Esta evolución provocó una crisis social de rasgos similares a la europea. En las Vascongadas el episodio mejor conocido es la guerra de bandos, esto es, los enfrentamientos entre los hidalgos, pero abundan las noticias de presiones nobiliares sobre campesinos y villas. Basten algunos ejemplos: en 1353 algunos campesinos entraron a formar parte de Mondragón para evitar los
males é dapnos é furtos é fuerzas é desaguisados
de los hidalgos; la carta-puebla de Munguía, Rigoitia y Larrabezúa, de 1376, refiere que los
fijodalgos é otros poderosos se atreben á tomar, é robarles.
Los nobles presionaban también a las villas —Salinas de Léniz, Valmaseda y Orduña fueron otorgadas en señorío— y se entrometían en actividades mercantiles: por ejemplo, algunos Salazar cobraban impuestos a los barcos que cruzaban Portugalete, contra lo dispuesto en la carta-puebla de Bilbao.
Caracterizó a la crisis bajomedieval vascongada la lucha entre los señores de la tierra, la guerra entre
oñacinos y gamboinos,
los dos bandos en que se dividió la nobleza. Los bandos, vinculaciones de rasgos feudales, quizás con reminiscencias gentilicias, se formaban por asociación de varios linajes, que algunas veces procedían del mismo tronco. La institución básica era, así, el
linaje,
que agrupaba a una extensa comunidad ligada por lazos de sangre y por dependencias personales o colectivas: gran parte de la población, incluso no nobles, se integraba en la estructura de bandos.
Torre de Orgaz, finales del siglo XIV. Fontecha.
El
Pariente Mayor
defendía el patrimonio familiar y tutelaba a los demás miembros del linaje, cuyas propiedades, vida y honor protegía. Como titular del solar, símbolo y soporte material del linaje, poseía la mayor cantidad de tierras, privilegios y rentas, con ingresos muy diversos, desde los típicamente señoriales hasta, a veces, los relacionados con el comercio y la industria. Molinos, pastos, montes, ferrerías, derechos sobre vasallos, patronatos de iglesias (que le permitían percibir el diezmo eclesiástico) componían una compleja gama de composición no bien conocida.
Del Pariente Mayor dependían parientes, atreguados, encomendados y lacayos. Con la
entrada en treguas,
uno o más nobles —incluso otro pariente mayor— se comprometían a prestarle servicios bélicos a cambio de protección. Por la
encomienda,
un vecino o grupo de vecinos se vinculaba al jefe de un linaje, de buen grado o por la fuerza: sus prestaciones económicas aseguraban a los encomendados el amparo de los parientes mayores. Además, formaban parte del bando multitud de lacayos, malhechores y salteadores, que los parientes mayores encubrían, protegían y utilizaban en sus expediciones.
Las agitaciones medievales que sacudieron el Occidente europeo tuvieron su expresión en el País Vasco en las guerras de bandos y en las luchas entre agramonteses y beaumonteses. Torre defensiva (siglo XIV) y palacio de Murga (siglo XVI).
Los vínculos sanguíneos entre linajes fueron quizás origen de los bandos, pero su fidelidad no eran incondicional: a veces cambiaban de bando.
En Gipuzkoa la rivalidad entre oñacinos y gamboínos se estrueturó a partir de la oposición de los Gamboa-Olaso y los Lazcano, germen respectivo de ambas parcialidades. En Bizkaia encabezaban a los oñacinos los Butrón y los Mujica, y a los gamboinos los Abendaño y los Salazar. Por lo demás, la distribución de ambos bandos, también con presencia en Álava, dependió de las decisiones de los Parientes Mayores.
Las guerras banderizas comenzaron a fines del siglo XIII. Los motivos de las luchas, muy diversos, sólo son inteligibles a partir de la mentalidad medieval. A veces, ocasionaron altercados sangrientos problemas nimios, como el robo de unas castañas o la posesión de una bocina. Era la lucha por el
valer más,
por la valía personal y familiar, el no reconocer nunca supremacías ajenas. Pero a veces motivos de más enjundia señalan mejor el trasfondo de los antagonismos, como las disputas por la herencia del señor de Ayala, el Señorío de Orozco o el de Marquina. Y si en una villa vivían uno o más linajes, la lucha por el poder municipal originó numerosos incidentes, como sucedió en Bergara, Deba, Mondragón, Lekeitio, Bermeo o Bilbao.
Enrique IV, titulado rey de Navarra y Francia, tenia como divisa «Navarra sin miedo». Era un vestigio del periodo iniciado en el siglo XIII en el que el Reino de Navarra estuvo en el área de influencia de las dinastías francesas.
Las luchas llegaron a ser muy violentas, a veces con gran número de hombres: a la batalla de Elorrio Juan Alonso de Mujica llevó 4.000; en 1414 Alonso de Mújica acudió a la de Munguía con 1.500, mientras su oponente, Gonzalo Gómez de Butrón, mandaba a 800.
La inseguridad se adueñó de todos los órdenes de la vida. Algunos labradores huían, para engrosar el bandolerismo; otros, solicitaban la creación de villas amuralladas.
Pero hubo una reacción más general. El rey impulsó la formación de Hermandades para acabar con los banderizos, conforme al modelo de Castilla, compuestas por campesinos, habitantes de las villas y algunos hidalgos. Las villas — donde, por ser de realengo, era más inmediata la acción del soberano— tuvieron la mayor participación: formaron las primeras Hermandades provinciales. A fines del siglo XIV, sin embargo, toda la tierra vascongada se iba integrando en ellas. En el XV se dotaron de una sólida organización. Contribuyeron a que las provincias se convirtiesen en comunidades políticas: en su seno nacieron las primeras legislaciones de corte foral.
