Herejes de Dune (50 page)

Read Herejes de Dune Online

Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Herejes de Dune
9.61Mb size Format: txt, pdf, ePub

¡Destellos de reflejado brillo!

Las Otras Memorias los situaron en su lugar: ¡señalizadores de las estrellas en un cielo desaparecido hacía mucho tiempo, y sin embargo presente allí! El semicírculo amarillo–plata del sol arrakeno. Lo identificó como un signo del ocaso.

El día Fremen empieza al anochecer.

¡Arafel!

Manteniendo su luz en aquel signo del ocaso, ascendió de espaldas los escalones y avanzó por el reborde rodeando la cámara hasta situarse en la posición exacta que había visto en las Otras Memorias.

Nada quedaba de aquel antiguo arco solar.

Los buscadores habían picado toda la pared allá donde había estado. Burbujas de piedra resplandecían en el lugar donde un quemador había sido pasado a lo largo de la pared. Ninguna hendidura entraba en la roca original.

Por la opresión en su pecho, Odrade sabía que estaba balanceándose en el borde de un peligroso descubrimiento. ¡El faro la había conducido hasta allí!

Arafel… al final del universo. ¡Más allá del sol poniéndose!

Barrió con su luz a derecha e izquierda. La entrada de otro pasadizo se abría a su izquierda. Las piedras que lo habían bloqueado se hallaban esparcidas sobre el reborde. Con el corazón latiendo alocado, Odrade se deslizó por la abertura y encontró un corto pasillo cegado en su extremo con piedra fundida. A su derecha, directamente detrás de donde había estado el signo del ocaso, encontró una pequeña habitación donde el olor a melange era muy intenso. Odrade entró en la habitación y vio más signos de cortes y quemaduras en las paredes y techo. La sensación de peligro era opresiva allí. Cantó silenciosamente la Letanía Contra el Miedo mientras paseaba el rayo de su luz por toda la estancia. El lugar era casi cuadrado, de aproximadamente dos metros de lado. El cielo estaba a menos de medio metro por encima de su cabeza. La canela pulsaba en su pituitaria. Estornudó y, parpadeando, vio una pequeña decoloración en el suelo al lado del umbral.

¿Más marcas de aquella antigua búsqueda?

Inclinándose para acercarse más, con su luz en un ángulo agudo hacia un lado, vio que había observado tan sólo la sombra de algo profundamente grabado en la roca. El polvo lo ocultaba en su mayor parte. Se arrodilló y sacudió el polvo hacia un lado. Era una marca muy pequeña y muy profunda. Fuera lo que fuese, había sido hecho para durar. ¿El último mensaje de una desconocida Reverenda Madre? Era un conocido artificio Bene Gesserit. Apretó las sensitivas yemas de sus dedos contra la entalladura, y reconstruyó su tracería en su mente.

El reconocimiento saltó a su consciencia: una palabra… inscrita en antiguo chakobsa: «Aquí».

No era el normal «aquí» para señalar un lugar normal, sino el acentuado y enfático «aquí» que decía: «¡Me has encontrado!». Su martilleante corazón lo enfatizó aún más.

Odrade depositó su linterna en el suelo cerca de su rodilla derecha y dejó que sus dedos exploraran el umbral al lado de aquella antigua advertencia. La piedra parecía ininterrumpida a los ojos, pero sus dedos detectaron una pequeña discontinuidad. Apretó la discontinuidad, retorció, giró, cambió el ángulo de la presión varias veces, y repitió su esfuerzo.

Nada.

Sentándose sobre sus rodillas, Odrade estudió la situación.

«Aquí».

El sentido de la advertencia se había hecho más agudo aún. Podía sentirlo como una presión que afectaba su respiración.

Retirándose ligeramente, echó hacia atrás su luz y se tendió boca abajo en el suelo, para mirar a la altura del umbral.
¡Aquí!
¿Podía colocar alguna herramienta al lado de aquella palabra y hacer palanca sobre el umbral? No… una herramienta no era lo indicado. Aquello olía al Tirano, no a una Reverenda Madre. Intentó empujar el umbral hacia un lado. No se movió en absoluto.

