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Authors: Octavia Butler

Tags: #Ciencia Ficción

Imago (5 page)

BOOK: Imago
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—No obstante, hay algo de lo que tienes que darte cuenta —añadió Nikanj.

—¿Sí?

—Tú estarás completo en formas en las que aún no lo han estado los construidos, tanto machos como hembras. Finalmente, tú y los otros como tú despertaréis en los machos y las hembras habilidades que están ahora en letargo. Pero tú, como ooloi que eres, no puedes tener habilidades durmientes.

—Estar completo…, ¿qué es lo que significará eso?

—Que serás capaz de cambiarte a ti mismo. Lo que nosotros podemos hacer de una generación a la siguiente: cambiar nuestra forma, revertir a formas anteriores o a combinaciones de formas…, tú serás capaz de hacerlo en el interior de ti mismo. Superficialmente, incluso quizá seas capaz de crear nuevas formas, nuevos envoltorios de camuflaje. Eso era lo que pretendíamos.

—Si puedo cambiar mi forma… —enfoqué fijamente en Nikanj—, ¿podría convertirme en macho?

Nikanj dudó.

—¿Aún quieres ser macho?

¿Alguna vez había deseado ser macho? Simplemente, había supuesto que era macho, y que no tenía elección en el asunto.

—El pueblo no sería tan duro contigo si yo fuera un macho —le dije.

No me contestó.

—Aún no me han aceptado —argumenté—. Podrían seguir rechazándome hasta que la familia tuviera que abandonar Lo…, todo por culpa mía.

Continuó enfocado en mí, en silencio. Había ocasiones en las que envidiaba a los humanos su habilidad para bloquear su visión, a base de cerrar sus ojos, de negar su comprensión mediante algún acto consciente de negación, que a mí me resultaba incomprensible.

Cerré mi garganta, luego inspiré y exhalé un suspiro muy humano por mi boca. Ahora, cuando no estaba hablando, aquello ya no me resultaba necesario, pero ayudaba a cortar el azorado silencio.

—¡Tengo unos sentimientos tan contradictorios! —le dije—. Quiero ser tu hijo del mismo sexo, pero no quiero causarle problemas a la familia.

—¿Y qué es lo que quieres para ti?

Ahora yo no podía hablar. Dijera lo que dijese, le haría daño.

—Oeka, debo saber lo que deseas, lo que sientes…, y, por tu propio bien, debes decírmelo. Sería mejor para ti si, hasta que tu metamorfosis esté terminada, el pueblo sólo te viera a través de mí.

Tenía razón. La idea de que un montón de otra gente interfiriese ahora conmigo me resultaba aterradora, apabullante. No había pensado que fuese a ser así, pero así era.

—No querría tener que dejar de ser lo que soy —le expliqué—. Quiero ser un ooloi. Realmente lo deseo. Y me gustaría que no fuese así. ¿Cómo iba a querer causarle tantos problemas a la familia?

—Quieres ser lo que eres. Eso es sano y bueno para ti Lo que nosotros hagamos al respecto es nuestra decisión nuestra responsabilidad. A ti no te concierne.

Si hubiera sido un humano el que hubiera dicho aquello, quizá no se lo hubiese creído. Los humanos decían una cosa con sus cuerpos y otra con sus lenguas, y todo el mundo debía gastar tiempo y energías imaginándose lo que realmente querían decir. Y, una vez los comprendías, los humanos se irritaban y actuaban como si les hubieses robado los pensamientos de sus mentes.

En cambio, Nikanj pensaba realmente lo que decía: su cuerpo y sus labios decían lo mismo: creía que yo debía desear ser lo que era. Pero…

—Ooan, si lo desease, ¿podría cambiar?

Aplastó sus tentáculos corporales y craneales, dejándolos lisos contra su piel, aceptando divertido mi curiosidad.

—Ahora no. Pero, cuando hayas madurado, serás capaz de hacer que tu cuerpo parezca ser el de un macho. Naturalmente, no podrás sentirte satisfecho con el rol sexual del macho, ni podrás hacer la contribución que hace el macho a la reproducción.

