Herejes de Dune (48 page)

Read Herejes de Dune Online

Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Herejes de Dune
5.51Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Ahí es donde me torturaron.

Cuando Teg agotó su memoria del planeta, mucha parte de él estaba señalada como
desconocido
, pero había frecuentes y ensortijados símbolos Bene Gesserit para identificar los lugares donde la gente de Taraza le había dicho a Teg que podía encontrar un refugio temporal.

Aquellos eran los lugares que Teg deseaba aprenderse de memoria.

Mientras volvía a conducirles a la biblioteca, Teg dijo:

—Borraré el mapa cuando lo hayamos aprendido. No hay forma de decir quién puede encontrar este lugar y estudiarlo.

Lucilla pasó rápidamente delante de él.

—¡Pesará sobre vuestra cabeza, Miles! —dijo.

Teg clavó sus ojos en la espalda que se alejaba.

—Un Mentat os dice que hice lo que se me exigió que hiciera.

Lucilla habló sin volverse:

—¡Qué lógico!

Capítulo XXX

Esta sala reconstruye un fragmento del desierto de Dune. El tractor de arena directamente frente a ustedes data de la época de los Atreides. Agrupados a su alrededor, siguiendo el movimiento de las agujas del reloj a partir de su izquierda, hay una pequeña recolectora, un ala de acarreo, una primitiva factoría de especia, y todo el demás equipo de apoyo. Todos ellos son explicados en cada estación. Observen la cita iluminada encima de la exhibición:

«PORQUE GOZARAN DE LA ABUNDANCIA DE LOS MARES Y DEL TESORO DE LA ARENA». Esta antigua cita religiosa fue a menudo repetida por el famoso Gurney Halleck.

Guía de visita, Museo de Dar–es–Balat

El gusano no frenó su implacable avance hasta inmediatamente antes del anochecer. Por aquel entonces, Odrade había terminado con sus preguntas y aún no tenía respuestas. ¿Cómo controlaba Sheeana los gusanos? Sheeana había dicho que no estaba conduciendo a su
Shaitan
en aquella dirección. ¿Cuál era el oculto lenguaje al que respondía el monstruo del desierto? Odrade sabía que sus Hermanas guardianas allá arriba en los tópteros que seguían su avance debían estar agotando las mismas preguntas, más otra.

¿Por qué Odrade permitía que prosiguiera aquella cabalgata?

Podían incluso aventurar algunas suposiciones:
No nos llama porque eso podría alterar a la bestia. No confía que podamos arrancar a todo el grupo de su lomo.

La verdad era mucho más sencilla: curiosidad.

El siseante paso del gusano podría haber sido un pulsante navío surcando los mares. Los secos olores a pedernal de la sobrecalentada arena, traídos hasta ellos por el viento, decían lo contrario. Sólo el desierto se extendía ahora a su alrededor, kilómetro tras kilómetro de dunas parecidas a dorsos de ballenas, tan regulares en su espaciamiento como las olas de un océano.

Waff había guardado silencio durante un largo período. Permanecía agazapado en una reproducción en miniatura de la posición de Odrade, su atención dirigida al frente, una expresión vacua en su rostro. Su más reciente afirmación:

—¡Dios guarde a los fieles en la hora de nuestra prueba!

Odrade pensaba en él como en una prueba viviente de que un fanatismo lo suficientemente fuerte podía hacer que durante años lo Zensunni y lo sufí antiguo sobrevivieran en los tleilaxu. Era como un microbio mortal que había permanecido dormido durante todos aquellos milenios, aguardando al correcto anfitrión para eliminar su virulencia.

¿Qué le ocurrirá a lo que he plantado en el sacerdocio rakiano?,
se preguntó. Santa Sheeana era una certeza.

Sheeana permanecía sentada en un anillo de su Shaitan, su túnica arremangada dejando al descubierto sus delgadas piernas. Sujetaba el borde con ambas manos entre sus piernas.

