El hacinamiento alcanzó su máxima expresión en la zona minera. Alejadas las minas de los pueblos, los patronos construyeron barracones, donde se agolpaban un centenar o más de camas, cada una para dos o tres obreros. Por lo común los mineros debían vivir en los barracones, que regentaban capataces de la empresa, a cambio de un pago elevado. También en las viviendas de los barrios era habitual el hacinamiento. La carestía de los alquileres forzaba a subarrendar cuartos. Solían vivir en el mismo piso, de reducidas dimensiones, dos o tres familias y varios huéspedes. La alimentación precaria fue habitual. La base de la dieta era el pan, y se completaba con tocino, tasajo, alubias, garbanzos, patata y vino. Para los mineros era obligatorio consumir en las cantinas de la empresa, cuyos abastecimientos, de altos precios, eran de muy baja calidad.
Las jornadas de trabajo eran largas. En las minas eran al principio de sol a sol. Existía el trabajo
a tarea
(a destajo): pequeñas cuadrillas ajustaban el sueldo por tanta cantidad de mineral. Era un trabajo agotador, en el que cada obrero obtenía unas dos toneladas diarias de hierro.
El trabajo en las minas, de sol a sol, era agotador. Cada obrero obtenía unas dos toneladas diarias de hierro. Vista general de la mina Carolina.
En Bizkaia arraigó la vertiente socialista del movimiento obrero. Fue, con Madrid y Asturias, uno de los pilares del socialismo español. Se propagó en Bizkaia tras la acción ideológica que encabezó Facundo Perezagua. En 1879 había participado con Pablo Iglesias en la fundación del Partido Socialista Obrero Español y llegó a Bizkaia en 1886 para difundirlo.
Surgieron dos tipos de organización: las sindicales,
sociedades de resistencia
enmarcadas en la U.G.T., y las de carácter político, las Agrupaciones Socialistas adscritas al P.S.O.E.. La primera fue la Agrupación Socialista de Bilbao. La impulsó en 1887 Perezagua, tipógrafo, con compañeros de profesión. En 1888 nacían las de Ortuella, Sestao y La Arboleda, así como la primera
sociedad de oficio,
constituida por tipógrafos.
La huelga general de mayo de 1890 resultó decisiva en la formación del movimiento obrero. Iniciada en las minas, se extendió entre los obreros fabriles por solidaridad. Al despido de 5 trabajadores siguió una huelga general en la que se reivindicaba la readmisión de los despedidos, la jornada de trabajo de 10 horas y la supresión del trabajo a tarea, de los barracones y de la compra obligatoria en las cantinas.
El conflicto se generalizó, con 21.000 obreros en huelga, y se declaró el estado de guerra. La autoridad de la provincia pasó al general Loma.
El Pacto de Loma,
tras una reunión entre empresarios y representantes obreros impuesta por el general, puso fin al conflicto. Los huelguistas veían satisfechas sus reivindicaciones. Constituyó un hito histórico, si bien sus términos se vulneraron después. La huelga consagró el liderazgo socialista.
Se inició así la etapa épica del movimiento obrero vizcaíno, que duró hasta 1912-14 y se caracterizó por la radicalidad socialista y las enconadas relaciones entre patronos y trabajadores. La violencia acompañó también a las otras cuatro huelgas generales que se realizaron hasta 1910. Las mejoras en la situación de los trabajadores fueron lentas. Las sociedades de resistencia, con muy pocos trabajadores, fueron escasas. Para conseguir mejoras sustanciales se confiaba en la huelga general. Era, pues, un movimiento obrero débil, disperso y poco organizado, en parte porque les resultaba fácil a los patronos sustituir a los trabajadores. Tuvo un marcado carácter cíclico. Las huelas de los años de bonanzas económicas, cuando los patronos tenían mayores beneficios y margen de maniobra, se saldaron con victorias obre-as. Les seguían la afiliación a las agrupaciones socialistas y nuevos movimientos huelguísticos. Al llegar la crisis, el proceso se invertía.
