El pretendiente Carlos VII en Gernika.
Las Juntas Generales de las Hermandades de Álava se reunían dos veces al año, en Vitoria y en Arriaga. Eran mayoritariamente rurales, como las Juntas Particulares (compuestas por el diputado general y seis representantes de las cuadrillas en que se agrupaban las hermandades), pero este hecho tenía menos relevancia que en las provincias costeras, por el menor desarrollo urbano. En todo caso, la importancia de Vitoria, el principal centro mercantil, se reflejó políticamente, al ser la residencia del diputado general o
maestre de campo
que, elegido por las Juntas, dirigía la administración provincial.
El organigrama político de Navarra era radicalmente diferente al de las Vascongadas. De principios similares a los de los demás reinos españoles nacidos en la Edad Media, sus principales instituciones se crearon en el Medievo, de forma que desde fechas muy tempranas quedaron definidas sus competencias y la forma en que habían de designarse.
Las características más destacadas del régimen político navarro eran las siguientes: el amplio desenvolvimiento político e institucional de la legitimidad proveniente del poder real; el carácter estamental de las instituciones representativas; la decisiva intervención del rey en el nombramiento de quienes podían estar presentes en las Cortes; y el mermado papel que jugaban en el proceso político las instituciones provenientes del ámbito político local, circunscritas a lo administrativo, al pedimento de ley y a la decisión sobre los donativos y la forma de recaudarlos.
Para paliar el absentismo real se institucionalizó desde el siglo XVI la figura del virrey, que asumía las funciones del monarca: ostentaba el mando militar, convocaba las Cortes, presidía el Consejo Real y designaba a los alcaldes, entre otras atribuciones.
El
Consejo Real de Navarra
—el único Consejo de la monarquía que no residía en Madrid— lo formaban siete personas designadas por el rey: un regente (el virrey) y seis consejeros, de los que al menos tres tenían que ser navarros.
Las Cortes se reunían a convocatoria del rey, que podía ponerles un plazo fijo para sus debates, o incluso cerrarlas, lo que no sucedió hasta 1801. Deliberaban los tres brazos reunidos, pero cada estamento votaba por separado. Cualquier decisión requería la unanimidad de los tres brazos.
El órgano ejecutivo delegado de las Cortes era la Diputación. Desde 1678 contaba con siete miembros: dos los nombraba el brazo militar, dos el popular y los otros dos la ciudad de Pamplona. Al votar, tenían peso diferente: los dos del brazo popular contaban con un sólo voto, lo mismo que los designados por Pamplona.
Las competencias de la Diputación navarra se limitaban a la ejecución de lo que expresamente les encargaban las Cortes. Por ello, el cobro de los impuestos para pagar el donativo constituía el núcleo de su actuación.
Aunque hubo mortalidades catastróficas, como la peste de 1530, en los dos primeros tercios del XVI continuaba la expansión demográfica iniciada en el siglo anterior. Las Vascongadas, con algo más de 60.000 habitantes por provincia, tenían una densidad Inedia de unos 30 ha./Km2., relativamente alta (la de Castilla era de 18 ha./Km2), muy superior a la de Navarra (con unos 145.000 habitantes en 1553), en torno a los 12 ha./Km2.
Coincidía esta expansión con una etapa de auge económico, en la agricultura, la industria, el comercio y la pesca. La agricultura, que empleaba a la mayor parte de la población., presentaba gran heterogeneidad.
Grabado de Calixto Ortega: "Manual del viajero en las Provincias Vascongadas por un vascongado" (1847).
