Historia del Antiguo Egipto (75 page)

Read Historia del Antiguo Egipto Online

Authors: Ian Shaw & Stan Hendrickx & Pierre Vermeersch & Beatrix Midant-Reynes & Kathryn Bard & Jaromir Malek & Stephen Seidlmayer & Gae Callender & Janine Bourriau & Betsy Brian & Jacobus Van Dijk & John Taylor & Alan Lloyd & David Peacock

Tags: #Historia

BOOK: Historia del Antiguo Egipto
11.21Mb size Format: txt, pdf, ePub

La reanudación del control persa en Egipto, que se completó no más tarde de 341 a.C., vino seguida del saqueo de los templos y de una política de consolidación del mismo consistente en la demolición de las defensas de las principales ciudades y el nombramiento de una administración provincial persa, de la cual formaban parte algunos funcionarios egipcios como Somtutefhakht. Evidentemente, la intención era recuperar las condiciones de la ocupación anterior; pero el resultado fue un régimen de recurrente brutalidad e incompetencia que no tardó en elevar el nivel de desafección lo bastante como para que estallara una rebelión armada. Seguramente sea aquí, en torno a 339/338 a.C., donde haya que situar el alzamiento del muy discutido Khababash, una rebelión tan exitosa que le dio al menos un control parcial del país y le permitió reclamar el puesto de faraón. En 333 a.C. otro signo de desafección fue el entusiasmo con el que fue recibido en el país el rebelde macedonio Amynthas. Por lo tanto, en modo alguno resulta sorprendente que cuando Alejandro Magno invadió el país en 332 a.C. no tuviera ninguna dificultad en terminar rápidamente con el odiado gobierno persa.

La cultura en
continuum

Hasta el momento, nuestra narración ha estado dominada por las vicisitudes políticas, militares y económicas de Egipto desde el comienzo del Período Saíta hasta la conquista macedonia. Si bien es imposible negar el vigor y habilidad con los cuales los egipcios se enfrentaron a estos desafíos, es fácil que nuestro relato dé la impresión de una nación sometida durante generaciones a una generalizada discontinuidad. Sin embargo, cuando regresamos a los fenómenos culturales, la imagen que obtenemos es muy diferente. Las artes visuales son paradigmáticas. Aunque es cierto que cuando se inspiran decididas en las tradiciones de los Reinos Antiguo, Medio, Nuevo y en las del Período Kushita sólo producen el árido arcaísmo del que se les acusa demasiado a menudo, también lo es que cuando sus deseos de continuidad con la vieja tradición se combinan con el ejercicio de una considerable invención y originalidad, tanto en los materiales como en la iconografía, producen las esculturas más notables de todo el corpus faraónico. Respecto a las otras esferas de la actividad cultural, en ocasiones existe una desconcertante laguna documental (por ejemplo, no existen textos literarios fechados con seguridad en esta época). Con todo, un análisis detallado de la documentación que poseemos confirma que la sociedad y la civilización egipcias se caracterizan por los mismos rasgos visibles en las artes visuales. Nos encontramos de forma habitual con rasgos que el estudioso de los períodos anteriores considerará completamente familiares.

El contexto mortuorio continúa revelando la intensa importancia de los lazos familiares, en ocasiones de forma espectacular: la tumba del visir Bakenrenef en Sakkara, del reinado de Psamtek I, parece haberse utilizado para el enterramiento de los miembros de su familia durante casi trescientos años; mientras que la tumba de Petosiris en Tuna el Gebel alberga los enterramientos de cinco generaciones de su familia, que van desde la XXX Dinastía hasta la época ptolemaica. La epigrafía no mortuoria apunta en la misma dirección: la inscripción de Khnumibra en Wadi Hammamat muestra que en la XXVII Dinastía existía una conciencia comparable respecto al linaje, pues pretende recoger en ella su genealogía a lo largo de veinte generaciones, remontándose hasta la XIX Dinastía, si bien debemos mostrarnos cautelosos con la exactitud histórica del documento. Este tipo de material también demuestra la gran importancia que tenía la continuidad de los cargos en el seno de la familia: la de Petosiris ocupó el de «gran sacerdote de Thot» en Hermópolis durante cinco generaciones, mientras que se dice que los antepasados de Khnumibra tuvieron durante siglos algo que se aproximaba al control de los cargos de visir y «supervisor de los trabajos».

