Read Imago Online

Authors: Octavia Butler

Tags: #Ciencia Ficción

Imago (7 page)

BOOK: Imago
9.83Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Esta vez, todo aquello que no había sido robado había sido destruido. Los melones habían sido pisoteados o aplastados contra el suelo y los árboles. La hilera de árboles de papaya que se hallaba en el centro del huerto había sido talada. Las matas de judías, guisantes, el maíz, la batata, la mandioca y las piñas habían sido arrancadas y pisoteadas. Los cercanos árboles del pan, nogales e higueras, que casi tenían un centenar de años, habían sido cortados a hachazos y quemados, a pesar de que el fuego no había destruido más que a algunos de ellos. Los plataneros habían sido derribados.

—¡Mierda! —murmuró Lilith. Contempló por un momento la destrucción, luego se apartó y fue hasta el borde del claro del huerto. Allí se quedó de espaldas a nosotros, el cuerpo muy tenso. Pensé que Nikanj iría hasta ella para ofrecerle consuelo. Pero, en lugar de eso, comenzó a recoger y limpiar los tallos de mandioca menos dañados. Podían ser replantados. Ahajas halló una mano de plátanos maduros en buen estado, Dichaan encontró y desenterró varias batatas, a pesar de que las partes de las plantas que había sobre tierra habían sido cortadas y desperdigadas. Los oankali y los construidos podían hallar raíces comestibles y tubérculos con facilidad, a base de sentarse en el suelo y perforar en él con los tentáculos sensoriales. Esos cortos tentáculos corporales podían extender varias veces su longitud en posición de descanso.

Fue Tino quien se acercó a Lilith. La rodeó, se puso frente a ella y le dijo:

—¡Qué infiernos, sabes que tendrás otros huertos!

Ella asintió con la cabeza.

La voz de él se dulcificó:

—Creo que nos conocimos en éste, ¿recuerdas?

Ella asintió de nuevo, y algo de rigidez desapareció de su postura.

—¿Cuántos hijos hace de eso? —preguntó con voz queda. El humor en su tono me sorprendió.

—Más de los que nunca esperé tener —le contestó él—. Y, no obstante, quizá no sean bastantes.

Y ella se echó a reír. Le acarició el cabello, que él llevaba largo y atado con una cuerdecilla de hierbas, para formar una larga cola de caballo que le colgaba por la espalda. Él acarició a su vez el de la mujer, una suave nube negra alrededor de su cara. Podían tocarse sin dificultad el cabello porque, esencialmente, era tejido muerto. A menudo antes les había visto acariciarse de este modo, el único que les quedaba.

—A pesar de lo mucho que he querido a mis huertos —le dijo—, jamás los he cuidado sólo para mí, o para nosotros. Siempre he deseado que los resistentes tomasen de ellos lo que necesitasen.

Tino apartó la vista y se encontró mirando a los derribados árboles de papaya, y volvió a girar la cabeza. Él había sido un resistente…, había pasado una buena parte de su vida entre gente que había creído que los humanos que se habían atriado con oankali eran traidores, y que todo lo que se pudiera hacer para causarles daño era bueno. Él había abandonado a su gente porque deseaba tener hijos. Entonces no existía la colonia de Marte, y los humanos o se iban a vivir con los oankali o tenían una existencia sin descendencia. En cierta ocasión, Lilith me había dicho que Tino no había abandonado del todo sus creencias de resistente hasta que había empezado a funcionar la colonia de Marte y su gente había podido escapar de los oankali. Ella nunca había sido una resistente: había sido puesta con Nikanj cuando tenía más o menos mi edad y estaba en la nave. En aquel tiempo no había comprendido lo que esto representaba, y nadie se lo explicó. Nikanj me dijo que ella no dejó de tratar de liberarse hasta que uno de mis hermanos convenció al pueblo para que permitiese que los resistentes humanos se establecieran en Marte.

