Generosa.
— Como no sea sufrir por ellos…
Paca.
— Eso. Sufrir y nada más. ¡Qué asco de vida! Hasta luego, Generosa. Y gracias.
Generosa.
— Hasta luego.
(
Ambas se meten y cierran.
Fernando
, abrumado, llega a recostarse en la barandilla. Pausa. Repentinamente se endereza y espera, de cara al público.
Carmina
sube con la
cacharro. Sus
miradas se cruzan. Ella intenta pasar, con los ojos bajos.
Fernando
la detiene por un brazo.
)
Fernando.
— Carmina.
Carmina.
— Déjeme…
Fernando.
— No, Carmina. Me huyes constantemente y esta vez tienes que escucharme.
Carmina.
— Por favor. Fernando… ¡Suélteme!
Fernando.
— Cuando éramos chicos nos tuteábamos… ¿Por qué no me tuteas ahora? (
Pausa.
) ¿Ya no te acuerdas de aquel tiempo? Yo era tu novio y tú eras mi novia… Mi novia… Y nos sentábamos aquí (
Señalando a los peldaños
), en ese escalón, cansados de jugar…, a seguir jugando a los novios.
Carmina.
— Cállese.
Fernando.
— Entonces me tuteabas y… me querías.
Carmina.
— Era una niña… Ya no me acuerdo.
Fernando.
— Eras una mujercita preciosa. Y sigues siéndolo. Y no puedes haber olvidado. ¡Yo no he olvidado! Carmina, aquel tiempo es el único recuerdo maravilloso que conservo en medio de la sordidez en que vivimos. Y quería decirte… que siempre… has sido para mí lo que eras antes.
Carmina.
— ¡No te burles de mí!
Fernando.
— ¡Te lo juro!
Carmina.
— ¿Y todas… ésas con quien has paseado y… que has besado?
Fernando.
— Tienes razón. Comprendo que no me creas. Pero un hombre… Es muy difícil de explicar. A ti, precisamente, no podía hablarte…, ni besarte… ¡Porque te quería, te quería y te quiero!
Carmina.
— No puedo creerte.
(
Intenta marcharse.
)
Fernando.
— No, no. Te lo suplico. No te marches. Es preciso que me oigas… y que me creas. Ven. (
La lleva al primer peldaño.
) Como entonces.
(Con
un ligero forcejeo la obliga a sentarse contra la pared y se sienta a su lado. Le quita la lechera y la deja junto a él. Le coge una mano.
)
Carmina.
— ¡Si nos ven!
Fernando.
— ¡Qué nos importa! Carmina, por favor, créeme. No puedo vivir sin ti. Estoy desesperado. Me ahoga la ordinariez que nos rodea. Necesito que me quieras y que me consueles. Si no me ayudas, no podré salir adelante.
Carmina.
— ¿Por qué no se lo pides a Elvira?
(
Pausa. Él la mira, excitado y alegre.
)
Fernando.
— ¡Me quieres! ¡Lo sabía! ¡Tenías que quererme! (
Le levanta la cabeza. Ella sonríe involuntariamente.
) ¡Carmina, mi Carmina!
(
Va a besarla, pero ella le detiene.
)
Carmina.
— ¿Y Elvira?
Fernando.
— ¡La detesto! Quiere cazarme con su dinero. ¡No la puedo ver!
Carmina.
— (
Con una risita.
) ¡Yo tampoco!
(
Ríen, felices.
)
Fernando.
— Ahora tendría que preguntarte yo: ¿Y Urbano?
Carmina.
— ¡Es un buen chico! ¡Yo estoy loca por él! (
Fernando
se enfurruña.
) ¡Tonto!
Fernando
.
—
(
Abrazándola por el talle.
) Carmina, desde mañana voy a trabajar de firme por ti. Quiero salir de esta pobreza, de este sucio ambiente. Salir y sacarte a ti. Dejar para siempre los chismorreos, las broncas entre vecinos… Acabar con la angustia del dinero escaso, de los favores que abochornan como una bofetada, de los padres que nos abruman con su torpeza y su cariño servil, irracional…
Carmina.
— (
Reprensiva.
) ¡Fernando!
Fernando.
— Sí. Acabar con todo esto. ¡Ayúdame tú! Escucha: voy a estudiar mucho, ¿sabes? Mucho. Primero me haré delineante. ¡Eso es fácil! En un año… Como para entonces ya ganaré bastante, estudiaré para aparejador. Tres años. Dentro de cuatro años seré un aparejador solicitado por todos los arquitectos. Ganaré mucho dinero. Por entonces tú serás ya mi mujercita, y viviremos en otro barrio, en un pisito limpio y tranquilo. Yo seguiré estudiando. ¿Quién sabe? Puede que para entonces me haga ingeniero. Y como una cosa no es incompatible con la otra, publicaré un libro de poesías, un libro que tendrá mucho éxito…
Carmina.