Sintiendo las tensiones, y con la sensación de peligro acentuada por la frustración, Odrade se puso en pie y dio una patada al umbral junto a la palabra tallada. ¡Se movió! Algo raspó ásperamente contra la arena de su cabeza.

Odrade retrocedió de un salto mientras la arena caía en cascada al suelo frente a ella. Un profundo sonido retumbante llenó la pequeña cámara. Las piedras se agitaron bajo sus pies. El suelo basculó hacia abajo frente a ella en dirección al vano, abriendo un espacio bajo la puerta y su pared.

Una vez más, Odrade se sintió precipitada hacia adelante y hacia abajo, hacia lo desconocido. Su luz cayó con ella, su haz dando vueltas y vueltas. Vio montones de un oscuro marrón rojizo frente a ella. El olor a canela inundó su olfato.

Cayó junto a su luz sobre un suave montón de melange. La abertura a través de la cual había caído quedaba fuera de su alcance, a unos cinco metros sobre su cabeza. Recogió su luz. Su haz reveló amplios escalones de piedra cortados en la roca al lado de la abertura. Había algo escrito en el frente de los escalones, pero ella únicamente vio que había una salida. Su primer pánico desapareció, pero la sensación de peligro la dejó casi sin aliento, obligándola a forzar los movimientos de los músculos de su pecho.

Movió el haz de su linterna a derecha e izquierda para averiguar las características del lugar donde había caído. Era una estancia larga directamente debajo del pasillo que había tomado desde la gran cámara. ¡Toda su longitud estaba llena de melange!

Odrade alzó su luz y vio por qué ningún buscador golpeando con el pie aquel pasillo de encima había detectado aquella cámara. Entrecruzados apuntalamientos de roca transferían profundamente toda tensión a las paredes de piedra. Cualquiera que golpeara arriba recibiría como respuesta los sonidos de roca sólida.

Una vez más, Odrade miró a la melange a su alrededor. Incluso a los bajos precios actuales, supo que estaba de pie sobre un tesoro. Aquella acumulación podía medirse por toneladas.

¿Es ese el peligro?

El sentido de advertencia en su interior seguía tan agudo como antes. La melange del Tirano no era lo que debía temer. El triunvirato efectuaría una distribución equitativa de aquel hallazgo, y eso sería el fin del asunto. Una bonificación en el proyecto ghola.

Subsistía otro peligro. No podía evitar la advertencia.

De nuevo paseó el rayo de luz por los montones de melange. Su atención fue atraída hacia el trozo de pared encima de la especia. ¡Más palabras! También en chakobsa, escrito con un cortador en una fina caligrafía, había otro mensaje:

«¡UNA REVERENDA MADRE LEERÁ MIS PALABRAS!»

Algo frío aferró las entrañas de Odrade. Avanzó hacia la derecha con la luz, pisoteando el rescate de un imperio en melange. Había más mensaje:

«TE LEGO MI MIEDO Y MI SOLEDAD. A TI TE ENTREGO LA CERTEZA DE QUE EL CUERPO Y EL ALMA DE LA BENE GESSERIT HALLARÁN EL MISMO DESTINO QUE TODOS LOS DEMÁS CUERPOS Y TODAS LAS DEMÁS ALMAS.»

Otro párrafo del mensaje llamaba la atención a la derecha de éste. Pisando la empalagosa melange, se detuvo para leer:

¿QUE ES LA SUPERVIVENCIA SI NO SOBREVIVES COMO UNA TOTALIDAD? ¡PREGUNTA ESO A LA BENE TLEILAX!

¿SI YA NO OYES MÁS LA MUSICA DE LA VIDA? ¡LOS RECUERDOS NO SON SUFICIENTES A MENOS QUE TE CONDUZCAN A UNA NOBLE FINALIDAD!»

Había más en la estrecha pared final de la larga cámara. Odrade avanzó tambaleante por la melange y se arrodilló para leer:

«¿POR QUE VOSOTRAS, LA HERMADAD, NO EDIFICASTEIS LA SENDA DE ORO? SABIAIS LA NECESIDAD, VUESTRO FRACASO ME CONDENÓ A MÍ, AL DIOS EMPERADOR, A MILENIOS DE DESESPERACIÓN PERSONAL.»

