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Authors: Octavia Butler

Tags: #Ciencia Ficción

Imago (10 page)

BOOK: Imago
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Había tanto odio e ira en su rostro y voz que di un paso atrás.

—Sé que los humanos hacen cosas así —le dije—. Comprendo los motivos biológicos por los que lo hacen, pero…, jamás lo he visto hacer.

—Mejor. ¿Para qué ibas a querer verlo? ¿Tienes algo más de comer?

Le di lo que tenía. Lo necesitaba.

—¿En dónde vivías antes de la guerra? —le pregunté. Era muy morena y de ojos sesgados, y su inglés tenía un acento que nunca antes había oído. Yo tenía compañeros de camada que se parecían un poco a ella: los hijos del primer compañero de después de la guerra de Lilith, que provenía de China. Había sido asesinado por gente parecida a los resistentes que me habían disparado a mí.

Aaor se acercó y se situó junto a mí, para así poder unirse conmigo. Sentía una gran curiosidad por la hembra. Ésta la miró con idéntica curiosidad, pero me habló a mí.

—Soy de Manila. —Su voz había vuelto a endurecerse, como si las palabras le hicieran daño—. Pero, ¿qué puede significar eso para ti?

—¿De las Filipinas? —le pregunté.

Pareció sorprendida.

—¿Qué es lo que sabes tú de mi país?

Pensé por un instante, recordando:

—Que estaba constituido por un gran número de islas, cálidas y verdes…, algunas de ellas parecidas a este lugar, pienso. —Hice un gesto abarcando la floresta—. Que podría haber alimentado sin problemas a todos sus habitantes, pero que no era así, porque algunos humanos se quedaban con más de lo que necesitaban. Que no tomó parte de la última guerra, pero que de todos modos murió…

—Todo murió —dijo la mujer amargamente—. Pero, ¿cómo sabes tanto? ¿Es que has conocido a otros filipinos?

—No, pero alguna gente de las Filipinas ha pasado por Lo. Mis compañeros de camada mayores me han hablado de ellos.

—¿Sabes sus nombres?

—No.

Suspiró.

—Quizá los vea en Marte. —Miró a Aaor—. ¿Quién es?

—Mi más próxima compañera de camada, Aaor.

Nos miró a ambos y agitó la cabeza.

—Casi podría quedarme en la Tierra —dijo—. Todo eso de los oankali, la idea de tener… niños diferentes…, ya no me parece tan malo como me pareció en otro tiempo.

—Deberías quedarte —le dije—. Posiblemente Marte no será verde en todo lo que te queda a ti de existencia. Nunca podrás salir de los refugios sin protección. Marte es frío y seco.

—Marte es humano. Ahora lo es.

No dije nada.

—Estoy cansada —dijo al poco rato—. ¿Le molestará a alguien si me duermo?

Limpié para ella algo de terreno y extendí uno de los trozos de tela de Lo.

—Vosotros dos sois niños, ¿no? —le preguntó a Aaor.

—Sí.

—Y bien…, algún día, ¿serás una mujer?

—No lo sé.

—No entiendo eso. Es algo que me da más mal cuerpo que la mayoría de cosas acerca de vuestro pueblo. Ven y échate aquí. Sé que a tu gente le gusta tocar a todo el mundo. Si lo deseas, puedes tocarme.

Creí que eso me incluía a mí, y coloqué dos trozos de tela de Lo borde con borde, para que así tuviéramos una superficie mayor en la que dormir.

—A ti no te he invitado —me dijo—. Te pareces demasiado a un hombre.

—No lo soy —le dije.

—No me importa. Lo pareces.

—Déjale dormir ahí —le dijo Aaor—. Con uno de nosotros a cada lado, los insectos no se te acercarán.

La mujer me miró.

—¿Es verdad? ¿Repeléis a los bichos?

—Nuestro aroma los repele.