Había dicho que su primer gusano que había cabalgado había ido directamente a la ciudad de Keen. ¿Por qué allí? ¿La había llevado simplemente el gusano con los de su propia especie?

Aquel que estaba ahora debajo de ellos tenía evidentemente otra meta. Sheeana ya no hacía preguntas, pero Odrade le había ordenado que permaneciera en silencio y practicara el trance superficial. Eso, al menos, aseguraría que cada detalle de aquella experiencia podría ser recordado fácilmente de su memoria. Si existía un oculto lenguaje entre Sheeana y el gusano, lo descubrirían más tarde.

Odrade miró al horizonte. Lo que quedaba de la base del antiguo muro que rodeaba el Sareer estaba tan sólo a unos cuantos kilómetros al frente. Largas sombras se derramaban sobre las dunas, diciéndole a Odrade que lo que quedaba del muro era más alto de lo que había sospechado originalmente. Ahora era una línea quebrada y rota en muchos lugares, con grandes bloques de piedra caídos en su base. El paso donde el Tirano había caído desde su puente al río Idaho quedaba a la derecha, al menos a tres kilómetros de distancia de su camino. Ningún río discurría por allí ahora.

Waff se agitó a su lado.

—He oído tu llamada, Dios —dijo—. Es Waff del Entio quien ora en Tu Sagrado Lugar.

Odrade desvió su vista hacia él sin girar su cabeza.
¿Entio?
Sus Otras Memorias conocían a un Entio, un líder tribal en la gran Peregrinación Zensunni, mucho antes de Dune. ¿Era éste? ¿Qué antiguas memorias mantenía vivas aquel tleilaxu?

Sheeana rompió su silencio.

—Shaitan está disminuyendo su marcha.

Los restos del antiguo muro bloqueaban su camino. Se alzaban al menos unos cincuenta metros por encima de las dunas más altas. El gusano giró ligeramente hacia la derecha y avanzó entre dos gigantescas piedras que parecían gravitar sobre ellos. Se detuvo. Su largo dorso anillado permanecía paralelo a la casi intacta sección de la base del muro.

Sheeana se puso en pie y miró a la barrera.

—¿Qué es este lugar? —preguntó Waff. Alzó su voz por encima del sonido de los tópteros que trazaban círculos sobre sus cabezas.

Odrade soltó su tensa presa en el borde del anillo del gusano y flexionó los dedos. Siguió arrodillada mientras estudiaba los alrededores. Las sombras de las piedras caídas formaban nítidas siluetas en los amontonamientos de arena y otras piedras más pequeñas. Visto desde cerca, no a veinte metros de distancia, el muro revelaba cortes y fisuras, oscuras aberturas en los antiguos cimientos.

Waff se enderezó y masajeó sus manos.

—¿Por qué hemos sido traídos aquí? —preguntó. Su voz era un débil lamento.

El gusano se agitó ligeramente.

—Shaitan desea que bajemos —dijo Sheeana.

¿Cómo lo sabe?,
se preguntó Odrade. El movimiento del gusano no había sido lo suficientemente intenso como para hacer tambalearse a ninguno de ellos. Podía tratarse de algún simple reflejo del animal tras el largo viaje.

Pero Sheeana se puso de cara a los cimientos del antiguo muro, se sentó en la curvada superficie del gusano, y se dejó deslizar. Cayó de cuclillas en la arena.

Odrade y Waff avanzaron un poco y observaron fascinados como Sheeana avanzaba pesadamente por la arena y se situaba frente a la criatura. Allí, Sheeana colocó ambas manos en sus caderas y se enfrentó a la enorme boca abierta. Ocultas llamas pusieron tonalidades anaranjadas en su joven rostro.

—Shaitan, ¿por qué estamos aquí? —preguntó Sheeana.

El gusano volvió a agitarse ligeramente.

—Quiere que vosotros bajéis —dijo Sheeana.

Waff miró a Odrade.

—Si Dios desea que mueras, hará que tus pasos te dirijan hacia el lugar de tu muerte.

