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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Herejía (34 page)

BOOK: Herejía
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—Puedo disfrutar de un conflicto, no de una guerra. Pese a eso, prometamos que volveremos al Archipiélago alguna vez, quizá cuando todo haya acabado. No nos hará ningún mal.

—Prometido. Me encantaría poder sentarme algún día de este mismo modo en las costas de Thetia, que Thetia volviese a ser como fue. ¿Por qué tendrá el Dominio que destruir todo lo que toca?

—El Dominio fue fundado gracias a la traición, sobrevive gracias a la traición. Pero no olvides lo que has aprendido, Cathan. Los habitantes de Tuonetar intentaron destruir este mundo. Llegaron en nombre de la paz y derramaron mucha sangre. Asesinaron a millones de personas, pero no vencieron. Nosotros todavía estamos aquí, el mundo todavía está aquí. El Dominio es apenas una sombra de lo que fue Tuonetar. Y al final no vencerá.

—En este preciso instante, confieso que a duras penas puedo afirmar quién soy en realidad.

—Es extraño, en los últimos días encontraste las primeras pistas sobre quién eres y yo me vi obligada a recordar quién soy. Sin embargo, lo que más desearía es poder olvidarlo.

Me sentía demasiado extasiado para responderle, pero en algún rincón de mi mente me preguntaba por qué Ravenna tenía siempre todas las respuestas y por qué yo siempre la seguía.

Conversamos durante largo rato y por primera vez no discutimos sobre nada. Seguimos hablando alrededor de una hora, hasta que cedimos al silencio más por cansancio que porque nos faltasen cosas que decir. Diría que eso era todo cuanto ella deseaba entonces y yo todavía no sabía bien qué pretendía con ella. Nos acostamos uno junto al otro, detrás de unas rocas situadas en la parte más elevada de la playa, para que nos protegiesen del sol de la mañana.

—Deben de existir tantas cosas más allá de las que conocemos en este mundo —dijo con aire soñador y los ojos fijos en la inmensidad del cielo—. Cosas más allá del Dominio y de nuestros intereses, quizá algunas respuestas...

—¿Respuestas a qué?

—A tantas preguntas. Cada pregunta debe tener una respuesta. O si no, ¿dónde estaríamos?

Alcé ya también la mirada al cielo y mis ojos comenzaron a cerrarse. Apenas llegué a distinguir una titilante mota de luz que se movía en el cielo más veloz que cualquier estrella.

—¿Qué crees que es eso? —le pregunté a Ravenna señalando lo que había avisto.

—¿Una parte de la historia? ¿O quizá el futuro? ¿Quién sabe? Cambió levemente de posición.

Seguí con la mirada la extraña mota de luz en su curso a través del cielo hasta que mi mente abandonó toda meditación y me dormí junta a Ravenna, que había apoyado la cabeza en mi hombro.

Tercera Parte
CAPITULO XVI

Nos topamos con los piratas a menos de cincuenta kilómetros de Pharassa, después de un viaje largo y sin incidencias.

Estaba jugando a las cartas con Palatina, Ravenna y otro joven de Océanus en el camarote de Palatina, uno de los más amplios de la planta superior de la cubierta del
Estrella Sombría
. Quedaban tan pocas personas a bordo que podíamos escoger los camarotes casi a voluntad, y nos habíamos apropiado de las suites diseñadas originalmente para el almirante y sus asistentes en los tiempos en que la nave era utilizada en combate.

Sonó la alarma, una especie de estridente gemido que cortó de golpe nuestra conversación y me hizo saltar del susto. Ravenna, que estaba repartiendo las cartas, dejó caer el mazo con violencia y la baraja se esparció por el suelo mientras soltaba un taco.

—Qué pasa ahora? ¿Nos visita una escuela de delfines? —dijo mientras se agachaba para recoger las cartas.

—Vayamos a ver —propuso Palatina. Entonces echó la silla hacia atrás, se incorporó y se dirigió hacia la puerta—. Olvidad el juego por ahora.

Salimos del camarote y la seguimos a lo largo del pasillo. El sonido de la alarma resonaba en las paredes y los paneles rojos del techo centelleaban. Se abrieron otras puertas y de ellas salieron dos o tres jóvenes más.

La cubierta empezaba a inclinarse ligeramente cuando llegamos a la escalerilla principal, y tuve que aferrarme a la barandilla para mantenerme en pie. Observé que varios marineros pasaban corriendo por la base de la escalerilla dos niveles más abajo y pude oír las órdenes que les gritaban desde el puente de mandos.

Lo primero que vi cuando alcanzamos el puente y nos agarramos a las barandillas de la parte posterior (fuera del paso de la tripulación) fue la escena en la mesa de éter. Durante semanas enteras, cada vez que había estado allí no había visto más que la imagen del
Estrella Sombría
navegando a través del océano vacío. Ahora era posible observar otras mantas.