La de la vertiente cantábrica vivía una fase de transición. Las rentas comenzaban a fijarse en cereal, pero aún había multas en ganado y se protegía al roble, haya, castaño o manzano: la agricultura estaba sustituyendo a la explotación preferente de bosque y ganado, si bien persistió el déficit de subsistencias. La roturación de bosques, pastos y pomaradas, habitual desde el siglo XV, permitió la expansión del mijo, un cereal pobre. En retroceso, pero aún con importancia, estaba la producción de manzana y de chacolí. La vid, que se extendió por Bizkaia y Gipuzkoa en el siglo XIV, producía una cantidad de chacolí insuficiente para la demanda de ambas provincias. De ahí que se importase vino de la Rioja y la Ribera. Su consumo redujo la necesidad de sidra, y permitió roturar las pomaradas.
La vertiente mediterránea producía, por lo común, subsistencias suficientes para la población. La agricultura de Álava era, en conjunto, pobre, pero dos comarcas solían ser excedentarias, la Llanada, de orientación cerealista, y la Rioja alavesa, que se estaba especializando en la producción de vid, complementada con cereales.
Mayor diversificación presentaba Navarra. Además de trigo, producía cebada, avena, mijo y, en el sur, vid y oliva. La canalización de las aguas del Ebro o el uso de pantanos correspondían a una agricultura evolucionada, con comarcas excedentarias en vino, aceite o trigo. También se exportaba lana, producida por la trashumancia realizada desde los valles pirenaicos.
En conjunto, durante el XVI la producción agraria creció en las Vascongadas en torno al 30 %. En Álava se generaron mayores excedentes y en Bizkaia y Gipuzkoa no se agravó el déficit de subsistencias, pese al desarrollo demográfico. La expansión fue similar a la de toda la península, pero acentuada por las transformaciones de la vertiente norte.
El equilibrio económico de Bizkaia y Gipuzkoa dependía en parte de las ferrerías. La exportación del hierro elaborado permitió importar subsistencias. Los campesinos complementaban sus ingresos en las ferrerías o en las labores derivadas de ellas.
Las ferrerías pocas veces empleaban una docena de personas, pero generaban numerosas actividades, para preparar la fundición y dar salida a sus productos: el cuidado y tala del arbolado, la elaboración de carbón vegetal, la extracción de hierro, su transporte hasta la ferrería, el de los elaborados a las
renterías
(las lonjas donde se vendían), el trabajo de herreros o forjadores, la construcción naval. Las ferrerías, al principio situadas en los montes (cuando sólo usaban la fuerza humana), se ubicaron en los valles fluviales desde que en el siglo XV empleaban la energía hidráulica. Esta se aplicó primero a los fuelles que insuflaban aire para mantener el fuego y, después, a comienzos del XVI, a los martinetes que golpeaban los tochos eliminando las escorias.
Pintura sobre tabla procedente de Legazpia, que representa un milagro que se había producido en la ferrería de Mirandaola. Reproduce la indumentaria de los ferrones y el utillaje utilizado en las ferrerías.
Se explotaron diversas minas, como las del valle del Bidasoa, Peñas de Aya, Aitzgorri, Udala, Araya, Maeztu, Santa Cruz del Fierro o el valle de Zuya, pero la mayoría de éstas no podían abastecer con continuidad a las ferrerías. Así, las de Somorrostro fueron el principal suministro de mineral. De allí se transportaba, en mulas o por mar, a las ferrerías.
Por su importancia económica, el sector estaba muy protegido. Además de la prohibición de exportar vena y carbón vegetal, cabe señalar la preferencia en el uso de bosques comunales o la existencia de una jurisdicción específica. El
alcalde de ferrerías,
nombrado por los dueños de las ferrerías de una comarca, entendía en los litigios, suscitados por los transportes o por la explotación del bosque, y, sobre todo, de los ríos.
En el siglo XV y gran parte del XVI las ferrerías conocieron una notable expansión, al aumentar las demandas agraria (aperos de labranza), de origen bélico (armas, armaduras) y de los astilleros (anclas, clavos). En 1550 se decía que en Bizkaia y Gipuzkoa había 300 ferrerías, una cifra excepcional, no mencionada ni antes ni después. Buena parte de la producción se enviaba al exterior, a la península o al norte de Europa.