Traté de moverme, traté de tender una mano hacia él, pero aún estaba demasiado débil. El hablar ya me dejaba exhausto, y la mayoría de los movimientos me resultaban imposibles. Los tentáculos de mi cabeza sí se estiraron hacia él.

Él se acercó más y me dejó tocarle, me dejó examinar su carne, para que pudiese empezar a comprender las diferencias que había entre su carne y la mía. Yo iba a ser la versión más extremada de un construido…, no sólo una simple mezcla de características humanas y oankali, sino alguien capaz de usar su cuerpo en modos que no podían ni los humanos ni los oankali. Sinergia.

Estudié una única célula del brazo de Nikanj, comparándola con mis propias células. Aparte de mi mezcla humana añadida, la principal diferencia parecía estar en que ciertos genes míos se habían activado y habían causado mi metamorfosis. Me pregunté que podría pasar si esos genes se activaban en Nikanj. Él ya era maduro…, ¿acaso sufriría otros cambios?

—Basta —dijo Nikanj suavemente. Me hizo señas silenciosas y me habló en voz alta. Sus señas silenciosas parecían urgentes. ¿Qué era lo que yo estaba haciendo?

—Mira lo que has hecho. —Ahora sólo me habló silenciosamente.

Volví a examinar la célula que había tocado y me di cuenta de que, de algún modo, yo había localizado y activado los genes que habían atraído mi curiosidad. Esos genes estaban tratando de activar otros de su especie en otras células, intentando causar que el cuerpo de Nikanj iniciase la secreción de hormonas inadecuadas, que provocarían un crecimiento inadecuado.

¿Qué hubiera crecido?

—Nada crecerá en mí —dijo Nikanj, y me di cuenta de que había percibido mi curiosidad—. La célula morirá. ¿Lo ves?

Mientras la contemplaba, la célula murió.

—Podría haberla mantenido con vida —me explicó Nikanj—. Mediante un acto volitivo, podría haber impedido que mi cuerpo la rechazase. Sin embargo, sin tu intervención, yo no podría haber activado los genes durmientes. Mi cuerpo rechaza ese tipo de comportamiento como… profundamente autodestructivo.

—Pero a mí no me pareció nada malo o peligroso —argumenté—. Sólo me pareció… fuera de lugar.

—Fuera de lugar y en un momento que no es el adecuado. En un humano, esto hubiera sido suficiente para matarlo.

No se me ocurrió nada que decir. Mi curiosidad desapareció, barrida por el miedo.

—Cuando los toques, nunca te retires sin comprobar que no les has causado algún daño.

—Ni los tocaré…

—No serás capaz de resistirlo.

No lo dudaba, ni lo sospechaba, ni lo imaginaba…, lo sabía.

—¿Y qué puedo hacer? —susurré en voz alta. No podía equivocarse en estas cosas: había vivido mucho, visto demasiado.

—Por el momento, lo único que puedes hacer es andarte con pies de plomo. Tras tu segunda metamorfosis te atriarás, y ya no estarás tan interesado en investigar a gente que no sean tus cónyuges.

—¡Pero eso puede suceder dentro de dos o tres años…!

—Pienso que menos. Noto tu cuerpo como si, de ahora en adelante, fuera a desarrollarse con rapidez. Ahora ya sabes lo cuidadoso que vas a tener que ser, hasta que se haya desarrollado.

—No sé si lo podré hacer. El ser tan cuidadoso en cada toque…

—Sólo los toques profundos. —Los toques que penetraban la carne, hechos con los tentáculos sensoriales o, más tarde, con los brazos sensoriales. Claro que sólo los humanos podían conformarse con menos que estos toques profundos.

—No veo cómo voy a poder ser tan cuidadoso —le dije—. Pero voy a tener que serlo.

—Sí.

—Entonces, lo seré.

Tocó mis tentáculos de la cabeza con varios de los suyos, mostrándome su acuerdo. Luego examinó detenidamente el resto de mi cuerpo, comprobando de nuevo la ausencia de taras peligrosas, reuniendo información para el pueblo. Me relajé y le dejé trabajar y, al instante, me dijo:

—¡No!

