Infancia (escenas de una visa en provincia) (16 page)

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Authors: John Maxwell Coetzee

Tags: #Autobiografía, Drama

BOOK: Infancia (escenas de una visa en provincia)
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Le pregunta a su madre por los libros del tío Albert. Ella leyó uno hace tiempo, dice, pero no lo recuerda. «Son muy anticuados. La gente ya no lee libros de esos.»

Encuentra dos libros del tío Albert en el cuarto de los trastos, impresos en el mismo papel grueso que
Ewige Genesing
, pero encuadernados con tapas marrones, del mismo marrón que los bancos de las estaciones de tren. Uno se llama
Kain
, el otro
Die Sondes van die vaders
, Los pecados de los padres.

—¿Puedo cogerlos? —pregunta a su madre.

—Claro que sí —dice ella—. Nadie va a echarlos en falta.

Intenta leer
Die Sondes van die vaders
, pero no pasa de la página diez, es demasiado aburrido.

«Debes querer a tu madre y ser un apoyo para ella.» Medita sobre los consejos de la tía Annie.
Querer
: pronuncia esa palabra con desagrado. Incluso su madre ha aprendido a no decirle
Te quiero
, aunque de vez en cuando deja caer un dulce
Mi amor
cuando le da las buenas noches.

No le encuentra sentido al amor. Cuando los hombres y las mujeres se besan en las películas, y se escucha de fondo el sonido apagado y dulzón de los violines, él se revuelve en el asiento. Se promete que nunca será así: blandengue y tontorrón.

No se deja besar, excepto por las hermanas de su padre, y hace esa excepción porque es costumbre de ellas y no lo entenderían. Los besos son parte del precio que paga por ir a la granja: un rápido roce entre sus labios y los de ellas, que por suerte siempre están secos. La familia de su madre no besa. Tampoco ha visto a su padre y a su madre besarse nunca de verdad. Algunas veces, cuando están en presencia de otros adultos y por alguna razón tienen que fingir, su padre besa a su madre en la mejilla. Ella le ofrece la mejilla de mala gana y enojada, como si la estuvieran forzando; el beso es ligero, rápido, nervioso.

Ha visto el pene de su padre sólo una vez. Fue en 1945, cuando su padre acababa de volver de la guerra y toda la familia estaba reunida en Vóelfontein. Su padre y dos de sus hermanos salieron de caza, y lo llevaron con ellos. Era un día caluroso; llegaron a un embalse y decidieron darse un chapuzón. Cuando el chico vio que se estaban bañando desnudos, intentó retirarse, pero no le dejaron. Estaban de buen humor y no paraban de gastarse bromas; querían que se quitara la ropa y se bañara también, pero no lo hizo. Así que vio tres penes juntos, el de su padre más claramente que ninguno, pálido y blanco. Recuerda claramente cuánto se resintió de que le hicieran ver aquello.

Sus padres duermen en camas separadas. Nunca han tenido una cama de matrimonio. La única cama de matrimonio que ha visto el chico es la de la granja, en el dormitorio principal, donde solían dormir su abuelo y su abuela. Cree que las camas de matrimonio son algo anticuado, de la época en la que las esposas parían un bebé al año, como las ovejas o las cerdas. Está agradecido de que sus padres terminaran con todo ese asunto antes de que él supiera que existía.

Está dispuesto a creer que, hace mucho, en Victoria West, antes de que él naciera, sus padres estuvieron enamorados, puesto que al parecer el amor es una condición previa al matrimonio. Hay fotografías en el álbum que parecen probarlo: los dos sentados muy juntos en un picnic, por ejemplo. Pero todo eso debió de terminar hace años, y para él están mucho mejor así.

En cuanto a él, ¿qué tiene que ver la emoción furiosa y colérica que siente por su madre con el deliquio de la pantalla? Su madre lo quiere, eso lo reconoce; pero ese es el problema, eso es lo que está mal, no lo que está bien, de su actitud con él. Su amor sale a la luz, sobre todo, por su desvelo, por estar decidida a precipitarse hacia él y salvarle si alguna vez se encontrara en peligro. Si pudiera elegir (pero nunca lo haría) cedería a sus atenciones y dejaría que ella cargara con él el resto de su vida. Pero, porque está tan seguro de sus atenciones, él se mantiene a la defensiva, nunca afloja, nunca le da la menor oportunidad.

Está deseando quitarse de encima su atención sin desvelo. Puede que llegue un momento en que para conseguirlo tenga que afirmarse, rechazarla tan brutalmente que, del sobresalto, ella se vea obligada a dar marcha atrás y soltarlo. Sin embargo, sólo tiene que pensar en ese momento, imaginar su mirada de sorpresa, sentir su dolor, para que lo anegue la culpa. Entonces haría cualquier cosa por suavizar el golpe: consolarla, prometerle que nunca se marchará lejos.

