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Authors: Ian Shaw & Stan Hendrickx & Pierre Vermeersch & Beatrix Midant-Reynes & Kathryn Bard & Jaromir Malek & Stephen Seidlmayer & Gae Callender & Janine Bourriau & Betsy Brian & Jacobus Van Dijk & John Taylor & Alan Lloyd & David Peacock

Tags: #Historia

Historia del Antiguo Egipto (82 page)

BOOK: Historia del Antiguo Egipto
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El interés por los recursos minerales, sobre todo el oro, continuó durante la época ptolemaica y el Período Romano. El hallazgo de cerámica de barniz negro en lugares como Abu Zawal, unos veinte kilómetros al oeste del Mons Claudianus, sugiere que tanto ésta como otras minas ya estaban en explotación antes de la conquista romana, si bien es indudable que siguieron estándolo tras ella.

Los lugares de extracción del oro se han estudiado poco, pero su aspecto es característico. Por lo general suele haber un grupo de pequeñas chozas rodeadas por montones de piedras y, por todas partes, restos de los aparatos utilizados para machacar la cuarcita de donde se extraía la mena. La herramienta principal parece haber sido una especie de mortero en forma de silla curva, con la piedra móvil superior en forma de sombrero de dos picos, cuya «ala» formaban las asas para manejarla. Para separar la suciedad de la ganga se necesitaba agua en grandes cantidades y, en ocasiones (un ejemplo típico es Abu Zawal), un importante pozo forma el núcleo del complejo. En otros casos, la piedra triturada se llevaba a otro lugar y allí se separaba.

El método de extracción del oro fue observado por el geógrafo griego Agatárquidas, que visitó las minas en el siglo II a.C. Su trabajo original se ha perdido, pero por fortuna su descripción se ha conservado en los escritos de Diodoro Sículo. Nos dice que la roca se rompía con fuego y martillos. Luego se machacaba mediante grandes morteros de piedra hasta alcanzar el tamaño de guisantes, tras lo cual se trituraba hasta formar un grano fino en morteros de mano antes de lavarse en una superficie inclinada para separar el oro de la ganga. Es probable que en el triturado final se utilizaran los morteros en forma de silla que tan visibles son en estos yacimientos.

La extracción de piedra también contaba con una larga tradición en Egipto. El ejemplo más celebrado es el gran complejo de Asuán, ahora profundamente cambiado o enterrado bajo la expansión de la ciudad moderna. Asuán producía varios tipos de rocas graníticas, la más celebrada de las cuales era el granito rojo o rosa. Durante la época faraónica se utilizó para sarcófagos, obeliscos y para el piramidión de las grandes pirámides de Guiza, quizá porque su color rojizo sugiere el sol. Durante la época romana, las canteras continuaron siendo explotadas afanosamente, de modo que por toda la costa del Mediterráneo se encuentran grandes cantidades de columnas de granito de Asuán. Se trata, de hecho, de una de las «tres grandes» piedras decorativas del mundo romano, junto al
granito violetto
de Troad y al
Cipollino
de Grecia.

El éxito de Asuán se debe, claramente, a su emplazamiento a orillas del Nilo. Su producción podía ser cargada con facilidad en grandes navíos y enviada a Alejandría, donde era trasladada a las
lapidariae naves
, los barcos especiales utilizados para transportar cargas pesadas por el Mediterráneo. Otras canteras de éxito, como las de arenisca de Gebel el Silsila o las de «alabastro egipcio» (o «alabastro calcita») en el Egipto Medio, también se encontraban cerca del Nilo (si bien las principales canteras de alabastro-calcita, en Hatnub, se encuentran al menos a medio día de camino del río y probablemente algo más cuando se trataba de bloques grandes). En Asuán, las canteras parecen haber tenido una larga vida, pues los romanos continuaron con una tradición varias veces milenaria.

Por evidentes razones logísticas, los faraones se abstuvieron de extraer a gran escala remotas piedras del desierto (para su uso en la construcción o-esculturas), con excepción del
bekhen
, una arenisca grauvaca de Wadi Hammamat y, lo que es todavía más notable, de la llamada «diorita de Kefren», un gneis-anortosita procedente del Gebel el Asr, en el Desierto Occidental, unos doscientos kilómetros al suroeste de Asuán. No obstante, durante la época romana se realizó un intento por explotar los considerables recursos líricos del desierto de una forma más amplia, concentrándose en el Desierto Oriental, donde se explotaron varias rocas duras, sobre todo el pórfido y variedades de diorita.