—¿Qué pasa? —le pregunté. Esta vez no había hecho nada malo, estaba seguro. Sabía que no había hecho nada.

—Hasta que te conozcas muchísimo mejor a ti mismo no puedes permitirte el lujo de relajarte de este modo mientras estés en contacto con otra persona. Ni siquiera conmigo. Eres demasiado competente, demasiado capaz de hacer pequeños cambios, potencialmente mortíferos, en los genes, en las células, en los órganos. Lo que los machos, hembras e incluso algunos ooloi, deben esforzarse para lograr percibir, tú no puedes dejar de percibirlo, a un nivel u otro. Aquello que a ellos debe enseñárseles a hacer, tú casi lo puedes hacer sin pensar. Tienes toda la sensitividad que pude darte, y eso es mucho. Y tienes las habilidades latentes de tus antepasados humanos. En ti, esas habilidades ya no son latentes. Es por eso por lo que fuiste capaz de activar en mí genes que ni siquiera yo puedo despertar. Es por eso por lo que los humanos son un tesoro tan grande. Nos han dado habilidades regenerativas que nunca antes habíamos sido capaces de lograr en nuestro comercio, pese a que ya habíamos hallado anteriormente otras especies con tal habilidad. Y yo sigo aquí, porque un humano fue capaz de compartir esta habilidad conmigo.

Se refería a Lilith, mi madre de nacimiento. Todo niño de la familia había oído aquella historia: uno de los brazos sensoriales de Nikanj había sido, prácticamente, cortado de un tajo; pero Lilith le había dejado a Nikanj conectarse a su cuerpo y activar algunos de los genes, altamente especializados, que estaban dentro de ella. Y el ooloi había usado lo que había aprendido de ellos para animar a sus propias células a crecer y volver a unir las complejas estructuras de su brazo. Aquello era algo que no hubiese podido hacer sin el efecto iniciador de la ayuda genética de Lilith.

La habilidad de Lilith ya venía de su familia, aunque ni ella ni sus antepasados habían sido capaces de controlarla. En ellos había permanecido durmiente, o se había activado en una loca y desordenada manera que había provocado el crecimiento de nuevos e inútiles tejidos. Nuevos tejidos que habían tomado un camino obscenamente erróneo.

Los humanos llamaban cáncer a esta condición de sus cuerpos y, para ellos, era una enfermedad odiosa. Para los oankali, era un tesoro. Era algo de una belleza que estaba más allá de la comprensión humana.

Sin la ayuda de Lilith, Nikanj hubiera podido morir…, y, si hubiese sobrevivido, mutilado, no podría haber funcionado como ooloi. Sus cónyuges se tendrían que haber buscado otro ooloi. Entonces eran jóvenes; quizá podrían haber superado la ruptura y aceptado al otro, pero entonces nosotros no habríamos existido…, nosotros, los hijos que Nikanj había construido gene por gene, cromosoma por cromosoma. Otro ooloi habría elegido otra mezcla, habría manufacturado una serie distinta de genes que mezclar, para crear así un conjunto viable. Toda nuestra especial esencia de construidos era obra de nuestro padre ooloi. Hasta cometer el error conmigo, Nikanj había sido famoso por la belleza de sus hijos. Y había compartido con los demás todo lo que sabía de mezclar niños construidos, y probablemente había salvado a otra gente del dolor, los problemas y los errores mortíferos. Y había sido capaz de hacer todo aquello porque, gracias a Lilith, tenía dos brazos sensoriales que le funcionaban.

—Podrías volver a darles el cáncer a los humanos —me dijo, apartándome de mis pensamientos—. O podrías afectarles genéticamente. Podrías dañar sus sistemas inmunológicos, causarles alteraciones neurológicas, problemas glandulares… Podrías darles enfermedades para las que ni siquiera tienen nombres. Y podrías hacer todo eso con sólo un momento de no prestar atención.

Hizo una pausa, totalmente enfocado en mí.

—Los humanos te atraerán y te seducirán, sin darse cuenta de lo que están haciendo. Pero no tendrán defensa alguna contra ti. Y probablemente serás tan sexualmente precoz como cualquier otro construido nacido de humana.

