Read Herejía Online

Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Herejía (52 page)

BOOK: Herejía
7.56Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Señor mío, Lijah Foryth es un hombre poderoso. ¿Desea que le diga eso empleando estos mismos términos?

—Si la familia Foryth pretende comportarse como si fuese un clan, deberé tratarla como si fuera uno —afirmó, y luego se le ocurrió otra cosa—.Y dile además,
en estos mismos términos
, que si durante la conferencia se hubiese comportado como un hombre civilizado en lugar de hacerlo como una bestia bárbara, probablemente tendría ahora el contrato que tanto ansía. Ahora puedes retirarte.

El tanethano no volvió a abrir la boca, pero saludó con una reverencia y salió del salón en medio de un denso silencio. Las puertas se cerraron detrás de él con un renuente crujido.

Mientras daba por finalizada la reunión del consejo, mi padre nos pidió a unos pocos que lo siguiésemos, escalera arriba, hacia su sala secreta del consejo.

—Atek, ten preparado un sobre para enviar con un mensajero —ordenó cuando la puerta se cerró detrás de nosotros y nos sentamos—. Le escribiré al rey explicándole todo lo que sucede aquí. Sus conexiones con Taneth son fundamentalmente con la familia Canadrath, y ellos no son amigos de los Foryth.

—Señor, me temo que se trate de una reacción exagerada —advirtió Atek, mirando a su alrededor en busca del apoyo de los demás (Dalriadis, Shihap y yo)—. Eso podría exponernos a un peligro todavía más grande.

—Hoy parecéis un rebaño de ovejas, todos vosotros —respondió mi padre con una sonrisa en el rostro—. «No es conveniente hacer nada, reaccionar sólo empeoraría las cosas.» Mi hijo Jerian estuvo a punto de ser asesinado por agentes de Foryth y ¿vosotros me decís que adoptar cualquier tipo de medida es demasiado peligroso? ¿Quién más creéis que desearía dañar nuestro puerto? Si no hacemos nada, Foryth creerá que somos débiles y volverá a la carga con mayor fuerza.

—¿Pero qué sucedería si la carta no llegase a manos del rey? —insistió Atek—. ¿Qué pasaría si cayese en manos de uno de los aliados de Foryth dentro del clan Pharassa? Podría moverlo a intentar algo aún más drástico, quizá podría incluso poner al rey en contra de nosotros.

—Foryth carece de dinero suficiente para eso. Si sigue gastando fondos como hasta ahora, le llevará años de beneficios de un contrato de hierro recuperarlos. Además, siempre está el virrey imperial para contenerlo.

Al menos eso era cierto. El virrey, Arcadius Tar' Conantur, primo del emperador, odiaba a las familias de Taneth casi tanto como los thetianos. Al contrario que el resto de sus compatriotas del centro del imperio, se interesó activamente por el imperio (¿de qué otro modo hubiese podido convertirse en virrey?). Según me habían contado, casi todos ellos, incluyendo al antiguo emperador, malgastaban sus energías en orgías y fiestas rebosantes de bebidas alcohólicas. Arcadius tuvo que trabajar duramente para merecer su nombramiento, incluso pese a tener menos poder real que el que tenía mi padre.

Después de que Atek intentó por tercera vez disuadirlo de escribir la carta, mi padre nos pidió a todos que nos retirásemos y se sentó a redactarla sin la ayuda de Atek.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Shihap cuando nos alejamos por el pasillo y ya nadie podía escucharnos.

—Reducción de daños —espetó Atek, tan irritado como lo había estado mi padre—. Tú regresa a tu tienda, yo averiguaré cómo es la situación actual en Pharassa. Cathan, esa amiga tuya que vi vía en Taneth, pregúntale si sabe algo que pueda ayudarnos; sobre todo, cualquier otra cosa que sepa acerca de ese bastardo de Foryth.

