Read Imago Online

Authors: Octavia Butler

Tags: #Ciencia Ficción

Imago (3 page)

BOOK: Imago
2.27Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Aaor se me acercó y me examinó con unos pocos de sus tentáculos de la cabeza y cuerpo.

—Creo que ya estás próximo a tu metamorfosis —me dijo. No había hablado en voz alta. Los niños aprendían bien pronto que no era educado el hablar vocalmente entre ellos, si había alguien cerca enfrascado en una conversación en voz alta. Hablábamos mediante señales de tacto, señas e ilusiones multisensoriales transmitidas a través de los tentáculos corporales o craneales…, estimulación neural directa.

—Lo estoy —le contesté en silencio—. Pero me siento… diferente.

—Muéstramelo.

Traté de recrear para Aaor mi incrementada capacidad sensorial, pero se apartó.

Al cabo de un tiempo me volvió a tocar, suavemente. Utilizando sólo señales táctiles, me dijo:

—No me gusta. Algo anda mal. Deberías enseñárselo a Dichaan.

Yo no quería enseñárselo a Dichaan. Y esto era raro. No me había importado enseñárselo a Aor. No sentía aversión alguna a mostrárselo a Nikanj…, exceptuando, claro está, que lo más probable era que éste me mandase con mis padres.

—¿Qué es lo que te molesta de mí? —le pregunté a Aaor.

—No lo sé —me contestó—. Pero no me gusta. Nunca antes lo había notado…, algo anda mal.

Tenía miedo, y eso era extraño. Normalmente, las cosas nuevas le llamaban la atención. Pero esta cosa nueva le repelía.

—No es nada que te vaya a hacer daño —le tranquilicé—. No te preocupes.

Se levantó y se marchó. No dijo nada: simplemente se fue. Esto no era propio de su carácter. Aaor y yo siempre habíamos estado muy próximos. Sólo era tres meses más joven que yo, y habíamos estado juntos desde que ella había nacido. Nunca antes se había marchado, dejándome de aquella manera. Uno sólo se apartaba así de la gente con la que ya no podía comunicarse.

Fui a donde estaba Nikanj. Ahora estaba solo. Uno de nuestros vecinos acababa de marcharse. Enfocó un cono de sus largos tentáculos craneales hacia mí, dándose cuenta al fin de que había algo distinto en mi persona.

—¿Metamorfosis, Eka?

—Eso creo.

—Déjame comprobarlo. Tu olor es… extraño.

El tono de su voz sí era extraño. Yo había estado presente cuando compañeros de camada míos habían iniciado su metamorfosis, y Nikanj jamás había sonado de aquel modo.

Enrolló la punta de uno de sus brazos sensoriales alrededor de mi brazo y extendió su mano sensorial. Las manos sensoriales eran unos apéndices únicos de los ooloi, y Nikanj no las usaba normalmente para comprobar una metamorfosis. Podría haber usado sus tentáculos craneales o corporales, como todo el mundo; pero estaba lo bastante preocupado como para querer ser más preciso, para estar más seguro.

Traté de notar los filamentos de la mano sensorial mientras se deslizaban dentro de mi carne. Nunca antes había sido capaz de ello, pero ahora los notaba claramente. Como es natural, no había dolor en ello. Ni comunicación. Pero noté como si hubiera hallado lo que yo andaba buscando: el toque profundo de la mano sensorial era como aire tras una larga y desesperada zambullida bajo las aguas. Sin pensarlo, tomé su segundo brazo sensorial entre mis manos.

Entonces, algo fue mal: Nikanj no me aguijoneó, nunca haría tal cosa; pero algo pasó…, le causé un sobresalto. No, más: le produje un shock profundo…, y me transmitió la totalidad del impacto de ese shock. Sus ilusiones multisensoriales parecían más reales que las cosas que verdaderamente sucedían, y esto era peor que una ilusión. Esto había sido el reciclado, repentino y rápido, de su intensa sorpresa y de su miedo. De mí a él y de vuelta a mí. Un circuito cerrado.