Las Hermandades protagonizaron el ataque a la hegemonía banderiza. La primera campaña general la dirigió Gonzalo Moro, corregidor del rey, que en 1390 encabezó a la Hermandad vizcaína contra los Parientes Mayores. En 1394 junto a la Junta de Gernika y en 1397 con la de Getaria elaboró severas ordenanzas y organizó la justicia con duras disposiciones, que castigaban con la muerte a los ladrones y, también, a sus encubridores.
No acabaron las agitaciones, que llegaron a su punto culminante en 1448, cuando los bandos quemaron Mondragón. Se reorganizó entonces la Hermandad gipuzkoana, que entre 1451 y 1456 destruyó muchas casas fuertes y expulsó a algunos Parientes Mayores. En respuesta, los bandos desafiaron a ocho villas. Provocaron así la definitiva ofensiva de la Hermandad, dirigida personalmente por Enrique IV. Destierros, confinamientos, destrucciones de casas fuertes acabaron por fin con la hegemonía de los bandos en Gipuzkoa.
A petición del banderizo Lope García de Salazar, confinado por sus hijos, y de mercaderes burgaleses y vizcaínos, perjudicados por los robos, Enrique IV envió a Bizkaia al conde de Haro, para acabar con los bandos. No lo consiguió, pues en 1471 le derrotaron los Mújica y los Abendaño. El ocaso banderizo en Bizkaia se produjo con los Reyes Católicos, que a instancias de Bilbao enviaron a Garci-López de Chinchilla. Su
Ordenamiento,
de 1487, rompió el equilibrio de fuerzas a favor de las villas, al colocarlas bajo el control de la corona.
Pacificación de los bandos Oñacino y Gamboino ante el corregidor Gonzalo Moro.
Todo indica que en las Vascongadas estos conflictos acabaron con la victoria al menos parcial de las Hermandades, a lo que contribuyeron la mejoría económica y la fuerza que adquirían las villas, por el desarrollo comercial. Los Parientes Mayores conservaron algunos privilegios, pero al establecerse la
hidalguía universal
terminaron en Bizkaia y Gipuzkoa las diferencias jurídicas entre hidalgos y labradores.
En Navarra, la crisis social de la Baja Edad Media siguió una dinámica diferente. Hubo tensiones como las del Occidente europeo, con presiones señoriales sobre villas y campesinos, pero lo más relevante fue el enfrentamiento entre nobles, que presentó características singulares. Tuvo connotaciones políticas, al entremezclarse con un problema dinástico en el que se jugaba el destino del Reino. Además, la hegemonía nobiliar no generó una respuesta organizada, sólo reacciones aisladas, como la de los campesinos de Falces, que en 1337 atacaron al infante Luis, gobernador del Reino; el deterioro de la monarquía impidió que el rey encabezase iniciativas colectivas como la de las Hermandades, de modo que las agitaciones no terminaron por su acción, sino por la intervención exterior.
La pérdida de identidad de la monarquía condicionó la lucha entre agramonteses y beaumonteses, los dos bandos en que se dividió la nobleza. Desde el siglo XIII, con la corona en dinastías francesas, Navarra se subordinaba a intereses exógenos: los franceses copaban la administración, el rey intervenía en la Guerra de los Cien Años. Y después del fecundo, pero excepcional, reinado de Carlos III (13871425), el rey, Juan II, participó corno un noble más en las agitaciones nobiliarias de Castilla. Así, el marco de los problemas que se sucedían en la Navarra bajomedieval sobrepasaba sus fronteras.
Influyeron en las agitaciones navarras del siglo XV las políticas de otros reinos. Situada entre las poderosas Castilla, Aragón y Francia, los reinos limítrofes quisieran influir en Navarra, para incorporar o subordinar este enclave estratégico. Tuvieron éxito, por la debilidad de la monarquía y las disputas internas. Unas veces, los propios reyes se apoyaron en facciones foráneas; otras, los reinos limítrofes encontraron apoyos en los bandos navarros. Además, los reyes no intentaron, corno en otros reinos, fortalecer el poder real en detrimento de la nobleza, sino que participaron en sus contiendas.
Un problema dinástico desencadenó la guerra. El testamento de doña Blanca, muerta en 1441, nombraba heredero a su hijo don Carlos, el
Principe de Viana,
pero le exigía que no se titulase rey sin permiso de su padre. Don Juan, empeñado en las luchas nobiliares castellanas, no lo otorgó, y retuvo el gobierno. Estalló un conflicto que se complicó al heredar don Juan la corona de Aragón; el Príncipe de Viana era su primogénito, por lo que los territorios de Aragón se vieron afectados por el mismo problema.
Las disensiones que había en la nobleza navarra, cuyos dos bandos se habían enfrentado ya, se reprodujeron a gran escala, por el apoyo a don Juan o a don Carlos. A éste secundaron los Beaumont, que dieron nombre a su bando. La facción opuesta lo recibió de los Agramont. Ambas familias eran de la Baja Navarra, pero su antagonismo sacudió a todo el Reino, dividido en dos por las impredecibles aspiraciones de los nobles. Casi toda la Montaña, Pamplona, Olite y algunas villas ribereñas (Lerín, Lesma, Mendoza y Arellano) eran beaumonteses. La Ribera era el principal baluarte de los agramonteses, que contaban con Estella y Tudela. De los valles pirenaicos, sólo se alineaba con ellos el Roncal, pero era un punto vital, pues les comunicaba con el conde Foix, aliado de don Juan.