Las lealtades locales son, cuando menos, más fuertes que las antiguas: Udjahorresnet insistía a comienzos de la XXVII Dinastía en los incalculables servicios que había realizado para su ciudad natal; mientras que en el siglo IV a.C. las inscripciones de Somtutefhakht en el templo de Harsaphes en su ciudad natal, Heracleópolis Magna, nos indican que este servicio se transformó en devoción hacia el dios local, una fórmula sencilla y natural que era habitual en esta época. Esta devoción a los dioses locales encuentra fáciles paralelos en épocas anteriores, pero su importancia en la Baja Época es muy marcada, originada, sin duda, por la fragmentación política endémica tras el colapso del Reino Nuevo. Un corolario de esta situación es la destacada tendencia a que el objeto de la devoción personal sea la principal deidad de la ciudad, que de este modo adquiere la omnipotencia y la omnisciencia de los grandes dioses tradicionales del panteón. A su vez, este fenómeno generó un intenso sentido de la inminencia de la presencia divina, lo cual probablemente fuera un factor importante en el desarrollo de los cultos animales, uno de los rasgos religiosos más característicos de la Baja Época. La devoción hacia esta divinidad de presencia inmediata vino acompañada, de forma totalmente natural, por una poderosa convicción de la dependencia del hombre respecto del favor divino, expresada con frecuencia en la escultura mediante estatuas de personas que sujetan y ofrendan imágenes de su dios local.

Las inscripciones biográficas revelan, además, que los factores conducentes al éxito en la vida eran percibidos en unos términos esencialmente tradicionales: el favor real seguía considerándose un requisito del éxito; también se consideraba esencial vivir la vida según
maat
, el orden del universo, tanto físico como moral, que comenzó a existir con la creación del mundo y es definitivo, es decir, incapaz de mejorar. En la tumba de Petosiris se describe vivir según
maat
como «El camino de la vida» y un estímulo mencionado con frecuencia para seguir esta vía es la influencia divina que opera en el corazón del individuo, es decir, allí donde se encuentra el origen de su ser moral. Se trata de un concepto al que no resulta difícil encontrarle paralelos anteriores (por ejemplo, el antiguo concepto de
netjer imy.k,
«el dios que está en ti»), pero que en los textos de la Baja Época se desarrolla de un modo mucho más sistemático. Seguir «El camino de la vida» bajo la guía de dios trae el éxito, tanto en este mundo como más allá de la tumba, donde todavía espera otra prueba más. El día del juicio en la Sala de las Dos Verdades era para todos y no se hacían distinciones entre el rico y el pobre. No obstante, esta fuerte convicción en que se terminaría haciendo justicia no impide la expresión de una filosofía del
carpe diem
, la cual demuestra que los egipcios habían perdido poco de su amor por la vida. De hecho, no es extraño encontrar de vez en cuando quejas por la injusticia de una temprana muerte que ha impedido disfrutar de todo lo bueno que la vida tiene por ofrecer. Aquí nos encontramos de nuevo con una completa novedad, puesto que la fragilidad de las certezas egipcias respecto a la vida tras la muerte es elocuente en textos tan antiguos como la
Canción del arpista ciego
y el capítulo 175 del
Libro de los muertos
. En cuanto a los principios del culto mortuorio, durante la Baja Época continuaron siendo los mismos, si bien menos elaborados en la práctica. Creencias antiguas como puedan ser los beneficios conseguidos mediante la recitación de fórmulas y la realización de los rituales funerarios mantuvieron gran parte de su poder.

El concepto de los requisitos para la otra vida ofrece una imagen un tanto contradictoria, pero de nuevo se trató de trabajar y desarrollar viejas ideas. Aquéllos que podían permitírselo comenzaron de nuevo a dedicar muchos esfuerzos a la construcción de sus tumbas, algunas de las cuales son espectaculares ejemplos de puro alarde. El complejo mortuorio de Mentuemhat en Tebas es el más impresionante de todos aquellos que no pertenecen a miembros de la familia real, ya sea en esta zona o en cualquier otra, y muchos visires del Reino Nuevo habrían envidiado la tumba construida por Bakenrenef, que domina el valle desde la escarpadura este de Sakkara.

Durante el Período Saíta, los egipcios se mostraron especialmente ingeniosos a la hora de construir tumbas que no se pudieran robar: se rellenaban por completo con arena tras el enterramiento para que tuvieran el efecto deseado; pero los ajuares funerarios ya no eran ni tan amplios ni tan ricos como lo habían sido durante el Reino Nuevo, aunque todavía se puedan encontrar enterradas junto al difunto joyas y máscaras de oro o plata dorada. Esta pobreza del ajuar funerario significa que las cámaras sepulcrales son pequeñas, a menudo apenas más grandes que el propio sarcófago. En cuanto a los enterramientos de la clase baja, para este período contamos con más información que para los anteriores, sobre todo en Sakkara, donde las excavaciones arqueológicas han sacado a la luz cuerpos poco o nada momificados enterrados en ataúdes muy pobres, con frecuencia sin más elaboración que unas meras esteras de hojas de palma, y depositados en un agujero en la arena, sin nada que lo indique en la superficie, a no ser una sencilla señal para guiar las pobres atenciones de un familiar ansioso por realizar cualquier mínimo servicio que pudiera permitirse el difunto. Esto concuerda con la documentación de otros períodos anteriores y demuestra que también a este nivel la Baja Época continuó la tradición.