Una de ellas parecía un buque mercante, pero como el respaldo de una de las sillas se interponía en mi campo visual, no pude distinguir los colores de su enseña para averiguar a qué familia pertenecía. Las otras mantas eran dos pequeños y elegantes buques corsarios, compactos y fuertemente armados. El primero de ellos perseguía a la manta mercante, que navegaba describiendo extraños trazos en un desesperado esfuerzo por eludir el fuego de los cañones. Esperaba ver la insignia familiar durante alguna de esas maniobras. El otro buque corsario se dirigía directamente hacia el
Estrella Sombría
. Me pregunté por qué se mostraban tan seguros de sí mismos. Incluso un crucero de combate desmilitarizado podría hacerles frente.

—¡Abran fuego! —ordenó nuestro capitán, y contemplé cómo tomaba vida el armamento de nuestra nave. Sentí el palpitar de más cañonazos, en esta ocasión dirigidos contra los piratas, seguidos por la llamarada de un par de torpedos expulsados desde las plataformas inferiores de lanzamiento.

—He identificado a los piratas —dijo alguien de la tripulación que había estado todo el rato detrás de nosotros trabajando en una consola de información—. Según nuestra base de datos, son fraga tas robadas a la armada de Cambress hace unos dos años y que ahora integran un grupo corsario que opera en las afueras del norte de Equatoria. ¡Son buques con doble reactor!

—¡Elementos! —exclamó el capitán exhibiendo en el rostro una repentina preocupación—. ¡Incrementemos el campo de fuerza tanto como nos sea posible y disparemos las cargas de presión!

Me aferré a la barandilla cuando el primero de los cañonazos piratas cayó con un ruido sordo sobre el
Estrella Sombría
, pero sus campos de protección lo desviaron sin producir daños en la superficie de la nave. El capitán se veía preocupado y no era para menos. Yo no me había enfrentado nunca antes a un buque con doble reactor, pero durante el viaje de ida a la Ciudadela el jefe de maniobras del
Estrella Sombría
explicó que el hecho de tener dos reactores en lugar de uno aumentaba cuatro veces el poder de fuego y la fuerza defensiva de una nave.

—¡Señor, las cargas de presión son ilegales y la manta mercante podría denunciarnos!

—¡La familia a la que pertenezca la manta mantendrá la boca bien cerrada si sabe lo que le conviene! ¡Dispara esas cargas!

—¡A la orden, señor!

Dos cargas de vacío negro salieron despedidas del depósito de armas situado en la parte inferior del
Estrella Sombría y
siguieron rumbos diferentes: una dirigida hacia arriba del buque pirata y otra hacia abajo del mismo. Me pregunté qué efecto tenía exactamente una carga de presión (supuse que era un modo de salvar el problema de los campos de éter).

Unos momentos más tarde pude saberlo a ciencia cierta, cuando ambas cargas de vacío explotaron en línea directa contra el buque pirata (la primera estalló a cierta distancia de su cubierta) . Poco después, la manta enemiga fue impulsada hacia arriba, como si la empujase una mano gigantesca, y a continuación hacia abajo con idéntica fuerza. Cesaron sus disparos. De inmediato, la otra nave pirata interrumpió su ataque contra la manta mercante y se aproximó a toda velocidad a su compañera herida.

—Mantened el fuego hasta que huyan —ordenó el capitán. Mientras todo esto sucedía se había hecho en la sala un profundo silencio, y nosotros seguíamos las operación a través de las luces en la mesa de éter.

Entonces comenzaron a moverse las aletas del primer buque pirata y, escapando de los persistentes cañonazos del
Estrella Sombría
, los dos atacantes se alejaron esfumándose en la oscuridad del océano. Nuestro capitán parecía satisfecho.

—Antes de que abramos un canal de comunicación con la manta mercante, ¿podéis decirme a qué familia pertenece?

—Los colores son azul oscuro y plateado... No lo reconozco. —Familia Barca —intervino Palatina de forma instantánea—. Son amigos.

—Ah, son de tu familia, ¿verdad? —advirtió el capitán—. Lo había olvidado. Saludémoslos entonces, comandante. Proyección de puente. En unos instantes, la imagen de éter del puente del otro manta apareció en la pantalla principal del
Estrella Sombría
, interrumpiendo la visión del mar. Era posible distinguir a la tripulación del puente de mandos y, aunque jamás en mi vida había visto al capitán de la otra manta, hubo un rostro que reconocí de inmediato. Hamílcar Barca.

Presencié cómo Hamílcar y su capitán agradecían calurosamente la ayuda al capitán del
Estrella Sombra y
a su tripulación, y luego escuché el relato de los sucesos. Sin ninguna duda, los pira tas estaban contratados por la familia Foryth, enemiga de Hamílcar, con la intención de capturarlo a él y acabar con los negocios de su familia de un único golpe. Los habían empezado a atacar varios kilómetros atrás, y la manta de los Barca intentó en vano superarlos en velocidad. Nosotros habíamos llegado en el momento justo, pues sus campos de protección estaban a punto de colapsarse.

Cuando Hamílcar concluyó su relato, Palatina dio un paso adelante.

