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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Herejía (21 page)

BOOK: Herejía
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Pero lo que realmente me llamó la atención fue su forma y diseño. El Estrella
Sombría
era, o había sido, una nave de Thetia Y, a juzgar por el tamaño de sus sistemas de ventilación, supuse que sería bastante antigua, quizá tuviese ya más de cincuenta años. Las mantas tienen una extensa vida útil: el casco en sí mismo, si no es dañado por alguna acción enemiga, puede durar siglos, y los interiores pueden ser modificados para adaptarse a las nuevas invenciones técnicas.

Los miembros de la tripulación que pude ver eran, salvo pocas excepciones, originarios del Archipiélago: los huesos de sus rostros eran mucho menos voluminosos que los de los habitantes de otros continentes y tenían la piel aceitunada. Antes de iniciar sus tareas saludaban con alegría a Ukmadorian y, a Ravenna. Los observé fascinado; era la primera gente del Archipiélago con la que tenía contacto y estaba seguro de pertenecer a su pueblo, igual que Palatina.

Mientras permanecimos junto a las ventanillas del compartimiento de observación no vimos más que masa oceánica vacía, las tenebrosas profundidades a más de un kilómetro y medio de la superficie. Lo único que tenía algún interés era ver cada tanto un pez acercándose a los reflectores. Otra imagen de éter mostraba cómo el negro acantilado del continente cercano al puerto se alejaba hasta desaparecer. Me era imposible determinar en qué dirección navegábamos.

—Somos todos servidores de la Sombra —explicó Ukmadorian—. El Dominio nos asocia con el mal, la necromancia y cosas semejantes, pero nosotros empleamos el poder que proviene de la ausencia de luz. No nos encontraréis más malvados que el Dominio. En realidad, creo que lo somos considerablemente menos. Aunque lo lamento, la Sombra es el menos poderoso de los seis Elementos.

—>— O sea que sois magos —pregunté.

—Los magos son pocos y no suelen estar cerca unos de otros. Los magos de la Sombra son todavía más raros. Es un talento innato y la mayor parte de las personas, por decirlo de forma sencilla, no lo poseen o lo poseen en muy escasa proporción. Existen unos treinta magos de la Sombra. Casi todos tienen sólo poderes limitados, equivalentes a los de los magos de menor categoría del Dominio. Hay apenas tres magos de veras poderosos en la Sombra, de los cuales Ravenna es la mejor. Aunque tengo bastantes talentos, no soy uno de ellos.

Me pregunté por qué admitiría tal cosa.

—Entonces ¿son más numerosos los magos de los otros Elementos? —indagó Palatina.

—Un poco más. Existen cerca de cincuenta magos por elemento. Pero cuando consideramos que el Dominio posee unos cien magos de fuego con inmenso poder y más de trescientos magos aceptablemente buenos, así como mil o aún más con algún vestigio de talento, apreciarás qué enorme es la brecha que nos separa. Prosiguió su discurso hablándonos sobre la Ciudadela y lo que aprenderíamos y haríamos allí. No logré retener en mi memoria la mayor parte de sus palabras, ya que era demasiado para asimilarlo de una sola vez. Conseguí, sin embargo, recordar las ideas básicas y algunos detalles que me impresionaron, como el hecho de que la Ciudadela estuviese edificada sobre una isla bastante pequeña ubicada en una región distante del oeste del Archipiélago que no se había visto afectada por la destrucción de la cruzada. Desde el lugar en que nos hallábamos, quedaba a unas cuatro semanas de viaje.

No me había planteado la perspectiva de estar cuatro semanas a bordo de un buque, con las escasas diversiones que eso implicaba. Antes de que lo hiciera, Ukmadorian nos informó de que nuestras lecciones comenzarían de inmediato. Imaginé que nos enseñarían la verdadera historia de Aquasilva, y que una vez en la Ciudadela se nos mostrarían multitud de elementos y lugares concretos.

