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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Herejía (32 page)

BOOK: Herejía
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Atravesar medio mundo en una semana... no, ni siquiera los thetianos podrían viajar tan de prisa. Pero... ¿quién más podía ser? Una thetiana de pura sangre entrenada para liderar, para gobernar y con un impecable dominio de la lengua thetiana (don del que había sacado gran partido durante las fingidas batallas con las demás ciudadelas).

Y lo más importante de todo, al menos en lo que me concernía, es que era mi prima, el único lazo con mi familia verdadera. Eso era algo innegable para cualquiera que nos hubiese visto juntos.

—¿Quién te parece que es, entonces? ¿Una espía del Dominio que ha pasado los últimos cinco años entrenándose para pretender ser otra persona e infiltrarse en casa de la familia Barca?

—¡No en casa de los Barca, sino en nuestra casa! Son perfectamente capaces de hacer algo semejante.

—¿Insinúas que es una impostora? —pregunté.

—No. Digo tan sólo que hemos confiado en ella, le hemos permitido liderarnos, y todo eso ignorando quién es en realidad. .Es mejor asegurarnos que lamentarlo luego.

—¿Y qué propones que hagamos al respecto?, ¿conducirla ante el emperador y preguntarle si puede confirmar o no su identidad? —Claro que no, tonto. De ningún modo debemos implicar a más thetianos de los que sean necesarios.

—A propósito, ¿qué ocurre entre tú y los thetianos? —presioné—. A Ukmadorian le encanta asegurar que no tenemos ninguna relación con la gente de Tuonetar, pero nunca pierde la oportunidad de criticar a los thetianos, y tú haces lo mismo.

—Él es un haletita, y a los haletitas no les gustan los thetianos. ¿Es demasiado complicado para que se te meta en la cabeza? —¿Por qué no dejas de burlarte de mi inteligencia? ¿O es que estás en un nivel superior de la existencia?

—Esta tarde pareces exhibir una absoluta falta de razonamiento. —Mi prima cayó de un acantilado esta misma mañana. Te suplico que disculpes mi falta de concentración.

—Tu prima asegura ser pariente del emperador. Y no sólo eso, sino una mártir thetiana llamada a salvarnos del Dominio.

—Eso se llama venganza. El Dominio detesta a los republicanos de Thetia casi tanto como el emperador, y aquél no tuvo ningún escrúpulo en asesinar a su padre.

—Es curioso ver cómo conjuraba ella contra el Dominio inclu
so antes
de recuperar la memoria. ¿Estás seguro de que perdió la memoria en algún momento? ¿O se trata de una brillante actriz que nos ha engañado como a idiotas?

—¿Es que todo debe tener segundas intenciones? —protesté. —Sucede que me parece sospechosa la resurrección de una republicana de Thetia, cuya declarada misión es salvarnos a todos del Dominio. Quiero decir que, entre toda la gente, sea precisamente una thetiana. Lo único que hacen los thetianos es emborracharse y organizar orgías.

—¿Por eso te desagradan? ¿Es que tu gente es un dechado de

virtudes, que nunca bebe ni tiene amoríos, ni pierde la oportunidad de criticar a los demás? —Hice una pausa—. ¡Por el amor de Thetis! ¡Ni siquiera sé de dónde eres! Si es que perteneces a este mundo...

—¡Mi gente vivía en ciudades cuando tus ancestros no poseían más que chozas, pero entonces lo destruisteis todo! —respondió, furiosa.

Entonces se produjo un silencio y ambos fuimos conscientes de lo infantil de nuestra discusión. Y de que, sin pretenderlo, ella había hecho una revelación.

—¿Destruirlo todo? —repetí quebrando el denso e incómodo silencio que sobrevino—. No sabía que tuvieses lazos tan cercanos con Tuonetar.

—Tuonetar no es el único pueblo más antiguo que los thetianos. Ravenna parecía haber olvidado que lo único que me hacía thetiano era la sangre.

