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Authors: Ian Shaw & Stan Hendrickx & Pierre Vermeersch & Beatrix Midant-Reynes & Kathryn Bard & Jaromir Malek & Stephen Seidlmayer & Gae Callender & Janine Bourriau & Betsy Brian & Jacobus Van Dijk & John Taylor & Alan Lloyd & David Peacock

Tags: #Historia

Historia del Antiguo Egipto (79 page)

BOOK: Historia del Antiguo Egipto
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Durante la primera fase del gobierno ptolemaico las relaciones entre la élite macedonia y sus súbditos egipcios no siempre está clara y, donde lo es, presenta algunas inconsistencias. Una inscripción de Akhmin parece referirse a una princesa ptolemaica que se había casado con un príncipe de la XXX Dinastía y, ciertamente, la antigua aristocracia egipcia no quedó relegada a la impotencia: parece que algunos miembros del linaje real de la XXX Dinastía mantuvieron sus cargos militares durante el Período Macedonio, y en el reinado de Ptolomeo II encontramos a un hombre llamado Sennushepes como supervisor del harén real y poseedor de un alto cargo en el nomo koptita; otra documentación del mismo reinado sitúa a otros egipcios en importantes cargos administrativos y militares dentro del nomo mendesiano. Estos y otros casos permiten sospechar que el egipcio Dioniso Petoserapis, que aparece con un alto cargo cortesano en Alejandría en la década de 160 a.C., tuvo más precedentes a comienzos del Período Ptolemaico de los que estamos inclinados a pensar en la actualidad.

La documentación es mucho más abundante para la nutrida clase de los sacerdotes y escribas del templo; si bien no debemos caer en la trampa de considerarlos como un grupo cerrado. Los cargos sacerdotales eran compatibles con los cargos seculares, de modo que no se puede mantener una firme diferenciación entre la aristocracia secular de cargos y títulos, por un lado, y la de categoría eclesiástica, por el otro. Los sacerdotes estaba asentados en numerosos templos, que con frecuencia fueron reconstruidos o adornados en la época ptolemaica y siguen siendo algunos de los restos más completos y espectaculares conservados de la cultura faraónica. Uno de los mejores ejemplos es el templo de Horus el Behdetita, en Edfu, que es casi completamente ptolemaico y fue objeto de trabajos constructivos entre 237 a.C. y 57 a.C.; si bien resulta muy significativo que los ptolomeos escogieran conservar para el sanctasanctórum el santuario de Nectanebo II, afirmando así su continuidad con el pasado de Egipto. Otro centro importante de actividad constructiva fue Filé, donde de nuevo los vemos reafirmando sus estrechos lazos con la última dinastía nativa egipcia. Estos y otros templos continuaron realizando su antigua función como fuentes de energía de Egipto; el punto de contacto entre lo humano y lo divino, en los cuales el faraón, por medio de su representante, el gran sacerdote local, realizaba los críticos rituales necesarios para el mantenimiento de los dioses y, a cambio, éstos canalizaban su poder dador de vida a través del faraón hasta Egipto.

Uno de los rasgos característicos de los principales templos estatales en la época ptolemaica y romana fue el añadido de un pequeño templo períptero, situado de forma invariable en ángulo recto con respecto al templo principal, para el cual Champollion acuñó el término
mammisi
(una palabra copta inventada por él que significa «casa de nacimiento»). Los
mammisi
ptolemaicos suelen estar rodeados de columnatas con entrepaños entre las columnas y eran utilizados para celebrar los rituales del matrimonio de la diosa (Isis o Hathor) y el nacimiento del dios niño. Parece que los relieves de la XVIII Dinastía que describen el divino nacimiento del rey, tanto en Deir el Bahari como en Luxor, pueden considerarse homólogos de los
mammisi
. El templo de Hathor en Dendera tiene dos
mammisi
, uno de época romana y el otro de época de Nectanebo I (380-362 a.C.), este último destinado evidentemente a la celebración de los «misterios» en trece actos relativos al nacimiento tanto del dios Ihy como del faraón.

No obstante, los templos estaban lejos de limitarse a ser centros de culto. También eran importantes centros de actividad económica, cuyos recursos procedían de la producción de las tierras cedidas a ellos por la Corona (si bien los terrenos no eran de su absoluta propiedad); además de beneficiarse de los diezmos y préstamos concedidos por el Estado. Producían bienes manufacturados con propósitos seculares, sobre todo ropa, y eran los principales patrocinadores de trabajos artísticos como las estatuas, que eran creadas en sus
hut-nebu
, o «casas del oro», o mediante sus programas constructivos, que generaron un inmenso mercado para las habilidades de escultores y pintores. El trabajo de estos artistas es de gran interés, puesto que proporciona la más clara evidencia de los intentos ptolemaicos por amalgamar la cultura griega y la egipcia, siendo evidente que su trabajo los llevó en dos direcciones diferentes. En primer lugar, su determinación por continuar con las tradiciones del Egipto de la Baja Época resulta particularmente evidente en los relieves de los templos ptolemaicos, conservados en grandes cantidades; pero también en numerosos ejemplos de bulto redondo, algunos de ellos inigualables en todo el canon de la escultura egipcia. No obstante, la influencia de la escultura clásica se dejó ver cada vez más, de modo que las obras de un incongruente estilo mixto se vuelven cada vez más habituales; una tendencia que estaba destinada a tener serias consecuencias en el arte egipcio tradicional.