Las inscripciones biográficas revelan otro cambio de énfasis, puesto que la separación existente entre el faraón y sus súbditos disminuye claramente, lo cual queda reflejado en la facilidad con la que las personas no pertenecientes a la familia real tuvieron acceso a la antigua literatura funeraria: en varias tumbas saítas de Sakkara (entre ellas las del visir Bakenrenef, el «comandante de la flota real» Tjanenhebu y el médico Psamtek), se utilizaron los Textos de las pirámides; los ataúdes del siglo IV a.C. también reflejan este cambio. La tumba de Petosiris muestra un fenómeno paralelo, pues, en un punto de su inscripción biográfica, el propio Petosiris afirma haber realizado el antiguo ritual de fundación de estirar la cuerda. No obstante, nada de esto es una total novedad, puesto que en la XII Dinastía ya contamos con ejemplos del deseo de admitir la humanidad del supuesto rey-dios. También resulta demasiado fácil ignorar el hecho de que en todos los períodos de la historia de Egipto la relación entre la ideología de la realeza y los aspectos prácticos de la vida diaria terminaban siendo definidos por la experiencia histórica; el acercamiento entre el rey y sus súbditos visible en las fuentes tardías refleja la realidad de la distribución del poder en el Egipto de la Baja Época.

En conclusión: los trescientos años que precedieron a la invasión de Egipto dirigida por Alejandro Magno (332-323 a.C.) no fueron siglos escasos de logros. A pesar de que el país estuvo dos veces sometido al dominio persa, consiguió mantener su independencia durante largos períodos de tiempo contra poderosos enemigos y tuvo un gran impacto en el transcurso de la interminable lucha por el poder en Oriente Próximo, además de reiterar su interés por el Alto Nilo. Durante la época saíta hubo varios factores que interactuaron entre sí para crear la base de este éxito. En primer lugar la aparición de una familia de gobernantes ideológicamente aceptables, políticamente astutos y militarmente muy taimados.

No obstante, los saítas también tuvieron suerte, puesto que durante la mayor parte de la dinastía, la dinámica imperialista en Oriente Próximo actuó en su favor. Los imperios se expanden tanto como sus estructuras institucionales y el deseo de sus líderes lo permiten. Cuando los asirios y los caldeos intentaron incorporar Egipto a sus imperios, se encontraron operando al límite de su capacidad. El más mínimo problema en el seno de sus propios territorios implicaba una irremediable disminución de los recursos que podían ser movilizados contra Egipto; hasta el punto de volver imposible tanto las respuestas como el control del país. Por lo tanto, no resulta nada sorprendente que el dominio asirio fuera intermitente y de bajo nivel y que todo lo que los caldeos pudieron conseguir fuera amenazar, invadir y retirarse.

El peligro que suponían los persas era de un orden diferente, puesto que poseían una capacidad mucho mayor en cuanto a riqueza y recursos humanos, acompañada al principio por unos deseos de conquista mucho más importantes, derivados en última instancia del propio Ciro. Por muy capaz que fuera el faraón, si los persas actuaban al máximo de su capacidad, la tierra de Egipto debía caer. No obstante, las leyes de la gran estrategia valían tanto para los persas como para sus predecesores; por ello, la marginal posición geográfica de Egipto en relación al Imperio aqueménida significó que mantener un control permanente sobre la tierra del Nilo terminó resultándole complicado y que siempre existió el potencial para una revuelta con éxito.

Visto en segundo plano este telón de fondo, el panorama de rebeliones, independencias y conquistas de los siglos V y IV a.C. se vuelve inteligible de inmediato. Sin embargo, ninguno de estos furiosos esfuerzos disminuyó la vitalidad de la vida cultural egipcia. Es innegable que hemos sufrido una gran pérdida en cuanto a las obras de arte, arquitectónicas y literarias de la época, pero lo que se conserva es más que suficiente para dejarnos ver una sociedad poderosamente consciente de su pasado y que no por ello dejaba de explorar nuevos caminos o que, como mínimo, insistía en encontrar sus propios puntos de énfasis cultural. Miremos donde miremos, siempre nos encontramos con una poderosa corriente de continuidad unida a una dinámica evolucionista vital que, además de proporcionar el apoyo evidente a los mismos, explica los muy considerables logros de la época de los ptolomeos, que vino a continuación.

Other books

Rutland Place by Anne Perry
Darke Mission by Scott Caladon
Election Madness by Karen English
Desire After Dark by Amanda Ashley
Chasing Charli by Quinn, Aneta
Like a Wisp of Steam by Thomas S. Roche
Firebreak by Richard Herman
Crimen En Directo by Camilla Läckberg