Olisqueó, tratando de olemos. En realidad, inconscientemente, me olió a mí. Mi aroma era de ooloi: interesante, quizá atractivo para una persona sin cónyuges.

—De acuerdo —dijo—. Aún no he atrapado a un oankali o a un construido diciendo una mentira. Ven a dormir aquí. ¿De verdad no eres un macho?

—De verdad no soy un macho.

—Entonces, ven a mantener alejados a los bichos.

Mantuvimos alejados a los insectos y a ella caliente, y la investigamos a conciencia, aunque tuvimos buen cuidado de no tocarla en ningún modo que pudiera alarmarla. Pensé que las manos la incomodarían, así que sólo la toqué con mis tentáculos sensoriales más largos. Al principio esto la sobresaltó, pero en cuanto se dio cuenta de que no le hacía daño aceptó nuestra curiosidad. No supo que la ayudamos a quedarse dormida.

Y nunca sabré por qué, durante la noche, ella se movió de forma que perdió totalmente el contacto con Aaor y se apretó contra mí, de modo que pudiera llegar a ella con la mayoría de mis tentáculos de la cabeza y el cuerpo.

Descubrí que, durante la noche, había alterado un poco la estructura de su pelvis. No había pensado intentar una cosa así…, jamás se me hubiera ocurrido intentarlo. Y, sin embargo, ya estaba hecho. Ahora, la mujer podía tener hijos.

Me solté de ella y me senté, notando de inmediato la carencia de ya no sentirla. Era el alba, y mis padres ya estaban levantados. Nikanj y Ahajas estaban cocinando algo en una olla suspendida, hecha con varias capas de tela de Lo. Lilith estaba rebuscando entre las cenizas del fuego de la noche. A Tino y Dichaan no se les veía, pero podía oírles y olerles, estaban cerca. La pasada noche, una vez mi atención centrada en Marina Rivas, casi había dejado de sentir a los demás. No me había dado cuenta de lo totalmente que ella había absorbido mi atención.

Nikanj dejó el recipiente de tela y su carga de comida cocinándose: gachas de nueces. Los humanos no querrían comerlas hasta que las probasen. Entonces les parecería que no les dábamos bastantes, por muchas veces que les dejásemos repetir. Realmente, las gachas podían contener cualquier tipo de semillas silvestres que Lilith y Tino hubiesen podido hallar. Aunque lo más probable era que las nueces hubiesen sido sintetizadas por Nikanj y Ahajas a partir de la sustancia del cuerpo de Ahajas. Nosotros podíamos comer un montón de cosas que los humanos, o no podían, o preferían no comer. Y luego podíamos usar lo que habíamos comido para crear algo de mejor sabor para los humanos. Mis padres humanos se encogían de hombros y decían que esto no era diferente a lo que Lo hacía diariamente…, cosa que era absolutamente cierta. Pero, si lo sabían, los resistentes siempre se sentían repelidos. Así que no se lo decíamos, a menos que nos lo preguntasen directamente.

Nikanj se me acercó y me estudió detenidamente.

—Estás bien —me dijo—. Y lo estás haciendo muy bien. La mujer es buena para ti.

—Se va a Marte.

—Eso he oído.

—Me gustaría poder hacer que se quedase aquí.

—Es muy fuerte. Creo que sobrevivirá a Marte.

—La he cambiado un poco. No quería hacerlo, pero…

—Lo sé. Antes de que la dejemos voy a hacerle un examen muy, muy detenido; pero, por lo que he visto en ti, has hecho un buen trabajo en ella. Me gustaría que no fuese tan mayor…, si fuera más joven, te ayudaría a persuadirla de que se quedase.

Era tan mayor como mi madre humana. Podría vivir un siglo más, aquí en la Tierra, donde había mucho que comer, beber y respirar, donde había oankali para reparar el daño que se hiciese. Yo podría vivir cinco veces eso…, a menos que me atriase con alguien como Marina. Entonces viviría únicamente tanto tiempo como pudiera mantenerla con vida a ella.