Los sacerdotes disfrutaron de un considerable poder político, entre otras cosas porque su voluntad era considerada por los ptolomeos como la clave para conseguir la aquiescencia de la población egipcia y, de hecho, algunos de ellos, como Manetón de Sebenitos, tuvieron un papel destacado en la política cultural ptolemaica. Desde este punto de vista, el «gran sacerdote de Menfis» fue particularmente importante, tanto por ser la figura más significativa de la segunda ciudad en importancia del reino, como porque era el supremo pontífice de Egipto en esta época, con amplios contactos e influencia en todo el país. Los ptolomeos hicieron todo lo posible para conseguir su apoyo, pero aquéllos manifestaron sus halagos de forma mucho más amplia, como indican las conocidas expresiones de gratitud sacerdotal de los decretos de Canopo y Rosetta. De hecho, una lectura detenida de estos textos revela que, según fue declinando el poder del Estado, los ptolomeos mostraron un mayor cuidado a la hora de mantener a los sacerdotes del lado del gobierno.

Los sacerdotes y escribas eran los depositarios y exponentes destacados de la cultura egipcia tradicional, un papel en el que tuvieron un éxito espectacular en época ptolemaica. Si consideramos el material textual producido para el uso del culto en los templos, como
La leyenda de Horus de Behdet y el disco solar
, grabada en la parte interior del muro oeste del recinto del templo de Edfu, nos encontramos con un profundo conocimiento de la tradición antigua, combinado con una impresionante capacidad para la narración y la habilidad de escribir en un egipcio clásico sorprendentemente bueno, a pesar de alguna que otra contaminación de los estadios Baja Época y demótico de la lengua, así como un exuberante desarrollo del potencial de la escritura jeroglífica, que con frecuencia habría vuelto ininteligible el texto a cualquier lector del Reino Medio o Nuevo. En otros contextos encontramos que los viejos géneros seguían floreciendo; por ejemplo, las biografías de las tumbas y los textos funerarios relacionados, los pseudoepígrafes, los textos rituales, las historias y los textos sapienciales. Los antiguos principios compositivos mantuvieron su valor y el mundo conceptual es inequívocamente el de la cultura faraónica final.

El juicio del difunto seguía siendo central en el concepto ptolemaico de la otra vida, al igual que la convicción de que el veredicto del tribunal (delante del cual todos tenían que comparecer en el otro mundo) dependía de una vida virtuosa. Ciertamente podían aparecer actitudes negativas ante la muerte, pues existía una tendencia a quejarse contra la injusticia de un fallecimiento prematuro y de la indefensión del hombre frente a la muerte; lo cual a su vez podía llevar a la convicción de que el hombre debía aprovechar al máximo la vida mientras le fuera posible hacerlo. No obstante, en relación tanto a la vida como a la muerte, existía la convicción absoluta de que los dioses mantenían un orden moral y que era muy importante determinar cuáles eran sus deseos y atenerse a ellos. Este orden era considerado como un marco definitivo, vigente y de larga duración que no podía ser cambiado, cuya estructura y modo de funcionar podían determinarse mirando al pasado, en especial los textos antiguos descritos en un pasaje como las «Almas de Ra». Existía un fuerte sentido de dependencia respecto a la voluntad de los dioses y la convicción de que castigarían los comportamientos inaceptables. Se habló mucho de algo que traducimos como «Destino», pero es evidente que la expresión podía terminar significando la voluntad de los dioses. No obstante, los egipcios no fueron dejados completamente en blanco respecto a cuál sería la voluntad divina, puesto que estaban convencidos de que los dioses se comunicaban con frecuencia con los hombres, sobre todo por medio de sueños.

En la época ptolemaica también aumentó el gusto por los textos apocalípticos, que se pensaba que ofrecían una imagen directa del modo de trabajo del orden divino. Continuó habiendo una fuerte creencia en la existencia de expertos que podían llegar más allá de la capacidad humana normal gracias a su conocimiento de las palabras y las acciones de poder (
heka
), que podían crear cambios, a menudo espectaculares, en el mundo físico. Nada cambió en cuanto al concepto de la composición del hombre, por lo que su modo de entender las relaciones sociales no muestra nada sorprendente. Así, los egipcios continuaron viéndose a sí mismos en un contexto social que transcendía el presente para incorporar tanto a los antepasados como a los descendientes, cuyo buen comportamiento era una parte significativa de la inmortalidad que ansiaban. También existía un claro sentido de la jerarquía social y se reconocía que la posición de una persona dentro de ella determinaba su autoridad. En la vida diaria se enfatizaban la solidaridad familiar y los intereses de la ciudad, así como el principio paternal y la preocupación por aquellos menos favorecidos que uno mismo. Por otra parte, la literatura sapiencial podía expresar un testarudo sentido práctico y una circunspección que dejaba poco espacio para confiar en los demás; también pueden dejar ver una cierta misoginia, muy relacionada con el reconocimiento del poder sexual de las mujeres.

