Odrade volvió sus pensamientos a Waff, que permanecía de pie junto con dos Hermanas guardianas, detrás de ella, aguardando cerca de la puerta de su refugio en el ático del edificio con su espléndida vista a través de las ventanas de plaz blindado y sus impresionantes muebles negros entre los cuales una embozada Reverenda Madre podía matizar su presencia hasta hacer que tan sólo unos leves atisbos de su rostro fueran visibles para cualquier visitante.
¿Había calibrado correctamente a Waff? Todo se había hecho exactamente de acuerdo con las enseñanzas de la Missionaria Protectiva. ¿Había abierto lo suficiente la grieta en su armadura psíquica? El iba a verse obligado a hablar pronto. Entonces ella sabría.
Waff permanecía calmadamente en pie ahí atrás. Odrade podía ver su reflejo en el plaz. No daba ninguna muestra de comprender que las dos altas Hermanas de pelo negro que le flanqueaban estaban allí para prevenir cualquier posible violencia por su parte. Pero seguramente lo sabía.
Mis guardianas, no las suyas
.
El hombre permanecía de píe con la cabeza ligeramente inclinada para ocultar sus rasgos a ella, pero ella sabía que se sentía inseguro. Aquello era evidente. Las dudas podían ser como un animal hambriento, y ella había alimentado muy bien a aquellas hambrientas dudas. Él se había sentido tan seguro de que su aventura en el desierto iba a ser la ocasión de su muerte. Sus creencias Zensunni y sufíes le estaban diciendo ahora que Dios lo protegería también aquí.
Sin embargo, ahora seguramente Waff estaba revisando su acuerdo con la Bene Gesserit, viendo al fin la forma en que había comprometido a su propio pueblo, cómo había puesto su preciosa civilización tleilaxu en un terrible peligro. Sí, sabia mantener bien su compostura, pero los ojos Bene Gesserit detectaban todo esto. Pronto llegaría el momento de empezar a reconstruir su consciencia en un esquema más receptivo a las necesidades de la Hermandad. Dejémosle hervir un poco más.
Odrade volvió de nuevo su atención a la escena, cargando el suspenso de aquella dilación. La Bene Gesserit había elegido aquella localización para su embajada debido a la intensa reconstrucción que había transformado toda la parte nordeste de la antigua ciudad. Podían construir y remodelar allí a su propio gusto y para sus propias finalidades. Antiguas estructuras diseñadas para un fácil acceso de las personas acudiendo a pie, amplios aparcamientos para vehículos de superficie oficiales, ocasionalmente plazas en las cuales podían posarse los ornitópteros… todo aquello había sido cambiado.
Manteniéndose a la altura de los tiempos.
Aquellos nuevos edificios se erguían mucho más cerca de las avenidas llenas de plantas, cuyos altos y exóticos árboles hacían ostentación de su enorme consumo de agua. Los tópteros se habían visto relegados a las zonas de aterrizaje en los tejados de algunos edificios seleccionados. Los pasos para peatones se habían convertido en estrechas elevaciones unidas a los edificios. Los nuevos edificios estaban equipados con elevadores accionados con monedas, con llaves y con identificación a palma, con sus campos de energía cubiertos por camuflajes marrón oscuro, vagamente transparentes. Los elevadores eran espinas dorsales de un color más oscuro en el frío gris del plascemento y el plaz. Los seres humanos apenas visibles en los pozos de los ascensores daban la sensación de impurezas moviéndose arriba y abajo en puras salchichas mecánicas.
Todo ello en nombre de la modernización.
Waff se agitó detrás de ella y carraspeó.
Odrade no se volvió. Las dos Hermanas guardianas sabían lo que estaba haciendo y se mantuvieron inmóviles. El creciente nerviosismo de Waff era simplemente una confirmación de que todo iba bien.
Odrade no tenía la sensación de que todo estuviera yendo realmente bien.
Interpretaba la vista desde su ventana simplemente como otro inquietante síntoma de aquel inquietante planeta. Tuek, recordó, no se había mostrado complacido con aquella modernización de su ciudad. Se había quejado de que había que encontrar alguna manera de detener todo aquello y conservar las antiguas características del lugar. Su Danzarín Rostro de reemplazo seguía argumentando lo mismo.
Cuán parecido al propio Tuek era ese nuevo Danzarín Rostro. ¿Pensaban esos Danzarines Rostro por sí mismos, o simplemente representaban sus papeles de acuerdo con las órdenes de un Maestro? ¿Seguían siendo híbridos, esos nuevos? ¿Hasta qué punto eran diferentes esos Danzarines Rostro de los auténticos seres humanos?
Todo lo relativo a aquella impostura preocupaba a Odrade. Los consejeros del falso Tuek, aquellos que estaban implicados en lo que ellos llamaban «el complot tleilaxu», hablaban del apoyo público a la modernización, y exultaban abiertamente de que al fin lo habían conseguido. Regularmente, Albertus le transmitía un completo informe a Odrade. Cada nuevo informe la preocupaba aún más. Incluso el obvio servilismo de Albertus la preocupaba.