—Ya te conté la mayor parte de lo que sabía de él —me dijo Palatina cuando la interrogué un poco más tarde, ese mismo día, en mi escondite de las alturas de palacio.

El hogar estaba encendido y había cerrado las cortinas pese a que todavía era media tarde. Había comenzado una nueva tormenta; el tiempo había sido atroz durante los últimos cinco días y no daba señales de mejorar. Los oceanógrafos concluyeron que era una supertormenta, que no se limitaba al frente de tormentas de Haeden. Dormir había resultado casi imposible debido a las constantes tormentas eléctricas y al sonido de los truenos, similar al de una carga de artillería durante una imaginaria batalla en el cielo.

—¿Cómo crees que reaccionará Foryth?

—No lo sé con seguridad. Hamílcar podría saberlo mejor, él ha tratado a Foryth durante mucho más tiempo que yo. Sé que nadie lo desafía jamás. Todos le temen demasiado. Y visita al Consejo de los Diez con tanta frecuencia como puede. Allí funciona un sistema singular: sólo es posible ser consejero durante un mes, y nadie puede serlo en dos ocasiones sin que medie un lapso de cuatro meses. Sin embargo, Foryth cuenta con aliados también en el Senado. En relación con las acciones de tu padre, quizá Foryth se enfurezca, o tal vez las ignore.

—Pero es más probable que se enfurezca...

—Sí —admitió Palatina recostándose en el sofá y contemplando las llamas de la chimenea—. Así que debemos imaginar qué hará a continuación, si es que podemos predecirlo.

La habitación se iluminó de repente con el blanco resplandor de un rayo, seguido por una sucesión de crujidos de ramas en el exterior del palacio, que decrecieron hasta desaparecer. Me alegré de que el tiempo no hubiese sido así nueve días atrás, durante mi descenso por el torrente.

—Hasta ahora hemos sufrido dos ataques piratas, el levantamiento de las tribus y el reciente sabotaje —resumí—.Y desperdicia su dinero rodeándose de gente como Mezentus.

—Es evidente que le agrada utilizar la fuerza, que no se anda con sutilezas. Tú no te habrías enfrentado a esta situación con ninguno de los demás clanes; ya estarías preparando la flota para resistir la invasión y declarando la guerra. Él piensa que es diferente porque pertenece a una familia de Taneth. Pero desea hacer mucho daño. —Palatina se inclinó hacia adelante, descansando la barbilla sobre una mano—. ¿Qué es lo que ganaría con ello?

—El contrato del hierro, por supuesto.

—En ese caso, ¿qué beneficio obtendría si los grupos tribales conquistaran la ciudad? ¿O si el puerto fuese destruido?
¿Por qué se concentra en Lepidor en lugar de hacerlo en la familia Barca? No
es algo fácil de entender. Por la mitad de lo que les ha pagado a esos nativos podría haber contratado una flota entera de buques piratas, con lo que habría dominado a cualquiera que se aventurase en las aguas, incluso a vuestra manta, llevando a Hamílcar a la bancarrota.

—Me pregunto si no lo hará esta vez. Hemos sido afortunados en dos ocasiones, pero no es probable que la suerte siga siempre a nuestro lado.

Palatina reflexionó por un momento.

—Tienes razón —dijo entonces—. Por eso debemos intentar anticiparnos a su próximo movimiento.

—¿Y cómo se supone que haremos tal cosa? Podría golpearnos con cientos de métodos diferentes y no podemos leer su pensamiento.

—O también podríamos ser los primeros en atacarlo. Creo que eso es lo que trata de hacer tu padre, lograr que el rey se vuelva contra Foryth. Incluso si quisiese invadir Lepidor, no podría hacerlo. No cuenta con un ejército lo bastante grande para derrotar a vuestras fuerzas y, además, a sus hombres no les está permitido abandonar Taneth.

Palatina hizo entonces una pausa y percibí en su rostro una mirada de intensa concentración.