Odrade le respondió con una frase del canto del Shariat:

—Obedece al mensajero de Dios en todas las cosas.

Waff suspiró. La duda era evidente en su rostro. Pero se volvió y fue el primero en descender del gusano, dejándose caer unos segundos antes que Odrade. Siguieron el ejemplo de Sheeana, avanzando hacia la parte frontal de la criatura. Odrade, con todos sus sentidos alerta, clavó su mirada en Sheeana. Hacía mucho más calor delante de la enorme boca abierta. El familiar y penetrante olor a melange llenaba el aire a su alrededor.

—Aquí estamos, Dios —dijo Waff.

Odrade, sintiéndose algo más que cansada de su religioso asombro, dirigió una mirada a sus alrededores… las rotas piedras, la erosionada barrera alzándose hacia el polvoriento cielo, la arena acumulándose contra las piedras carcomidas por el tiempo, y el lento y abrasante huf–huf de los fuegos internos del gusano.

¿Pero qué es este lugar?,
se preguntó Odrade.
¿Qué hay de especial en él para convertirlo en el destino del gusano?

Cuatro de los tópteros observadores pasaron en línea sobre sus cabezas. El sonido de sus alas y el silbido de los chorros ahogó momentáneamente el retumbar de fondo del gusano.

¿Debo decirles que bajen?,
se preguntó Odrade. Bastaría tan sólo una señal con su mano. En vez de ello, alzó ambas manos en la señal para que los observadores permanecieran a distancia.

El frescor del anochecer se estaba apoderando ahora de la arena. Odrade se estremeció y ajustó su metabolismo a las nuevas demandas. Confiaba en que el gusano no los tragaría con Sheeana a su lado.

Sheeana se volvió de espaldas al gusano.

—Quiere que nos quedemos aquí —dijo.

Como si sus palabras fuesen una orden, el gusano giró su cabeza apartándola de ellos y se deslizó alejándose por entre las esparcidas piedras. Pudieron oírle aumentando su velocidad mientras se adentraba en el desierto.

Odrade contempló la base del antiguo muro. La oscuridad estaría pronto sobre ellos, pero quedaba aún la suficiente luz en el largo anochecer del desierto como para que pudieran buscar alguna explicación del porqué la criatura los había traído allí. Una alta fisura en el muro de roca a su derecha parecía un lugar para investigar tan bueno como cualquier otro. Manteniendo parte de su atención en los sonidos procedentes de Waff, Odrade trepó por una arenosa pendiente hacia la oscura abertura. Sheeana avanzó junto con ella, a su mismo paso.

—¿Por qué estamos aquí, Madre?

Odrade agitó la cabeza. Había oído a Waff siguiéndoles.

La fisura directamente frente a ella era un sombrío agujero a la oscuridad. Odrade se detuvo y sujetó a Sheeana a su lado. Calculó que la abertura tendría un metro de ancho y unas cuatro veces más de altura. Los rocosos costados eran curiosamente lisos, como si hubieran sido pulidos por manos humanas. La arena había penetrado en la abertura. La luz del sol poniente se reflejaba en la arena bañando uno de los lados de la abertura con una luz dorada.

—¿Qué es este lugar? —dijo Waff detrás de ellas.

—Hay muchas viejas cavernas —dijo Sheeana—. Los Fremen ocultaban su especia en cavernas. —Inspiró profundamente por la nariz—. ¿No lo hueles, Madre?

Había un definido olor a melange en el lugar, admitió Odrade.

Waff avanzó junto a Odrade y se dirigió a la fisura. Se volvió allí, alzando la vista hacia las paredes donde se unían en un ángulo agudo sobre él. Enfrentándose a Odrade y Sheeana, reculó dentro de la abertura, manteniendo su atención en las paredes. Odrade y Sheeana se le acercaron. Con un brusco siseo de arena deslizándose, Waff desapareció de su vista. En el mismo instante, la arena alrededor de Odrade y Sheeana se deslizó hacia adelante en la fisura, arrastrándolas a las dos con ella. Odrade sujetó la mano de Sheeana.

