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Authors: Douglas Preston

Tags: #Aventuras, Ciencia Ficción, Intriga, Misterio

Impacto (34 page)

BOOK: Impacto
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—Un momento. ¿Estás diciendo que algo… atravesó la Tierra?

—Correcto.

—¿A quién enviasteis?

—A un ex agente de la CIA, Wyman Ford. Ahora mismo lo estamos buscando.

—Sigue.

—Hemos llegado a la conclusión de que lo que atravesó la Tierra probablemente fuera un pequeño trozo de materia extraña, también llamado
strangelet.
Este tipo de materia, muy particular, es superdenso: si toda la Tierra estuviera compuesta de él, tendría el tamaño de una naranja. Posee una propiedad muy alarmante: la de convertir la materia normal en materia extraña por contacto.

—Pues entonces, ¿por qué sigue habiendo Tierra?

—Era un trozo muy pequeño, tal vez no mucho mayor que un átomo, e iba a gran velocidad. Cruzó toda la Tierra y siguió su camino. Si hubiera ido más despacio, y se hubiera atascado en la Tierra, ya no estaríamos aquí.

—Dios mío…

—No he hecho más que empezar. Al hacer una extrapolación de la órbita, descubrimos que su origen era Marte.

—¿Marte?

—Aún no tenemos la menor idea de cuál es su relación con ese planeta, si es que existe alguna. En estos momentos el ejército está trasladando hacia aquí a un contingente de científicos al frente de la misión Marte de la NPF, así como al director de la NASA.

—Muy bien.

—Ahora viene lo malo, señor presidente. Parece que lo que le está ocurriendo a la luna es idéntico a lo que le ocurrió en abril a la Tierra, con la diferencia de que el trozo de materia extraña es mucho mayor. Al parecer, ha atravesado la luna de punta a punta, provocando la espectacular imagen que ve usted en la pantalla.

—¿Y esta cosa está volando en el espacio a nuestro alrededor? ¿La Tierra está cruzando algún tipo de nube?

—No creo. Hay indicios de que el impacto en la luna puede haber sido… intencionado.

—¿Intencionado? ¿Quieres decir que estas cosas las lanza algún país?

—Los físicos me han asegurado que es totalmente imposible que algún país de la Tierra disponga de la tecnología necesaria para fabricar materia extraña.

—Así pues, ¿qué narices quieres decir con «intencionado»?

El presidente se había levantado de su asiento. Su mítica serenidad se estaba deteriorando por momentos.

—Que el disparo a la luna… —Lockwood se paró a respirar. —El disparo ha destruido la Base Tranquilidad. Justo en el blanco. No hace falta que les diga que la Base Tranquilidad es el lugar donde alunizó por primera vez el hombre. Tiene una gran importancia para la humanidad.

—Dios mío… ¿Me estás diciendo que es algún tipo de… ataque?

—Yo diría que sí.

—¿De quién? ¡Acabas de decir que en la Tierra no hay nadie con la tecnología necesaria para fabricar materia extraña!

—Es que no es nadie en la Tierra, señor presidente.

Se produjo un silencio largo, excepcional. Nadie abría la boca. Finalmente el presidente habló en voz baja.

—¿Insinúas que esto lo han hecho… extraterrestres?

—Yo no usaría esa palabra, señor. Me limitaría a decir que todo indica que algún ente que no es de este mundo ha hecho un disparo intencionado. También podría ser una coincidencia, pero lo dudo mucho, la verdad.

El presidente se pasó una mano fina por encima de la cabeza, la dejó caer en la mesa, dio unos golpecitos con el dedo y levantó la vista.

—Stan, quiero que tú y el general Mickelson presidáis una comisión especial que incluya a algunos de tus colaboradores de mayor confianza del grupo de Política Científica y Tecnológica, así como a algunos altos responsables de la NPF, al presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor y a los directores de la NASA, de la Inteligencia Nacional y de la Seguridad Nacional. Reuníos ahora mismo. A las siete de la mañana quiero una recomendación (un plan, una estrategia…) sobre cómo abordar esto. La recomendación debería incluir opciones militares, una estrategia diplomática y sobre todo un plan para reunir más datos. Disponéis de siete horas. —Se dio la vuelta para ir hacia la puerta, pero se detuvo antes de salir de la sala.

—Y quiero que encontréis al tal Wyman Ford y lo incorporéis al grupo.

72

La chica se movía con cautela por las rocas, sin salir de las sombras, avanzando con sigilo en dirección al bote. Le faltaban menos de siete metros para pasar junto a Burr. En vez de matarla, la utilizaría para pillar al otro. Era una molestia que el cielo estuviera cada vez más iluminado, pero Burr se había escondido tan bien que ni en pleno día ella lo habría visto.

Cuando la tuvo a su alcance, salió de la oscuridad con la pistola en la mano.

—No te muevas.

Ella chilló y dio un salto hacia atrás. Burr disparó por encima de su cabeza, con un ruido digno de un cañón, debido al gran calibre de la Desert Eagle.

—¡Cállate, coño, y no te muevas!

La chica se calmó bastante deprisa, y se quedó temblando en su sitio.