— (Que
le ha escuchado extasiada.
) ¡Qué felices seremos!
Fernando.
— ¡Carmina!
(
Se inclina para besarla y da un golpe con el pie a la lechera, que se derrama estrepitosamente. Temblorosos, se levantan los dos y miran, asombrados, la gran mancha blanca en el suelo.
)
TELÓN
Han transcurrido diez años que no se notan en nada: la escalera sigue sucia y pobre, las puertas sin timbre, los cristales de la ventana sin lavar.
(
Al comenzar el acto se encuentran en escena
Generosa, Carmina, Paca, Trini
y el
Señor Juan.
Éste es un viejo alto y escuálido, de aire quijotesco, que cultiva unos anacrónicos bigotes lacios. El tiempo transcurrido se advierte en los demás:
Paca
y
Generosa
han encanecido mucho.
Trini
es
ya una mujer madura, aunque airosa.
Carmina
conserva
todavía su belleza: una belleza que empieza a marchitarse. Todos siguen pobremente vestidos, aunque con trajes más modernos. Las puertas I y III están abiertas de par en par. Las II y IV, cerradas. Todos los presentes se encuentran apoyados en el pasamanos, mirando por el hueco.
Generosa
y
Carmina
están
llorando; la hija rodea con un brazo la espalda de su madre. A poco,
Generosa
baja el tramo y sigue mirando desde el primer rellano.
Carmina
la sigue después.
)
Carmina.
— Ande, madre… (
Generosa
la aparta, sin dejar de mirar a través de sus lágrimas.
) Ande…
(
Ella mira también. Sollozan de nuevo y se abrazan a medias, sin dejar de mirar.
)
Generosa.
— Ya llegan al portal… (
Pausa.
) Casi no se le ve…
Señor Juan.
— (
Arriba, a su mujer.
) ¡Cómo sudaban! Se conoce que pesa mucho.
(
Paca
le hace señas de que calle.
)
Generosa.
— (
Abrazada a su hija.
) Solas, hija mía. ¡Solas! (
Pausa. De pronto se desase y sube lo más aprisa que puede la escalera.
Carmina
la sigue. Al tiempo que suben.
) Déjeme mirar por su balcón, Paca. ¡Déjeme mirar!
Paca.
— Sí, mujer.
(
Generosa
entra
presurosa en el III. Tras ella,
Carmina
y
Paca
.)
Trini.
— (
A su padre, que se recuesta en la barandilla, pensativo.
) ¿No entra, padre?
Señor Juan.
— No, hija. ¿Para qué? Ya he visto arrancar muchos coches fúnebres en esta vida. (
Pausa.
) ¿Te acuerdas del de doña Asunción? Fue un entierro de primera, con caja de terciopelo…
Trini.
— Dicen que lo pagó don Manuel.
Señor Juan.
— Es muy posible. Aunque el entierro de don Manuel fue menos lujoso.
Trini.
— Es que ése lo pagaron los hijos.
Señor Juan.
— Claro. (
Pausa.
) Y ahora, Gregorio. No sé cómo ha podido durar estos diez años. Desde la jubilación no levantó cabeza. (
Pausa.
) ¡A todos nos llegará la hora!
Trini.
— (
Juntándosele.
) ¡Padre, no diga eso!
Señor Juan.
— ¡Si es la verdad, hija! Y quizá muy pronto.
Trini.
— No piense en esas cosas. Usted está muy bien todavía…
Señor Juan.
— No lo creas. Eso es por fuera. Por dentro… me duelen muchas cosas. (
Se acerca, como al descuido, a la puerta IV. Mira a
Trini.
Señala tímidamente a la puerta.
) Esto. Esto me matará.
Trini.
— (
Acercándose
.) No, padre. Rosita es buena…
Señor Juan.
— (
Separándose de nuevo y con triste sonrisa.
) ¡Buena! (
Se asoma a su casa. Suspira. Pasa junto al
II
y escucha un momento.
) Estos no han chistado.
Trini.
— No.
(
El padre se detiene después ante la puerta I. Apoya las manos en el marco y mira al interior vacío.
)
Señor Juan.
— ¡Ya no jugaremos más a las cartas, viejo amigo!
Trini.
— (Que se
le aproxima, entristecida, y tira de él.
