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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Herejía (51 page)

BOOK: Herejía
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Se abrió la escotilla y apareció un hombre con un uniforme cambresiano bastante deteriorado, que empezó a recorrer el muelle a toda prisa. Luego, otras personas salieron de la manta y noté nubes o corrientes de humo saliendo del interior de la nave.

Imaginé que el primero que había salido era el almirante Karao; en el cuello de su uniforme añil, que estaba rasgado por varios sitios y deformado en otros por quemaduras, se veían dos estrellas y las costuras de una tercera ausente. Tenía aspecto de thetiano (lo que alguna vez habían sido los cambresianos), de piel oscura y rostro levemente aplanado, con los rasgos característicos del Archipiélago.

—Bien venido a Lepidor, almirante Karao —dije—. Soy el vizconde Cathan.

—Muchas gracias —respondió él—. Me temo que no sea nuestro mejor momento; la mayor parte de nuestro equipaje se ha estropeado por las llamas.

Se hizo a un lado para permitirle el paso al grupo de tripulantes de la manta que ahora cruzaban el muelle. Algunos eran marinos cambresianos o del Archipiélago, que vestían los raídos uniformes verdes o azules, mientras que otros era civiles del Archipiélago. Se me ocurrió que estos últimos eran demasiados para constituir una delegación mercantil (había entre ellos unos pocos ancianos y mujeres, pero en líneas generales todos tenían más o menos mi edad).

—Permitidme presentaros a la delegación del Archipiélago que viaja a Turia —anunció Karao, y me presentó a unos cuantos civiles y marinos. Me pregunté por qué irían a Turia.

Yo, por mi parte, le presenté a quienes me acompañaban, y el almirante los saludó a todos con cordialidad. De todos ellos, alguien no le era desconocido: Ravenna.

—Otra vez tú —le dijo con una sonrisa que no llegó a reflejarse en sus ojos—. Me alegra volver a verte.

—Y a mí, almirante. Enhorabuena por tu ascenso; eras apenas un comodoro la última vez que tuvimos el placer de encontrarnos. Espero que recuerdes lo que te dije entonces.

—¿Cómo podría olvidarlo? Fuiste absolutamente directa al hablar conmigo.

—¿Ya me has reemplazado?

—Nunca podría reemplazarte, Ravenna. Cuento con una nueva tutora, pero es tu sucesora, no tu sustituta.

—Espero que te guíe mejor que yo.

—No tiene tu espíritu combativo ni tu don discursivo.

—Si me hacéis el favor de seguirme —advertí, obligado a interrumpir una charla tan fascinante—, buscaré un sitio donde podáis asearos.

Conduje a Karao y a su delegación hacia el palacio, donde el personal había sido alertado para recibir a sobrevivientes agotados y se habían dispuesto habitaciones para albergarlos. Un subordinado llevó a los tripulantes de la manta a la zona de marineros. Mientras subíamos hacia el palacio, el almirante nos explicó que la
Esmeralda
había sido atrapada por el extremo de un remolino submarino que la había sacudido con fuerza; de hecho, le había dado la vuelta. Por fortuna consiguieron escapar del centro del remolino, pues de otro modo habrían sido succionados y llevados a una muerte segura y espantosa. Todos los torbellinos eran peligrosos, yo lo sabía bien por mis estudios oceanográficos, pero los remolinos de las profundidades del mar eran sin duda los más grandes (aunque algunos especulaban que existían fenómenos aún más temibles, como remolinos en forma de anillo que podían chupar hacia adentro miles de kilómetros cuadrados de océano). Los torbellinos submarinos podían constituir en ocasiones embudos de varios kilómetros de ancho y cientos de miles de kilómetros de profundidad. Lo cierto es que la
Esmeralda
había escapado de milagro.

El almirante, que me pidió que lo llamase por su nombre de pila, Sagantha, era una persona muy agradable y habló durante casi todo el trayecto hasta el palacio. Cuando cruzamos los portales y vimos a los sirvientes y los miembros de la familia esperando para ayudar a la tripulación de la
Esmeralda
, que exhibía un aspecto lamentable, Palatina me dio unos golpecitos en el hombro y me dijo:

—Entre la delegación hay alguien que viene de la Ciudadela.

—¿De quién se trata? —De Persea.

La gente del Archipiélago, ya aseada y vistiendo ropa prestada, se unió a nosotros para almorzar en el gran salón. Persea parecía feliz de vernos a mí y a los demás, pero todavía no habíamos tenido tiempo de hablar con ella. Sin embargo, sí le pregunté a Ravenna de dónde conocía al almirante.

—Fui su tutora durante un tiempo, hace unos tres o cuatro años —explicó—, cuando él era cónsul cambresiano en Xianar. Uno de sus... socios comerciales... deseaba casarse conmigo, aunque, en realidad, deseaba casarse con mi fortuna. De manera que le dije que no me quedaría a vivir allí. Finalmente acabé en la Ciudadela y no había vuelto a ver al almirante desde entonces. Hasta ahora, por supuesto.

