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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Herejía (11 page)

BOOK: Herejía
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—Parece que estas torres tienen muchos usos —dijo Sarhaddon señalando hacia una, donde podía divisarse una pañoleta de mujer, descuidadamente caída sobre una pequeña escalinata descendente.

En otras torres podía percibirse el sonido apagado de voces provenientes de cámaras ocultas, voces lo bastante potentes para ser oídas desde el exterior, pero lo bastante sutiles para que quien las oyese desde afuera no fuese capaz de desentrañar sus palabras. Razoné que con toda probabilidad, los habitantes de Pharassa veían estos jardines como el sitio para llevar a cabo negocios que no superarían una investigación oficial. ¿Habría allí espías escuchando? Con toda seguridad, los mercaderes no permitirían tal cosa.

Al fin hallamos una torre vacía. La cámara subterránea era pequeña pero acogedoramente fresca, y todo su mobiliario consista en un largo banco de piedra que recorría la parte inferior de los muros.

—¿De qué trata todo esto? —pregunté.

—Para simplificar la cuestión —contestó Sarhaddon con una sonrisa— te diré que algunos traidores planean hacer de Lachazzar el nuevo primado.

—¿Lachazzar?, ¿aquel fanático quemador de herejes siempre presto a blandir la espada del que me habías hablado? Sarhaddon había sido muy enfático acerca de la posición de Lachazzar en el lado de los lunáticos. ¿Cómo podía alguien tenerlo en consideración entonces para el cargo de primado? —El mismo. Parece que tiene partidarios en las más altas esferas.

—¿Qué fue todo eso sobre deshacerse del exarca de Nueva Hyperia? —Los cambresianos, en otras palabras, todos los habitantes de Nueva Hyperia, designan a sus propios exarcas —explicó Sarhaddon, caminando en circulas por el suelo de la cámara como un tigre encerrado.

Lo sabia, aunque no podía recordar de cuál de mis tutores lo había oído. Habían adquirido el poder de elegirlos hacia unos veinte años, cuando el Dominio comenzó a presionar e interferir demasiado sobre las autoridades locales. Los almirantes cambresianos, sus lideres, encarcelaron a los sacerdotes y a los magos de su territorio y amenazaron con enviar una fuerza revolucionaria contra la mismísima Ciudad Sagrada. Aquello, pensé, debió de ser cuando los haletitas eran débiles, ya que ahora la Ciudad Sagrada era considerada inexpugnable para cualquier ejército hostil.

Por entonces, el Dominio carecía aún del poder suficiente como para imponer sus propias decisiones, motivo por el cual claudicaron, permitiendo al gobierno cambresiano un considerable grado de control sobre los templos ubicados dentro de su territorio. El acuerdo incluía el derecho de los almirantes a supervisar los nombramientos del avarcado y del exarcado. Por tal motivo, el exarca de Nueva Hyperia, uno de los más veteranos entre los exarcas, siguiendo en importancia y poder sólo a los de Taneth y la Ciudad Sagrada, era por lo general una figura muy independiente. Y, con la flota de Cambress como apoyo, su poder debía de ser bastante considerable.

—El exarca actual no es la excepción —culminó Sarhaddon—. Se trata de un hombre moderado y sensible, y su opinión podría decidir la elección. En caso de que fuese envenenado, como se desprendía de la conversación, entonces los sacri de Nueva Hyperia no estarán allí para influir en la elección del nuevo primado. Sin su apoyo Y la presencia del exarca, los moderados perderán buena parte de su poder. Ya te imaginas lo que sucedería en ese caso.

Yo no sabía ni comprendía mucho sobre las cuestiones políticas más allá de Océanus, pese a los infatigables esfuerzos de mi padre por enseñármelas. No obstante, pude vislumbrar lo que insinuaba Sarhaddon.

Morirían miles de personas más y el Dominio tendría un poder cada vez más consolidado. Los avarcas moderados serían reemplazados en un intento de los zelotes por cortar de raíz el más leve rastro de pensamiento original. E incluso Nueva Hyperia podría ser afectada, aunque me resultaba difícil imaginar a una organización tan extendida como el Dominio teniendo demasiado poder sobre Cambress. Aun así, el ascendiente naval de Cambress, más arraigado todavía que el de Taneth, había durado siglos y, sin embargo, no había obtenido más que un escaso poder sobre el Dominio, y eso apenas hacia una pocas décadas.

Nueva Hyperia... ¡la manta! ¡La manta negra que había agredido a Xasan! Los asuntos militares eran algo de lo que yo sí entendía —¡Entonces el Dominio podría estar detrás del ataque a Xasan y al Lion!

Sarhaddon aminoró de repente la velocidad de sus pasos y sus ojos se iluminaron.

—¡El fuego de Ranthas, Cathan! ¡Debe de ser sólo eso! Quizá Xasan tropezó con algo durante su estancia aquí, algo relacionado con el plan. Aunque haya intentado disimularlo, se habrán dado Cuenta de lo que sabía.

—O quizá haya sido por diversión, con la intención de focalizar en eso la atención de los cambresianos.

Sarhaddon parecía confundido.

