Read Imago Online

Authors: Octavia Butler

Tags: #Ciencia Ficción

Imago (14 page)

BOOK: Imago
4.45Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Cuando mis padres y mis compañeros de camada regresaron para trasladar a Aaor al nuevo lugar que habían elegido para nuestra vivienda, yo me fui al río, me hundí en él y crucé al otro lado.

Vagué durante tres días, con mi cuerpo verdoso, cubierto de escamas y extraño. Nadie se me acercó. Vivía de las plantas que hallaba, buscándolas y eligiéndolas según las necesidades de mi cuerpo. Lo comía todo crudo. A los humanos les gustaba el fuego. Valoraban la comida cocinada, mucho más que nosotros. Claro que, también, era menos probable que los humanos lograsen la nutrición que necesitaban de las hojas, semillas y hongos que se daban con tanta abundancia en la floresta tropical. Nosotros, si era preciso, hasta podíamos digerir lo que necesitábamos de la misma madera.

Vagué, probando el bosque, probando la Tierra de la que pronto sería arrancado.

Al cabo de los tres días regresé con la familia, me pasé un par de días montando guardia junto a Aaor, y luego me volví a marchar.

Esto fue lo que estuve haciendo durante el tiempo que duró la metamorfosis de Aaor. A veces, le llevaba a Nikanj unas pocas células de una planta o un animal con los que me había topado por primera vez. Todos hacíamos esto…, le llevábamos al ooloi adulto de la familia muestras vivas de aquello con lo que nos encontrábamos. Por lo general, los ooloi aprendían mucho de aquello que les llevaban sus cónyuges y sus hijos aún no atriados. Y, todo lo que nosotros le dábamos a Nikanj, él lo recordaba. Aún podía recordar y recrear una rara planta de las montañas que uno de mis hermanos le había mostrado hacía más de cincuenta años. Se suponía que algún día duplicaría las células de su amplio almacén de información biológica y pasaría las copias del mismo a sus hijos del mismo sexo. Recibiríamos aquel legado cuando fuésemos adultos y estuviéramos atriados. ¿Cuándo sería eso para Aaor y para mí? ¿Dónde sería…, en Chkahichdahk? ¿O no ocurriría nunca?

Yo siempre había disfrutado llevándole cosas a Nikanj. Había disfrutado compartiendo el placer que sentía él en las nuevas pruebas de sabor, en las nuevas sensaciones. Ahora, necesitaba más que nunca el contacto con él, pero ya no disfrutaba con el mismo. No le culpaba por mostrarme lo más obvio: que Aaor y yo debíamos ir a la nave. Era nuestro padre del mismo sexo, que estaba cumpliendo con su deber. Pero, cada vez que me tocaba, lo único que podía notar era tensión. Preocupación. Por su parte y por la mía. Yo había sacado al exterior lo peor que había en él.

Comencé a permanecer alejado aún más tiempo.

De vez en cuando me encontraba con resistentes, pero yo parecía tan inhumano y tan no oankali que la mayoría de las veces salían huyendo. En un par de ocasiones me dispararon y luego escaparon. Pero, sin importar lo mucho que se distorsionase mi cuerpo, aún podía curar sus heridas.

Mi familia nunca trató de controlar mis idas y venidas. Aceptaban mis sentimientos, los comprendiera yo mismo o no. Querían ayudarme, y sufrían porque no podían hacerlo. Cuando estaba en casa, a veces me sentaba con ellos…, con Ayodele y Yedik mientras estaban de guardia por la noche. Exceptuando a Nikanj, que permanecía con Aaor, los demás hacían las guardias por parejas…, todos menos Oni y Hozh, que eran demasiado pequeños para montar guardia.

Pero yo podía tocar a Oni y Hozh. Podía tocar a Ayodele y Yedik. Todavía eran niños, de aroma neutral, todavía no me estaban prohibidos. Cuando yo salía de la selva, con un aspecto que nadie en la Tierra hubiera reconocido, una u otra pareja de niños me tomaba a su cargo, me colocaba entre ellos, y permanecía conmigo hasta que volvía a parecer yo mismo. Si yo tocaba a uno solo de ellos, lo cambiaba, convirtiéndolo en lo que yo era. Pero si ambos se quedaban conmigo, eran ellos los que me cambiaban a mí.