—¿Y Ford?

No contestó.

Burr estiró el brazo izquierdo, la cogió por el cuello y la zarandeó, clavándole en la oreja el cañón de la Desert Eagle.

—¿Vas a contestar a mi pregunta?

Ella se atragantó, y tragó saliva.

—No lo sé.

—¿Está en la isla?

—Hummm… Sí.

—¿Dónde? ¿Qué está haciendo?

—No lo sé.

Burr la atrajo hacia sí por el pelo, y le hincó con tal fuerza el cañón en la mejilla que las miras le desgarraron la piel.

—Contesta.

—Ha… ha dicho que iba a por usted.

—¿Cuándo? ¿Dónde?

—Cuando desembarcase. Ha dicho que iba a por usted.

—¿Va armado?

—Tiene un cuchillo…

«Madre de Dios.» Y probablemente los estuviera observando en aquel mismo instante. Burr mantuvo la pistola en la mejilla de Abbey, y su cuerpo pegado al de ella. Pero, joder, cómo se estaba aclarando el cielo… Levantó el cañón de la pistola y disparó al cielo nocturno. El eco del disparo se propagó por la isla.

—¡Ford! —exclamó.

—¡Sé que estás aquí! Voy a contar hasta diez, y si no te tengo aquí delante, con las manos en alto, le meto a ella una bala en la cabeza. ¿Me has oído? —Disparó otra vez al aire, antes de volver a poner la boca caliente de la pistola en la mejilla de Abbey.

—¿Me has oído, Ford? Uno…, dos…, tres…

—Puede que no le oiga —habló ella. —Está en el otro lado de la isla.

—… cuatro…, cinco…, seis…

—¡Espere! ¡Le he dicho una mentira! ¡No está en la isla!

—… siete…, ocho…, nueve…

—¡Escúcheme! ¡No está en la isla! ¡Deténgase!

—¡Diez!

Un largo silencio. Burr bajó la pistola.

—Supongo que no.

Soltó a Abbey, que se tambaleó hacia atrás, y la tumbó en el suelo de una bofetada.

—Esto por mentir. —La cogió y la levantó a la fuerza. —¿Adonde ha ido?

Un ruido gutural.

—Lo dejé en tierra firme. Se fue…, volvió a Washington.

—¿A qué parte de Washington?

—No lo sé.

—¿Quién es la otra persona? En el barco he visto a otra persona.

La chica tragó saliva. Burr le clavó la pistola con más fuerza.

—Contesta.

—Nadie. Estoy sola.

—Mentirosa.

—Debió de ver mi impermeable colgado en un gancho de la cabina, al lado de la ventana. Tiene una capucha muy grande…

—Cállate.

Burr pensó deprisa. Debía de estar diciendo la verdad; nadie tenía tanto aguante como para no contarlo todo después de haber vivido aquella cuenta atrás. En realidad, en el crepúsculo y a casi un kilómetro de distancia, no había podido ver bien a ninguna de las dos figuras.

—¿Dónde está el disco duro?

—Se lo llevó.

«Hijo de puta…» Burr tembló de rabia. El encargo se había ido a la mierda. Sin el disco duro, no le pagarían.

Quizá quedaba una manera de pillar a Ford, pero antes tenía que hacer limpieza: matar a la chica, volver a su barco, ocuparse del padre y regresar a tierra firme. Entonces podría seguir a Ford hasta Washington. No tenía sentido perder más tiempo allí. Tiró a Abbey al suelo y dio un paso hacia atrás para no ensuciarse.

Ella, despatarrada entre las piedras, intentaba levantarse.

—Como te muevas, te mato.

Dejó de hacerlo. Con los pies bien plantados en el suelo, y la Magnum Desert Eagle cogida con ambas manos, Burr apuntó a la cabeza de Abbey y apretó el gatillo.

73

Ford encontró lo que buscaba en Topsham, Maine: un pequeño centro comercial abierto hasta tarde. Frenó ante una tienda de electrónica, entró y compró un disco duro cualquiera. En el Kinko's de al lado imprimió la serie de imágenes de la carpeta MÁQUINA DE DEIMOS, tras eliminar cuidadosamente cualquier referencia a la propia Deimos, y las metió en su maletín. Después usó los ordenadores del establecimiento para grabar en cuatro DVD la serie de imágenes relevante de la carpeta MÁQUINA DE DEIMOS. Por último, fue a unos grandes almacenes y compró acetona, pintura blanca de esmalte, un rollo de cinta de pintor, un marcador negro, una caja, papel de embalar marrón y plástico de burbujas.

Al volver a su coche usó la acetona para borrar todas las etiquetas, logos y números de serie del nuevo disco duro. Después pegó un recuadro de cinta en un lado, lo pintó con el esmalte blanco y lo puso debajo de la calefacción del suelo, al máximo de su potencia.

