Herejes de Dune (49 page)

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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Herejes de Dune
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Mientras tanto, las posibilidades de aquel lugar al que el gusano les había conducido excitaban a Odrade. Guiada por una mano en la barrera rocosa, la exploró a lo largo hacia su izquierda. La parte superior era completamente lisa en algunos lugares. Luego se adentraba hasta fuera de su alcance inclinándose hacia abajo. Sus Otras Memorias le ofrecieron una repentina proyección:

¡Una cisterna!

Se trataba de una cisterna Fremen para almacenar el agua. Odrade inspiró profundamente, en busca de humedad. El aire era completamente seco.

Una brillante luz procedente de la fisura apuñaló hacia abajo, alejando la oscuridad. Una voz llamó desde la abertura, y Odrade la reconoció como la de una de sus hermanas.

—¡Podemos veros!

Odrade se apartó de la baja barrera y se volvió, mirando a su alrededor. Waff y Sheeana permanecían de pie a unos sesenta metros de distancia, mirando en torno. La cámara era burdamente circular, de unos doscientos metros de diámetro. Un domo de roca se arqueaba muy por encima de sus cabezas.

Examinó la baja barrera a su lado: sí, una cisterna Fremen. Podía divisar la pequeña isla de roca en su centro donde podía ser mantenido un gusano cautivo listo para ser arrojado al agua. Las Otras Memorias representaron para ella aquella agónica, retorciente muerte que producía el veneno de especia para desencadenar la orgía Fremen.

Un arco bajo enmarcaba más oscuridad en el extremo más alejado de la cisterna. Podía ver el vertedero por donde el agua había sido traída hasta allí desde una trampa de viento.

Debía haber más cisternas por aquel lugar, un complejo entero de ellas, diseñado para conservar una riqueza en humedad para alguna antigua tribu. Ahora sabía cuál era el nombre de aquel lugar.

—Sietch Tabr —susurró Odrade.

Las palabras prendieron un flujo de útiles recuerdos. Aquel había sido el lugar de Stilgar en tiempos de Muad'dib.
¿Por qué nos ha traído ese gusano al Sietch Tabr?

Un gusano había llevado a Sheeana a la ciudad de Keen. ¿Qué otros podían saber de ella? ¿Quién había allí que lo supiera? ¿Había gente oculta allí en aquella oscuridad? Odrade no captó ninguna indicación de vida en aquella dirección.

La Hermana en la abertura interrumpió sus pensamientos.

—¡Hemos tenido que pedir que nos traigan la cuerda desde Dar–es–Balat! La gente del museo dice que es probable que esto sea el Sietch Tabr! ¡Creían que había sido destruido!

—Enviad una luz aquí abajo para que pueda explorar —pidió Odrade.

—¡Los sacerdotes solicitan que lo dejemos sin ser molestado!

—¡Enviadme una luz! —insistió Odrade.

Un objeto oscuro rodó por la arenosa ladera abajo, acompañado de un pequeño aluvión de arena. Odrade envió a Sheeana a recogerlo. Una pulsación del interruptor, y un brillante haz de luz cruzó el oscuro arco más allá de la cisterna.
Sí, hay más cisternas ahí.
Y al lado de esta cisterna, una estrecha escalera cortada en la roca. Los escalones iban hacia arriba, girando y desapareciendo de su vista.

Odrade se inclinó y susurró al oído de Sheeana:

—Vigila cuidadosamente a Waff. Si se mueve detrás de nosotras, avisa.

—Sí, Madre. ¿Dónde vamos?

—Debo echar un vistazo a este lugar. Yo soy la que ha sido traída hasta aquí con una finalidad. —Alzó la voz y se dirigió a Waff: Waff, por favor, aguardad aquí hasta que llegue la cuerda.

—¿Qué es lo que os habéis estado murmurando? —preguntó el hombre—. ¿Por qué debo aguardar? ¿Qué estáis haciendo?

—Hemos estado orando —dijo Odrade—. Ahora, debo proseguir esta peregrinación sola.