—No deberíamos ser capaces de hacerte esto —me dijo Yedik una noche, mientras estaba de guardia.

—Hacéis que me resulte fácil no andar errante —le dije—. Mi cuerpo vaga; incluso cuando estoy regresando a casa, ya quiere volver a ir por ahí, caminando sin rumbo.

—No deberíamos de ser capaces de detenerlo —insistió Yedik—. No deberíamos de poder influenciarte, somos demasiado jóvenes.

—Yo quiero que me influenciéis. —Miré a uno de ellos, luego al otro. Ayodele parecía hembra, y Yedik tenía aspecto de macho. Esperaba que fuesen más influenciados en su transformación por el aspecto que tenían de lo que lo había sido yo.

Los humanos decían que eran unos chicos guapos.

—Puedo cambiarme yo mismo —les expliqué—, pero es todo un esfuerzo. Y no dura. Es más fácil hacer lo que hace el agua: permitirme a mí mismo ser contenido, y tomar la forma de mis contenedores.

—No lo entiendo —me dijo Ayodele.

—Vosotros me ayudáis a hacer lo que yo quiero hacer.

—¿Y qué es lo que hacen los humanos?

—Ellos me cambian, en consonancia con sus deseos y con sus recuerdos.

—Pero… —Ambos hablaron a un tiempo. Luego, por consentimiento mutuo, sólo habló Ayodele—: Entonces, o tú estás fuera de control, o estás contenido por nosotros, o estás forzado a una falsa forma humana.

—No soy forzado.

—Pero, ¿cuándo puedes ser tú mismo?

Pensé en aquello. Lo comprendía, porque me acordaba de cuando había tenido su edad y poseído un profundo conocimiento del aspecto que tenían mi cuerpo y mi rostro, y sabido que aquel aspecto era yo. Y, en realidad, nunca lo había sido.

—El cambiar ya no me preocupa —les dije—. Al menos, no esa especie de cambio, deliberado y controlado. Me gustaría que tampoco les molestase a los demás. Y nunca he deformado las plantas o los animales, como decían que haría.

—Sólo a la gente —dijo con voz calmada Yedik—. A la gente y a Lo.

—A Lo apenas si lo molesté. ¡Lo incluso podría haber sobrevivido a esa guerra con la que los humanos se mataron unos a otros!

—Es parte de ti, y es vulnerable ante ti. Le haces daño.

—Lo sé. Y lo confundí. Pero no creo que pudiese hacerle un daño grave, ni aunque lo intentase…, y no lo intentaría. En cuanto a la gente, ¿os habéis dado cuenta de que los humanos, la gente para la que se suponía que yo iba a representar el mayor peligro, son la gente a los que nunca he hecho daño?

Silencio.

—¿Os molesta el tenerme aquí con vosotros?

—Antes sí —reconoció Ayodele—. Pensamos que tu vida debe de ser terrible. Podemos notar tu incomodidad cuando nos conectamos contigo.

—Éste es mi lugar —le dije—. Este mundo. Yo no pertenezco a la nave…, no quiero ir allí, excepto quizá para visitarla. A veces, la gente va allí a absorber más de nuestro pasado. Eso no me importaría hacerlo. Pero no puedo vivir allí. No me importa lo que diga Ooan: no puedo vivir allí. Es un lugar acabado. La gente aún se está haciendo, pero el lugar…

—Aún se está dividiendo en dos, para hacer una nave para los Toaht y otra para los Akjai.

—Y las dos mitades serán dos lugares más pequeños, pero acabados. No habrá allí lugares salvajes. Nada nuevo. Yo soy Dinso como vosotros, no Toaht ni Akjai.

De nuevo guardaron silencio.

—Sentaos los dos juntos. —Me retiré de entre ellos y empecé a ponerme en pie.