El centro que articuló la mayor parte de esta actividad parece haber sido el Mons Porphyrites (Gebel Dokhan), unos setenta kilómetros al noroeste de Hurghada. Los ostraca del Mons Porphyrites nos informan de que los hombres que allí trabajaban eran parte de los
numerus
de Porphyrites y los
arithmos
de Claudianus. Del mismo modo, los trabajadores de la cercana Tiberiana (Barud),la fuente del
granito bianco e nero
parecen haber sido del
numerus
de Porphyrites y del
arithmos
de Tiberiana. A lo cual podemos añadir las esquirlas de pórfido encontradas en la mayor parte de las canteras del Desierto Oriental, las cuales sugieren que los hombres que habían trabajado con el pórfido eran enviados a otras canteras.

Una inscripción recientemente descubierta documenta de un modo sorprendente el hallazgo de esta zona. Nos dice que los recursos fueron encontrados por Cayo Cominio Leugas, que sería el equivalente romano de un geólogo de campo, el 23 de julio de 18 d.C. Parece haber descubierto pórfido, pórfido negro, piedras multicolores y
knekites
(«piedra alazor»), que todavía ha de ser definida geológicamente.

La fecha de la primera extracción de piedra en el Mons Porphyrites se sitúa en el principado de Tiberio (14-37 d.C), como confirma otra inscripción, y parece haber continuado hasta finales del siglo IV y posiblemente comienzos del siglo V d.C., si las fechas de la cerámica son correctas. El color púrpura llevaba miles de años utilizándose en la zona del Mediterráneo como señal de nobleza y es indudable que el descubrimiento de una roca púrpura habría sido un acontecimiento importante, de considerable interés para el emperador. La operación ha sido descrita, con cierta justificación, como la más notable manifestación de actividad romana vista en parte alguna del imperio. Era necesario suministrar alimentos a la cantera, excavar pozos que llegaran hasta el agua fósil (la cual abunda en el desierto, al contrario de lo que se suele creer) y construir fuertes para los militares y poblados para los trabajadores. Si bien ambos grupos pueden haber convivido hasta cierto punto, las canteras se encuentran en la cima de las montañas y era necesario situar a los trabajadores cerca de su punto de trabajo. El lugar parece haber comenzado como una serie de poblados de montaña diseminados que, posteriormente, en el siglo II d.C., pasaron a ser controlados desde un fuerte al nivel del
wadi
. A finales de la época romana parece que se utilizaron convictos en la extracción y un pasaje de los escritos de Eusebio se refiere a un grupo de cristianos (casi con seguridad canteros) a los que se les sacaron los ojos y se les cortaron los tendones antes de ser deportados a Palestina (posiblemente por intentar hacer proselitismo entre la guarnición). No obstante, durante la mayor parte del tiempo la operación fue llevada a cabo por civiles y soldados que trabajaban juntos, como ciertamente fue el caso en el Mons Claudianus. Incluso el cristianismo era tolerado en general, como demuestran varias inscripciones.

Mons Claudianus, unos cincuenta kilómetros al sur del Mons Porphyrites, era la fuente de una granodiorita gris utilizada fundamentalmente para fabricar columnas. En la actualidad es la más intensamente estudiada de las canteras romanas del Desierto Oriental. El complejo incluye un fuerte de época de Domiciano y uno más antiguo donde se ha encontrado un ostracon de Nerón, junto a 130 pequeñas canteras repartidas en un radio de aproximadamente un kilómetro en torno a ellos; cada una estaba conectada al
wadi
principal mediante un camino de deslizamiento que terminaba en una rampa de carga: el lugar donde los productos eran transferidos desde los rodillos o trineos a carros para el viaje de 120 kilómetros a través del desierto que les esperaba antes de llegar al Nilo. Algunos de estos carros serían muy grandes, pues una columna de veinte metros de altura habría pesado más de doscientas toneladas. Es pertinente mencionar que un ostracon menciona un carro de doce ruedas y, en la llanura de Naq el Teir, se han encontrado huellas con una separación de ejes de tres metros.

Se solía considerar que la roca del Mons Claudianus, también conocida como
granito del foro
, por lo abundante que es en el foro romano, poseía una distribución panmediterránea. Sin embargo, un programa de análisis químico y petrográfico realizado durante la década de 1990 ha demostrado que en realidad prácticamente sólo se utilizó en algunos de los monumentos más apreciados de Roma. Parece que el Mons Claudianus se encuentra fuera de la órbita normal del comercio romano, por lo que puede haber sido propiedad más o menos personal del emperador. Es interesante mencionar que se explotaron rocas grises de apariencia similar en afloramientos más accesibles, en las islas de Elba y Giglio y también en el oeste de Turquía. La roca del Mons Claudianus era especial, no por sus propiedades, sino por su lugar de origen. Era un producto del extremo del imperio y sólo podía conseguirse con los mayores esfuerzos. Puede que éste sea el secreto de toda la empresa cantera del Desierto Oriental, que tiene poco sentido en términos económicos.