La historia de Qalathar se remontaba más de dos mil años atrás: era el único lugar que me imaginaba más antiguo que Tuonetar. Pero ella no provenía de Qalathar, al menos no por completo; su piel era demasiado clara y sus huesos demasiado finos.

—¿De dónde procedes entonces? —interrogué, esperando que no volviese a negarme la respuesta.

—Vosotros lo llamáis Alto Qalathar, pero nosotros lo llamamos Tehama.

CAPITULO XV

Estaba más perplejo que cualquier otra cosa. Ese día no parecía destacar por mi lucidez. Sin embargo, ¿era eso tan sorprendente, dado todo lo que la gente me había estado contando?

Concretamente, ¿es que alguno de mis amigos era un ser humano corriente? De hecho, había podido asimilar sin problemas que Palatina afirmase ser la prima del emperador, a pesar de no estar del todo seguro de creerlo. Ravenna había sugerido que Palatina podía ser quien pretendía, pero que era improbable.

Por cierto, había escuchado con anterioridad el nombre de Tehama. Ese pueblo se alió inexplicablemente a Tuonetar durante la guerra y, una vez acabada la misma, los thetianos les devolvieron la jugada aislándolos, destruyendo toda posibilidad de contacto entre ellos y el mundo exterior. Quedaron solos y a su suerte en las alturas de su meseta, por encima de Qalathar. ¿Seguían allí doscientos años más tarde?

—No es tu día, ¿verdad, Cachan? —me comentó Ravenna con compasión, un sentimiento que nunca esperé que expresase. Era algo que, como pude comprobar luego, sólo salía a la luz con muy poca frecuencia.

—¿Cómo pretendes que crea tal cosa? —le pregunté, todavía perplejo. ¿Qué sucedía?, des que todos mis amigos eran unos dementes?—. En dos siglos no se ha sabido de ellos prácticamente nada.

—¿Te sorprende? Nadie puede comerciar con nosotros y, por lo tanto, se nos ignora. Esto es el Archipiélago, recuérdalo. Y aquí el comercio lo es todo. Hace ya mucho tiempo que nos olvidamos de Tuonetar, pero, como resulta tan arduo entrar o salir de nuestro territorio, sólo lo sabemos nosotros. De ese modo, el Dominio no se entromete en nuestros asuntos.

No estaba con ánimos para otra pelea y no deseaba permanecer allí, en la oscuridad, discutiendo con e11a. Ya había visto demasiadas cosas imposibles en un solo día. A pesar de eso, no hallaba el modo de interrumpirla para decirle que me iba a dormir.

—¿Por qué os mantenéis aislados? Sin duda no es tan difícil entrar o salir si no tenéis que preocuparos por el Dominio.

—¿No has aprendido nada en todo este año, Cachan? Ellos jamás se rinden. Crees que seguirían dejándonos en paz si se enterasen de que Tehama es algo más que un patético puñado de aldeas?

¿Por qué insistía Ravenna en ponerme otra vez a la defensiva? —¡Por los Elementos, Ravenna, cálmate! Dije una estupidez y lo siento.

Ya había sido suficiente para mí. Me volví y caminé un par de pasos en dirección a la puerta, removiendo al hacerlo el polvo del suelo.

—¡Cachan, por favor! No quise ofenderte.

—Por otra parte, apara qué me dices todo esto? —inquirí.

Sin esperar una respuesta, abrí la puerta y salí. Me alejé de Ravenna tan rápidamente como pude a lo largo de los pasillos desiertos hasta que encontré mi habitación y cerré la puerta detrás de mí.

Estaba enfadado con ella por haberme forzado a caer en esa inútil retórica, pero también estaba enfadado conmigo mismo y no acababa de comprender el motivo. Me temblaban las manos cuan do cogí un vaso de agua, y no intenté dormir. En cambio, fui hasta la estantería, cogí una de las copias de la Historia de Carausius y releí algunos pasajes una y otra vez, con la esperanza de encontrar alguna referencia que me ayudase.