—¿Qué me dirías de forjar una alianza con otra familia, con otro clan? —preguntó entonces—. ¿Alguien lo ha hecho alguna vez? —No que yo recuerde —dije mientras recorría en mi memoria las lecciones de historia—. Se produjeron nueve guerras entre grandes familias y clanes desde la fundación de Taneth. Hasta donde yo sé, casi todas ellas culminaron con la destrucción de la familia implicada. Al menos eso creo. De todos modos, a menos que él consiga aliarse con otro clan de Océanus, por ejemplo Lexan, el imperio se volvería en su contra. Foryth no podría llevar a las demás familias a semejante enfrentamiento, incluso entre los thetianos se produciría entonces una gran conmoción. Y si Lexan lanzase contra nosotros un ataque directo, Moritan y Courtiéres se unirían a nosotros. Lexan podría convocar a sus aliados y tendría lugar así una guerra civil. —Por lo tanto, existiendo idénticas fuerzas de uno y otro lado es improbable que Foryth planee un ataque directo.

—Así es.

Afuera, el cielo estalló con un nuevo trueno. Ya me había habituado después de los últimos tres o cuatro días. Me pregunté dónde estaría la gente del Archipiélago. Probablemente los aterro rizaron las primeras manifestaciones de la tormenta. jamás había tormentas de estas dimensiones en Qalathar ni en las islas más pequeñas (algunos de sus habitantes no habían visto una supertormenta en toda su vida).

—Bien, pues si no es eso... —Palatina bajó las manos con desilusión—. No podemos permanecer aquí sentados intentando imaginar sus pasos. Te he dicho todo lo que sé, pero necesitas averiguar más cosas. ¿Por qué no miras de ponerte en contacto con alguien que tenga espías dentro de la familia Foryth? Quizá Hamílcar conozca alguno.

—Para entonces podría ser demasiado tarde.

—Quizá resulte también una buena idea... —Palatina dudó un poco, pero luego siguió adelante—... que les pagues todo lo que les debes a los contratistas y a los gremios tan pronto como te sea posible. No gastes más dinero hasta no resolver el asunto de Foryth. De ese modo, si se las arregla para destruir algo, no tendrás que preocuparte por pagarles a los acreedores.

Me estaba pidiendo que me preparase para lo peor.

—Lo sugeriré —respondí—. Pero no creo que mi padre esté de acuerdo.

Se hizo entonces un incómodo silencio hasta que ella volvió a hablar.

—¿Recuerdas aquella conversación que mantuvimos con los del Archipiélago sobre el césped, el día de su llegada?

—Sí.

—Dijeron que el motivo por el que fueron enviados junto a Sagantha era que estaban apoyando demasiado abiertamente las herejías y la legitimidad de la heredera del faraón. ¿No te parece un poco extraño que fueran embarcados con destino a Turia?

No conseguí comprender lo que quería decir. Es cierto, me había parecido extraño; los pocos sobrevivientes de Tuonetar que vivían en el helado norte del continente tenían muy poco para intercambiar y, por lo general, no estaban interesados en establecer contacto con nadie, exceptuando a quienes los proveyeran de artículos básicos para su supervivencia.

—Es posible que Turia sea un sitio extraño, pero incluso quienes viven allí necesitan comerciar. Y allí no existe representación del Dominio.

—Ral Tumar, en el Archipiélago, es el único lugar con el que comercian regularmente. Pero aún hay algo que no cuadra. Turia tiene un acuerdo con el Dominio y los herejes no les gustan más que a éste. ¿Para qué irían allí entonces?

—En la práctica, el Dominio no puede arrestarlos en Turia. —Pero pueden arrestarlos los turianos, y son casi tan desagradables como el Dominio. Es decir, que, o bien ellos
de verdad
se dirigen a Turia y sucede allí algo importante o bien viajan a otro lugar completamente diferente.