Las 300 ferrerías que menciona Pedro Medina estaban dispersas por toda Bizkaia y Gipuzkoa. Unas 180, en el Señorío, especialmente concentradas en Baracaldo, en el lbaizábal y en el Cadagua. Gipuzkoa superaba las 100, en el Oria, Urola y Deba. La producción gipuzkoana era, al parecer, la más importante. En el valle del Deba, que se especializó pronto en la siderurgia, se instalaron las mayores ferrerías. No faltaron en Álava, que a la sazón contaba con unas 20, ni en Navarra, en el valle del Bidasoa. donde sólo las de propiedad real eran 28 a fines de la Edad Media.
La sólida implantación de varios circuitos comerciales caracterizaba al País Vasco del período. A caballo entre Francia y Castilla, entre Aragón y el Cantábrico, era necesario punto de paso para diversos intercambios. Además, la necesidad de importar consumos para Bizkaia y Gipuzkoa y la exportación del hierro de las ferrerías impulsaron el desarrollo mercantil.
El tráfico más importante era el de la lana de Castilla. El circuito arrancaba de las ferias castellanas, entre las que descollaba la de Medina del Campo. Por Burgos, se llevaban las lanas a los puertos del Cantábrico, y de éstos, por mar, a Flandes. En el viaje de retorno se importaban pañería flamenca y otras manufacturas. No faltaron viajes a Inglaterra y a Francia. Similar era el circuito que generaba la lana navarra, que salía por Gipuzkoa, sobre todo por San Sebastián. Junto a la lana, los buques vascos llevaban al norte de Europa el hierro de las ferrerías.
Aunque movilizaban menos capitales, otros flujos mercantiles eran imprescindibles para la economía del País: el tráfico minero desde Somorrostro a las ferrerías; el transporte del cereal que abastecía a Bizkaia y Gipuzkoa, habitualmente desde la Llanada alavesa, Navarra, la Tierra de Campos y la Bureba, aunque en años de escasez se traía de Andalucía, del interior de la meseta o de Francia; importancia local tenía, también, el comercio de vino de Navarra a Gipuzkoa y de la Rioja a Bizkaia.
Así, los viajes de arrieros y marinos conectaban al País Vasco con el exterior. Castilla la Vieja, Aragón, el litoral peninsular y los puertos franceses, ingleses y flamencos formaban su área de influencia mercantil.
Diversos puertos participaron en el tráfico, pero pronto San Sebastián y Bilbao canalizaban la mayor parte. Los principales caminos del comercio con Castilla eran, en el XVI, los siguientes: el que penetraba por Valmaseda y por el Cadagua comunicaba con el Nervión; la senda que, desde Miranda o Vitoria, se dirigía a Bilbao por Orduña; el camino tradicional que, por San Adrián, atravesaba Cegama y Segura y unía a Vitoria con Gipuzkoa.
Esta infraestructura era una evolución de las rutas jacobeas medievales, bien que potenciándose los tramos que unían a Bizkaia y Gipuzkoa con el interior. Dos accesos de la meseta a la costa, los de San Adrián y Valmaseda, existían a comienzos de la Baja Edad Media. Después, se abrió el paso de Orduña, pues para competir con los puertos de Cantabria resultaba necesario mejorar las comunicaciones con Burgos.
Navarra comunicaba con el exterior por las siguientes vías: con Castilla, por Cintruénigo; con Aragón, desde Tudela, por el valle del. Ebro; con Francia, a través de los pasos del Pirineo; su conexión con Gipuzkoa, que posibilitaba el acceso al mar, se efectuaba por Lecumberri y Tolosa.
En Bilbao se fundó en 1511, para escapar a la jurisdicción del Consulado Burgalés, el Consulado y Casa de Contratación de Bilbao, que hasta el siglo XIX aglutinó a los mercaderes bilbaínos.