—Si fuera más joven, yo mismo la persuadiría.

Nikanj enroscó un brazo sensorial alrededor de mi cuello, brevemente, y luego se fue para darles a los cautivos humanos su ración matutina de droga. Mejor hacerlo antes de que se despertasen.

Marina ya estaba despierta y mirándome.

—Ahí hay comida —le dije—. No tiene un aspecto muy apetitoso, pero tiene buen sabor.

Ella tendió una mano, yo la tomé y tiré de ella para ponerla en pie. Cuatro cuencos de Lo habían sido salvados del fuego. Tomamos dos, fuimos al río a lavarlos, nos lavamos nosotros también, y nadamos un poco. Ésta era mi primera experiencia con el respirar bajo el agua. Lo pasé a hacer de un modo tan sencillo y natural, me sentí tan a gusto, que casi ni me di cuenta de que estaba haciendo algo nuevo.

Oí la voz de Marina que me llamaba, y me di cuenta de que me había dejado arrastrar hasta una cierta distancia río abajo. Volví nadando hacia ella. No se había quitado la ropa: pantalones cortos que en otro tiempo habían sido más largos, y una camisa que era demasiado grande para ella.

Yo me había quitado la mía. Entonces me había mirado, y ahora me miró de nuevo: yo no tenía partes genitales visibles; de hecho, no tenía ningún tipo de órganos reproductores.

—No lo entiendo —me dijo cuando salí del agua—. No debe de importarte lo que yo vea, o no te habrías desnudado. No comprendo como puedes… no tener nada.

—Aún no soy un adulto.

—Pero…

Me volví a poner mis pantalones cortos y la camisa de Tino.

—¿Por qué llevas ropa?

—Por los humanos. ¿No te sientes más cómoda ahora?

Se echó a reír. Aún no la había escuchado reír. Era un grito de alegría, seco y agudo. Me dijo:

—¡Sí, me siento más cómoda! Pero, si lo deseas, quítate la ropa. ¿Qué diferencia hay en que la lleves o no?

Mis sobacos me picaban dolorosamente. Dado que no había otra cosa que hacer, la tomé de la mano, recogí los cuencos, y volvimos hacia el campamento y el desayuno.

Caminaba cerca de mí, y no trataba de apartarse de los tentáculos sensoriales.

—No creo que tengas que preocuparte de que puedas convertirte en una mujer —me dijo.

—No.

—Ya casi eres un hombre.

Me puse ante ella y me detuve. Ella se detuvo a su vez y se me quedó mirando, aguardando.

—No soy un macho, nunca lo seré. Soy un ooloi.

Casi saltó para apartarse de mí. Vi la intención del repentino movimiento, no acabado de completar, en sus músculos.

—¿Y cómo puedes serlo? —me preguntó—. Tienes dos brazos, no cuatro.

—Por el momento —le indiqué.

Miró mis brazos.

—¿Realmente…, realmente eres un ooloi?

—Sí.

Sacudió la cabeza.

—No me extraña que anoche soñara contigo.

—¿Cómo? ¿Y fue un buen sueño?

—Naturalmente, me gustó. Me gustabas. Y no debería de ser así; tienes un aspecto demasiado masculino, y anoche no debería de haberme atraído nada masculino…, no después de lo que me hicieron esos bastardos. Nada masculino debería de atraerme durante largo, largo tiempo.

—Estás curada.

—Sí. ¿Eso lo has hecho tú?

—En parte.

—En el curar hay más que sólo cerrar heridas.

—Estás curada.

Me miró por un tiempo, luego apartó la vista hacia los árboles.

—Debo estarlo —comentó.

—Más que curada.

Inclinó la cabeza hacia un lado.

—¿Cómo?

—Cuando te devuelvan la fertilidad, serás capaz de tener hijos sin problemas. Eso es algo que antes no podrías haber hecho.

Su expresión cambió a una de dolor recordado.

