principio de la actividad, intenso en él, estaba enroscado como un resorte en su interior. Mantuvo un desafiante estado de alerta durante las horas de oscuridad, listo para atacar a cualquiera que osara entrar en el calabozo.

Nadie lo intentó. No le llevaron comida ni agua. Durante la noche hubo un temblor remoto —tanto que podría haber sido en una arteria, y no en el suelo— y una fina lluvia de polvo se desprendió de los muros y flotó sobre el piso. Nada más. Ni siquiera una rata visitó a JandolAnganol.

Cuando la luz penetró en su celda, se dirigió a la ventana sin cristales. Trepando y sosteniéndose con los dedos de un hoyo cavado por anteriores prisioneros, pudo mirar a través de ella. Una preciosa brisa de aire fresco murió sobre su mejilla.

El calabozo estaba en el frente del palacio, cerca de la esquina más próxima a la Cúpula, por lo que pudo estimar. Desde donde estaba sólo podía ver las copas de los árboles de la plaza de Loylbryden.

La plaza estaba desierta. Pensó que si esperaba bastante tiempo podría ver a Milua Tal, a no ser que ella también hubiese sido encarcelada por su padre.

La ventanilla daba al oeste. El pequeño trozo de cielo que podía divisar estaba libre de bruma. Batalix arrojaba largas sombras sobre los cantos rodados. Las sombras palidecieron y se dividieron en dos cuando también Freyr se elevó. Luego ambas desaparecieron: la bruma retornó y la temperatura empezó a aumentar.

Llegaron obreros. Traían plataformas y postes. Tenían el mismo aire resignado que tienen los obreros de todas partes: estaban dispuestos a hacer su trabajo, pero no a darse prisa. Finalmente, construyeron un patíbulo.

JandolAnganol bajó y se sentó en el banco, apretándose las sienes con los dedos. Entraron guardias. Luchó en vano contra ellos. Lo engrillaron. Él les mostraba los dientes. Sin darle importancia lo empujaron escaleras arriba.

Todo había salido como deseaba el rey Sayren Stund. Merced a la incesante enantiodromia que aflige a todas las cosas y las convierte en opuestos, ahora estaba en condiciones de vencer al hombre que hacía tan poco le infligiera una derrota. Saltando y lanzando gritos de felicidad, abrazó a Bathkaarnet-ella mientras dirigía miradas malignas a su hija.

—Ya ves, niña; ese villano a quien has echado los brazos al cuello quedará marcado como asesino ante todo el mundo. —Se acercó a ella con un júbilo de ogro.— Mañana podrás abrazar su cadáver. Sí, dentro de veinticinco horas tu virginidad quedará definitivamente a salvo de JandolAnganol.

—¿Por qué no me cuelgas también a mí, padre? Así no tendrás más hijas de que ocuparte.

Se había dispuesto como sala de la corte un salón especial del palacio. La Iglesia lo santificó. Se colocaron haces de veronika, scantiom y pellamonte, que se consideraban hierbas refrescantes, para disminuir la temperatura y perfumar el ambiente. Muchas personas famosas de la corte y la ciudad se reunieron para seguirlos hechos; no todas estaban tan de acuerdo con el rey como él creía.

Los tres actores principales del drama eran el rey Sayren Stund, su hierático consejero Crispan Mornu, y un juez llamado Kimon Euras, cuyo cargo eclesiástico era el de ministro de los Rollos.

Kimon Euras era tan flaco que se encorvaba como si la tensión de su piel hubiese quebrado su columna vertebral; era calvo, aunque más preciso sería decir que no tenía vestigios visibles de pelo, y la piel de su rostro mostraba una palidez cenicienta que recordaba esos rollos de pergamino puestos bajo su parsimoniosa custodia. Su aspecto de araña, mientras subía a su sitial, vestido con un negro keedrant que colgaba sobre sus pies espatulados, parecía asegurar que administraría la piedad con idéntica parsimonia.

Cuando los dignatarios ocuparon sus lugares, se golpeó un gong y dos guardias, escogidos por su robustez, entraron arrastrando al rey JandolAnganol. Lo colocaron en el centro de la sala para que todos pudieran verlo.

La distinción entre libres y prisioneros, tan nítida en todas las cortes, aquí era más marcada de lo habitual. La breve prisión del rey había sido suficiente para que su persona y su túnica estuviesen sucias. Sin embargo, mantenía la cabeza alta y dirigía a la corte su mirada de águila; más parecía un ave de rapiña acechando a su presa que un hombre buscando piedad. Sus gestos y movimientos eran precisos.

Con su voz polvorienta Kimon Euras inició un largo discurso. El antiguo polvo de los documentos debía de haberse alojado en su laringe. Alzó la voz cuando llegó a las palabras:

—… el cruel asesinato de nuestra amada princesa Simoda Tal, en este mismo palacio, mediante el empleo de un cuerno de phagor. JandolAnganol, rey de Borlien: se te acusa de haber instigado ese crimen.

JandolAnganol lanzó de inmediato un desafiante grito de protesta. Un guardia lo golpeó desde atrás, diciendo:

—No se permite al prisionero hablar ante esta corte. Si vuelves a interrumpir serás enviado de vuelta a tu calabozo.