No di con nada parecido y pasaba de las tres cuando dejé el libro, disolví la fría y plateada luz de las sombras que iluminaba mi lectura y me acosté para dormir un poco.

Incluso así no logré descansar. Mis sueños estuvieron poblados de pesadillas en las que era torturado por el Dominio, con la salvedad de que todos los torturadores tenían el rostro de Ravenna. Palatina volvía a rodar por el acantilado, pero cuando yo llegaba al sitio en que había caído su cuerpo ya no se encontraba allí y, en su lugar, estaba el cadáver gris de Aetius IV, con ojos muertos y marcado por terribles heridas.

No tuve respiro hasta que alguien me sacudió para que despertase.

Por poco no arremetí en su contra, pensando que formaba parte de mis pesadillas. Entonces comprendí que no era así, miré a mi alrededor y constaté que todo seguía oscuro. Ravenna estaba arrodillada junto a mi lecho y yo, sin pensarlo dos veces, enderecé mis sábanas.

—¿Qué quieres ahora? —le pregunté, con la cabeza aún obnubilada por el sueño. Como siempre, volvía a sentirme en desventaja.

—Tu padre es la única persona que puede ayudarnos. Él debe de saber quién eres, quizá incluso pueda ayudar a Palatina. ¿Deseas regresar a casa?

—¿Cómo? —dije confundido.

—Tiene que existir una manera. Te lo aseguro. Debería resultar más sencillo para ti que para mí.

—¿Y qué dices de Palatina? Debería dar el visto bueno. —Puede acompañarnos. Estuve con ella hace unos cinco minutos y está de acuerdo.

—Veo que has pasado una noche movida. Pues bien, si existe una manera, lo haremos.

En mitad de la noche y con la cabeza todavía llena de pesadillas no me encontraba en condiciones de tomar una decisión. Pero después de lo que había dicho Palatina ese día deseaba con desesperación averiguar quién era ella realmente. Y si el Vidente poseía la respuesta, aunque no estábamos seguros de ello, valdría la pena ir a visitarlo.

—Bien —afirmó Ravenna—. Bajo ninguna circunstancia menciones a Tehama, como no sea a Palatina o a mí. Incluso la gente del Archipiélago puede resultar peligrosa.

—No lo haré —prometí somnoliento.

Se puso de pie y salió por la misma ventana por la que había entrado, dejando en el aire un recuerdo de su aroma.

Cuando desperté, ese olor fue lo único capaz de convencerme de que nuestra conversación no había sido un sueño.

Ukmadorian nos convocó a Ravenna y a mí a su estudio la noche previa a la partida del
Estrella Sombría
. La sala estaba iluminada por seis o siete candelabros y una acre lámpara de aceite que creaba extrañas sombras en los muros. Por algún motivo, le disgustaba la luz del éter, quizá le perturbase demasiada innovación.

—Cathan, me he enterado de que planeas partir mañana —comentó con dureza y seriedad.

—Es verdad —admití manteniendo el rostro inexpresivo.

—Has pedido ser entrenado como mago, lo que implica que eres un miembro permanente de la orden de la Sombra y que te encuentras bajo mi responsabilidad. Tu entrenamiento aún no ha concluido.

—Mi entrenamiento consiste ahora en dos horas de práctica cada noche —advertí—. Ya no tengo nada que hacer aquí.

—Eso lo decidirá el Consejo.

—El Consejo es incapaz de tomar ninguna decisión —intervino Ravenna—. Ni siquiera es capaz de ponerse de acuerdo para aplazar una reunión.

—¡Silencio, Ravenna! Ahora estoy hablando con Cathan —gritó Ukmadorian perdiendo la calma.

Ella no respondió. Entonces el rector volvió a mirarme y prosiguió con su discurso:

—Te advertí hace nueve meses que no podrías regresar con los demás. En aquel momento no presentaste ninguna objeción.