Mientras se secaba, fue a buscar materiales de envío al buzón de FedEx y escribió una nota:

La contraseña es alamierdaNPFl. Mire todas las imágenes de la carpeta MÁQUINAS DE DEIMOS, y la serie de imágenes radar R-2756-2760. SON IMÁGENES AUTÉNTICAS, SIN MANIPULAR. Representan un arma extraterrestre al fondo del cráter Voltaire de Deimos, una de las lunas de Marte. El arma disparó contra la Tierra el 14 de abril, y esta noche contra la Luna; ya ha visto los resultados. Es la mayor noticia científica de todos los tiempos. Mire las imágenes y lo entenderá. Si no lo publica de inmediato, recibirá una orden judicial, ya que se trata de información de alto secreto.

La puso en un sobre cerrado, que pegó con cinta adhesiva en un lado del disco duro original. Después envolvió el disco con varias capas de plástico de burbujas con papel de embalar, y escribió por fuera:

¡IMPORTANTE! PROPIEDAD DE MARTIN KOLODY, DIRECTOR DE LA SECCIÓN CIENTÍFICA DE
THE WASHINGTON POST
.EN CASO DE PÉRDIDA, SE RUEGA DEVOLVER LO ANTES POSIBLE. SE REEMBOLSARÁN TODOS LOS GASTOS.

Pensó un instante y añadió: «500 DÓLARES DE RECOMPENSA GARANTIZADOS POR SU DEVOLUCIÓN EN BUEN ESTADO».

A continuación rellenó un formulario de envío de FedEx. Como destinatario puso un nombre y una dirección completamente falsos. Como remitente escribió un nombre falso, pero que era la verdadera dirección de un «hotel boutique» bien gestionado de Washington que no quedaba lejos de la redacción del
Post.

Puso los cuatro DVD en paquetes normales y los mandó al director de la sección científica del
New York Times,
al director de
Scentific American,
al presidente de la National Association for the Advancement of Science y al presidente de la National Academy of Sciences. Escribió un resumen de la situación, para adjuntarlo a cada uno de los paquetes, y les pegó adhesivos de Media Mail, con el franqueo requerido.

Introdujo los paquetes de FedEx en el buzón. El disco original tardaría tres o cuatro días en llegar a manos de Kolody: un día para que FedEx se diera cuenta de que la dirección no era correcta, uno o dos para devolverlo al hotel, y uno más para que el hotel lo entregase a la redacción del
Post.
La confusa cadena de entregas del paquete mientras estaba en tránsito haría difícil seguirle el rastro o interceptarlo; por otra parte, el nombre de Kolody no aparecería en ninguna base de datos de FedEx. El disco sería la prueba, y los DVD copias de seguridad, por decirlo de alguna manera; seguros, por si el disco original se lo quedaba la policía. Del Media Mail no se podía hacer el seguimiento, y también tardaría como mínimo tres o cuatro días en llegar a su destino.

Después Ford fue a un cajero automático, sacó quinientos dólares, los envolvió bien y los introdujo en otro sobre de FedEx, que esta vez remitió directamente a Kolody. Incluyó una simple nota:

ESTO ES EL PAGO POR LO QUE PRONTO RECIBIRÁ

Así se aseguraba su atención. Al cabo de cuatro días, la verdad saldría en primera página del
Washington Post, y
por fin el mundo se enteraría de lo que pasaba.

Esperó fervientemente que no fuera demasiado tarde.

Volvió a su coche, tras echar el sobre al correo. La espectral luz de la luna, entre amarilla y verde, bañaba el aparcamiento. Se detuvo un instante a mirar cómo evolucionaba el espectáculo. El chorro de materia había empezado a orbitar en torno al satélite, adoptando el perfil curvo de una cimitarra. Toda la luna aparecía rodeada por un halo brillante y difuso. Por delante de la luna vio pasar rápidamente nubes negras, cuya sucesión dibujó sombras en el mundo. Se respiraba un aire denso. Un relámpago cortó el ciclo a lo lejos, y medio minuto más tarde se oyó un trueno distante. Olía a humedad y a ozono. Se estaba fraguando una tormenta de verano, que se movía rápidamente.

Al volver a su coche, miró el nuevo disco duro y vio que el esmalte ya se había secado. Entonces cogió el marcador y estampó la misma información que había llevado el disco original:

#785A56H6T 160Tb

CLASIFICADO: NO DUPLICAR

Propiedad de NPF

Instituto Tecnológico de California

Dirección Nacional de Aeronáutica y del Espacio

Se lo guardó en el maletín y regresó a la carretera interestatal, con destino al aeropuerto y a Washington.

74

Desesperada, Abbey rodó a un lado y lanzó un puntapié contra la espinilla del hombre, dándole con todas sus fuerzas con el talón justo cuando se disparaba la pistola. Al mismo tiempo vio saltar una figura por detrás, con una piedra en la mano: Jackie. La bala rebotó en una piedra, cerca de la oreja de Abbey, y la detonación reverberó en la noche. Antes de que se hubieran apagado los ecos, un chillido salvaje surcó el aire, y Jackie bajó el puño con la piedra dentro, golpeando al hombre en la sien justo en el momento del siguiente disparo: ¡clang! El asesino se tambaleó con una mano en la cabeza, a la vez que trataba de apuntar con la otra. ¡Clang! Otro disparo, un tiro a ciegas mientras tropezaba y se caía entre las rocas.

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