Me pregunté cómo había podido Ravenna desechar la protección de Sagantha. Los pupilos no podían cambiar sus tutoras sin permiso del rey, y no existía ningún monarca en el Archipiélago. Además, si ella era de Tehama, ¿cómo es que había llegado a ser tutora de Sagantha? ¿Por qué lo había dejado? «Tehama no era un sitio seguro» fue lo único que me respondió cuando se lo pregunté. «El sacerdote supremo, que es quien tiene el mando, posee allí un control absoluto sobre mi persona. Mi madre era muy rica por derecho propio, pero sus tres hermanos murieron y yo acabé también como única heredera de todo su fortuna. La familia de mi madre no quería que nadie de Tehama tocase el dinero, así que me convirtieron en tutora de Karao.»

Intenté imaginar el origen de sus riquezas. Los habitantes de Tehama no destacaban por sus actividades comerciales
y
... ¿por qué una familia rica del Archipiélago habría permitido que su heredera contrajese matrimonio con un hombre de Tehama?

Mientras yo comía con Sagantha y los demás, Tortelen y Dalriadis revisaban los daños de la
Esmeralda
.

—Reparar el exterior llevará unas tres semanas, quizá cuatro —fue su veredicto cuando los convoqué en la oficina de mi padre— ¿Deseáis que os conduzcamos a Pharassa para intentar conseguir otra nave? —le pregunté a Sagantha, quien, junto a la ventana, contemplaba la ciudad desde el mismo punto en el que Ravenna y yo habíamos estado unas pocas horas antes.

El almirante consideró mi propuesta por un momento y luego negó con la cabeza:

—Nadie navega desde Pharassa hasta Ralentis y no hay manera de que la armada imperial me preste una nave. ¿Podéis alojarnos hasta que sea reparada la
Esmeralda
? Sé que seremos una molestia, pero me cuesta imaginar otra solución.

—Sois bien venidos a Lepidor, almirante —aseguré—. No podremos albergaros a todos en el palacio, pero sin duda hallaremos las camas necesarias.

—Te lo agradezco de corazón, vizconde —afirmó sonriendo con calidez.

Había algo más que debía decir, pero no estaba seguro de cuál sería su reacción.

—Tengo que agregar una cosa. —¿De qué se trata?

Respiré profundamente.

—Acaba de llegar a nuestra ciudad un nuevo avarca. Se trata de un haletita bastante fanático, que ya ha iniciado una guerra contra las tribus, arrestando por herejía a algunos comerciantes nativos. Si pudieses advertir a tu gente que cuide sus palabras cuando hable en la ciudad...

—Comprendo —asintió Sagantha—. Las tensiones crecen en el Archipiélago en este preciso instante. ¿Cómo se llama vuestro avarca, a todo esto?

—Midian, aunque no sé cuál es su apellido. Karao lanzó un suspiro.

—¡Quizá la
Esmeralda
fuese más cómoda de lo que parecía! Habéis recibido al peor de todos. Si te sirve de consuelo, Midian llevará la tiara de exarca durante unos cuatro o cinco años y después os libraréis de él.

Cuatro o cinco años... ¿Podríamos sobrevivir durante tanto tiempo?

Envié mensajeros al sur para pedirle a mi padre que regresase. Karao era un huésped importante y él no hubiese deseado pasarlo por alto. Mi padre estuvo de nuevo en el palacio a media tarde. No había llegado aún a Gesraden, por lo que decidió posponer su visita. Me asignó la tarea de organizar el hospedaje de la gente del Archipiélago y pasé un par de horas buscando habitaciones para albergarlos a todos, tanto en el palacio como en casas de las familias vecinas. Rechacé cortésmente la propuesta de Midian de alojar a algunos en el templo; ya teníamos suficientes problemas para buscar más.

Cuando todos estuvieron instalados y tuve la satisfacción de enviar a mis primos a ayudarme en pequeños recados, pude al fin liberarme de las obligaciones y conversar con Persea.

Igual que Palatina, Ravenna y muchos de los jóvenes provenientes del Archipiélago que viajaban en la manta, Persea estaba echada sobre el césped del jardín, compartiendo una ronda de algún licor de su tierra. Cuando me aproximé me presentó a los demás: dos hombres y cuatro mujeres. Sólo dos de ellos habían nacido en las islas, los otros cuatro habían nacido en Qalathar.

Nada más sentarme, uno de ellos miró hacia los arbustos como si pensase que alguien lo estaba espiando. Luego dijo:

—Tú eres uno de los que dejó a Hiroa fuera de combate, ¿no es así? —¿Has estado en la Ciudadela? —inquirí, sorprendido por el modo directo en que se refería a la cuestión. Hiroa había sido el líder de las fuerzas del Agua en la falsa guerra interna de la Ciudadela; era el que había «asesinado» paralizándolo contra el muro.

—Yo participaba con las fuerzas del Agua —añadió—. Realmente acertaste con el momento: ¡Hiroa iba a exponer la estrategia vencedora!

—¿Entonces todos vosotros sois herejes?

—Todos —asintió una de las jóvenes, que llevaba un extraño gorro de imprecisas formas—. Por eso estamos aquí. Era demasiado peligroso regresar a Qalathar.