Crispan Mornu había logrado encontrar, para la ocasión, un ropaje más negro que de costumbre. Ese color se reflejaba en sus mejillas, sus pómulos, sus ojos y, cuando hablaba, en sus palabras.

—Nos proponemos demostrar que la culpa del rey de Borlien es absoluta, y que no ha venido aquí con otro propósito que la muerte de la princesa Milua Tal, para terminar así con el linaje de la Casa de Stund. Mostraremos aquí una copia del instrumento con que fue eliminada la princesa Simoda Tal. También presentaremos al autor material del hecho. Y veremos que todos los factores señalan, sin duda posible, al prisionero como creador de ese plan atroz. Traed la daga.

Un esclavo se adelantó, haciendo viva ostentación de su prisa, trayendo el objeto pedido.

Incapaz de mantenerse al margen, Sayren Stund extendió una mano y la tomó antes de que pudiera hacerlo Crispan Mornu.

—Es el cuerno de un phagor. Tiene dos agudos filos y no puede, por lo tanto, confundirse con el cuerno de ningún otro animal. Corresponde a la configuración de la herida del pecho de la infortunada princesa.

“No pretendemos, de ningún modo, que ésta sea el arma con que se cometió el asesinato. Esa arma se ha perdido. Se trata sólo de una similar, recién cortada de la cabeza de un phagor”.

“Deseo recordar a la corte, que juzgará si el hecho es relevante o no, que el prisionero tenía como mascota un runt phagor. El prisionero había dado a ese runt, increíble blasfemia, el nombre del gran santo guerrero de nuestra nación, Yuli. No es necesario que nos preguntemos si el insulto ha sido motivado por ignorancia o pura premeditación.”

—Sayren Stund, tu maldad no quedará sin castigo —dijo JandolAnganol, quien recibió por ello un duro golpe.

Cuando todos vieron la daga, la encorvada figura de Kimon Euras se incorporó lo suficiente para preguntar:

—¿Tiene la acusación algo más que presentar como prueba contra el prisionero?

—Ya habéis visto el arma empleada para cometer el crimen —anunció la negra voz de Crispan Mornu—. Ahora os mostraremos a la persona que usó esa arma para matar a la princesa Simoda Tal.

Medio a rastras introdujeron en la sala un cuerpo que se debatía. Una manta cubría su cabeza, y JandolAnganol pensó de inmediato en el prisionero que había visto bajar del carro de madera.

El cautivo fue empujado hasta que estuvo ante la corte. Tras una orden, le arrancaron la manta. Apareció entonces un joven que consistía, aparentemente, en una desgreñada melena, un rostro casi morado, y una camisa rota. Cuando lo golpearon y empezó a quejarse en lugar de luchar, se vio que era RobaydayAnganol.

—¡Roba! —exclamó el rey, y recibió tal golpe en los riñones que se dobló de dolor. Se sentó en el banco, abrumado por la visión de su hijo, quien siempre había temido el cautiverio.

—Los agentes de su majestad han capturado a este joven en el puerto de Ottassol, en Borlien —dijo Crispan Mornu—. Fue muy difícil seguir su pista, ya que a veces se disfrazaba de Madi, adoptando sus costumbres y su forma de vestir. Sin embargo es humano. Su nombre es RobaydayAnganol. Es el hijo del reo, y es bien conocido su carácter exaltado.

—¿Has asesinado a la princesa Simoda Tal?—preguntó el juez en una voz como de pergaminos desgarrados.

Robayday, en un acceso de llanto, dijo que jamás había asesinado a nadie, que nunca había estado antes en Oldorando, y que sólo deseaba vivir su miserable Vida en paz.

—¿No has ejecutado ese crimen instigado por tu propio padre? —preguntó Crispan Mornu, haciendo que cada palabra resonara como un hacha en el momento de caer.

—¡Odio a mi padre! ¡Tengo miedo de él! Jamás haría lo que me pidiera.

—¿Por qué, entonces, has asesinado a la princesa Simoda Tal?

—No lo hice. No lo hice. Soy inocente, lo juro.

—¿A quién has matado?

—Nunca he matado a nadie.

Como si ésas fueran las palabras que toda su vida había deseado escuchar, Crispan Mornu alzó en el aire una mano moteada y alzó su nariz hasta que brilló a la luz, como recién afilada.

—Este joven afirma que no ha matado a nadie. Presentaremos como testigo a una persona que demostrará que miente. Traed a la testigo.

Entró en la sala una mujer joven que se movía libre, aunque sin poder ocultar su nerviosismo, entre dos guardias. La condujeron a un lugar situado debajo de la plataforma del juez; todos los miembros de la corte la miraron con ojos ávidos. Su belleza y juventud eran sorprendentes. Sus mejillas estaban vivamente pintadas, y su negro cabello recogido en un sofisticado peinado. Usaba un chagirack cuyo exótico dibujo enfatizaba su figura. De pie, con una mano en la cadera, levemente desafiante, parecía al mismo tiempo ingenua y seductora.