—¿De qué querrían distraer a la gente de Cambress?

—¿De oscuros sucesos que se producen en Equatoria?, ¿de la movilización hacia allí de un nutrido grupo de sacri? Es sólo una hipótesis.

—Lo más probable es que teman que alguien vea una Conexión entre cualquier suma de acontecimientos extraños y que por ese motivo se preocupen de inventar fantasmas con la intención de cubrir las pistas. Sea cual sea el plan, ensombrece a toda Aquasilva.

Me sentí invadido por un escalofrío. Esa gente había envenenado o pretendía envenenar al exarca de Nueva Hyperia. Parecía poco probable que se dejasen estorbar por un príncipe menor problemático y un monaguillo que había descubierto sus intenciones.

—Ahora no hay nada que podamos hacer al respecto. Lo único que podemos ganar es ser asesinados. ¿Por qué involucramos, entonces? —dije.

—Podríamos avisar a tu padre cuando alcancemos Taneth. Quizá él consiga advertir al resto del Consejo y quizá ellos puedan hacer algo.

—¿Piensas que nos creerán? ¿Lo harán?

—Es posible que sea un disparo en la oscuridad, pero es la única manera de que alguien se entere de lo sucedido, incluso si llegamos tarde. Según las últimas novedades que oí, la vida del primado Halezziáh está extinguiéndose velozmente y le quedan sólo unas pocas semanas en este mundo. Podría morir antes de que llegásemos a Taneth; por lo que nos consta, podría estar muerto en este preciso instante. Lleva una semana dirigirse desde Taneth hasta la Ciudad Sagrada y otra semana regresar aquí.

—¿Tienes alguna idea concreta sobre el modo en que se elige el primado? —interrogué. —Se trata de una especie de elección en la que votan todos los exarcas y los tres primados inferiores.

—¿Cuántos exarcas habrá allí?

Sarhaddon se quedó inmóvil y pensó con cuidado.

—Diez: Océanus, Thetia, Nueva Hyperia, Equatoria, Huasa, el Archipiélago, Silvernia y las Islas, sumados a los exarcas de las órdenes Sagrada, Inquisitorial y Monástica.

Y así, con sólo trece votantes, la ausencia de un único exarca, uno especial y ampliamente respetado, el impacto seria enorme.

—¿Cuántos de ellos estarán dispuestos a apoyar a Lachazzar?

—No estoy seguro de eso. La mía es sólo una opinión, por cierto, porque no tengo una idea cabal del modo en que funcionan las cosas o del auténtico vigor de las alianzas. Pero, según mi parecer, es casi seguro que los líderes de las tres órdenes votarán a alguien de línea dura; cuanto más fanático sea, mejor. Lo mismo sucede con el representante del Archipiélago. Tanto Nueva Hyperia como Océanus son liberales y es probable que también Silvernia y lo más probable es que el segundo primado se vote a si mismo.

Parecía un sistema casi equilibrado... siempre y cuando el representante de Nueva Hyperia estuviese allí. Pero si prosperaba el plan de Etlae, ya no habría equilibrio alguno. De cualquier modo, ¿existía algo que pudiésemos hacer al respecto? Era un asunto interno del Dominio, sobre el cual el Consejo de Aquasilva no tenía ninguna injerencia.

Sarhaddon comenzó a dar vueltas una vez más y yo medité por un momento. —¿Y si sencillamente nos olvidamos de que hemos oído algo?

—propuse. El monaguillo se detuvo de forma abrupta, me miró a los ojos con una expresión extraña que mediaba entre la confusión y la sorpresa, y al final me dijo: —¿Por qué?

—Lo único que haríamos seria atraer toda la atención hacia nosotros y hacia mi padre. El Consejo no puede hacer nada y ni siquiera los mismos cambresianos son para el Dominio la amenaza que fueron alguna vez.

—Por lo tanto, lo que sugieres es que deberíamos dejarlo pasar. —¿Preferirías perder la cabeza?

— ¿Asustado, Cathan? ¿Y qué hay de los miles de personas que serán quemadas si Lachazzar tiene éxito?

—¿Cómo podemos, entonces, impedir, que Lachazzar suceda al viejo primado? ¿Poniendo sobre aviso a los cambresianos? Si Halezziáh está tan enfermo como tú dices, con certeza será demasiado tarde. Entonces Cambress deseará saber cómo nos enteramos.

Y una vez que Lachazzar sea primado, ya no habrá nada que podamos hacer.

—Supongo que tienes razón —murmuró Sarhaddon.

No me hacia sentir nada cómodo ni feliz, sino más bien avergonzado, el hecho de haber considerado la supervivencia de mi propia familia por encima de la de otras miles. Pero ¿qué otra cosa
podríamos
, haber hecho?

Sarhaddon, por ser sólo un monaguillo, no fue invitado esa tarde a comer con el cabildo del zigurat. Había sido conducido al refectorio para cenar junto a otro monaguillo que era unos pocos años más joven que él. Así, debí ocupar en soledad la suite del cabildo. No me sentí en absoluto cómodo: extrañamente, había muy pocas personas allí.