Perdí el contacto con cualquier otra cosa. No me di cuenta de que me desplomaba o de que era atrapado por los dos brazos de fuerza, de aspecto casi humano, de Nikanj. Luego, cuando examiné mis recuerdos latentes de ese momento supe que, durante algunos segundos, había sido sostenido por los cuatro brazos del ooloi. Y, mientras tanto, Nikanj había permanecido quieto como una estatua, congelado por el shock y el miedo.

Finalmente, a medida que iba disminuyendo su shock y creciendo su miedo, me depositó en una ancha plataforma. Enfocó un aguzado cono de los tentáculos de su cabeza en mí, y de nuevo se quedó quieto como una piedra, observándome. Después de un rato, se tendió junto a mí y me ayudó a comprender por qué se había sobresaltado tanto.

Pero, por aquel entonces, yo ya sabía lo que pasaba.

—Te estás convirtiendo en un ooloi —me dijo en voz baja.

Empecé a sentir miedo por mi persona. Nikanj estaba tendido a mi lado. Sus tentáculos corporales y craneales no me tocaban. No me ofrecía ni seguridad ni tranquilidad; no se movía, ni siquiera daba señales de estar consciente.

—¿Ooan? —le dije. Hacía años que no le llamaba así. Mis compañeros de camada de más edad llamaban a nuestros progenitores por sus nombres propios, y yo había empezado bien pronto a imitarlos. Sin embargo, ahora, yo tenía miedo. No quería a «Nikanj», quería a mi «Ooan», el progenitor al que yo había acudido más a menudo, o al que más me habían llevado, para que me curase o para que me educase—. Ooan, ¿no puedes volverme a cambiar? Aún parezco un macho.

—Tú sabes que no —me contestó en voz alta.

—Pero…

—Nunca fuiste macho, sin importar el aspecto que tenías. Eras eka. Lo sabes.

No dije nada. Toda mi vida me habían considerado un macho, y como tal había sido tratado por mis progenitores humanos, por todos los humanos de Lo. Incluso los oankali me llamaban a menudo «él». Y todo el mundo había asumido que Dichaan y Tino iban a ser mis progenitores del mismo sexo. Se suponía que la gente debía sentir eso, para que yo estuviera preparado para el cambio que debería haberse producido.

Pero el cambio se había torcido. Hasta el momento, ningún construido se había convertido en ooloi. Cuando la gente llegaba a su estado adulto y estaba dispuesta a atriarse, iban a la nave y hallaban un ooloi oankali, o mandaban una señal a Chkahichdahk y desde allá les llegaba el ooloi.

Los machos nacidos de humana aún eran considerados como experimentales y potencialmente peligrosos. Unos pocos machos de otras poblaciones habían sido esterilizados y exiliados a la nave. Nadie estaba preparado para un ooloi construido y, desde luego, nadie estaba preparado para un ooloi construido nacido de humana. ¿Acaso podía haber un ser potencialmente más mortífero?

—¡Ooan! —exclamé, presa de la desesperación.

Me atrajo contra él, con sus tentáculos de cabeza y cuerpo tocándome, luego penetrando mi piel. Su brazo sensorial se enroscó alrededor de mi cuello, de modo que su mano sensorial pudiera colocarse en mi nuca. Éste era el modo preferido por los ooloi para agarrar a los humanos y a buena parte de los construidos. Así, tanto el cerebro como la médula espinal eran fácilmente accesibles a los sutiles, muy sutiles, filamentos de la mano sensorial.

Por primera vez desde que dejé de mamar, Nikanj me drogó…, me inmovilizó, como si no confiase en que fuera a quedarme quieto. Yo estaba demasiado asustado como para ofenderme siquiera. Quizá tuviera razón en no confiar en mí.

Y, no obstante, no me hizo daño. Y no me calmó. ¿Por qué debería calmarme? Yo tenía buenos motivos para estar asustado.

—Debería haberme dado cuenta de esto —dijo en voz alta—. Debería… Te construí para que tuvieras un aspecto muy masculino…, tan masculino que las hembras se sintiesen atraídas hacia ti y te ayudasen a convencerte de que eras macho. Hasta hoy pensé que lo habían logrado. Ahora sé que yo fui el único convencido. Me engañé a mí mismo, y caí en el descuido y la ceguera.