Como antaño, se concedía mucha importancia al autocontrol y a la circunspección como virtudes cardinales. En cuanto a las relaciones políticas, el faraón podía seguir siendo visto como un benefactor divino, cuyo apoyo era esencial para tener éxito, si bien había una mayor predisposición a reconocer que dependía de los dioses y a que existía la posibilidad de que actuara de modo inaceptable para ellos, lo que significaría un castigo para él y para el reino. Por último, no debemos olvidar un elemento de esta cultura vital que dejó una huella duradera en los señores helénicos de Egipto: la religión, cuyo éxito, sobre todo el de Isis y el egiptizante culto de Serapis, son un notable ejemplo de sincretismo cultural.

Por debajo del amplio grupo de escribas egipcios enfrascados en las obligaciones del templo había un número significativo de escribas que trabajaban como funcionarios y secretarios. De hecho, si estaban decididos a aprender el suficiente griego como para actuar como intermediarios entre los egipcios y la élite greco-macedonia, en el gobierno local y provincial había muchas oportunidad de prosperar. Más abajo en la jerarquía social se encontraban los artesanos, que podían mostrar su talento en los templos; aunque en el Egipto ptolemaico había una cierta cabida para los empresarios independientes, sobre todo en los grandes centros de población, donde encontramos numerosos pequeños empresarios de ambos sexos que producían para la venta al por menor. Por debajo de ellos volvemos a encontrarnos con los
machimoi
o milicia, que en su mayoría eran egipcios y actuaban como soldados o policías (véase el capítulo 13). Al tener su origen en la época faraónica, los
machimoi
continuaron en la época ptolemaica y, tras su éxito en la batalla de Rafia, en 217 a.C., su importancia en el estamento militar aumentó. No obstante, su categoría social y económica no era elevada, puesto que los lotes de tierra que recibían eran significativamente más pequeños que los de sus homólogos no egipcios, por lo general entre 5 y 7
arurai
(1
aura
= 700 metros cuadrados), comparadas con las 20, 30, 70 e incluso más concedidas a los
clerucos
griegos. La productividad de estos lotes era tan escasa que no permitía contratar trabajadores, de modo que si los
machimoi
eran llamados al servicio militar, podían tener graves problemas económicos.

No muy por debajo de los
machimoi
se encontraba la masa del campesinado egipcio, enfrascada en la producción agrícola que formaba la base de la economía egipcia. Ésta implicaba la durísima tarea de crear y mantener el sistema de irrigación, además de las tareas agrícolas normales de producción de cereal y pienso, arboricultura y cría de ganado. Los campesinos podían realizar estas tareas como trabajadores o arrendatarios de terrenos de la Corona o del templo y también en grandes heredades; los más emprendedores y exitosos podían incluso arrendar más parcelas a terratenientes como los clerucos, a quienes no gustara la vida agrícola. Algunos de ellos eran perfectamente capaces de aprovechar al máximo cualquier oportunidad que se les presentara para incrementar sus ingresos, actuando por ejemplo como agentes de transporte atendiendo a las necesidades de los centros gubernamentales o locales de producción económica. De hecho, está claro que algunos arrendatarios de terrenos de la Corona hacían buenos negocios, pero en la mayor parte de los casos es evidente que el campesinado operaba al nivel de subsistencia marginal y su suerte podía volverse intolerable, sobre todo en épocas de trastornos políticos internos, que a partir de finales del siglo III a.C. fueron cada vez más habituales.

Un largo declive

El desgaste de las posesiones egeas y sirias de los ptolomeos a finales del siglo III y comienzos del II a.C. terminaría por dejarles con sólo dos provincias extranjeras: Cirenaica y Chipre. Polibio culpa directamente a las deficiencias de carácter del propio Ptolomeo IV; pero el declive del poder ptolemaico tiene orígenes más profundos que las iniquidades de un único soberano. En primer lugar tenemos el cisma dinástico, el cual tenía su raíz en el carácter institucional de la propia monarquía, que al convertirse en un rasgo recurrente de la historia ptolemaica generó mortales enfentamientos intestinos que, como mínimo, eran debilitantes y terminaron por generar inestabilidad en el reino a un nivel desastroso. Estos problemas se vieron agravados a menudo por la furia de las turbas alejandrinas, que salieron a la luz por primera vez a la muerte de Ptolomeo IV, con el linchamiento de su ministro Agátocles. De hecho, nada nos ofrece una mejor imagen de su desenfrenado y vicioso temperamento que la descripción de Polibio del asesinato de los familiares y socios de Agátocles:

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