Inés y la alegría (32 page)

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Authors: Almudena Grandes

Tags: #Drama

BOOK: Inés y la alegría
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Que Carrillo esté haciendo partido en Oran, y no en la Francia ya liberada, donde la colonia comunista es incalculablemente más importante, sólo se explica por la necesidad de la dirección de consolidar sectores afines, leales a los dirigentes que han permanecido ausentes durante cinco años, antes de asaltar la fortaleza monzonista del principal núcleo del exilio. No necesitan poner un pie en Francia para calcular que esta va a ser una tarea muy peliaguda, pero tampoco es demasiado importante que sea Zoroa, o no, quien informa a Carrillo de la invasión, y este quien le pasa, o no, el recado a su secretaria general. Al parecer, la misión con la que Zoroa ha sido enviado a Madrid consiste, más que en evaluar la situación, en intentar removerle la silla a Monzón. Si en efecto es así, el éxito no le acompaña, porque no sólo no logra proyectar la menor sombra de inquietud sobre su presunta víctima, sino que ni siquiera llega a enterarse de lo que se trae entre manos hasta que la inminencia de la fecha prevista para una operación militar de tales dimensiones lo hace inevitable.

La cronología de los acontecimientos que se suceden cuando la invasión ya se ha puesto en marcha, permite aventurar que Dolores apenas tiene margen para reaccionar. Tampoco debe perder mucho tiempo en tirarse de los pelos, antes de encerrarse a solas consigo misma para hacer lo que mejor sabe hacer ella desde siempre, pensar. Y a solas con su pensamiento, este icono del proletariado internacional que, antes que nada, fue la mujer de un obrero, un ama de casa experta en sacar a su familia adelante con muy pocos recursos, recuerda tal vez la principal lección de economía doméstica que se imparte tradicionalmente a las jovencitas españolas en hogares, escuelas y centros parroquiales. Es importantísimo que tengáis siempre a mano media docena de sobres bien rotulados, alquiler, luz, carbón, comida, medicinas, imprevistos… Como todas las mujeres españolas de su época, una Dolores recién casada habría repartido el jornal de su marido en esos sobrecitos que, según los expertos, aseguran la felicidad doméstica de cualquier matrimonio. A mediados de octubre de 1944, quizás esa receta vuelve a serle útil.

—Esa es más lista que el hambre.

Dolores comprende que lo último que le conviene es poner todos sus huevos en la misma cesta. Por eso, reparte el capital de su poder en, al menos, cuatro sobres distintos. Es verosímil pensar que en el primero escriba
Pirenaica
. Sabemos con certeza que Radio España Independiente anuncia la invasión, y eso permite calcular las diversas ventajas que reporta a la secretaria general del PCE la decisión de airear una operación militar que ha sido cuidadosamente mantenida en secreto por sus organizadores. «Mucho ojo, porque lo sé todo y os estoy vigilando», sería la principal, pero no la única. El entusiasmo con el que sus locutores celebran el heroico arrojo de los guerrilleros de la Unión Nacional le permitirá aparentar ante todos los españoles, los del exilio y los del interior, que ella ha liderado esta operación, en el caso, en absoluto descartable todavía, de que acabe teniendo éxito. Para los oyentes de la Pirenaica, ella es una figura universal y Jesús Monzón un completo desconocido, de manera que no tendrán duda alguna de a quién deben agradecerle su victoria, si es que llega. Y si llega, siempre podrá sostener ante el propio Monzón que su intervención, con su correspondiente efecto agitador sobre las masas, ha sido tanto o más decisiva que el envío de tropas al interior.

—Esa es más lista que el hambre.

Franco tiene razón, y por eso, en otro sobre, Dolores escribe
Málaga
. Ella está en contacto con Carrillo a través de la embajada soviética en Argelia, y sabe que el objetivo principal de la reconstruida delegación de Oran consiste en organizar un desembarco de hombres armados en la costa de Málaga. Aunque después, la dirección del PCE intenta ridiculizar por todos los medios la invasión de Arán, tachándola de chapuza quimérica, improvisación irresponsable y lamentable brindis al sol, lo cierto es que Carrillo está montando una operación tan parecida que ya ha comprado las lanchas necesarias para transportar a la costa andaluza a los hombres a quienes está formando en una escuela de guerrilleros desde hace meses.

Respecto a la penetración por Arán, el desembarco en Málaga tiene muchas ventajas y un gran inconveniente. Los habitantes de la costa malagueña, jornaleros agrícolas, pescadores, obreros del puerto, cuentan con una larga y gloriosa tradición de lucha revolucionaria, tienen un grado de conciencia política incomparablemente superior al que pueden exhibir los pequeños propietarios rurales de Arán, y han sufrido una represión brutal, que coloca a su provincia entre las más castigadas de España. Pero Málaga no tiene frontera con Francia, ningún valle cerrado cuya situación geográfica pueda inquietar a los aliados. El desembarco andaluz jugará sin embargo un papel fundamental en el caso de que la maniobra de Monzón tenga éxito. Una invasión simultánea desde el sur no sólo afianzará las posibilidades del avance desde el norte, obligando a los franquistas a dividir su alarma y sus recursos. También situará a la secretaria general del PCE donde ella quiere estar, es decir, en la primera línea de decisión del nuevo conflicto.