En cierta manera, la colonia de Marte había liberado a mis dos progenitores humanos permitiéndoles que hallasen en sus vidas todo el placer que les fuera posible. Aparte esto, no les había ayudado en nada: aún seguían notándose culpables, sintiendo que habían abandonado a su pueblo por los alienígenas, como si todavía temiesen ser, realmente, los traidores que les acusaban ser los resistentes. Ningún humano podía ver el conflicto genético que los hacía ser una especie tan volcánica…, que con tanta seguridad iba a destruirse a sí misma. Por ello, seguramente ningún humano acababa de creérselo del todo.

—Siempre que se llevaban plantas enteras me alegraba —estaba diciendo Lilith—: Algo con que alimentarse ahora, y algo que trasplantar luego.

—Aquí hay algunos cacahuetes que han sobrevivido —le dijo Tino—. ¿Los quieres?

Se inclinó para tirar de algunas pequeñas plantas, arrancándolas de la tierra suelta que yo había visto preparar para ellas a Lilith.

—Déjalos —le dijo ésta—. Ya tengo algunos.

Se volvió para mirar de frente al huerto, contemplando cómo los miembros oankali de la familia colocaban lo que habían recogido sobre una alfombra de hojas sobrepuestas de platanero. Ahajas detuvo a Oni cuando iba a comerse una de las papayas salvadas y la mandó que dijese lo ocurrido a Lo, y que dejaban allí aquella comida. Oni era nacida de humana y de un aspecto tan engañosamente humano que yo no había dejado de pensar en ella como hembra…, pese a que aún pasarían diez años antes de que tuviese un sexo definido.

—Espera —le dijo Lilith.

Oni se detuvo cerca de ella y se quedó mirándola.

Lilith caminó hasta donde se hallaba Dichaan.

—¿Por qué no vas tú? —le pidió.

—La gente que hizo esto ya se fue, Lilith —le contestó él—. Se fueron hace más de un día. No hay sonidos de ellos, ni un olor reciente.

—Ya lo sé…, pero, aunque sólo sea para que me quede tranquila, ¿irás?

—Sí. —Se dio la vuelta y se marchó. Solamente iría hasta el borde de Lo, en donde algunos de los árboles y arbustos no eran lo que parecían ser. Allí podría hacer señales por tacto a Lo, y Lo pasaría su mensaje, tal cual, a las siguientes personas que abriesen una pared, solicitasen comida o, en algún otro modo, entrasen en contacto directo con la entidad Lo. Ésta pasaría el mensaje ocho o diez veces, luego lo almacenaría. Como nosotros, Lo no podía olvidar, pero, a menos que alguien le pidiese recordarlo, no volvería ya a molestar a nadie con el mensaje. Los humanos no podían ni dejar ni recibir mensajes así. A pesar de que Lilith y algunos otros habían aprendido un poco de lo que ellos llamaban los códigos oankali, sus dedos no eran lo bastante sensibles como para recibir mensajes, ni lo suficientemente finos y penetrantes como para enviarlos.

Oni contempló irse a Dichaan, luego regresó con Hozh, que había acabado su papaya. Se quedó cerca de él. No es que Hozh fuera más macho de lo que ella era hembra, pero me resultaba más fácil seguir pensando en ellos con los mismos géneros que les había atribuido siempre. Ambos entraron de inmediato en comunicación silenciosa. Siempre que se encontraban juntos de esa manera, los tentáculos de Hozh hallaban de inmediato los puntos sensoriales de Oni, pues ella tenía muy pocos tentáculos sensoriales propios, y establecía comunicación. Eran compañeros de camada emparejados.

El contemplarlos me hacía sentir solitario, y miré en derredor, buscando a Aaor. La descubrí contemplándome. Desde que me había levantado, tras mi metamorfosis, había estado evitándome cuidadosamente. A pesar de lo que me había dicho Tehkorahs, yo la había dejado mantener las distancias, porque era evidente que no deseaba contacto conmigo. No parecía necesitarme del modo que yo la necesitaba a ella. Mientras la miraba, me dio la espalda y enfocó su atención en un gran escarabajo.

Lilith y Tino se reunieron con el grupo familiar allá donde éste se había detenido para esperar a Dichaan.

—Esto es sólo el principio —dijo Lilith, sin hablar con nadie en especial—. Nos encontraremos con gente como la que destruyó el huerto. Más pronto o más tarde nos descubrirán y vendrán tras de nosotros.