A las actividades sindicales acompañaron las políticas. Las Agrupaciones Socialistas participaron en las elecciones desde 1891, las primeras con sufragio universal (masculino). En Bizkaia, por la presión del movimiento de masas sobre las estructuras caciquiles, las elecciones otorgaban algunas posibilidades políticas. Pablo Iglesias olía presentar su candidatura por Bilbao, con derrotas menos abultadas que las que sufría en Madrid. Y en Bilbao el PSOE consiguió en 1891 su primer concejal. Desde los años noventa, en Bilbao y en los municipios obreros los socialistas solían tener una minoría de concejales, insuficientes para condicionar las políticas municipales.
La ideología socialista defendía la lucha por la sociedad sin clases; la oposición a colaborar con partidos burgueses; una visión catastrofista del capitalismo, al que se suponía le colapsarían sus contradicciones; y la huelga revolucionaria como arma para acabar con el sistema. Pero el radicalismo ideológico hubo de adaptarse a las realidades concretas. Paulatinamente surgió una línea moderada, que defendía el gradualismo en los cambios sociales.
El antagonismo entre nacionalismo y socialismo fue constante. Para los socialistas la nación era un concepto burgués, que negaba los intereses proletarios. Además, Sabino Arana tachaba al socialismo de
antivasco
y proponía un movimiento etnicista, con argumentos peyorativos sobre los inmigrantes. Los planteamientos de Arana dieron pie a la aparición de una competencia sindical a los socialistas. Para el nacionalismo los obreros vascos sólo encontrarían solución definitiva a sus problemas con la independencia de Euskadi. En todo caso debían rehuir las agrupaciones socialistas. En 1911 nació
Solidaridad de Obreros Vascos,
para acoger a los obreros nacionalistas. Sindicato católico, con finalidades mutualistas, se apartaba de los planteamientos de clase de los socialistas. Su actuación, sin embargo, distó mucho de la de los sindicatos católicos no reivindicativos impulsados por la Iglesia a comienzos de siglo.
El sindicalismo nacionalista buscó su expansión entre los obreros de origen vasco. Por contra, la principal base social del socialismo la componían los inmigrantes, para los que fue vehículo de integración en la sociedad local, al proporcionales instrumentos de participación política.
Pero el socialismo atrajo también a obreros de origen vasco. Los había entre los afiliados vizcaínos. Y formaban el primer núcleo obrerista surgido fuera de Bizkaia, el de Eibar, donde se afianzó una sociedad de oficio compuesta por armeros. Adquirió notable fuerza, en parte por la gran capacidad de presión de los armeros, una mano de obra muy especializada. La tradición liberal de Eibar, con un acentuado anticlericalismo, caracterizó también a este núcleo obrerista. A comienzos del XX Gipuzkoa no había profundizado aún en el proceso de industrialización, ni los grupos obreros alcanzaban una presencia relevante. Pero el núcleo socialista de Eibar evidenciaba que este eje del pluralismo vasco no era exclusivo de Bizkaia.
En el primer tercio del XX la población creció a un rápido ritmo, desde los 600.000 habitantes de 1900 a los cerca de 900.000 en 1930. Se mantuvo la expansión de Bizkaia, que en 1930 llegaba a 485.000 habitantes. Su incremento decenal se situó entre el 12 y el 18 %, a la cabeza de las provincias españolas. Su población se concentraba sobre todo en Bilbao y las márgenes del Nervión. Gipuzkoa alcanzó desde 1900 ascensos similares, en torno al 15 % cada diez años. Superaba los 300.000 habitantes en 1930. Caracterizaba a su población la dispersión geográfica. En Álava persistió el estancamiento. En 1930 tenía una población de 104.000, sólo un 8 % más que en 1900. Su lento desarrollo despobló las zonas rurales, que sufrieron la sangría de la emigración hacia la capital y las provincias industriales.
La evolución demográfica refleja los comportamientos económicos, tanto el desarrollo capitalista de Bizkaia como el despegue industrial gipuzkoano y el anquilosamiento de las estructuras productivas en Álava.
En Bizkaia los avances siderúrgicos, navieros, bancarios y los astilleros compensaron el agotamiento minero. Se reafirmó la concentración geográfica de la industria vizcaína. En Bilbao nació un complejo espacio urbano, con barrios obreros en los que se hacinaban las viviendas y amplias áreas burguesas en el Ensanche. Su impulso abarcó toda la ría. En la margen izquierda crecían los núcleos obreros y al otro lado de la ría, frente al Abra, comenzó a construirse en 1906 Neguri (el neologismo, de Azkue, quería decir
población para el invierno),
para residencia permanente de las familias que encabezaban el desarrollo industrial.