La importancia de Egipto para la economía romana va más allá de su producción. Quizá uno de los aspectos más extraños y singulares del gusto de la nobleza romana fuera su predilección por los lujos orientales: perlas, pimienta, sedas, incienso, mirra y otras especias y medicinas exóticas. Egipto articulaba este comercio, pues estos bienes llegaban en barco a través del océano Indico y luego recorrían la costa occidental del mar Rojo. Allí eran desembarcados y arrastrados durante 150 kilómetros de desierto hasta el Nilo, dende volvían a ser embarcados hasta Alejandría y luego hasta Roma. La India se benefició de este comercio, puesto que a cambio recibía cristal, telas, vino, grano, cerámica de calidad y metales preciosos, así como cargamentos humanos, como niños cantores y doncellas para el placer de los potentados hindúes.

Se puede pensar que para los barcos sería más ventajoso subir el mar Rojo y cruzar el istmo que ahora ocupa el canal de Suez. De hecho, hubo un proyecto, comenzado por Ptolomeo II y mejorado por varios de sus sucesores, sobre todo Trajano y Adriano, que conectaba el Nilo con los lagos Amargos. No obstante, no se utilizaba demasiado, al menos no durante los primeros siglos antes y después de nuestra era, debido sobre todo a los fuertes vientos del norte que soplan en el mar Rojo durante el 80 por ciento de los días del año. Esto habría supuesto un gran riesgo para los cargamentos romanos y era preferible desembarcar algo más al sur y llevar los bienes por tierra hasta el Nilo. Los dos puertos creados por Ptolomeo II Filadelfo (285-246 a.C.) para facilitar este comercio fueron Berenice, que recibió el nombre de su esposa, y Myos Hormos. Parece que este último fue el más importante durante el siglo II a.C. y que Berenice creció en importancia durante el siglo I a.C., convirtiéndose en el puerto principal durante el siglo I d.C., si bien Myos Hormos siguió siendo utilizado. Por lo tanto, el comercio con la India se desarrolló durante la época ptolemaica y los romanos se limitaron a apoderarse y quizá ampliar un negocio ya existente. El mar Rojo también era conocido por los comerciantes faraónicos, pues indudablemente daba acceso a la misteriosa tierra del Punt, situada en el África oriental (véase el capítulo 1), de donde llegaban plantas y animales exóticos.

El emplazamiento de Berenice se conoce con seguridad y, desde que fue descubierto por Belzoni en 1818, ha sido identificado con las ruinas cercanas a Ras Bañas, en el sur de Egipto. Myos Hormos ha sido objeto de un debate más amplio y la mayoría de los expertos lo situaba en Abu Shaar, unos veinte kilómetros al norte de Hurghada, pues coincide con la latitud y la longitud mencionadas por Ptolomeo en su
Geografía
. No obstante, en la década de 1990 las excavaciones en un pequeño fuerte del yacimiento demostraron que se trata de una fundación romana tardía y bizantina, sin restos de asentamientos anteriores. No obstante, el emplazamiento de Myos Hormos se describe con cierto detalle en la literatura grecorromana, y el estudio de las imágenes tomadas por satélite sugiere que el lugar que más parece ajustarse a ellas es Quseir el Qadim, en el extremo del camino fortificado que llega desde Koptos, en el Nilo. Esta apreciación ha sido confirmada recientemente por las excavaciones en El Zerqa, situado aproximadamente a medio camino de esta ruta, donde se han encontrado ostraca que demuestran sin lugar a dudas que el puerto que había al extremo del camino era Myos Hormos.

La naturaleza de este comercio puede averiguarse gracias tanto a las fuentes literarias como arqueológicas. El documento principal es el
Periplus maris Erythrae
, una guía de navegación del mar Rojo, el golfo de Aden y el océano índico occidental, compilada en el siglo I d.C. Se complementa con referencias en los poemas tamiles a «vinos de frescas fragancias traídos por los yavana en sus barcos» o a «la próspera ciudad de Mazuris, lugar de donde vienen los bellos grandes navíos de los yavana cargados de oro, blanqueando las aguas con espuma y regresan cargados de pimienta». Parece que el mejor momento para partir desde Egipto era julio, cuando el monzón suroccidental empujaba los barcos por el golfo de Aden y el océano índico; mientras que el retorno se veía retrasado hasta noviembre para aprovechar el monzón nororiental.

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