—Tienes tu machete —le dijo Nikanj.

No podría haber conseguido una mayor atención de los demás, ni aunque se hubiera puesto a lanzar alaridos. Yo le enfoqué, excluyendo cualquier otra cosa, notándome atraído e incluso girándome para darle la cara. Los oankali no podían sugerir actos violentos. Los humanos decían que la violencia iba en contra de las creencias oankali. En realidad, iban en contra de su misma carne y huesos, en contra de todas y cada una de sus células. Los humanos habían evolucionado desde una forma de vida jerárquica, que dominaba y a menudo mataba a otras formas de vida. Los oankali habían evolucionado desde una forma de vida adquisitiva, que coleccionaba y se combinaba con otras formas de vida. Para los oankali, el matar no era sólo un despilfarro…, era tan inaceptable como el amputarse sus propios miembros sanos. Luchaban únicamente para salvar sus vidas y las vidas de otros. E, incluso entonces, luchaban para someter, no para matar. Y, si se veían obligados a matar, recurrían a armas biológicas recogidas genéticamente en millares de mundos. Podían ser absolutamente mortíferos, pero más tarde lo pagaban caro. Lo pagaban tan caro, que no tenían en su historia ningún recuerdo de haber atacado movidos por el odio, la ira, la frustración, los celos o alguna otra emoción, sin importar lo muy fuertemente que la sintieran. Cuando mataban, aunque fuese para salvar una vida, también ellos morían un poco.

Yo sabía todo esto porque formaba parte de mí tanto como de ellos. La vida era un tesoro. El único tesoro. Nikanj era quien había hecho que esta idea formase parte de mí. ¿Cómo podía ser ahora Nikanj quien sugiriese matar?

—…¿Nika? —susurró Ahajas. Sonaba del mismo modo en que yo me sentía: sin comprenderlo, sin poder creérselo.

—Los humanos tienen que proteger sus vidas y su familia —dijo con voz queda Nikanj—. Si esto sólo fuera un viaje, nosotros los protegeríamos. Ya lo hemos hecho antes, pero esta vez estamos yéndonos de casa. Viviremos separados de los otros…, no sé por cuánto tiempo, quizá mucho. Habrá momentos en los que no estemos con ellos. Y hay resistentes que los matarían nada más verlos.

—No quiero que nadie muera por culpa mía —dije yo—. Pensé que nos íbamos para salvar vidas.

Enfocó en mí, tendió un brazo sensorial y me atrajo a su lado:

—Nos vamos porque el bosque es el único lugar en el que podemos vivir como una familia —me dijo—. Nadie va a morir por tu causa.

—Pero…

—Si alguien muere, será porque se esfuerce mucho por hacer que lo matemos.

Mis compañeros de camada y los otros progenitores empezaron a retirar sus enfoques de él. Nunca antes había dicho tales cosas. Yo le miré, y vi lo que ellos no habían sabido ver: que el hablar así le estaba poniendo enfermo. Hubiera sido más feliz metiendo la mano en el fuego.

—Hay formas más fáciles de decir estas cosas —admitió—, pero algunas cosas no deben de ser dichas fácilmente.

Dudó cuando Dichaan se unió a nosotros.

—Sólo dejaremos el grupo por parejas. Y, si no es necesario, no lo dejaremos. Vosotros los niños…, todos vosotros, deberéis cuidaros los unos de los otros. Por todas partes habrá cosas nuevas para probar y comprender. Si un compañero de camada está probando algo, el otro monta guardia. Si veis u oléis humanos, os escondéis. Si os encuentran a campo abierto, corréis, aunque esto pueda representar que os peguen un tiro. Si os derriban, gritad. Haced tanto ruido como os resulte posible. No dejéis que se os lleven. Debatíos. Haced que no sea fácil teneros agarrados. Y, si parece que estén decididos a mataros, aguijonead.

Mis compañeros de camada se quedaron con los tentáculos del cuerpo y la cabeza colgando, sin dirigirlos a parte alguna. Los aguijonazos de los machos, hembras y niños son mortales.

