Elvira.
— ¿Caprichosa? ¡Sólo tuve un capricho! ¡Uno sólo! Y…
(
Fernando
la tira del vestido para avisarle de la presencia de
Pepe,
que sube. El aspecto de
Pepe
denota que lucha victoriosamente contra los años para mantener su prestancia.
)
Pepe.
— (
Al pasar.
) Buenos días.
Fernando.
— Buenos días.
Elvira.
— Buenos días.
(
Bajan.
Pepe
mira hacia el hueco de la escalera con placer. Después sube monologando.
)
Pepe.
— Se conserva, se conserva la mocita.
(
Se dirige al IV, pero luego mira al I, su antigua casa, y se acerca. Tras un segundo de vacilación ante la puerta, vuelve decididamente al IV y llama. Le abre
Rosa
,
que ha adelgazado y empalidecido.
)
Rosa.
— (
Con acritud.
) ¿A qué vienes?
Pepe.
— A comer, princesa.
Rosa.
— A comer, ¿eh? Toda la noche emborrachándote con mujeres y a la hora de comer, a casita, a ver lo que la Rosa ha podido apañar por ahí.
Pepe.
— No te enfades, gatita.
Rosa.
— ¡Sinvergüenza! ¡Perdido! ¿Y el dinero? ¿Y el dinero para comer? ¿Tú te crees que se puede poner el puchero sin tener cuartos?
Pepe.
— Mira, niña, ya me estás cansando. Ya te he dicho que la obligación de traer dinero a casa es tan tuya como mía.
Rosa.
— ¿Y te atreves…?
Pepe.
— Déjate de romanticismos. Si me vienes con pegas y con líos, me marcharé. Ya lo sabes. (
Ella se echa a llorar y le cierra la puerta. Él se queda divertidamente perplejo frente a ésta.
Trini
sale del III con un capacho.
Pepe
se vuelve.
) Hola, Trini.
Trini.
— (
Sin dejar de andar.
) Hola.
Pepe.
— Estás cada día más guapa… Mejoras con los años, como el vino.
Trini.
— (
Volviéndose de pronto.
) Si te has creído que soy tonta como Rosa, te equivocas.
Pepe.
— No te pongas así, pichón.
Trini.
— ¿No te da vergüenza haber estado haciendo el golfo mientras tu padre se moría? ¿No te has dado cuenta de que tu madre y tu hermana están ahí (
Señalando
), llorando todavía porque hoy le dan tierra? Y ahora, ¿qué van a hacer? Matarse a coser, ¿verdad? (
Él se encoge de hombros.
) A ti no te importa nada. ¡Puah! Me das asco.
Pepe.
— Siempre estáis pensando en el dinero. ¡Las mujeres no sabéis más que pedir dinero!
Trini.
— Y tú no sabes más que sacárselo a las mujeres. ¡Porque eres un chulo despreciable!
Pepe.
— (
Sonriendo.
) Bueno, pichón, no te enfades. ¡Cómo te pones por un piropo!
(
Urbano,
que viene con su ropita de paseo, se ha parado al escuchar las últimas palabras y sube rabioso mientras va diciendo.
)
Urbano.
— ¡Ese piropo y otros muchos te los vas a tragar ahora mismo! (
Llega a él y le agarra por las solapas, zarandeándole.
) ¡No quiero verte molestar a Trini! ¿Me oyes?
Pepe.
— Urbano, que no es para tanto…
Urbano.
—¡Canalla! ¿Qué quieres? ¿Perderla a ella también? ¡Granuja! (
Le inclina sobre la barandilla.
) ¡Qué no has valido ni para venir a presidir el duelo de tu padre! ¡Un día te tiro! ¡Te tiro!
(
Sale
Rosa,
desalada, del IV para interponerse. Intenta separarlos y golpea a
Urbano
para que suelte.
)
Rosa.
— ¡Déjale! ¡Tú no tienes que pegarle!
Trini.
— (
Con mansedumbre.
) Urbano tiene razón… Que no se meta conmigo.
Rosa.
— ¡Cállate tú, mosquita muerta!
Trini.
— (
Dolida.
) ¡Rosa!
Rosa.
— (A
Urbano
.) ¡Déjale, te digo!
Urbano.
— (
Sin soltar a
Pepe
.) ¡Todavía le defiendes, imbécil!
Pepe.
— ¡Sin insultar!
Urbano.
— (
Sin hacerle caso.
) Venir a perderte por un guiñapo como éste… Por un golfo… Un cobarde.
Pepe.
— Urbano, esas palabras…
Urbano.