Además de Palatina y de mí, había a bordo del buque otros seis discípulos que estudiarían con nosotros.

Nuestro primer contacto con ellos tuvo lugar un poco más tarde, esa misma jornada. Eran seis jóvenes de mi edad, todos originarios de Equatoria. No se conocían entre sí más de lo que nos conocía

Tilos Palatina y yo, y por eso, durante la primera semana de viaje, hicimos amigos... y enemigos.

Había dos personas a bordo con las que no nos llevábamos bien. Una era Darius, de baja estatura pero fornido, hijo de un comerciante de Uqtaal, la ciudad portal que protegía a Taneth. Darius supuso que yo era un provinciano presuntuoso; yo pensé que él era un arrogante joven de Equatoria con más músculos que cerebro. No nos llevó mucho tiempo constatar que no congeniábamos, pero sólo en una ocasión intentó luchar conmigo o intimidarme físicamente. Esa vez quedó en evidencia que las largas horas que yo había empleado practicando natación bastaban para contrarrestar su más robusta complexión. Después de ese suceso, ambos procedimos a ignorarnos de forma diplomática.

La otra persona enemiga era Ravenna, que asistía a algunas clases.

Tras algunas ironías más, comencé a pagarle con la misma moneda, aunque no podía ni de cerca hablar de modo tan ingenioso como ella. Por eso la situación empeoró y hacia el final de la primera semana ya no nos hablábamos. Palatina resaltó que Ravenna seguía asistiendo a las lecciones sólo porque la entretenía nuestro juego del gato y el ratón. El comentario no me hizo mucha gracia.

Lo que me pareció más interesante fue el modo en que Palatina se las componía para ponerse al frente del grupo. Algunos estudiantes habían desconfiado de ella al principio, pero Palatina logró ganar su favor con rapidez, aunque no podría decir cómo. En el breve lapso de una semana ya se seguían todas sus propuestas y yo me maravillaba ante su aplomo y su don de liderazgo. No dominaba autoritariamente, como hacían algunas de mis primas en Lepidor, pero había algo en ella que provocaba el apoyo de todos los demás.

Con todo, nuestra amistad continuó, aunque en varias ocasiones sentí celos de sus habilidades y del hecho de que todos prestasen siempre atención a sus palabras. Sin duda, Palatina había gozado de una buena educación, pero no era la más inteligente de todos. Entre otras asignaturas, se nos enseñaba liderazgo y capacidad de conducción: Palatina podría haber dejado de asistir a esas lecciones sin que se notase la diferencia. Sabía de cabo a rabo todo cuanto se nos decía y me sorprendió que esos conocimientos hubiesen sobrevivido a su pérdida de la memoria.

Durante cuatro semanas buceamos en las profundidades del gigantesco e infinito océano de Aquasilva sin cruzarnos ni una sola vez con otra embarcación, aunque ¿qué posibilidades había de toparnos con alguna en tan vasto océano? Ya era bastante raro divisar otro buque en la gran bahía que rodeaba a Taneth, de modo que mucho más lo sería en las abiertas aguas del océano. Por otra parte, sufrimos una sola tormenta submarina, una tempestad sumamente violenta que observamos aferrados a las sillas del compartimiento de observación, pero que fue soportada con habilidad por los experimentados marinos. Durante la mañana retomamos nuestro rumbo anterior (eso supuse) y proseguimos el viaje como si nada hubiese ocurrido y sin más incidencias. Aunque hubiese deseado ver alguno, no nos topamos con monstruos marinos como los levíatanes o los kraken. Supongo que jamás atacarían a una manta tan grande como el
Estrella Sombría
.

Equatoria, Taneth y Sarhaddon quedaron en un rincón de mi memoria, olvidados durante el tiempo de rutina y camaradería de la vida a bordo. Aprendí a jugar al ajedrez con Ghanthi, un tanethano de carácter tranquilo, y, aunque por lo general fui derrotado, como media demostré ser mejor jugador que Palatina.