El juez Kimon Euras adelantó su cráneo de alabastro y quizás alcanzó, como inesperada recompensa, una visión de sus pechos, porque dijo en un tono mucho más humano que el anterior:

—¿Cómo te llamas, mujer?

Ella dijo en voz suave:

—AbathVasidol, pero mis amigos me llaman Abathy.

—Estoy seguro de que tienes muchos amigos —dijo el juez.

Indiferente a este comentario, Crispan Mornu dijo:

—Los agentes de su majestad han traído también a esta joven. No es una prisionera, puesto que ha venido por deseo propio, y será recompensada por ayudarnos a encontrar la verdad. Abathy, ¿quieres decirnos cuándo has visto por última vez a ese joven, y en qué circunstancias?

Abathy, humedeciéndose los labios, respondió:

—Oh, señor, fue en mi habitación, en mi modesta vivienda de Ottassol. Mi amigo Div y yo estábamos sentados en la cama conversando, ¿sabe usted? Y de pronto este hombre… —Se interrumpió.

—Sigue, muchacha.

—Es terrible, señor… —Había en la corte un pesado silencio, como si incluso las hierbas refrescantes se sofocaran de calor.— Este hombre entró con una daga. Deseaba que yo me fuera con él, y yo no quería. No hago esas cosas. Div trató de protegerme, y este hombre lo hirió con su daga, una especie de cuerno, señor, y lo mató. Hirió a Div en el estómago.

Mostró con delicadeza su propia región hipogástrica, y la corte al unísono inclinó su pescuezo.

—¿Qué ocurrió después?

—Después, señor, usted sabe, este hombre se llevó el cuerpo y lo arrojó al mar.

—¡Todo eso es mentira, una burda conspiración! —exclamó JandolAnganol.

Fue la muchacha quien le respondió en una explosión de cólera. Ahora se sentía más cómoda en la corte, y empezaba a gozar de su papel.

—No es mentira. Es la verdad. El prisionero se llevó el cuerpo de Div y lo arrojó al mar. Y lo más extraordinario es que pocos días después regresó, el cuerpo, quiero decir, rodeado dé hielo, a Ottassol, porque yo lo vi en la casa de mi amigo y protector Bardol CaraBansity, que luego sería el canciller del rey por cierto tiempo.

JandolAnganol dejó escapar una risa ahogada y apeló directamente al juez: —¿Cómo puede alguien creer una historia tan imposible?

—No es imposible, y puedo probarlo —dijo con firmeza Abathy—. Div tenía una extraña joya de tres caras con números, una cosa para medir el tiempo. Los números se movían. Div lo llevaba en su cinturón. —Indicó la zona en su propia anatomía y otra vez el pescuezo colectivo se inclinó.— Esa misma joya apareció en casa de CaraBansity, y éste se lo dio a su majestad, que es muy probablemente quien ahora lo tenga en su poder. —Abathy señaló dramáticamente a JandolAnganol con el dedo.

El rey, visiblemente abrumado, guardó silencio. El reloj estaba en el bolsillo de su túnica.

Entonces recordó, aunque demasiado tarde, que siempre había temido aquel reloj por considerarlo un objeto extraño, un objeto científico del que había que desconfiar. Cuando BillishOwpin, el hombre que aseguraba venir de otro mundo, se lo ofreció, JandolAnganol lo rechazó arrojándoselo a la cara. De modo misterioso, había regresado a sus manos mediante gestión del deuteroscopista. Pese a sus intenciones, nunca había logrado deshacerse de él.

Ahora ese mismo objeto lo había traicionado.

No podía hablar. Un hechizo maligno había caído sobre él: era consciente de ello, pero no sabía cuándo había comenzado. Toda su devoción a Akhanaba no lo había librado de aquel embrujo.

—Pues bien, majestad, querido hermano —dijo Sayren Stund con regocijo—, ¿tienes esa joya de números vivos? Con voz débil JandolAnganol respondió: —Me proponía dársela a la princesa Milua Tal como regalo de bodas.

El tumulto estalló en la corte. La gente corría en todas direcciones, los sacerdotes pedían orden, Sayren Stund se cubrió el rostro para disimular su expresión de triunfo.

Cuando se restauró el orden, Crispan Mornu hizo otra pregunta a Abathy.

—¿Estás segura de que este joven, RobaydayAnganol, hijo del rey, es el mismo que asesinó a tu amigo Div? ¿Lo has visto en alguna otra ocasión?

—Señor, se convirtió en una gran molestia para mí. No me dejaba en paz. No sé qué habría ocurrido si tus hombres no lo hubiesen arrestado.

Se hizo un breve silencio, mientras todo el mundo meditaba en lo que podría haber ocurrido a esa chica tan atractiva.

—Permite que te haga una última pregunta, bastante personal —dijo Crispan Mornu mirando a Abathy con su sonrisa de cadáver—. Tú eres evidentemente una muchacha de clase pobre; sin embargo pareces tener amigos bien relacionados. Los rumores asocian tu nombre con el de cierto embajador de Sibornal. ¿Qué dices a esto?

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