—¿Es muy mala la situación en el Archipiélago actualmente? —indagó Ravenna.

—Bastante —informó otra de las jóvenes—. El Dominio está enviando predicadores a todos los rincones para persuadir a los herejes de retractarse (ya han dejado de ocultarse). Los que no son herejes no desean tampoco que el Dominio interfiera, y se produjeron disturbios cuando el exarca intentó arrestar a alguien. —Hemos oído que Lachazzar planea lanzar una nueva cruzada —dijo Persea—. Pero, sea lo que sea que haga el Dominio, fracasa en el Archipiélago. Tuvimos que ser embarcados porque le exigíamos a los veteranos que construyeran más naves y restauraran la dinastía faraónica.

—¿Con qué fin? —protestó Ravenna—. ¡Eso no tiene ningún sentido! Incluso si pudieseis hallar a la heredera, semejante medida sólo conduciría al desastre. O bien la elevaríais como una figura decorativa y Lachazzar empezaría otra cruzada, o bien el Dominio se desharía de ella, la secuestraría o la usaría como gobernante títere.

—La descendiente del faraón es la única persona a la que todos seguirían, el único nexo que mantendría unidos a todos los clanes. —Perdonad mi pregunta —intervino Palatina frunciendo el ceño—, pero ¿cómo podéis estar tan seguros de que la descendiente del faraón existe, de que no es producto de la imaginación popular? Nadie la ha visto jamás.

Muchos jóvenes del Archipiélago parecieron enfurecerse de pronto y uno se puso de pie.

—¿Cómo te atreves a sugerir algo semejante? Nadie la ha visto jamás porque, si alguien lo hubiese hecho, el Dominio podría averiguar su identidad y paradero.

—¡Siéntate, Tekraea! Ella no pretendía insultarnos —dijo la joven del gorro, y luego se volvió hacia Palatina—. Jamás calumnies el nombre de la descendiente del faraón. Su abuelo fundó el Archipiélago y ella es el símbolo de todo lo que somos nosotros.

—Muy pocos conocen su identidad —añadió Persea—. Sagantha es uno de ellos, pero él le ha jurado no revelar su nombre.

—Eso facilita su ocultamiento y, como nadie la ha visto jamás, el Dominio no cuenta con una descripción con la que buscarla. —Por lo tanto, la descendiente del faraón está oculta bajo las ropas de un ciudadano ordinario —dijo Palatina.

—Así es —confirmó Persea—. Existía el rumor de que se encontraba en la Ciudadela durante el mismo período en que estuvimos nosotros, pero supongo que ese dato ha partido de alguien con una exagerada imaginación.

—¿Saben los veteranos dónde está? —interrogué. —No, no lo saben.

¿Quién lo sabía entonces?

Aquella noche, Elassel vino a verme al palacio. Entretanto había estado cortando el servicio de agua corriente de Midian en venganza por algo que él había hecho, ella lo había escuchado con versar con el mago mental. Al parecer, Midian creía que la heredera del trono de Qalathar y del Archipiélago era actualmente una tutora de Sagantha Karao.

En ese caso, podría ser que integrara la delegación de
Esmeralda
.

CAPITULO XXV

¡No lo haré de ningún modo! —declaró mi padre—. La conducta de la familia Foryth ha sido imperdonable. Su disputa es con la familia Barca, no con mi clan.

Echó una nueva mirada al embajador de Taneth y con furia contenida agregó:

—Puedes decirle a lord Foryth que si realiza un solo acto más de sabotaje no dudaré en hacer uso de la fuerza.

Atek me miró con incomodidad. Me asustaba la posibilidad de que mi padre se hubiese excedido un poco en su reacción frente al intento de sabotaje en el puerto ocurrido dos días atrás, el más reciente ataque de Foryth sobre nosotros. Sabía que en su ira pesaba el hecho de que mi hermano Jerian casi había sido capturado en la acción. Y, además, acabábamos de asistir al funeral de los tres trabajadores a los que el complot de Foryth había costado la vida. Gracias a la pronta reacción de uno de ellos aún poseíamos un puerto en actividad, gracias a eso y a la incompetencia del agente de Foryth. Me resultaba difícil creer que un hombre tan despiadado como lord Foryth emplease para semejante asunto a alguien tan estúpido. Colocando una sola carga explosiva, lo único que hubiese logrado habría sido echar abajo el muelle superior. Con dos cargas, hubiese dejado el puerto fuera de acción durante semanas o meses.

—Conde Elníbal —empezó a hablar el embajador tanethano, con aspecto más bien nervioso. Me pregunté si tenía algún derecho a protestar, ya que era un funcionario realmente joven, acorde con lo que merecíamos de acuerdo a la escala de valores de Taneth.

Mi padre lo interrumpió:

—Y recuérdale a Foryth que él dirige una gran familia, no un clan. Por muy grande que sea su poder en Taneth, por muchas naves comerciales que pueda poseer, yo soy un conde del imperio de Thetia. Recuérdale que los clanes han destruido con anterioridad a más de una gran familia.

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