Cada mañana se nos brindaba una hora y media de entrenamiento para el uso de armas en el compartimiento de ejercicios, bajo la atenta dirección del experto en armamento del Archipiélago, que igualaba la destreza de mi padre con la espada, y nos enseñó además a disparar armas de fuego controladas por éter. No me sorprendió que Palatina fuese la mejor con la espada, seguida por Darius, Ravenna y yo, aunque eso no me preocupaba demasiado. Ghanthi era hábil con el arco y la ballesta, como los demás, incluyendo a una chica que logró el mejor lanzamiento con arco. No era habitual que las mujeres fuesen entrenadas en las armas, pero los herejes carecían de los prejuicios contra las mujeres combatientes de los que hacía gala el Dominio. Uno de los jóvenes, con gran pesar, demostró ser inútil con la mayor parte de las armas, hasta que el maestro lo probó en lucha y lanzamiento de dagas. Dotado en esa disciplina, desde entonces consiguió disfrutar del entrenamiento en armas como el resto.

A lo largo de esas semanas no se nos enseñó nada acerca de los principios centrales de los movimientos heréticos, sólo nos brindaron algunos detalles insignificantes, lo que aumentó nuestro apetito de más. Ukmadorian nos prometió que el resto nos lo enseñarían cuando llegásemos a la Ciudadela.

Nunca había prestado servicios en una manta tan grande como ésta, por lo que le rogué al timonel que me cogiese como aprendiz temporal durante el trayecto. Así fue como comenzó a despachar

una avalancha de nombres de todas las partes y componentes, incluyendo indicaciones sobre cómo conducir la nave (la parte más ardua del aprendizaje). Palatina y Ravenna se unieron a mí cada tanto; eran muy
,
gratos los escasos instantes en que Ravenna lograba contener su afilada lengua.

Tres semanas y cuatro días después de la partida avistamos las primeras islas del Archipiélago. Ukmadorian ordenó al capitán aproximar la manta a la superficie para que pudiésemos con templar la llegada y, durante las siguientes dos horas, por supuesto, estuvimos todos acodados en estribor. Pasé largo tiempo en la barandilla, fascinado por la visión de lo que me parecía el paraíso. No había allí inmensas montañas con diminutas franjas costeras de tierra estéril ni árboles marchitos. En cambio, había interminables y redondeadas playas de arena que abrían paso gentilmente a una bella ensenada azul. Detrás se extendía una verde y purificante extensión de tupida vegetación, con pequeños y ocasionales claros.

Esa tarde me encontré a Palatina mirando absorta su copa de vino en la cabina de popa. Ya estaba cayendo el sol y todos los demás se habían dirigido al compartimento de observación para contemplar cómo pasábamos frente a otra isla. Había en sus ojos una expresión de congoja que no le había visto antes.

—¿Qué te ocurre? —le pregunté con preocupación.

—Han pasado ya tres meses desde que fui acogida por Hamílcar, tres meses a lo largo de los cuales sólo he logrado recordar ínfimos detalles sobre mí misma. Pero incluso en esos casos lo que recupero no son palabras, sino imágenes que flotan en mi mente. Estas islas me recuerdan mi hogar, Cathan. No puedo recordar su nombre, ni nada, pero he vivido en unas islas como las que estamos viendo. Me hago ilusiones de encontrar alguna clave, pero luego recuerdo que hay decenas de islas en el Archipiélago. Y aquí toda la gente se parece a ti o a mí. ¿Estás seguro de no haberme visto nunca antes, o a algún pariente que se pareciese a mí?

—No soy hijo biológico de mi padre —le respondí—. Fui hallado en Tumarian y, no tengo más pistas que tú sobre cuál es mi verdadera familia.

—¿le dijo algo tu padre en Taneth?