—Siempre me noté macho —le dije—. Nunca pensé ser otra cosa.

—Debería haberte mandado a pasar más tiempo con Tino y Dichaan. —Hizo una momentánea pausa, haciendo sonar sus tentáculos corporales no ocupados. Una docena, más o menos, de tentáculos frotándose unos con otros sonaban como el viento soplando por entre los árboles—. Me gustaba tanto el tenerte por aquí… Todos mis hijos crecen y se apartan de mí, se van con sus progenitores del mismo sexo. Pensé que tú también lo harías, cuando llegase el momento.

—Eso era lo que yo pensaba…, y, sin embargo, jamás me apeteció hacerlo.

—¿No querías ir con tus padres?

—No. Sólo me apartaba de ti cuando sabía que iba a molestarte.

—Jamás noté que me molestaras.

—Traté de ir con cuidado.

Volvió a hacer sonar sus tentáculos y repitió:

—Debería de haberme dado cuenta…

—Siempre estabas solo —le dije—. Tenías cónyuges e hijos, pero a mí siempre me sabías…, cuando te probaba, de algún modo te notaba vacío…, como si estuvieras hambriento, casi muerto de hambre.

Durante un tiempo no dijo nada ni se movió; pero yo me noté envuelto por él, seguro. Algunos humanos trataban de transmitirte esta sensación cuando te daban un abrazo de oso y te frotaban de mala manera en las zonas sensoriales, irritándolas, o pellizcando tus tentáculos sensoriales. En realidad, sólo los oankali podían darla. Y, justo en este momento, sólo Nikanj me la podía dar a mí. En toda su larga vida, jamás había tenido un hijo de su mismo sexo. Había usado de todos sus trucos para protegernos y que no nos convirtiésemos en ooloi. Había empleado todas sus artimañas para mantenerse agónicamente solitario.

Creo que yo siempre había sabido lo muy solo que estaba. Sin duda alguna era, de mis cinco progenitores, al que más había amado. Al parecer, mi cuerpo había respondido a esto en el modo en que lo haría un niño oankali: yo estaba tomando el sexo del progenitor por el que más atraído me había sentido.

—¿Qué me pasará? —le pregunté, tras un largo silencio.

—Estás sano —me contestó—. Tu desarrollo es totalmente correcto. No puedo hallar ninguna tara en ti.

Y esto significaba, exactamente, que no había ninguna tara en mí: él era un buen ooloi, y otros ooloi acudían a él cuando se encontraban con problemas que iban más allá de su percepción o comprensión.

—¿Qué me pasará? —repetí.

—Te quedarás con nosotros.

Sin paliativos. No permitiría que me mandasen a ninguna parte. Y eso que, un siglo antes, había estado de acuerdo con los otros oankali en tomar la decisión de que cualquier ooloi construido que surgiese accidentalmente sería mandado a la nave. Allí podría ser observado, vigilado, y cualquier daño que hiciera podría ser descubierto y corregido de inmediato. En Chkahichdahk, cada uno de sus movimientos sería controlado. En la Tierra, podía causar muchos daños antes de que nadie lo descubriese.

Pero Nikanj no permitiría que me mandasen allí. Así lo había dicho.

3

Nikanj reunió rápidamente a todos mis progenitores. Yo me quedaría pronto dormido: la metamorfosis es, sobre todo, sueño, mientras el cuerpo cambia y madura. Nikanj deseaba contárselo a los demás mientras yo aún estuviese despierto.

Mi madre humana llegó, miró a Nikanj y me miró a mí, luego se me acercó y me tomó las manos. Nadie había dicho nada aún, pero ella sabía que algo andaba mal. Desde luego, sabía que yo estaba en mi metamorfosis…, ése era un proceso que había visto ya muchísimas veces.

Me observó de cerca, situando su rostro cerca del mío, dado que sus ojos eran sus únicos órganos de vista. Luego miró a Nikanj:

—¿Qué es lo que le pasa? Esto no es una simple metamorfosis.