No fue una advertencia, sino una indirecta. Nunca tuve interés en permanecer aquí más tiempo que los demás. Partí de mi tierra con la intención de regresar en un lapso de tres meses. Ya llevo fuera de mi hogar un año y tres meses. Además, no existe nadie en el Archipiélago que pueda revelar mi verdadera identidad, así que me iré a casa y veré si consigo encontrar a alguien que lo sepa.

—¡No podemos arriesgarnos a enviarte al mundo exterior! —Soy perfectamente capaz de cuidarme en el mundo exterior. No tengo ninguna intención de permanecer en esta isla el resto de mis días mientras vuestro Consejo titubea. Debo hacer algo con mi vida y, por otra parte, no te pertenezco.

—La grosería no te llevará a ningún sitio, Cathan —sostuvo con frialdad. Todo rastro de su amabilidad había desaparecido—. Sencillamente puedo prohibirte partir. Tengo medios para impedírtelo.

—¡Ukmadorian, él no es un ermitaño, y yo tampoco! —espetó Ravenna—.Y tú no pareces tener intención de permitirme escapar jamás de tu lado, y mucho menos regresar a mi hogar.

—¿Tú? ¡Tú tienes todavía menos derecho que Cathan, Ravenna! No puedes exponerte al peligro, y al mismo tiempo poner en peligro a tu gente, de esa manera. Escuchad ambos. Debéis detener este sinsentido. El Dominio cuenta con agentes que pueden detectar a cualquiera de los dos incluso en medio de una ciudad. En el momento en que hayáis puesto un pie en un lugar grande y poblado caerán sobre vosotros.

—Eso es absurdo —comentó Ravenna con fastidio—. Es una fantasía digna de ti y de tu repugnante Consejo. Desteje tu red de mentiras y juzga cuánto bien te hace. Ya cumplí los dieciocho hace un año y medio, así que tu tutela sobre mí ha acabado oficialmente. No estoy viviendo mi vida en esta isla, obedeciendo tus órdenes. Me iré con Cathan y Palatina. Quizá algún día incluso regrese a casa.

Ravenna estaba imparable, rompiendo los lazos que nos unían a la orden de la Sombra. Me sorprendió mi propia calma; un año atrás jamás hubiese sido capaz de enfrentarme a Ukmadorian estando él de un humor semejante. Ahora, a pesar de que aún dependíamos de las reglas de la Ciudadela, no sentía ningún temor por lo que el rector pudiese hacer o decir. Me pregunté si ese cambio se debía sólo a mi desarrollo personal o si estaba relacionado con la influencia de Ravenna.

A continuación rompí mi brazalete y sus fragmentos se esparcieron por el suelo. El silencio que siguió fue absoluto y Ukmadorian empezó a mirarnos alternativamente mientras ambos seguíamos de pie frente a su escritorio. Por un instante, una expresión de desconcierto cruzó su rostro, pero la disimuló intensificando su ira. —¿Los dos? ¿Tan pronto me engañáis y decepcionáis?

—Es cosa mía si decido cooperar con Cathan y, además, hay otras cuestiones que no te conciernen.

—Sois la desgracia de la orden de la Sombra.

Había sido derrotado, pero no se daba cuenta. Después de lo que había dicho, ya no había modo de que nos convenciese de permanecer a11í. Y si intentaba obligarnos...

—No —expliqué con fervor idéntico al de Ravenna—, tan sólo queremos vivir vidas verdaderas en lugar de confinarnos en la isla jugando a las herejías.

Sin siquiera pensarlo ya estaba hablando en plural. Me hallaba tan furioso por el modo en que había intentado retenernos que no me contuve.

—En doscientos años no habéis conseguido nada con sólo permanecer en esta isla manteniendo a salvo a vuestros magos por si el Dominio los capturaba. ¡Es imposible vencer de esa manera!

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