Iba a contestarle cuando Ghanthi entró corriendo en la sala. —Supuse que seguíais aquí —advirtió—. ¡Venid pronto, hay una estrella fugaz!

La triste expresión se esfumó del rostro de Palatina, que regresó a su habitual simpatía. Subimos a cubierta y vimos la blanca estela del astro cruzando el cielo hacia el noroeste. Recordé el antiguo refrán según el cual la visión de una estrella semejante anunciaba la muerte de un gran hombre, y me pregunté quién sería. Dos días después de ver la estrella llegamos a la Ciudadela.

No podía saberlo entonces, pero el día que vimos la estrella Halezziáh soltó su último suspiro en los apartamentos de los primados en la Ciudad Sagrada. Pasarían otros tres meses hasta que nos llegasen en el distante Archipiélago noticias sobre su sucesor.

CAPITULO X

Era la isla más grande de todas las que habíamos pasado hasta entonces —Ukmadorian dijo que medía unos dieciséis kilómetros de largo— y albergaba en su región central una pequeña montaña. Sobre su base podían verse valles, acantilados y crestas. Fue en una de las cimas, que se prolongaba en dirección al mar como una península, donde se edificó la Ciudadela.

No parecía en absoluto una construcción dedicada al servicio de la Sombra: había sido levantada en piedra blanca, o bien pintada luego de blanco, y se extendía a lo largo de la cresta, en algunas partes casi a ras de la costa. Tenía el tamaño de una ciudad pequeña, aunque sin duda ésa era sólo mi primera impresión.

Nos acodamos todos en la proa, contemplando la isla, que parecía cada vez más grande, y al acercarnos aún más pudimos distinguir detalles, como gente caminando en las playas de blanca arena. Había incluso personas nadando en el mar, según observamos cuando el capitán viró el Estrella Sombría rumbo a una amplia cala que conformaba el puerto, justo bajo el límite del territorio de la Ciudadela. No parecía existir ningún puerto submarino, lo que no me sorprendió; eran infraestructuras caras sólo imprescindibles si era necesario descargar mercancías.

—¿Se puede nadar en el mar aquí? —le preguntó Ghanthi a Ravenna, que parecía feliz de volver a su hogar (si es que éste era su hogar). Recordé que había llamado «tío» a Ukmadorian, pero aunque él era haletita, ella sin duda era del Archipiélago.

—Sí. Cuando tengáis tiempo libre y os apetezca, incluso si es de noche.

Me alegró oír eso, ya que en Taneth la mayor parte de las aguas estaban demasiado contaminadas para que los peces las habitaran. No me imaginaba lo que hubiese sido pasar un año entero sin poder nadar. Ghanthi vivía en la vertiente del río Ardanes, que probablemente tendría también sucias sus aguas.

Había en el puerto numerosas embarcaciones pequeñas junto a un par de remolcadores de más de diez metros de largo y una gran corbeta con armamento. Las de mayores dimensiones llevaban ondeando en sus mástiles principales banderas negras con una enorme y brillante estrella plateada y unas seis más pequeñas cuyo diseño no pude reconocer. Una bandera idéntica flameaba sobre la Ciudadela.

El Estrella Sombría
atracó junto a un muelle situado exactamente debajo del acantilado, supongo que porque allí las aguas eran más profundas. En el muelle nos esperaba un comité de recepción de alrededor de diez personas. Mi equipaje y el de Palatina (eso último me pareció verdaderamente extraño, ¿cómo sabían que ella lo necesitaría?) habían sido recogidos de nuestras respectivas habitaciones en Taneth antes de nuestra partida. Ya por la mañana había depositado mis cosas sobre cubierta junto a las de los demás. Las cogí y, antes de desembarcar y seguir a mis compañeros a lo largo del muelle, agradecí al capitán sus enseñanzas. Él recibió mi gesto con una amplia sonrisa y me recomendó retener todo en la memoria.

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