—¿Por qué sola?

Odrade, en la antigua lengua del Islamiyat, dijo:

—Está escrito.

¡Aquello lo detuvo!

Odrade avanzó rápidamente hacia las escaleras de roca.

Sheeana, apresurándose al lado de Odrade, dijo:

—Debemos decirle a la gente la existencia de este lugar. Las antiguas cavernas Fremen son seguras contra Shaitan.

—No te muevas, chiquilla —dijo Odrade. Apuntó la luz hacia arriba las escaleras. Estas se curvaban a través de la roca, formando un ángulo agudo hacia la derecha ahí arriba. Odrade vaciló. La sensación de peligro que había sentido al inicio de aquella aventura volvió, intensificada. Era algo casi palpable en su interior.

¿Qué había ahí arriba?

—Aguarda aquí, Sheeana —dijo Odrade—. No dejes que Waff me siga.

—¿Cómo puedo detenerlo? —Sheeana miró temerosamente hacia atrás, hacia donde aguardaba Waff al otro lado de la cámara.

—Dile que es la voluntad de Dios que él permanezca allí. Díselo de esta forma… —Odrade se inclinó hacia Sheeana y repitió las palabras en la antigua lengua de Waff, luego: No digas nada más. Quédate aquí y repítelo si él intenta pasar.

Sheeana pronunció silenciosamente las nuevas palabras. Las había captado bien, observó Odrade. La muchacha era de reacciones rápidas.

—El te tiene miedo —dijo Odrade—. No intentará hacerte ningún daño.

—Sí, Madre. —Sheeana se volvió, cruzó los brazos sobre su pecho, y miró a Waff al otro lado de la cámara.

Apuntando la luz hacia adelante, Odrade empezó a subir las escaleras.
¡El Sietch Tabr! ¿Qué sorpresa has dejado para nosotros aquí, viejo gusano?

En un largo y bajo pasillo en la parte superior de las escaleras, Odrade tropezó con los primeros cuerpos momificados por el desierto. Eran cinco, dos hombres y tres mujeres, sin ninguna marca identificadora ni ropas en ellos. Habían sido desnudados completamente y abandonados para que la sequedad del desierto los conservara. La deshidratación había tensado apretadamente piel y carne en torno a los huesos. Los cuerpos estaban colocados en hilera, los píes extendidos a través del paso. Odrade se vio obligada a saltar por encima de aquellas macabras obstrucciones.

Paseó el haz de su linterna por cada cuerpo mientras lo hacía. Habían sido apuñalados de una forma casi idéntica. Una hoja afilada se había clavado hacia arriba en sus cuerpos justo debajo del arco del esternón.

¿Asesinatos rituales?

Un trozo de carne había sido arrancado de las heridas, dejando una mancha oscura señalándolas. Aquellos cuerpos, sabía Odrade, no pertenecían a los tiempos Fremen. Los Fremen siempre convertían los cuerpos de sus muertos en cenizas para recuperar el agua.

Odrade sondeó hacia adelante con su luz y se detuvo para considerar su posición. El descubrimiento de los cuerpos intensificaba su sensación de peligro.
Hubiera debido traer un arma
. Pero eso hubiera despertado las sospechas de Waff.

La persistencia de aquella advertencia interior no podía ser eludida. Aquella reliquia del Sietch Tabr era peligrosa.

El haz de su luz reveló otra escalera al extremo de aquel pasillo. Cautelosamente, Odrade avanzó. En el primer escalón, envió el rayo de su linterna hacia arriba. Unos peldaños poco altos. Un trecho corto hacia arriba, más roca… un espacio más amplio allí al final. Odrade se volvió y exploró de nuevo con la luz aquel tramo del pasillo. Melladuras y señales de quemaduras marcaban las paredes de piedra. Una vez más, miró escaleras arriba.

¿Qué hay ahí arriba?

La sensación de peligro era intensa.