—¡Palatina! —exclamó Hamílcar, y en su rostro serio apareció una sonrisa. Parecía tan paternal como la última vez que lo habíamos visto, pero su expresión denotaba mayor felicidad—. ¡En nombre de Ranthas! ¿Dónde has estado durante todo este año? Lo único que me dijo Elníbal fue que habías sido raptada por unos amigos suyos y que no regresarías en un año o algo así.

—No puedo explicártelo, al menos no todavía —dijo Palatina—. ¿Adónde te diriges?

—A Lepidor, a recoger el primer gran cargamento de hierro. Parecía verdaderamente un golpe de suerte, ya que eso nos ahorraría el lapso de espera en Pharassa.

—En ese caso, ¿podrías llevarnos contigo? —le pregunté

—Por supuesto —afirmó Hamílcar—. ¿Quién más os acompañará?

—Palatina, otra amiga y yo.

Hamílcar miró a Ravenna con cierta desconfianza cuando la vio aparecer por el pasillo y su recibimiento fue menos caluroso de lo que esperaba. La propia Ravenna parecía igualmente reservada y me pregunté cómo era posible que ya le cayese mal a Hamílcar si ni siquiera había abierto la boca. Buscaba en mi mente una explicación a su silencio, que se había iniciado después de la última noche en la Ciudadela, pero no podía comprender cuál era el problema. El
Estrella Sombría
se acopló a la manta de Hamílcar, el
Fenicia, y
la asistió para reparar algunos de sus daños. Por si volvían a atacar los piratas, el capitán del
Estrella Sombría
le cedió también un suplemento de armas, incluyendo dos cargas de vacío, aunque advirtiéndole al comandante del
Fenicia
que sólo debían ser utilizadas en circunstancias extremas. Una vez completadas las transferencias y las reparaciones, le dijimos adiós al capitán del
Estrella Sombría Y
a los jóvenes que todavía estaban a bordo, y las dos naves separaron sus rumbos. El
Estrella Sombría
partió hacia Pharassa para desembarcar a los últimos acólitos de la Sombra y recoger a los que se convertirían en los estudiantes del siguiente año. El
Fenicia
partió hacia el norte, en dirección a Lepidor.

Esa noche, los tres cenamos con Hamílcar, que no pudo encontrar el modo de excluir a Ravenna. Ambos intercambiaron unas pocas y frías palabras, pero por lo general se ignoraron entre sí.

—¿Qué habéis estado haciendo durante los últimos dieciocho meses? —preguntó Hamílcar cuando se retiró el sirviente que había traído el primer plato, ensalada tanethana. Aunque me gustaba esa clase de ensalada, su sabor me resultaba extraño tras un año de platos típicos del Archipiélago, y comí con lentitud.

—No podemos decírtelo —respondió Palatina—. Hemos jurado no hacerlo.

—¿Es algo relacionado con el Dominio? No tengo mayor aprecio por el Dominio que tu padre, Cathan.

—Palatina, recuerda lo que acordamos —intervino Ravenna antes de que aquélla pudiese decir algo más—. Cathan y yo todavía corremos mayor peligro que tú.

—Ravenna —respondió Palatina con rapidez—, si Hamílcar le cuenta algo al Dominio lo arrestarán a él también. Además, confío en él.

—Nunca confíes en un tanethano —afirmó Hamílcar con tono de galante reprobación.

—Mi madre me dijo que nunca confiase en alguien que podía beneficiarse al traicionarme —agregó Palatina encogiéndose de hombros—. Si él nos traiciona, arruinará también a Lepidor, así que ¿por qué desearía hacerlo? Además, Hamílcar me salvó la vida en lugar de devolverme al mar como quien arroja un pez demasiado pequeño.

—Eso fue un regalo del mar, y no es mi costumbre ser ingrato —dijo Hamílcar, y su rostro mostró desconcierto—. Acabas de mencionar a tu madre. ¿Recuerdas ya quién es ella?

—Se llama Neptunia y es de Thetia. Mi padre está muerto, era Rheinhardt Canteni.

—¿El presidente Rheinhardt?, ¿el reformador de Thetia?

—¿Quién si no?

—Puedo apreciar el parecido —advirtió Hamílcar observándola detenidamente—. Estuve con él en una ocasión.

—¿Podemos ir al grano? —protestó Ravenna con fastidio—. ¿Vais a contarle todo por el mero hecho de ser un amigo? Aún no es uno de nosotros.

(¿Por qué tenía que hacer siempre esas interrupciones? ¡Estábamos presenciando un reencuentro, por el amor del cielo!) Palatina le lanzó una mirada glacial. Luego permaneció en silencio, al parecer perdida en sus pensamientos. Hamílcar tomó unos bocados más sin alejar la vista del rostro de Palatina.

—Es importante para el plan contar con la ayuda de una de las grandes familias —sostuvo Palatina con la mirada fija en las tinieblas que ocupaban los ventanales de la manta. Tras otro instante de reflexión se volvió para mirar a Hamílcar—. Tu interés es sacar beneficios económicos, ¿verdad? Cuantos más obtengas, mejor.

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