—Mi madre murió cuando yo nací. La gente me dijo que deberían haberle hecho una cesárea. ¿Sabes lo que es eso?

—Sí.

—No se la hicieron. No sé por qué.

—Tendrás que ser cambiada un poco, genéticamente, para que tus hijas puedan dar a luz con seguridad.

—¿Puedes hacer tú eso?

—No tendré tiempo. Os escoltaremos hoy, a ti y a los hombres prisioneros, hasta Lo. Y, de todos modos, no soy lo bastante experto como para hacer eso.

—¿Quién puede hacerlo?

—Un ooloi adulto.

—¡No!

—Sí —le dije, tomándola en brazos—. Sí. No puedes condenar a tus hijas a morir del modo en que murió tu madre. ¿Por qué te asustan los ooloi adultos?

—No me asustan. Lo que me asusta es la respuesta que producen en mí. Me siento… como si ya no tuviera el control de mí misma. Me noto como drogada…, como si pudieran hacerme hacer cualquier cosa.

—No serías su prisionera. Y no tendrías que tratar con un ooloi no atriado: el ooloi que te cambiase no querría nada de ti.

—Preferiría que me lo hicieras tú…, o alguien como tú.

—Yo soy un ooloi construido. El primero. No hay nadie más como yo.

Me miró un rato más, luego tiró de mí para acercarme a ella e inspiró larga y cansinamente.

—Eres guapo, ¿sabes? Me recuerdas a un hombre que conocí en otro tiempo. —Suspiró de nuevo—. Maldita sea.

9

De vuelta a Lo.

Entregamos los prisioneros drogados a la gente de Lo. Harían que creciese para ellos una casa, usando la sustancia de Lo, y no se les dejaría salir de ella hasta que llegase a por ellos un transbordador. Entonces, serían enviados a la nave. Comprendían lo que les iba a pasar y, aún drogados, suplicaron que les perdonásemos, que los soltásemos. El que había llamado animales a Lilith y Tino comenzó a llorar. Nikanj lo drogó un poco más, y pareció olvidarse del motivo por el que había estado tan entristecido. Así sería su vida de ahora en adelante: una vez estuviera en la nave, un ooloi lo iría drogando de modo regular. Acabaría esperando con ansia ese momento…, y no le importaría qué otra cosa hicieran con él.

Llevé a Marina a la zona de invitados antes de que Nikanj estuviera libre para examinarla. No quería ver cómo lo hacía. Aunque tuve la impresión de que él estaba claramente poco dispuesto a tocarla. Ya debía de haber en ella demasiado de mi aroma, suficiente como para que ya no pareciese sola y sin relaciones.

Me besó antes de que la dejase. Creo que, para ella, eso era un experimento. Para mí fue un gozo: me permitió tocarla un poco más, hundir filamentos de mis tentáculos sensoriales en ella, a lo largo de todos nuestros cuerpos. Eso la gustó. No debería de haber sido así. Se suponía que yo era demasiado joven para dar placer. Pero el caso es que la gustó.

—Mandaré a alguien para que te cambie genéticamente —le dije al cabo de un tiempo—. No tengas miedo. Deja que tus hijas tengan la misma oportunidad que tú tienes.

—De acuerdo.

La mantuve abrazada un poco más, luego la dejé. Le pedí a Tehkorahs que la examinase e hiciese los cambios necesarios.

Éste se hallaba con Wray Ordway, su cónyuge macho humano, y Wray me sonrió y me lanzó una mirada de comprensión y diversión. Él había sido uno de los pocos en Lo que había hablado en mi favor cuando se había tomado la decisión del exilio. «Un niño es un niño», dijo, a través de Tehkorahs. «Cuanto más lo tratéis como un fenómeno de circo, más se comportará como tal.» Creo que la gente como él me facilitó las cosas. Ellos hicieron que el exilio en la Tierra le pareciese menos objetable a la gente realmente asustada, que deseaba que me encerrasen en la seguridad de la nave.

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