Me miraron con sus ojos y con sus pocos tentáculos sensoriales. En silencio, me tomaron de las manos y tiraron de ellas para volverme a sentar entre los dos. Actuaban en una unión más perfecta que cualesquiera otros de mis compañeros de camada. Ahajas decía que, sin lugar a dudas, se convertirían en cónyuges, si se desarrollaban como macho y hembra. No me querían entre ellos: los hacía sentirse incómodos, porque deseaban ayudarme y no podían ayudarme mucho. Por otra parte, me querían tener entre ellos, porque me podían ayudar un poco, y porque sabían que pronto me perderían, y les gustaba el modo en que hacía sentirse a sus cuerpos. Yo no era tan capaz de hacer que la gente se sintiese bien como lo era Nikanj, pero podía darles algo. Y era lo bastante mayor como para leer el lenguaje corporal, interno o externo, y comprender más de lo que estaban sintiendo.

Me gustaba aquello. Me gustaba mucho de aquello que había sido capaz de hacer recientemente. Lo único que me hacía poner frenético y sentirme como enjaulado era la idea de ir a Chkahichdahk y ser retenido allí.

A la mañana siguiente, esa idea volvió a empujarme hacia lo más profundo del bosque.

5

Aaor tuvo una larga metamorfosis: once meses. Y, cada vez que volvía a casa, tenía miedo de que lo encontraría despierto, y que la familia estaría fabricando una balsa.

Comencé a buscar a los humanos. Evitaba los grupos numerosos, pero me resultaba fácil hallar individuos solitarios y pequeños grupos.

Los seguía en silencio, diseccionando y disfrutando sus aromas, escuchando sus conversaciones. A veces se daban cuenta de que estaban siendo seguidos, aunque jamás me vieron. Mi color se había oscurecido, y me ocultaba con facilidad entre las sombras. El suelo de la selva siempre estaba mojado, o al menos húmedo, y me resultaba fácil moverme en silencio. A menudo, los humanos a los que seguía hacían mucho más ruido que yo. Vi cómo un cazador humano hacía tanto estrépito que el pécari al que seguía le oyó y huyó. El humano fue hasta el lugar en que había estado, alimentándose, el pécari, y allí maldijo y le dio una patada a la fruta que se había estado comiendo el animal. Ni se le ocurrió comerse aquella fruta, o recoger algunas otras para su gente. Comí unas pocas cuando se hubo ido.

En una ocasión, tres personas me siguieron la pista. Pensé en si dejarles que me atraparan, pero di un rodeo para observarles antes, y les escuché hablando de rajarme para ver qué aspecto tenía por dentro. Y, visto que todos ellos llevaban armas de fuego y machetes, decidí evitarlos. Eran demasiados para que un subadulto pudiese dominarlos sin problemas.

Estaba yendo río arriba…, mucho más arriba de lo que nunca antes había ido…, bien dentro de las colinas. El bosque era menos variado aquí, pero no tuve problemas para hallar lo suficiente que comer, así como, ocasionalmente, animales y plantas que eran nuevos para mí. Pero hallé poca gente en las colinas. Durante varios días no hallé a nadie: la brisa no me traía ningún aroma humano.

Comencé a notar la soledad casi como un dolor físico. No me había dado cuenta de lo mucho que representaba para mí el ver seres humanos cada pocos días.

Ahora tenía que volver a casa. Y no quería. Seguro que, esta vez, Aaor estaría despierto. La sola idea me daba pánico, me causaba una sensación de encerrona tan fuerte que no me permitía pensar.

Me quedé un rato donde estaba, limpié un espacio, prendí un fuego a pesar de que no lo necesitaba. Me reconfortaba y me recordaba a los humanos. Dejé que el fuego se consumiese y asé varios tubérculos silvestres en las brasas. El olor de comida no bastó para enmascarar el de los dos humanos cuando se acercaron, y sin duda fue el aroma de lo que se cocinaba lo que los atrajo.

Eran un hombre y una mujer, y olían… muy raro. Era un olor equivocado. Quizá fuese que estuvieran heridos. Iban armados: podía oler la pólvora. Así que quizá me disparasen. Decidí arriesgarme: no me movería, dejaría que me sorprendieran.