— ¡Cállate!
Rosa.
— ¿Y a ti qué te importa? ¿Me meto yo en tus asuntos? ¿Me meto en si rondas a Fulanita o te soplan a Menganita? Más vale cargar con Pepe que querer cargar con quien no quiere nadie…
Urbano.
— ¡Rosa!
(Se
abre el III y sale el
Señor Juan
,enloquecido.
)
Señor Juan.
— ¡Callad! ¡Callad ya! ¡Me vais a matar! Sí, me moriré. ¡Me moriré, como Gregorio!
Trini.
— (
Se abalanza a hacia él, gritando.
) ¡Padre, no!
Señor Juan.
—(
Apartándola.
) ¡Déjame! (
A
Pepe
.) ¿Por qué no te la llevaste a otra casa? ¡Teníais que quedaros aquí para acabar de amargarnos la vida!
Trini.
— ¡Calle, padre!
Señor Juan.
— Sí. Mejor es callar. (
A
Urbano
.) Y tú: suelta a ese trapo.
Urbano.
—(Lanzando a
Pepe
sobre
Rosa
.) Anda. Carga con él.
(
Paca
sale del I y cierra.
)
Paca.
— ¿Qué bronca es ésta? ¿No sabéis que ha habido un muerto aquí? ¡Brutos!
Urbano.
— Madre tiene razón. No tenemos ningún respeto por el duelo de esas pobres.
Paca.
— ¡Claro que tengo razón! (
A
Trini
.) ¿Qué haces aquí todavía? ¡Anda a la compra! (
Trini
agacha la cabeza y baja la escalera.
Paca
interpela a su marido.
) ¿Y tú que tienes que ver ni mezclarte con esta basura? (
Por
Pepe
y
Rosa.
Ésta, al sentirse aludida por su madre, entra en el IV y cierra de golpe.
) ¡Vamos adentro! (
Lleva al
Señor Juan
a su puerta. Desde allí, a
Urbano
.) ¿Se acabó ya el entierro?
Urbano.
— Sí. Madre.
Paca.
— ¿Pues por qué no vas a decirlo?
Urbano.
— Ahora mismo.
(
Pepe
empieza a bajar componiéndose el traje.
Paca
y el
Señor Juan
se meten y cierran.
)
Pepe.
— (
Ya en el primer rellano, mirando a
Urbano
de reojo.
) ¡Llamarme cobarde a mí, cuando si no me enredo a golpes es por el asco que me dan! ¡Cobarde a mí! (
Pausa.
) ¡Peste de vecinos! Ni tienen educación, ni saben tratar a la gente, ni…
(
Se va murmurando. Pausa.
Urbano
se encamina hacia el 1. Antes de llegar abre
Carmina
,
que lleva un capacho en la mano. Cierra y se enfrentan, en silencio.
)
Carmina.
— ¿Terminó el…?
Urbano.
— Sí.
Carmina.
— (
Enjugándose una lágrima.
) Muchas gracias, Urbano. Has sido muy bueno con nosotras.
Urbano.
— (
Balbuciente.
) No tiene importancia. Ya sabes que yo…, que nosotros… estamos dispuestos…
Carmina.
— Gracias. Lo sé.
(
Pausa. Baja la escalera con él a su lado.
)
Urbano.
— ¿Vas… vas a la compra?
Carmina.
— Sí.
Urbano.
— Déjalo. Luego irá Trini. No os molestéis vosotras por nada.
Carmina.
— Iba a ir ella, pero se le habrá olvidado.
(
Pausa.
)
Urbano.
— (
Parándose.
) Carmina…
Carmina.
— ¿Qué?
Urbano.
— ¿Puedo preguntarte… qué vais a hacer ahora?
Carmina.
— No lo sé… Coseremos.
Urbano.
— ¿Podréis salir adelante?
Carmina.
— No lo sé.
Urbano.
— La pensión de tu padre no era mucho, pero sin ella…
Carmina.
— Calla, por favor.
Urbano.
— Dispensa… He hecho mal en recordártelo.
Carmina.
— No es eso.
(
Intenta seguir.
)
Urbano.
— (
Interponiéndose.
) Carmina, yo…
Carmina.
— (Atajándole rápida.
) Tú eres muy bueno. Muy bueno. Has hecho todo lo posible por nosotras. Te lo agradezco mucho.
Urbano.
— Eso no es nada. Aún quisiera hacer mucho más.
Carmina.
— Ya habéis hecho bastante. Gracias de todos modos.
(
Se dispone a seguir.
)
Urbano.
— ¡Espera, por favor! (
Llevándola al «casinillo.»