Subiendo lentamente escalón a escalón, deteniéndose con frecuencia, Odrade ascendió. Emergió a otro largo pasillo tallado en la roca viva. Más cuerpos le dieron la bienvenida. Esos habían sido abandonados en la confusión de sus momentos finales. De nuevo vio tan sólo carne momificada despojada de todas sus ropas. Estaban esparcidos por todo el amplio pasillo… veinte de ellos. Se abrió camino eludiéndolos. Algunos habían sido apuñalados de la misma forma que los cinco del nivel inferior. Algunos habían sido cortados y acuchillados y quemados con rayos láser. Uno había sido decapitado, y el cráneo con su máscara de piel yacía contra una pared del pasillo como una pelota abandonada tras algún terrible juego.

Aquel nuevo pasillo avanzaba en línea recta más allá de algunas aberturas que conducían a pequeñas cámaras a ambos lados. No vio nada de valor en las pequeñas cámaras donde introdujo su luz: unos cuantos harapos esparcidos de fibra de especia, pequeñas esquirlas de roca fundida, burbujas ocasionales en suelos, paredes y techos.

¿Qué violencia era esta?

En el suelo de algunas de las cámaras podían verse manchas significativas. ¿Sangre derramada? Una cámara tenía un pequeño montón de ropas amarronadas en un rincón, Jirones de retorcida tela se esparcieron bajo los pies de Odrade.

Había polvo por todas partes. Sus pies lo agitaban al caminar. El pasadizo terminaba en una arcada que daba paso a un hondo reborde. Lanzó su luz más allá del reborde a una enorme cámara, mucho más grande que la de abajo. Su curvado techo era tan alto que supo que debía penetrar en la base de roca del gran muro. Amplios y someros escalones conducían desde el reborde hasta el suelo de la cámara. Vacilante, Odrade bajó los escalones hasta allí. Barrió su luz por todo su alrededor. Otros pasadizos desembocaban en la gran cámara. Algunos, vio, habían sido bloqueadas con piedras, y las piedras retiradas y esparcidas por el reborde y el enorme suelo.

Odrade olió el aire. Arrastrado por el polvo agitado por sus pies había un definido olor a melange. El olor se enredó en su sensación de peligro. Deseaba marcharse, volver rápidamente con los otros. Pero el peligro era como un faro. Tenía que comprobar qué era lo que ese faro señalaba.

Ahora sabía dónde estaba, sin embargo. Aquella era la gran cámara de asambleas del Sietch Tabr, lugar de incontables orgías de especia Fremen y convocatorias tribales. Allí había presidido el Naib Stilgar. Allí había estado Gurney Halleck. Y Dama Jessica. Y Paul Muad'dib. Y Chani, la madre de Ghanima. Allí, Muad'dib adiestraba a sus luchadores. El original Duncan Idaho había estado allí.,. ¡y el primer ghola de Idaho!
¿Por qué he sido traída hasta aquí? ¿Cuál es el peligro?
¡Estaba allí, exactamente allí! Podía sentirlo.

En aquel lugar, el Tirano había escondido una acumulación de especia. Las grabaciones Bene Gesserit hablaban de que aquella acumulación había llenado toda aquella cámara hasta el techo, e incluso algunos de los pasadizos que desembocaban en ella.

Odrade giró sobre sí misma, siguiendo con la mirada el sendero trazado por su luz. Ahí encima estaba el saliente de los Naibs. Y allí el más profundo Saliente Real que Muad'dib había ordenado hacer.

Y aquí está el arco por donde he entrado yo
.

Envió su luz a lo largo del suelo, notando los lugares donde los buscadores habían mellado y quemado la roca buscando más de la fabulosa acumulación del Tirano. Las Habladoras Pez habían tomado la mayor parte de aquella melange, habiendo sido revelado el escondite por el ghola Idaho que había sido consorte de la famosa Siona. Las grabaciones decían que posteriores buscadores habían descubierto más escondites ocultos detrás de falsas paredes y suelos. Había muchos relatos auténticos, y la verificación de las Otras Memorias. Los Tiempos de Hambruna habían visto violencia allí, cuando buscadores desesperados habían rastrillado el lugar. Aquello podía explicar los cuerpos. Muchos habían luchado únicamente por la posibilidad de registrar el Sietch Tabr.