Las palabras «Dios Emperador» no estaban en chakobsa sino en el lenguaje del Islamiyat, en el que contenían un explícito segundo significado para cualquiera que hablara esa lengua:

«Vuestro Dios y Vuestro Emperador porque vosotros me hicisteis así.»

Odrade sonrió amargamente. ¡
Eso
arrastraría a Waff a un frenesí religioso! Cuanto más arriba subiera más fácil sería despedazar su seguridad.

No dudaba de la exactitud de la acusación del Tirano, ni del potencial en aquella predicción de que la Hermandad podía terminar. La sensación de peligro la había llevado hasta aquel lugar de forma infalible. Algo más había ayudado también. Los gusanos de Rakis seguían moviéndose al antiguo batir del Tirano. El podía dormir su interminable sueño, pero una vida monstruosa, una perla en cada gusano para recordarle, seguía su camino tal como el Tirano había predicho.

¿Era eso lo que le había dicho a la Hermandad en su propio tiempo? Recordó sus palabras:

«Cuando yo haya desaparecido, deberán llamarme Shaitan, Emperador de Gehenna. La rueda deberá girar y girar a lo largo de la Senda de Oro.»

Sí… eso era lo que Taraza había dado a entender.
«¿Pero no lo veis? ¡La gente normal de Rakis lo ha estado llamando Shaitan durante más de un millar de años!»

Así que Taraza había sabido aquello. Sin siquiera ver estas palabras, lo había sabido.

Veo tu designio, Taraza. Y ahora poseo el peso del miedo que has estado llevando durante todos estos años. Puedo sentirlo tan profundamente como lo sientes tú.

Odrade supo entonces que aquel sentido de advertencia no la abandonaría hasta que ella muriera, o la Hermandad se desvaneciera de la existencia, o el peligro fuera soslayado.

Odrade alzó su luz, se puso en pie, y caminó por entre la especia hacia los amplios escalones que conducían fuera de aquel lugar. En los escalones, retrocedió. Más palabras del Tirano habían sido grabadas en la parte frontal de cada uno de ellos. Temblando, las fue leyendo a medida que ascendían hacia la salida:

»MIS PALABRAS SON TU PASADO, MIS PREGUNTAS SON SIMPLES:¿CON QUIENES OS ALIÁIS?

»¿CON LOS AUTOIDÓLATRAS DE TLEILAX?

»¿CON LA BUROCRACIA DE MIS HABLADORAS PEZ?

»¿CON LA COFRADIA VAGABUNDA DEL COSMOS?

»¿CON LOS SACRIFICADORES DE SANGRE HARKONNEN?

»¿CON UN SINK DOGMÁTICO DE VUESTRA PROPIA CREACIÓN?

»¿CÓMO ENCONTRAREIS VUESTRO FINAL?

»¿CÓMO NO OTRA COSA SINO UNA SOCIEDAD SECRETA?»

Odrade subió los escalones más allá de las preguntas, leyéndolas una segunda vez mientras ascendía.
¿Una noble finalidad?
Qué cosa más frágil era siempre eso. Y qué fácilmente resultaba distorsionada. Pero el poder estaba allí en un constante peligro. Todo estaba deletreado en las paredes y escaleras de aquella cámara. Taraza lo sabía sin necesidad de que nadie se lo explicara. El significado del Tirano estaba claro:

«¡Uníos a mí!»

Mientras emergía a la pequeña habitación, encontrando un estrecho reborde por el cual podía llegar hasta la puerta, Odrade miró al tesoro que había encontrado. Agitó maravillada la cabeza ante la sabiduría de Taraza. Así que de aquel modo era como podía terminar la Hermandad. El designio de Taraza estaba claro, todas las piezas encajaban en su lugar. Nada era seguro. Riqueza y poder, todo era lo mismo al final. El noble designio había sido iniciado, y debía ser completado aunque aquello significara la muerte de la Hermandad.