En aquel momento mi cuerpo estaba cubierto por escamas superpuestas, del tamaño de una uña. También me sentía inclinado a ser cuadrúpedo, pero a eso me había resistido: las manos eran mucho más útiles que unas patas delanteras con zarpas.

Ahora, mientras los humanos se aproximaban muy cuidadosamente, con gran silencio, me preparé para ellos. Mi cabeza, calva y cubierta de escamas, mi escamoso rostro, tenían que tener un aspecto más humano. No tenía tiempo para cambiar el resto de mi cuerpo. Quizá pudiera parecer que estaba llevando alguna rara ropa. De hecho, jamás vestía nada en aquellos viajes: la ropa sólo servía para molestar.

Los humanos se mantuvieron a cubierto y trazaron un círculo a mi alrededor, estudiándome. Deseaban colocarse a mis espaldas. Decidí que, si me disparaban, me haría el muerto. Era mejor atraerlos y desarmarlos tan pronto como fuese posible.

Quizá no me disparasen. Usé un palito para desenterrar uno de los tubérculos y hacerlo rodar fuera de las brasas. Estaba demasiado caliente para comerlo, pero lo limpié por fuera y lo partí en dos. Estaba en su punto, humeantemente caliente, sabroso y dulce. Era algún tipo de vegetal que no había existido antes de que los hombres hubiesen hecho su guerra. Lilith decía que era una de las pocas mutaciones con buen sabor que había probado, y la llamaba la fruta de salsa de manzana: las manzanas eran una fruta extinta, que a ella la había gustado muchísimo. No le gustaba el sabor de los tubérculos crudos, pero a veces, cuando asaba uno, se marchaba a comérselo sola y recordar otros tiempos.

Tras de mí, uno de los humanos lanzo un débil sonido: un gemido.

Me pasé una mano por la cara. La mano era más parecida a una garra de lo que me habría gustado, pero al menos mi cara era ahora clara y lisa. Si no era atractivo, al menos no resultaba aterrador.

—Venid aquí conmigo —dije en voz alta. Me resultaba poco natural hablar, pues no lo había hecho desde hacía al menos treinta días—. Aquí hay más comida; tomadla, por favor.

Repetí mis palabras en español, portugués y swahili. Estos idiomas, junto con el francés y el inglés, eran los más comunes. La mayoría de la gente era fluente en al menos uno de ellos. La mayoría de los supervivientes eran de África, Australia y América del Sur.

Los dos humanos no me contestaron. No se movieron, pero sus corazones aceleraron su ritmo. Me habían oído, y probablemente habían comprendido mis palabras. ¿Cuándo habían aumentado los latidos de sus corazones? Enfoqué por un momento mis recuerdos. Se habían sobresaltado al oírme hablar, pero aún les había excitado más mi español. Mis otros idiomas no habían provocado ninguna otra reacción. Así pues, el español. Repetí mi invitación en ese idioma.

No vinieron. Supuse que me entendían, pero no me contestaron y siguieron ocultos.

Saqué el resto de los tubérculos de entre las cenizas, y los coloqué sobre una bandeja hecha con hojas grandes.

—Si los queréis, son para vosotros —les dije. Limpié un lugar, bien lejos de la comida, y me tumbé a descansar. No había dormido en dos días. A los humanos les gustaban los períodos de sueño regulares, y preferiblemente de noche. Los oankali dormían cuando necesitaban dormir. Y yo ahora necesitaba descanso, pero no dormiría hasta que los humanos tomasen alguna decisión…, ya fuese la de irse, o la de venir a satisfacer su hambre y su curiosidad. Pero yo podía quedarme quieto, al modo oankali. Podía permanecer despierto, utilizando el mínimo de energía posible y haciéndome, como decían Lilith y Tino, el muerto. Podía hacer esto, sintiéndome confortable, durante mucho más tiempo del que la mayoría de los humanos estarían dispuestos, voluntariamente, a permanecer sentados y esperar.

BOOK: Imago
4.45Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Adjacent by Christopher Priest
Sheltered by Charlotte Stein
Chasing Peace by Foxx, Gloria
Sweet Deception by Tara Bond
Swimming Home by Deborah Levy
Out of the Blue by Val Rutt
Burning September by Melissa Simonson