Dejé mi habitación con una vaga idea del sitio hacia el cual me dirigía —tanto Boreth como Dashaar estaban ocupados en sus asuntos—, pero al cabo de unos minutos estaba ya perdido por completo. Concluí con pesar que mi sentido de la orientación era aún peor que mi aritmética, y jamás había pensado que eso fuese posible.

Al fin me topé con alguien en un estrecho corredor con suelo de baldosas que, yo suponía, se hallaba en la primera planta. Aunque el sol ya había caído, lo reemplazaban cientos de lámparas que, según me informaron, funcionaban mediante un sistema de tuberías instalado por dentro de los muros, que derivaba en una reserva subterránea de aceite. Los paneles de madera y los tapices de las paredes reflejaban la luz y la devolvían al interior. Se creaba así un ambiente cálido y bastante acogedor, que me pareció muy distinto a la ampulosidad que podía percibirse de día. Con todo, aún estaba perdido y me preguntaba dónde estarían los cientos de asistentes a la reunión del zigurat. Entonces, a unos pocos metros, se abrió una puerta lateral y apareció una joven. Llevaba en las manos lo que parecía un bollo y un trozo de pescado seco. Al verme lanzó un quejido:

—¡Maldición! ¡Por todos los demonios...!

Luego me observó con mayor detenimiento y percibí una luz de esperanza contenida en su rostro.

—¿Quién eres? —me preguntó.

—Me he perdido —confesé.

Se apartó del rostro un mechón rebelde de cabellos rojizos Y suspiró en señal de alivio.

—Tú eres sólo un visitante —advirtió—. ¿Adónde te diriges? —Hacia las salas del cabildo.

—Excelsa compañía. Un conjunto de hipócritas engreídos, movidas por cuestiones terrenales, que no deberían estar al frente de de una perrera y mucho menos de un zigurat —dijo ella con desprecio—. No me importa si eso te ofende. Después de todo, ¿que me queda por perder?

—No pertenezco al Dominio —le expliqué, preguntándome quién seria. Tenia aproximadamente mi edad (quizá fuese uno o dos años mayor) e iba vestida con una deformada túnica marrón de novicia. Era también de mi misma estatura y con idéntica amplitud de hombros, lo que no era del todo extraño, ya que yo era delgado como un palo de escoba y de muy baja estatura.

—La verdad es que no me había percatado. No tienes la apariencia de quienes dominan el mundo. Ya que no eres uno de ellos, entonces puedo tratarte con cortesía. Si me permites dejar esto en algún sitio —dijo refiriéndose al pan y al pescado—, me alegrará mostrarte dónde está la sala de los cerdos.

—¿La sala de los cerdos?

—Te lo diré en un minuto.

Se hizo a un lado y desapareció por el corredor. Me volví y observé cómo escrutaba a escondidas antes de avanzar por el siguiente corredor. Entonces se esfumó tras una esquina. Unos momentos después estaba de regreso.

—Algo excesivo para ser una comida rápida. El cabildo se alimenta con carne de venado que llega congelada desde Silvernia, aunque los novicios debemos purificar nuestros cuerpos con estas menudencias. Pero, claro, ésa es sin duda la voluntad de Ranthas.

Hizo una pausa, interrumpiendo su diatriba, y se presentó: —Lamento haberme olvidado, soy Elassel Sandriem. —Cathan Tauro —dije yo.

—¿Título? —preguntó mientras me guiaba en la misma dirección que yo había seguido poco antes.

—Vizconde. ¿Cómo lo has sabido?

—Sólo personas con titulo o vastas sumas de dinero comen con el cabildo. Con seguridad tú debías ser un aristócrata o el heredero de alguna familia. Aquí no se molestan en tratar con gente cuyos cofres no rebosen de oro o que carezcan de influencias.

—¿Por qué eres novicia si odias tanto el Dominio?

—Mi padrastro, que es un sacerdote, se encuentra por un lapso de seis meses trabajando en el interior como misionero. Por eso me Ingresó como novicia, para alejarme de cualquier problema hasta que regresen él y mi madrastra. Supongo que esperaba que hallase una vocación, pero dudo que sea tan afortunado.

El tono de su voz sugería que el padrastro lamentaría también el haberla metido a novicia. —¿Qué haces tú aquí? —indagó ella mientras subíamos unas escalinatas. Pude ver una estatua que reconocí, y comprendí que había estado en la planta equivocada.

—Estoy de camino hacia Taneth. Hemos descubierto un yacimiento de hierro y mi tarea es llevarle a mi padre, que está en el Consejo, las novedades y algunas muestras de mineral.

—¿A qué clan perteneces?

—Lepidor —afirmé mientras circulábamos por el pasillo central del zigurat, de unos cuatro o cinco metros de ancho, y penetrábamos en otro corredor aún más suntuosamente decorado. Desde algún otro lugar del pasadizo se coló el sonido de alguien tocando el laúd y Elassel se detuvo de forma abrupta. Yo no llegué a pararme a tiempo y tropecé con ella.

—Lo siento —me dijo volviéndose mientras yo retrocedía un paso—. Nunca antes había oído a ese músico y creía conocer a todos los intérpretes de laúd del palacio.

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