—Esa es más lista que el hambre.

Lo es tanto, que le pide a Carrillo que lo deje todo preparado para que el desembarco en Málaga se lleve a cabo en el mismo instante en que ella lo ordene. Después, debe volver a ponerse en marcha. El tercer sobre que rotula Pasionaria lleva otro nombre de ciudad,
París
. Allí, y no todavía a Toulouse, debe encaminarse Santiago tan deprisa como le sea posible.

Dolores sabe que su figura, la de la dirección que preside, no es precisamente popular en el otoño de 1944 entre los comunistas españoles exiliados en Francia. El meteórico ascenso de Monzón nunca habría sido posible si los militantes no se hubieran sentido abandonados, víctimas del sálvese quien pueda de la dirección del Partido, esos gerifaltes que se apresuraron a ponerse cómodamente a salvo de la intemperie en la que les iba a tocar sobrevivir a duras penas a los demás. Ni ella ni ningún otro dirigente de su equipo estarán dispuestos a reconocer jamás los méritos personales del creador de la poderosa organización que van a heredar en Francia, pero tampoco pueden no ser conscientes de las circunstancias en las que ha prosperado tanto talento.

Objetivamente, ellos no son culpables de una decisión del Komintern a la que no han podido oponerse. Ningún dirigente de ninguna nacionalidad puede desobedecer una directriz de la Internacional Comunista, en un momento en el que esta organización constituye un único partido mundial, con delegaciones en cada país y una sola dirección que está por encima de los intereses nacionales particulares. Objetivamente, ellos no han hecho más que cumplir órdenes, con la misma incondicional disciplina que exigen a sus subordinados, pero no es fácil pedirle objetividad a una militancia que ha sufrido tanto, tanta injusticia, tanta cárcel, tanta hambre, tanta inseguridad, tanto frío, tanta esclavitud, tantas muertes, y que ha dado tanto, tanto esfuerzo, tanta audacia, tanto coraje, como los camaradas a quienes dejaron presos en Francia y ahora les esperan sentados, libres y victoriosos. Por eso, y porque es más lista que el hambre, Dolores ordena a Santiago ir a París, y no a Toulouse, a entrevistarse antes con los dirigentes del Partido Comunista Francés que con los de su propio partido. Porque si los franceses muestran un apoyo decidido e incondicional a la operación, sólo se puede actuar de una manera. Si su reacción es más neutral, seguirán existiendo diversas posibilidades entre las que escoger, a medida que progresen los acontecimientos.

Hasta aquí, todo está bastante claro. Existen numerosas evidencias y otros tantos indicios, testimonios, documentación, las memorias del propio Carrillo, de que estos fueron los tres primeros sobres que Dolores Ibárruri rotuló, para repartir su jornal entre ellos. Pero es inverosímil suponer que no exista un cuarto sobre. Y que la palabra escrita en él no sea
Stalin
.

En octubre de 1944 Hitler sigue resistiendo en Berlín y la guerra en el Pacífico está todavía en una fase que dista de ser terminal. Jesús Monzón ha estudiado este escenario con suma atención, y en él confía, más que en ningún otro factor, para lograr el éxito de su operación. Cuando se consuma su fracaso, los centros de poder que han intervenido en esta crisis, El Pardo, el Buró Político del PCE, el Kremlin, la diplomacia británica, confluyen en una única estrategia. Como si se hubieran puesto de acuerdo, todos coinciden en minimizar la invasión de Arán, en presentarla como una extravagancia, una aventura descabellada, una bobada intrascendente. Sin embargo, el 19 de octubre de 1944 Franco pierde los papeles, Pasionaria se tira de los pelos, Carrillo se precipita a cruzar el Mediterráneo, la embajada británica en Madrid se prepara para lo peor y Roosevelt, que no cultiva el antifranquismo con pasión, pero tampoco de boquilla, como otros, todavía está vivo. Acciones mucho más insignificantes que una invasión militar de estas dimensiones han puesto en marcha antes, y seguirán desencadenando después, crisis internacionales de primera magnitud. En esas circunstancias, parece imposible que Stalin no convoque a Dolores, o que Dolores no acuda a toda prisa a pedirle audiencia. Que jamás nadie haya hecho pública la menor noticia de esta entrevista no menoscaba en absoluto su verosimilitud. Si en efecto tiene lugar, Pasionaria no necesitaría mentir ni una pizca para explicarle al líder soviético que la invasión no la ha montado ella, que nadie le ha informado de antemano de lo que iba a suceder, y que, en primer término, se trata de un asalto al poder en el seno del propio PCE.