—Una vez estéis libres, venid a mí o llamadme. Quizá yo sea capaz de salvar a quien vosotros hayáis aguijoneado. —Hizo una pausa—. Éstas son cosas terribles, pero si os quedáis con el grupo y permanecéis alerta, no tendréis que hacerlas.

De nuevo comenzaron a dar signos de vida, enfocando en él unos pocos tentáculos, y comprendiendo por qué les estaba hablando tan rudamente. Todos éramos difíciles de matar. Incluso nuestros padres humanos habían sido modificados, hechos más fuertes, más capaces de soportar heridas. El principal peligro estaba en ser dominados y raptados. Una vez éramos separados de la familia, se nos podía hacer cualquier cosa. Quizás Oni y Hozh sólo fueran adoptados por un tiempo por los humanos que estaban desesperados por tener hijos. El resto de nosotros nos parecíamos demasiado a unos adultos humanos…, u oankali. Aquellos que parecían hembras serían violadas. Aquellos que parecían machos serían asesinados. Los humanos tendrían todo el tiempo que necesitasen para golpearnos, cortarnos o dispararnos. A menos que los matásemos.

Mejor no encontrarse nunca en esa situación.

Nikanj enfocó en Lilith y Tino durante varios segundos, pero no dijo nada. Los conocía. Sabía que harían los máximos esfuerzos para no matar a alguien de su propio pueblo…, y sabía también que no les gustaría que les dijera que se anduviesen con cuidado. Yo había visto a algunos oankali cometer el error de tratar a los humanos como si fuesen niños. Era un error fácil de cometer: la mayoría de los humanos eran más vulnerables que los niños oankali a medio crecer, y los adultos oankali los trataban de proteger. Los humanos reaccionaban con resentimiento, ira y apartándose. El sistema de Nikanj era mejor.

Nikanj enfocó por un momento en mí. Yo seguía a su lado, con su brazo sensorial derecho rodeándome el cuello. Con su brazo sensorial izquierdo le hizo un gesto a Aaor.

—¡No! —susurré yo.

Me ignoró. Aaor se acercó lentamente, con todo su cuerpo haciéndose eco de mi negativa. Me temía. ¿Tenía miedo de que yo le hiciera daño?

—¿Comprendes lo que sientes? —le preguntó Nikanj cuando estuvo lo bastante cerca como para enroscarle el otro brazo al cuello.

Aaor negó con la cabeza, con un gesto muy humano.

—No, y no quiero evitar a Khodahs. No sé por qué lo hago.

—Te comprendo —dijo Nikanj—, pero no sé si podré ayudarte. Esto es algo nuevo.

Esto atrajo la atención de Aaor. Cualquier cosa nueva era interesante.

—Piensa, Eka. ¿Cuándo ha tenido un ooloi un compañero de camada emparejado?

Casi me perdí ver la sorpresa de Aaor, por lo muy ensimismado que estaba en la mía. Naturalmente, los ooloi no tienen compañeros de camada emparejados, en el sentido tradicional. En las familias oankali, las mujeres tenían tres hijos, uno tras otro; uno se convertía en macho, otro en hembra y el tercero en ooloi. Sus propias inclinaciones decidían quién se convertía en qué. El macho y la hembra se metamorfoseaban y hallaban un ooloi, no relacionado con ellos, para atriarse. Por su parte, el ooloi tenía todavía que pasar por su segunda metamorfosis. Aún se le llamaba niño, y era el único caso de niño que conocía su sexo. Y estaba solo hasta que llegaba a su segunda metamorfosis y hallaba compañeros. Yo, ahora, únicamente debería de haber tenido a mis padres alrededor. Pero, ¿en qué situación hubiera dejado eso a Aaor?

BOOK: Imago
9.83Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Justice Hunter by Harper Dimmerman
Mountains Wanted by Alexander, Phoebe
Dark Descent by Christine Feehan
Court of the Myrtles by Lois Cahall
Songbook by Nick Hornby
Beware That Girl by Teresa Toten
Tales and Imaginings by Tim Robinson
The Invisible by Amelia Kahaney