) Carmina, yo…, yo te quiero. (
Ella sonríe tristemente.
) Te quiero hace muchos años, tú lo sabes. Perdona que te lo diga hoy: soy un bruto. Es que no quisiera verte pasar privaciones ni un solo día. Ni a ti ni a tu madre. Me harías muy feliz si…, si me dijeras… que puedo esperar. (
Pausa. Ella baja la vista.
) Ya sé que no me quieres. No me extraña, porque yo no valgo nada. Soy muy poco para ti. Pero yo procuraría hacerte dichosa. (
Pausa.
) No me contestas…
Carmina.
— Yo… había pensado permanecer soltera.
Urbano.
— (
Inclinando la cabeza.
) Quizá continúas queriendo a algún otro…
Carmina.
— (
Con disgusto.
) ¡No, no!
Urbano.
— Entonces, es que… te desagrada mi persona.
Carmina.
— ¡Oh, no!
Urbano.
— Ya sé que no soy más que un obrero. No tengo cultura ni puedo aspirar a ser nada importante… Así es mejor. Así no tendré que sufrir ninguna decepción, como otros sufren.
Carmina.
— Urbano, te pido que…
Urbano.
— Más vale ser un triste obrero que un señorito inútil… Pero si tú me aceptas yo subiré. ¡Subiré, sí! ¡Porque cuando te tenga a mi lado me sentiré lleno de energías para trabajar! ¡Para trabajar por ti! Y me perfeccionaré en la mecánica y ganaré más. (
Ella asiente tristemente, en silencio, traspasada por el recuerdo de un momento semejante.
) Viviríamos juntos: tu madre, tú y yo. Le daríamos a la vieja un poco de alegría en los años que le quedasen de vida. Y tú me harías feliz. (
Pausa.
) Acéptame, te lo suplico.
Carmina.
— ¡Eres muy bueno!
Urbano.
— Carmina, te lo ruego. Consiente en ser mi novia. Déjame ayudarte con ese título.
Carmina.
— (
Llora refugiándose en sus brazos.
) ¡Gracias, gracias!
Urbano
.—(Enajenado.
) Entonces… ¿Sí? (
Ella asiente.
) ¡Gracias yo a ti! ¡No te merezco!
(
Quedan un momento abrazados. Se separan con las manos cogidas. Ella le sonríe entre lágrimas.
Paca
sale de su casa. Echa una automática ojeada inquisitiva sobre el rellano y le parece ver algo en el «casinillo». Se acerca al IV para ver mejor, asomándose a la barandilla, y los reconoce.
)
Paca.
— ¿Qué hacéis ahí?
Urbano.
— (
Asomándose con
Carmina
.) Le estaba explicando a Carmina… el entierro.
Paca.
— Bonita conversación. (
A
Carmina
.) ¿Dónde vas tú con el capacho?
Carmina.
— A la compra.
Paca.
— ¿No ha ido Trini por ti?
Carmina.
— No…
Paca.
— Se le habrá olvidado con la bronca. Quédate en casa, yo iré en tu lugar. (
A
Urbano
, mientras empieza a bajar.
) Acompáñalas, anda. (
Se detiene, fuerte.
) ¿No subís? (
Ellos se apresuraran a hacerlo.
Paca
baja y se cruza con la pareja en la escalera. A
Carmina
,cogiéndole el capacho.
) Dame el capacho. (
Sigue bajando. Se vuelve a mirarlos y ellos la miran también desde la puerta, confusos.
Carmina
abre con su llave, entran y cierran.
Paca
, con
gesto expresivo.
) ¡Je! (
Cerca de la bajada, interpela por la barandilla a
Trini
,
que sube.
) ¿Por qué no te has llevado el capacho de Generosa?
Trini.
— (
Desde dentro.
) Se me pasó. A eso subía.
(
Aparece con su capacho vacío.
)
Paca.
— Trae el capacho. Yo iré. Ve con tu padre, que tú sabes consolarle.
Trini.
— ¿Qué le pasa?
Paca.
— (
Suspirando.
) Nada… Lo de Rosa. (
Vuelve a suspirar.
) Dame el dinero. (
Trini
le da unas monedas y se dispone a seguir.
Paca
, confidencial.
) Oye: ¿sabes que…?
(
Pausa
.)
Trini.
— (
Deteniéndose.
) ¿Qué?
Paca.
— Nada. Hasta luego.
(Se
va.
Trini
sube. Antes de llegar al segundo rellano sale de su casa el
Señor Juan
, que la ve cuando va a cerrar la puerta.
)