Tampoco tendría por qué mentir al afirmar que, en su opinión, y en la de cualquiera que se pare a pensarlo dos veces, es una operación prematura, que les complica las cosas a los aliados cuando menos les conviene, y compromete la posibilidad de intentar una acción más importante y mejor coordinada, con apoyo militar internacional, una vez finalizada la guerra mundial. La única razón de que Monzón la haya desencadenado en este momento consiste en que él es el único que no puede esperar. La eficacia de su golpe de mano reside, precisamente, en que el 19 de octubre de 1944 ella está en Moscú, Azaña muerto y enterrado, los dirigentes del PSOE repartidos por el apacible mundo neutral, la CNT-FAI reducida a una mera leyenda sin apenas operatividad, y ningún otro interlocutor, ningún control, ningún competidor posible en el caso de que aquella aventura logre el objetivo de herir de muerte al franquismo.

Otra cosa es que Stalin tuviera ganas de meterse en aquel jardín. A escasos meses del final de la guerra en Europa, cuando hasta Hitler sabe que su derrota es inevitable, la Unión Soviética ya ha escogido su parte del pastel de la victoria, y España es una guinda que cae justo en la otra punta del continente. Una cosa es la propaganda y otra, muy distinta, la realidad, como ya dejó muy claro Molotov al firmar con Ribbentrop el pacto nazi-soviético de 1939. En octubre del 44, Stalin no gana nada presionando a sus aliados. La causa de los parias de la Tierra, que en todos los países del mundo sienten la de la democracia española como propia, sí, pero ese es otro asunto. Lo último que le interesa a Dolores Ibárruri, símbolo universal de aquella lucha, es desplegar su influencia, su prestigio, para encumbrar en el poder al hombre que ha usurpado previamente su cargo de dirigente suprema de los comunistas españoles. Pero nadie debe ser tan inocente como para creer que, si Pasionaria se hubiera arrojado a los pies de Stalin, para suplicarle con lágrimas en los ojos que ayudara a los hombres que van a restablecer la bandera de la República en el valle de Arán, el dirigente soviético hubiera cambiado de opinión. Si la secretaria general del PCE le tantea en ese sentido, nunca, ni siquiera después de 1956, cuando se abre el tiro al blanco antiestalinista, trasciende nada de esta gestión. Y resulta muy difícil suponer que, en estos momentos, la más tibia indicación no ya del favor, sino simplemente del interés de Moscú, no desencadene una crisis de histeria en las representaciones diplomáticas anglosajonas en Madrid.

Por eso, es inevitable pensar que Stalin opta por hacerse el sueco y que, en consecuencia, dejando a un lado la ilimitada audacia y la aún más descomunal ambición de Jesús Monzón, los antifascistas españoles vuelven a quedarse solos en el mundo y con el culo al aire, para no variar. No parece verosímil que el dirigente soviético gaste saliva, mucho menos tinta, para explicar una decisión tan poco airosa, por lo que tiene de abandono de unos camaradas que, una vez más, están luchando contra el fascismo con las armas en la mano. Esa circunstancia ya hizo de España en 1936 un país único en Europa, sólo para que la diplomacia aliada confirme esa excepcionalidad al mantener un régimen fascista en el poder después de 1945. A Stalin, y no digamos ya a Dolores, tampoco les gustaría reconocer expresamente la debilidad interna del PCE que se transparenta tras el ascenso de Jesús Monzón. Por eso parece más razonable suponer que el Kremlin se limita a no intervenir, actitud que en la embajada británica en Madrid sabrán interpretar mejor que nadie. Porque si alguna vez han existido expertos en no intervenir en España, esos han sido, sin discusión, los británicos.

Gran Bretaña es la única potencia aliada que mantiene, desde el primer día de abril de 1939, una representación diplomática de alto rango en la capital de un estado fascista, aliado de las Potencias del Eje. En Madrid existe también una embajada norteamericana, pero hasta el verano de 1942, cuando llega Carlton Hayes, su superior desempeña funciones más propias de un encargado de negocios que del jefe de la diplomacia de una potencia en guerra. Sir Samuel Hoare, embajador británico en Madrid desde 1940, es en cambio una figura de primer orden, todo un talento político que unos años antes se ha desempeñado como ministro de Asuntos Exteriores del gobierno de Su Majestad. Su labor, que consiste básicamente en persuadir a Franco de que Churchill le quiere tanto como un hombre maduro, casado por dinero, querría a una amante joven, cariñosa y muy sexy, aunque las circunstancias, como es natural, no le permitan demostrar su amor en público, es clave para entender el desarrollo del régimen franquista a lo largo de aquella década.

Claro que nada de esto habría sucedido si, en la única entrevista personal que llegan a celebrar, Franco no le hubiera pedido a Hitler, a cambio de entrar en la guerra como aliado del Eje Roma-Berlín, las posesiones francesas en el norte de África, que pretende unir al Protectorado español de Marruecos para forjar su propio imperio colonial. Eso, la migaja con la que se ha conformado Pétain a cambio de dejarle ocupar Francia sin despeinarse, es lo único que al Führer no le conviene darle, aunque se apresura a aclarar que una ligera modificación en los términos puede hacer aceptable tal pretensión. Porque a Mussolini no va a gustarle nada que otra potencia le dispute su dominio del Mediterráneo, pero la posibilidad de atravesar España, tomar Gibraltar, apoderarse del Estrecho y expandirse por la costa norteafricana, es demasiado tentadora.

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