Yo había empezado a estudiar su carne a través de sus manos de un modo que nunca antes había hecho. Conocía su carne mejor que la de ningún otro, pero ahora había en ella algo…, un sabor, en el que jamás antes me había fijado.

Apartó sus manos de mí, de un modo brusco, y dio un paso atrás.

—¡Oh, buen Dios…!

Nadie había hablado aún con ella. Y, sin embargo, lo sabía.

—¿Qué sucede? —preguntó mi padre humano.

Mi madre miró a Nikanj. Cuando éste no habló, ella dijo:

—Khodahs…, Khodahs se está convirtiendo en un ooloi.

Mi padre humano frunció el entrecejo.

—Pero eso es impo… —se detuvo, siguió la mirada de mi madre hasta Nikanj—. Es imposible, ¿no?

—No —dijo con voz queda el ooloi.

Se fue hasta Nikanj y se quedó de pie a su lado, muy tieso. Parecía más asustado que airado.

—¿Cómo has podido dejar que pasase esto? —exigió saber—. ¡Maldita sea, esto significa el exilio! ¡El exilio para tu propio hijo!

—No, Chka —susurró Nikanj.

—¡El exilio! ¡Lo dice vuestra Ley, so ooloi!

—No. —Enfocó un cono de tentáculos craneales en sus cónyuges oankali—. El niño es perfecto. Mi descuido ha permitido que se convirtiera en ooloi, pero no he fallado en ninguna otra cosa.

Dudó.

—Venid. Aseguraos. Aseguraos en nombre del pueblo.

Mi padre y mi madre oankali se unieron con él en una maraña de tentáculos corporales y craneales. No los tocó con sus brazos sensoriales, ni siquiera los desenrolló, hasta que Dichaan le tomó un brazo y Ahajas el otro. Entonces, al unísono, los tres enfocaron conos de tentáculos de sus cabezas hacia mis dos padres humanos. Éstos los miraron aviesamente. Al cabo de un rato, Lilith fue hasta los oankali, pero no los tocó. Se volvió, y tendió un brazo hacia Tino. Él no se movió.

—¡Vuestra maldita Ley! —le repitió a Nikanj.

Pero fue Lilith quien le contestó:

—No es una Ley, es un consenso. Acordaron enviar a la nave a los ooloi que surgieran por accidente. Nika cree que puede cambiar ese acuerdo.

—¿Ahora? ¿En pleno lío?

—Sí.

—¿Y si no puede?

Lilith tragó saliva. Podía verse el movimiento de su garganta.

—Entonces, quizá tengamos que abandonar Lo por un tiempo…, vivir separados de los demás, en el bosque.

Él fue hasta ella, la miró del modo en que lo hace a veces, cuando desea tocarla, quizá abrazarla de la manera en que se abrazan los humanos entre sí en la zona de invitados. Pero los humanos que aceptan cónyuges oankali han de olvidarse de ese tipo de contacto. No lo hacen voluntariamente…, pero, una vez se atrían con los oankali, descubren que el contacto entre ellos les resulta repulsivo.

Tino trasladó su atención a Nikanj.

—¿Por qué no hablas conmigo? ¿Por qué dejas que sea ella la que me diga lo que está pasando?

Nikanj tendió un brazo sensorial hacia él.

—¡No! ¡Maldita sea, háblame! ¡Háblame con palabras!

—De acuerdo —susurró Nikanj, con su cuerpo doblado en un gesto de profunda vergüenza.

Tino lo miró con expresión asesina.

—No puedo devolverte… a tu hijo del mismo sexo —dijo el ooloi.

BOOK: Imago
2.27Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Northward to the Moon by Polly Horvath
Lights Out Liverpool by Maureen Lee
Starf*cker: a Meme-oir by Matthew Rettenmund
Timestorm by Julie Cross
A Fistful of Sky by Nina Kiriki Hoffman
Hard Hat by Bonnie Bryant
Just Like Heaven by Slavick, Steven
Deal With It by Monica McKayhan