—No tengo brazos sensoriales —le dije—. ¿Qué es lo que puedo hacer sexualmente hasta que me crezcan?

Además, tampoco tenía ya nada entre mis piernas. Nadie podía verme desnudo y confundirme con un macho… o con una hembra. Yo era un subadulto ooloi, y lo seguiría siendo durante años…, o durante meses, si Nikanj tenía razón en cuanto a lo de la velocidad de mi maduración.

—Serás capaz de obtener placer de la nueva sensación —me explicó Nikanj—. Especialmente en el complejo, aterrador, prometedor sabor de los humanos. Yo no los disfruté demasiado a menudo cuando era subadulto, porque podía darles bien poco a cambio. Probé a Lilith cuando pude curarla o hacerle cambios que resultaban necesarios; pero no podía dar placer hasta convertirme en adulto. Tú quizá ya puedas darlo ahora con los tentáculos sensoriales.

Apreté con fuerza los tentáculos sensoriales contra mi cuerpo, preguntándome si sería así. Pensaba en aquella pareja de humanos que había conocido hacía meses, antes de caer dormido. Ahora ya estaban camino a Marte. Pero, ¿cuál debía de ser su sabor? Quizá la mujer me hubiera dejado probarla, pero el macho… ¿Cómo se las apañaban los ooloi para seducir a los machos humanos? Los machos eran suspicaces, hostiles, peligrosos. De repente, sentí grandes deseos de probar uno. Antes de mi cambio había tocado a mi padre humano y a otros machos atriados; pero entonces no era tan perceptivo. Y quería tocar a un desconocido no atriado…, alguien que quizá fuera un cónyuge potencial.

—Precoz —me dijo Nikanj, en un tono que no admitía discusión—. Por un tiempo, limítate a los construidos. Ellos no son indefensos, pero aun así se les puede hacer daño. Tú puedes dañarlos tan sutilmente que nadie se dé cuenta del problema hasta que se haya convertido en grave. Ten mucho más cuidado del que nunca hayas tenido.

—¿Me dejarán tocarles?

—No lo sé. El pueblo no ha decidido nada todavía.

Pensé acerca de lo que podría ser el pasar toda mi subadultez solitario en el bosque, con mis padres y mis compañeros de camada no atriados como única compañía, y un estremecimiento recorrió mi cuerpo. Nikanj unió sus tentáculos sensoriales con los míos, preocupado.

—Quiero que me acepten —dije, innecesariamente.

—Sí. Puedo ver que cualquier tipo de exilio te iba a resultar muy duro, iba a ser malo para ti. Pero…, quizá el exilio en Chkahichdahk te resultase lo menos malo. Mis padres aún siguen allí. Ellos te aceptarían.

Exilio en la nave…

—¡Dijiste que no dejarías que se me llevasen!

—No les dejaré. Te quedarás con nosotros durante tanto tiempo como desees quedarte.

Quería decir durante tanto tiempo como creyese estar mejor encontrándome aislado, sólo con mi familia, de lo que me encontraría separado de mi familia, si me mandasen a la nave. Los humanos acostumbraban a no entender a los ooloi, cuando los ooloi decían cosas como ésta. Los humanos pensaban que los ooloi les estaban prometiendo que no harían nada, hasta que los humanos les dijesen que habían cambiado de idea…, hasta que ellos se lo dijeran a los ooloi con sus bocas, con palabras. Pero los ooloi percibían todo lo que un ser vivo decía…, todas sus palabras, y también sus gestos, y un amplio abanico de otras respuestas corporales, internas y externas. Los ooloi lo absorbían todo, y actuaban de acuerdo con el consenso que así descubrían. De esta manera, los ooloi trataban a los individuos del mismo modo en que trataban a los grupos de seres: buscaban un consenso. Y, si no lo había, esto significaba que el ser estaba confundido, estaba en la ignorancia, asustado; o, por algún otro motivo, aún no era capaz de darse cuenta de lo que era mejor para él. Los ooloi le daban información y, quizá, algo de calma, hasta que podían percibir un consenso en él. Entonces actuaban.

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