—Por supuesto, los consejeros no pretenden ofrecer un apoyo
público
.
Ella tenía que admitir aquello. El comportamiento de los consejeros indicaba que poseían un poderoso apoyo entre los escalones medios de los sacerdotes, entre los arribistas que se atrevían a hacer chistes acerca de su Dios Dividido en las fiestas de los fines de semana… entre aquellos que se habían sentido ablandados por la acumulación de especia que Odrade había encontrado en el Sietch Tabr.
¡Noventa mil toneladas largas! La cosecha de medio año de los desiertos de Rakis. Incluso una tercera parte de aquello representaba una cifra importante en los nuevos balances.
Desearía no haberte conocido nunca, Albertus.
Había deseado restaurar en él a aquél que importa. Lo que había hecho realmente era algo fácilmente reconocible por alguien adiestrado en las actuaciones de la Missionaria Protectiva.
¡Un adulador servil!
Ahora no representaba ninguna diferencia el que su servilismo fuera movido por una absoluta devoción a su sagrada asociación con Sheeana. Odrade nunca se había preocupado antes en examinar cuán fácilmente las enseñanzas de la Missionaria Protectiva destruían la independencia humana. Ese era siempre el objetivo, por supuesto:
Conviértelos en seguidores, obedientes a tus necesidades.
Las palabras del Tirano en aquella cámara secreta habían hecho algo más que prender sus temores por el futuro de la Hermandad.
«Te lego mi miedo y mi soledad.»
Desde aquellos milenios de distancia, él había plantado dudas en ella con tanta seguridad como ella se las había plantado en Waff.
Vio las preguntas del Tirano como si hubieran sido dibujadas con resplandeciente luz en su ojo interno.
«¿CON QUIÉNES OS ALIÁIS?»
¿No somos más que una sociedad secreta? ¿Cómo vamos a encontrar nuestro final? ¿En un hedor dogmático de nuestro propia creación?
Las palabras del Tirano habían sido grabadas con fuego en su consciencia. ¿Dónde estaba la «noble finalidad" en lo que la Hermandad hacía? Odrade casi podía oír la burlona respuesta de Taraza a esa pregunta.
—
¡Supervivencia, Dar! Esa es toda la noble finalidad que necesitamos. ¡Supervivencia! ¡Incluso el Tirano sabía eso!
Quizá incluso Tuek lo había sabido. ¿Y qué le había dado eso a cambio, al final?
Odrade sintió una inquietante simpatía hacia el difunto Sumo Sacerdote. Tuek había sido un soberbio ejemplo de lo que una familia profundamente unida podía producir. Incluso su nombre era una clave: invariable desde los días de los Atreides en aquel planeta. El antepasado fundador había sido un contrabandista, confidente del primer Leto. Tuek procedía de una familia que se había aferrado firmemente a sus raíces, diciendo: «Hay algo que vale la pena conservar en nuestro pasado». El ejemplo que esto grabó en sus descendientes no se perdió a manos de una Reverenda Madre.
Pero fracasaste, Tuek.
Aquellos bloques de modernización visibles desde su ventana eran un signo de ese fracaso… ejemplos de los elementos del poder ascendente en la sociedad rakiana, esos elementos que la Hermandad había estado apoyando durante tanto tiempo, permitiendo que se asentaran y fortalecieran. Tuek había visto esto como un presagio del día en que él sería demasiado débil políticamente como para prevenir las cosas implicadas en tal modernización.
Un ritual más corto y más animado.
Nuevas canciones, más al estilo moderno.
Cambios en las danzas. («¡Las danzas tradicionales requieren tanto tiempo!»)
Por encima de todo, pocas aventuras en el peligroso desierto para los jóvenes postulantes de las familias poderosas.
Odrade suspiró y miró a Waff. El pequeño tleilaxu se mordisqueaba el labio inferior.
¡Bien!
¡Maldito seas, Albertus! ¡Daría la bienvenida a tu rebelión!
Tras las cerradas puertas del Templo, la transición del Sumo Sacerdocio había empezado ya a debatirse. Los nuevos rakianos hablaban de la necesidad de «mantenerse al nivel de los tiempos». Querían decir: «¡Dadnos más poder!»
Siempre ha sido así,
pensó Odrade.
Incluso en la Bene Gesserit.
Sin embargo, no podía eludir el pensamiento:
Pobre Tuek
. Albertus había informado que Tuek, justo antes de su muerte y su reemplazo por el Danzarín Rostro, había advertido a los suyos que quizá no consiguiera retener el control familiar del Sumo Sacerdocio después de su muerte. Tuek había sido más sutil y lleno de recursos de lo que sus enemigos esperaban. Su familia estaba reclamando ya todas sus deudas, reuniendo todos sus recursos para retener un poder de base.