—¡Madre! —exclamó Sheeana.

El sonido creó ecos en invisibles paredes de roca mientras resbalaban por una larga pendiente de deslizante arena hacia una absoluta oscuridad. La arena las detuvo al fin de una forma suave. Odrade, con arena hasta las rodillas, se extrajo y tiró consigo de Sheeana hasta llegar a una superficie dura.

Sheeana empezó a hablar, pero Odrade dijo:

—¡Silencio! ¡Escucha!

Había un sonido raspante a su izquierda.

—¿Waff?

—Estoy sepultado hasta el pecho. —Había terror en su voz.

—Dios debe quererlo así —dijo secamente Odrade—. Empujaos suavemente hacia afuera. Parece como si hubiera roca bajo nuestros pies. ¡Con cuidado! No necesitamos otra avalancha.

A medida que sus ojos se ajustaban, Odrade alzó la vista hacia la pendiente de arena por la cual habían resbalado. La abertura por donde habían penetrado en aquel lugar era una distante brecha de un dorado polvoriento muy lejos por encima de ellos.

—Madre —susurró Sheeana—. Estoy asustada.

Recita la Letanía Contra el Miedo —ordenó Odrade—. Y no te muevas. Nuestros amigos saben que estamos aquí. Acudirán en nuestra ayuda y nos sacarán.

—Dios nos ha traído a este lugar —dijo Waff.

Odrade no respondió. En el silencio, frunció los labios y lanzó un agudo silbido, escuchando los ecos. Sus oídos le dijeron que se hallaban en un enorme espacio con alguna especie de obstrucción baja detrás de ellos. Se volvió de espaldas a la estrecha fisura de la entrada y lanzó otro silbido.

La barrera baja estaba a un centenar de metros de distancia.

Odrade soltó la mano de Sheeana.

—Quédate aquí sin moverte, por favor. ¿Waff?

—Oigo los tópteros —dijo el hombre.

—Todos los oímos —dijo Odrade—. Están tomando tierra. Tendremos su ayuda en unos momentos. Mientras tanto, por favor, quedaos donde estáis y permaneced en silencio. Necesito el silencio.

Silbando y escuchando los ecos, desplazando cuidadosamente cada pie, Odrade fue adentrándose en la oscuridad. Una de sus tendidas manos encontró una rugosa superficie de roca. La recorrió. Llegaba tan sólo hasta la altura de la cintura. No podía sentir nada más allá de ella. Los ecos de sus silbidos decían que había un espacio más pequeño allí, parcialmente cerrado.

Una voz llamó desde arriba, detrás de ella:

—¡Reverenda Madre! ¿Estáis aquí?

Odrade se volvió, hizo bocina con sus manos y gritó:

—¡Quedaos ahí! Hemos caído deslizándonos a una profunda cueva. Traed una luz y una cuerda larga.

Una pequeña figura negra desapareció de la distante abertura. La luz allí arriba iba haciéndose cada vez más débil. Bajó las manos formando bocina ante su boca y habló a la oscuridad:

—¿Sheeana? ¿Waff? Avanzad diez pasos hacia mí y aguardad allí.

—¿Dónde estamos, Madre? —preguntó Sheeana.

—Paciencia, niña.

Un sonido bajo y murmurante llegó procedente de Waff. Odrade reconoció las antiguas palabras del Islamiyat. Estaba rezando. Waff había abandonado todos los intentos de ocultarle sus orígenes. Bien. El creyente era un receptáculo donde poder introducir las fragancias de la Missionaria Protectiva.

Other books

Hollywood Confessions by Gemma Halliday
An Unexpected Guest by Anne Korkeakivi
Touch (1987) by Leonard, Elmore
The Haunting of Autumn Lake by McClure, Marcia Lynn
Worst Case Scenario by Michael Bowen
It's Okay to Laugh by Nora McInerny Purmort
Epiphany Jones by Michael Grothaus