) Vamos adentro, padre.
Señor Juan.
— Se quedan con el día y la noche… Con el día y la noche. (Mirando
al I.
) Con un hijo que es un bandido…
Trini.
— Padre, deje eso.
(
Pausa.
)
Señor Juan.
— Ya nos llegará a todos.
(
Ella mueve la cabeza, desaprobando.
Generosa,
rendida, sale del III, llevando a los lados a
Paca
y a
Carmina
.)
Paca.
— ¡Ea! No hay que llorar más. Ahora a vivir, A salir adelante.
Generosa.
— No tengo fuerzas…
Paca.
— ¡Pues se inventan! No faltaba más.
Generosa.
— ¡Era tan bueno mi Gregorio!
Paca.
— Todos nos tenemos que morir. Es ley de vida.
Generosa.
— Mi Gregorio…
Paca.
— Hala. Ahora barremos entre las dos la casa. Y mi Trini irá luego por la compra y hará la comida. ¿Me oyes, Trini?
Trini.
— Sí, madre.
Generosa.
— Yo me moriré pronto también.
Carmina.
— ¡Madre!
Paca.
— ¿Quién piensa en morir?
Generosa.
— Sólo quisiera dejar a esta hija… con un hombre de bien… antes de morirme.
Paca.
— ¡Mejor sin morirse!
Generosa.
— ¡Para qué!…
Paca.
— ¡Para tener nietos, alma mía! ¿No le gustaría tener nietos?
(
Pausa
.)
Generosa.
— ¡Mi Gregorio!…
Paca.
— Bueno. Se acabó. Vamos adentro. ¿Pasas, Juan?
Señor Juan.
— Luego entraré un ratito. ¡Lo dicho, Generosa! ¡Y a tener ánimo!
(
La abraza.
)
Generosa.
— Gracias…
(
El
Señor Juan
y
Trini
entran, en su casa y cierran.
Generosa, Paca
y
Carmina
se dirigen al I.
)
Generosa.
— (Antes de
entrar.
) ¿Qué va a ser de nosotros, Dios mío? ¿Y de esta niña? ¡Ay, Paca! ¿Qué va a ser de mi Carmina?
Carmina.
— No se apure, madre.
Paca.
— Claro que no. Ya saldremos todos adelante. Nunca os faltarán buenos amigos.
Generosa.
— Todos sois muy buenos.
Paca.
— ¡Qué buenos, ni qué… peinetas! ¡Me dan ganas de darle azotes como a un crío!
(
Se meten. La escalera queda sola. Pausa. Se abre el II cautelosamente y aparece
Fernando.
Los
años han dado a su aspecto un tinte vulgar. Espía el descansillo y sale después, diciendo hacia adentro.
)
Fernando.
— Puedes salir. No hay nadie.
(
Entonces sale
Elvira,
con un niño de pecho en los brazos.
Fernando
y
Elvira
visten
con modestia. Ella se mantiene hermosa, pero su cara no guarda nada de la antigua vivacidad.
)
Elvira.
— ¿En qué quedamos? Esto es vergonzoso. ¿Les damos o no les damos el pésame?
Fernando.
— Ahora no. En la calle lo decidiremos.
Elvira.
— ¡Lo decidiremos! Tendré que decidir yo, como siempre. Cuando tú te pones a decidir nunca hacemos nada. (
Fernando
calla, con la expresión hosca. Inician la bajada.
) ¡Decidir! ¿Cuándo vas a decidirte a ganar más dinero? Ya ves que así no podemos vivir. (
Pausa.
) ¡Claro, el señor contaba con el suegro! Pues el suegro se acabó, hijo. Y no se te acaba la mujer no sé por qué.
Fernando.
— ¡Elvira!
Elvira.
— ¡Sí, enfádate porque te dicen las verdades! Eso sabrás hacer: enfadarte y nada más. Tú ibas a ser aparejador, ingeniero, y hasta diputado. ¡Je! Ese era el cuento que colocabas a todas. ¡Tonta de mí, que también te hice caso! Si hubiera sabido lo que me llevaba… Si hubiera sabido que no eras más que un niño mimado… La idiota de tu madre no supo hacer otra cosa que eso: mimarte.
Fernando.
— (
Deteniéndose.
) ¡Elvira, no te consiento que hables así de mi madre! ¿Me entiendes?
Elvira.
— (
Con ira.
) ¡Tú me has enseñado! ¡Tú eras el que hablaba mal de ella!
Fernando.
— (
Entre dientes.
) Siempre has sido una niña caprichosa y sin educación.