Me pareció que Palatina exageraba la trascendencia de la cuestión. Después de todo, los turianos sabrían que los del Archipiélago eran herejes y ¿qué ganarían arrestando a la delegación de la
Esmeralda
? Quizá el Archipiélago no tuviese mucha influencia, pero, por cuanto había oído de él, Sagantha sí la tenía. ¿Acaso la amenaza de Foryth había convencido a Palatina de que todos tenían planes ocultos? Sin embargo había acertado tantas veces que no tenía intención de desechar su idea con tanta rapidez.

—¿Qué piensas entonces que están haciendo? —pregunté sin ocultar mi escepticismo.

—Tiene algo que ver con esa misteriosa «faraona> suya, estoy segura. Elassel dijo que el Dominio creía que la heredera del faraón estaba a bordo de la
Esmeralda;
en ese caso no viajarían rumbo a Turia, sino a otro sitio. Si estaba atravesando el extremo norte de esta isla (norte y no sur), ¿cuál podría ser su destino?

Me acerqué al enorme globo terráqueo que mi padre guardaba en un rincón. Palatina se puso de pie y se aproximó. La luz de las antorchas de éter parpadeaba al compás de los rayos en el cielo, lo que complicaba la lectura.

Establecí un recorrido a partir del norte de Haeden, moviéndome hacia el oeste en dirección al océano: Turia, Tumarian, Liona, las islas del Norte, Mons Ferranis... El último punto parecía improbable; se hallaba apenas unos miles de kilómetros al noreste de Qalathar, conque ¿qué sentido tendría un recorrido semejante? Ya habíamos discutido el caso de Turia. ¿Irían a Tumarian? No, siguiendo la ruta que habían emprendido. ¿Liona o las islas del Norte? Eran también provincias poco destacadas del Archipiélago. No había nada que saltase a la vista por sí solo en el mapa. Nada, con excepción de que, si iban a Turia, habían escogido la ruta más larga de todas.

—Creo que exageras un poco —le dije a Palatina, aunque sin estar demasiado convencido de mis palabras.

Pero Palatina no era la única con semejante punto de vista. Al día siguiente, mientras aún rugía la tormenta, alguien golpeó a la puerta de la oficina. Yo estaba sentado frente al escritorio y alcé, tenso, la mirada, preguntándome si no sería uno de los sacerdotes de Midian que venía a importunarme con algún aspecto del protocolo. Ya habían estado dos veces en el templo ese día, ambas para tratar asuntos triviales que Midian parecía considerar muy importantes. Mi padre había partido para realizar su visita el día anterior a que estallase la tormenta y no era probable que volviese a verlo por un tiempo. Entretanto, yo estaba al mando, como siempre contando con la colaboración de mi madre y de Atek. Al día siguiente supervisaría los cálculos presupuestarios semanales. Era la primera vez que asumía esa responsabilidad.

—Adelante —dije despegando la mirada de un tedioso documento sobre la renta y en realidad feliz por la interrupción, aunque se tratase de un sacerdote.

La puerta se abrió y entró Ravenna, empapada. ¿Era tan fuerte la tormenta? ¿O quizá venía caminando desde el extremo opuesto de la ciudad?

—Supuse que te encontraría aquí —dijo mientras se acercaba al hogar dejando a su paso un rastro de agua—. El tiempo es espantoso. No vengo de muy lejos, apenas desde la armería, y estoy empapada a pesar de este impermeable. ¿Siempre llueve de este modo?

—En primavera y otoño tenemos tormentas como ésta al menos una vez al mes. Y ruega no estar aquí en invierno; el tiempo se mantiene así durante semanas o meses.

BOOK: Herejía
7.56Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Death by Design by Barbara Nadel
Hunks Pulled Over by Marie Rochelle
Jonah Man by Christopher Narozny
Boys of Blur by N. D. Wilson
Master of the Senate by Robert A. Caro
Send Me a Cowboy by Joann Baker
Melinda Hammond by The Bargain
A Bodyguard to Remember by Alison Bruce