¡Qué pobres herramientas hemos elegido!

Aquella muchacha aguardando allá abajo en la profunda cámara bajo el desierto, aquella muchacha y el ghola que estaba siendo preparado en Rakis.

Ahora hablo tu lenguaje, viejo gusano. No tiene palabras, pero conozco su profundo significado.

Capítulo XXXI

Nuestros padres comieron el maná en el desierto,

En los ardientes lugares de donde proceden los remolinos del viento.

¡Señor, sálvanos de esa horrible tierra!

Sálvanos, oh–h–h–h–h sálvanos de esa seca y sedienta tierra.

Canciones de Gurney Halleck, Museo de Dar–es–Balat

Teg y Duncan, ambos muy armados, emergieron del no–globo con Lucilla durante la parte más fría de la noche. Las estrellas eran como cabezas de alfiler sobre sus cabezas, el aire estaba completamente inmóvil hasta que ellos lo agitaron.

El olor dominante en el olfato de Teg era el frágil olor a moho de la nieve. El olor permeaba cada inspiración y, cuando exhalaban, nubes su vapor se enroscaban en torno a sus rostros.

Lágrimas de frío asomaron a los ojos de Duncan. Había estado pensando mucho en el viejo Gurney mientras se preparaban para abandonar el no–globo, en Gurney con su cicatriz en la mejilla causada por un látigo de estigma. Compañeros de confianza que ahora hubieran sido necesarios, pensó Duncan. No confiaba demasiado en Lucilla, y Teg era viejo, viejo. Duncan podía ver los ojos de Teg brillar a la luz de las estrellas.

Colgándose del hombro izquierdo un pesado y antiguo rifle láser, Duncan metió profundamente las manos en sus bolsillos buscando calor. Había olvidado lo frío que podía llegar a ser aquel planeta. Lucilla parecía impermeable al frío, sin duda extrayendo calor de alguno de sus trucos Bene Gesserit.

Mirándola, Duncan se dio cuenta de que nunca había confiado mucho en las brujas, ni siquiera en Dama Jessica. Era fácil pensar en ellas como traidoras, desprovistas de toda lealtad excepto para su propia Hermandad. ¡Tenían
tantos
malditos trucos secretos! Sin embargo, Lucilla había abandonado sus intentos de seducción. Sabía lo que él había querido significar cuando le había dicho aquello. Podía sentir su ira hirviendo dentro de ella.
¡Dejemos que hierva!

Teg permanecía completamente inmóvil, su atención centrada en el exterior, escuchando. ¿Era correcto confiar en el único plan que él y Burzmali habían elaborado? No tenían ningún apoyo. ¿Hacía tan sólo ocho días que lo habían dispuesto todo? Parecían más, pese a la agitación de los preparativos. Miró a Duncan y Lucilla. Duncan llevaba un pesado y viejo rifle láser Harkonnen, el largo modelo de campo. Incluso los cartuchos de carga extra eran pesados. Lucilla se había negado a llevar más que una sola y pequeña pistola láser en su corpiño. Sólo tenía una carga. Un juguete de asesinos.

—Nosotras, la Hermandad, somos notables por ir a la batalla con nuestros talentos como única arma —había dicho—. Nos disminuye el cambiar ese esquema.

Llevaba cuchillos en fundas atadas a sus piernas, sin embargo. Teg los había visto. Sospechaba que había veneno en ellos.

Teg sopesó la larga arma que llevaba en sus propias manos: un moderno rifle láser de campaña que había traído del Alcázar. Sobre su hombro, un gemelo del arma que Duncan llevaba colgada del suyo.

Debo confiar de Burzmali,
se dijo Teg.
Yo lo adiestré; conozco sus cualidades. Si dice que confiemos en esos nuevos aliados confiaremos en ellos.

Other books

Infamous Desire by Artemis Hunt
Object lessons by Anna Quindlen
Her Forever Family by Mae Nunn
Patient One by Leonard Goldberg
Donde los árboles cantan by Laura Gallego García
The Darwin Effect by Mark Lukens