Con la Primera Guerra Mundial se multiplicaron los precios de los fletes y las navieras vizcainas conocieron un ascenso sin parangón.
Aunque tras el
crak
bursátil de 1901 se liquidaron muchas empresas, sobrevivió el marco económico creado a fines del XIX, pese a la paralización de la primera década del siglo. El sector siderúrgico llegó a repartir pingües beneficios, sobre todo desde que en 1906 se recompusiera el Sindicato Siderúrgico español, tras dos años de dura lucha empresarial: eliminada la competencia, se rentabilizó al máximo la protección arancelaria.
Con la I Guerra Mundial llegó la euforia económica, tras las primeras incertidumbres que provocaron la suspensión de pagos del Crédito de la Unión Minera. Después, se inició un despegue espectacular, que duró hasta 1919. La neutralidad española permitía vender a los países beligerantes a los altos precios de guerra. Se dispararon los precios del hierro, en bruto o elaborado, al reclamarlo con urgencia las naciones en guerra. Las navieras vizcaínas conocieron un ascenso sin parangón, al multiplicarse el precio de los fletes. El aumento de los beneficios compensó con creces la pérdida de algunos buques, hundidos durante la contienda. Sus dividendos alcanzaron cifras fabulosas, sin que fuese excepcional el reparto de un 100 % anual.
Semejante acumulación de capital, que se reprodujo a menor escala en banca, siderurgia y minería, provocó una nueva etapa inversora. La constitución de nuevas navieras fue constante desde 1915. También astilleros, bancos y siderurgias ampliaron sus capitales; aun sin crearse masivamente nuevas compañías nacieron algunas importantes sociedades, como la
Babcok Wilcox,
para la construcción de maquinaria, y la
Siderúrgica del Mediterráneo, en
Sagunto, creada por Sota.
En 1920 llegaron los tiempos difíciles, al caer los precios tras estabilizarse las naciones beligerantes. La industria vizcaína se resintió, pues las inversiones se habían acomodado a los altos precios bélicos. Los aranceles de 1922 y el intervencionismo de la Dictadura de Primo de Rivera permitieron a la economía vizcaína reanudar su progreso. La siderurgia resultó favorecida por la política de obras públicas. La banca, potenciada por las nuevas leyes bancarias, consolidó su presencia en los centros neurálgicos de España. Las inversiones eléctricas darían entonces sus frutos.
Paralelamente, Gipuzkoa se afirmaba durante el primer tercio del siglo como una economía industrial. Su proceso de modernización lo protagonizó una burguesía autóctona, capaz de impulsar un modelo de industrialización caracterizado por la dispersión geográfica, el protagonismo de una pequeña y mediana burguesía y la relativa diversificación industrial. Las papeleras y las metalurgias dinamizaron el crecimiento de Gipuzkoa, pero hubo también otros sectores: textil, pesquero, del mueble, de alimentación… La industria gipuzkoana se distribuyó en los distintos valles fluviales, en los del Deva, Urola y Oria, junto al triángulo descrito por Hernani, Pasajes e Irún.
En la nueva fase industrial de Gipuzkoa se mantuvieron los rasgos básicos que se apuntaban en el XIX. El sector papelero creció y se reestructuró al crearse
La Papelera Española,
que buscaba el monopolio e integró a algunas factorías gipuzkoanas. Pero fue el sector metalúrgico el que se afirmó como el más importante. En 1906 se constituyó ya la
Unión Cerrajera,
de Mondragón, por la fusión de
Bergarajáuregui, Rezusta y Cía.
y la
Cerrajera Guipuzcoana.
Y durante los años de la guerra mundial nacieron numerosas empresas en el sector. La mayoría eran de reducidas dimensiones. Muchas se creaban por la iniciativa de pequeños capitalistas vinculados anteriormente a la industria. Hubo también capitales exógenos, como los que impulsaron la
Compañía Auxiliar de Ferrocarriles,
instalada en Beasáin.