Y el Danzarín Rostro en el lugar de Tuek revelaba mucho de su actuación sustituta. La familia de Tuek aún no sabía de la sustitución, y uno podía llegar a creer que el Sumo Sacerdote original no había sido reemplazado, tan bueno era aquel Danzarín Rostro. Observar a aquel Danzarín Rostro en acción traicionaba mucho sin embargo a las observadoras Reverendas Madres. Esa, por supuesto, era una de las cosas que hacían que Waff se agitara ahora.
Odrade se volvió bruscamente sobre uno de sus talones y avanzó hacia el Maestro tleilaxu.
¡Era el momento de atacar!
Se detuvo a dos pasos de Waff y le miró con ojos llameantes. Waff sostuvo desafiante su mirada.
—Habéis tenido tiempo suficiente de considerar vuestra posición —acusó ella—. ¿Por qué permanecéis en silencio?
—¿Mi posición? ¿Creéis que nos habéis dado alguna elección?
—«El hombre no es más que un guijarro echado a un pozo» —citó ella de las propias creencias del hombre.
Waff inspiró temblorosamente. Ella hablaba con las palabras adecuadas, pero ¿qué había detrás de esas palabras? Ya no sonaban correctas procedentes de la boca de una mujer powindah.
Cuando Waff no respondió, Odrade prosiguió su cita:
—«Y si un hombre no es más que un guijarro, entonces todas sus obras no pueden ser más."
Un involuntario estremecimiento atravesó a Odrade, originando una expresión de cuidadosamente enmascarada sorpresa en las atentas Hermanas guardianas. Aquel estremecimiento no formaba parte del esquema.
¿Por qué pienso en las palabras del Tirano en este momento?,
se preguntó Odrade.
«EL CUERPO Y EL ALMA DE LA BENE GESSERIT HALLARÁN EL MISMO DESTINO QUE TODOS LOS DEMÁS CUERPOS Y TODAS LAS DEMÁS ALMAS»
Su anzuelo se había clavado muy profundamente en ella.
¿Qué es lo que me ha vuelto tan vulnerable?
La respuesta saltó a su consciencia:
¡El Manifiesto Atreides!
Componer esas palabras bajo la atenta guía de Taraza abrió una grieta en mí.
¿Podía haber sido ese el propósito de Taraza: hacer a Odrade vulnerable? ¿Cómo podía saber Taraza lo que ella iba a descubrir allí en Rakis? La Madre Superiora no sólo no desplegaba habilidades prescientes, sino que tendía a evitar ese talento en otras. En las raras ocasiones en las que Taraza había exigido esto en la propia Odrade, la reluctancia había resultado obvia para el adiestrado ojo de una Hermana.
Y sin embargo, me hizo vulnerable.
¿Había sido un accidente?
Odrade se sumergió en una rápida recitación de la Letanía Contra el Miedo, sólo unos pocos parpadeos, pero durante aquel tiempo Waff llegó visiblemente a una decisión.
—Nos estáis obligando —dijo—. Pero no sabéis los poderes que hemos reservado para un tal momento. —Alzó sus mangas para mostrar allá donde habían estado los lanzadores de dardos—. Esos no eran más que pálidos juguetes en comparación con nuestras auténticas armas.
—La Hermandad nunca ha dudado de eso —dijo Odrade.
—¿Va a producirse algún conflicto violento entre nosotros? —preguntó él.
—Eso es elección vuestra —dijo ella.
—¿Por qué provocáis la violencia?
—Hay gente a quien le gusta ver a la Bene Gesserit y a la Bene Tleilax arrojarse la una a la garganta de la otra —dijo Odrade—. Nuestros enemigos gozarían entrando a recoger los pedazos después de que nosotros nos hubiéramos debilitado lo suficiente.
—¡Planteáis el acuerdo, pero no dais a mi gente espacio suficiente para negociar! ¡Quizá vuestra Madre Superiora no os haya dado autoridad para negociar!
Cuán tentador era traspasar todo aquello a manos de Taraza, tal como Taraza deseaba. Odrade miró a las Hermanas guardianas. Los dos rostros eran máscaras que no traicionaban nada. ¿Qué era lo que sabían realmente? ¿Se darían cuenta si ella contravenía las órdenes de Taraza?
—¿Poseéis tal autoridad? —insistió Waff.
Una noble finalidad,
pensó Odrade.
Seguramente, la Senda de Oro del Tirano demostró al menos una cualidad en esa finalidad.
Odrade decidió recurrir a una verdad creativa.
—Poseo tal autoridad —dijo. Sus propias palabras hicieron cierta su afirmación. Habiendo tomado la autoridad, hacía imposible que Taraza pudiera negarla. Odrade sabía, sin embargo, que sus propias palabras la obligaban a seguir un rumbo radicalmente distinto a los pasos secuenciales de los planes de Taraza.
Acción independiente
. Lo que
ella
había deseado de Albertus.
Pero yo estoy en el escenario y sé lo que se necesita.
Odrade miró a las Hermanas guardianas.
—Permaneced aquí, por favor, y ved de que no seamos molestados. —A Waff, dijo—: Será mejor que nos pongamos cómodos. —Señaló dos sillas–perro, colocadas en ángulo recto la una de la otra.