Tal como le habían enseñado, Odrade intentó utilizar su sentido del peligro como guía. ¿Acaso las miasmas de la pasada violencia estaban aferradas a aquellas paredes después de todos aquellos milenios? Esa no era su advertencia. Su advertencia hablaba de algo inmediato. El pie izquierdo de Odrade encontró un lugar desnivelado en el suelo. Su luz reveló una línea oscura en el polvo. Esparció el polvo con un pie, revelando una letra, y luego toda una palabra quemada en una fluida escritura.

Odrade leyó la palabra, primero silenciosamente, luego en voz alta.

—Arafel.

Conocía aquella palabra. Las Reverendas Madres de los tiempos del Tirano la habían impreso en la consciencia Bene Gesserit, rastreando sus raíces hasta las más antiguas fuentes.

«Arafel: la nubosa oscuridad al final del universo.»

Odrade sintió la aferrante acumulación de su sentido de advertencia. Se enfocó en aquella sola palabra.

«El sagrado juicio del Tirano», llamaban los sacerdotes a aquella palabra. «¡La nubosa oscuridad del sagrado juicio.»

Avanzó a lo largo de la palabra, mirándola atentamente, notando la curva en su final rematada con una pequeña flecha. Miró hacia donde apuntaba la flecha. Alguien más había visto la flecha, y había cortado el reborde allá donde señalaba. Odrade cruzó hacia donde el quemador del desconocido buscador había dejado un oscuro charco de roca fundida en el suelo de la cámara. Carámbanos de roca fundida caían como dedos del saliente, cada dedo brotando de un profundo agujero quemado en la roca.

Inclinándose, Odrade miró a cada agujero con su luz: nada. Sintió la excitación del buscador de tesoros cabalgando en el miedo de su advertencia. La magnitud de la riqueza que aquella cámara había contenido una vez hacía tambalearse la imaginación. En el peor momento de los viejos tiempos, un maletín de mano podía contener la especia suficiente como para comprar un planeta. Y las Habladoras Pez habían derrochado aquella acumulación, perdiéndola en disputas y malas interpretaciones y estupideces ordinarias demasiado insignificantes como para que la historia las registrara. Se habían sentido felices de aceptar la alianza ixiana cuando los tleilaxu rompieron el monopolio de la melange.

¿La habían encontrado toda los buscadores? El Tirano era soberbiamente listo.

Arafel.

Al final del universo.

¿Había enviado un mensaje a lo largo de los eones a la Bene Gesserit de hoy?

Volvió a recorrer una vez más con el rayo de luz toda la cámara, y luego lo alzó.

El techo describía una semiesfera casi perfecta sobre su cabeza. Había sido diseñado, lo sabía, como un modelo del cielo nocturno visto desde la entrada del Sietch Tabr. Pero incluso en tiempos de Liet Kynes, el primer planetólogo allí, las estrellas originales pintadas en aquel techo habían desaparecido, perdidas en los ligeros desprendimientos de roca producidos por los pequeños temblores y las abrasiones cotidianas de la vida.

La respiración de Odrade se aceleró. La sensación de peligro no había sido nunca más grande. ¡El faro del peligro brillaba dentro de ella! Rápidamente, cruzó la cámara hacia los escalones por los que había descendido hasta aquel suelo. Allí, dándose la vuelta, penetró en su propia mente en busca de las Otras Memorias para delimitar aquel lugar. Aparecieron lentamente, abriéndose camino a través de aquella sensación de fatalidad que hacía latir aceleradamente su corazón. Apuntando hacia arriba el rayo de su luz y mirando a lo largo de él, Odrade situó aquellas antiguas memorias, superponiéndolas a la escena que tenía delante.

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