Al sentir su dolor, al sentirlo tan íntimamente como si él fuera una parte de ella, y ella una parte de él, sabe que ha caído en una trampa de la cual no puede escapar. ¿De quién es la culpa? El la culpa a ella, está enfadado con ella, pero también se avergüenza de su ingratitud.
Querer
: eso es lo que realmente es
querer
, esta jaula en la que él se revuelve enloquecido, como un pobre mandril. ¿Qué puede saber la inocente e ignorante tía Annie del
querer
, del
amor
? El sabe mil veces más del mundo que ella, que desperdició su vida por el loco manuscrito de su padre. Él tiene un corazón viejo, oscuro y endurecido, un corazón de piedra. Ese es su despreciable secreto.

15

Su madre estuvo un año en la universidad antes de que tuviera que dejarles paso a sus hermanos menores. Su padre es un abogado competente: trabaja para Standard Canners sólo porque hacerse con una clientela (eso le cuenta su madre) costaría más dinero del que disponen. Aunque culpa a sus padres por no haberlo criado como a un niño normal, él está orgulloso de la educación que tienen ellos.

Por el hecho de que siempre se habla en inglés en casa, y por ser siempre el primero en inglés en el colegio, se ve a sí mismo como inglés. Aunque su apellido es afrikaner, aunque su padre es más
afrikaner
que inglés, aunque él mismo habla
afrikaans
sin acento inglés, nunca podría pasar por afrikaner. El
afrikaans
que domina es fino e incorpóreo; existe todo un denso mundo de jergas y alusiones que dominan los chicos
afrikaners
auténticos —del cual las obscenidades sólo son una parte— y al que no tiene acceso.

Los
afrikaners
tienen en común además una determinada forma de ser: mal genio, intransigencia, y, en estrecha relación con esto, la amenaza de la fuerza física (él los ve como rinocerontes, enormes, pesados, muy fibrosos, golpeándose ruidosamente unos contra otros al cruzarse); es una forma de ser que él no comparte y de la que, de hecho, huye. Empuñan sus expresiones como un garrote contra sus enemigos. Por la calle conviene evitarlos cuando van en grupo; pero incluso cuando van solos tienen un aire agresivo, amenazante. Algunas veces, cuando los alumnos se alinean por las mañanas en el patio, él examina detenidamente las filas de los chicos
afrikaners
buscando a alguien que sea diferente, que tenga un toque de dulzura; pero no encuentra a nadie. Resulta impensable que él pueda estar alguna vez entre ellos: lo machacarían, matarían el espíritu que lo habita.

Sin embargo, para su sorpresa, se da cuenta de que no desea cederles el lenguaje
afrikaans
a ellos. Recuerda su primera visita a Vóelfontein, cuando tenía cuatro o cinco años y no hablaba una palabra de
afrikaans
. Su hermano era aún un bebé, lo tenían dentro de casa para que no le tocara el sol; no había nadie con quien jugar que no fueran los niños de color. Con ellos construía barcas con las vainas de los guisantes y las hacía flotar por los canales de riego. Pero él era como una criatura sin habla: tenían que entenderse mediante la mímica; a ratos sentía que iba a reventar por todas las cosas que no podía decir. Entonces un día abrió la boca y se dio cuenta de que podía hablar, hablar con facilidad y fluidez y sin pararse a pensar. Todavía recuerda cómo voló hasta su madre, gritando: «¡Escucha! ¡Sé hablar
afrikaans
!».

Cuando habla en
afrikaans
todas las complicaciones de la vida parecen desvanecerse en un minuto. El
afrikaans
es como una envoltura fantasmal que lo acompaña a todas partes, en la que es libre de introducirse, convirtiéndose al instante en otra persona, con un camino más sencillo, más alegre, más luminoso.

Algo de los ingleses que lo defrauda, que nunca imitará, es su desprecio por el
afrikaans
. Cuando arquean las cejas y, altivos, pronuncian incorrectamente las palabras
afrikaans
, como si decir
veld
con
v
fuera un signo de distinción, se aparta de ellos: se equivocan y, peor aún que equivocarse, resultan ridículos. En cuanto a él, no hace concesiones; incluso entre los ingleses pronuncia las palabras
afrikaans
como deben pronunciarse, con todas sus duras consonantes y sus dificultosas vocales.

Aparte de él, en su clase hay varios chicos con apellidos afrikaner. En las clases de
afrikaans
, por otro lado, no hay ningún chico con apellido inglés. Entre los alumnos del último año, sabe de un
afrikaner
apellidado Smith, aunque bien podría ser Smit; eso es todo. Es una pena, pero es comprensible: ¿qué inglés iba a querer casarse con una mujer
afrikaner
y tener una familia
afrikaner
cuando las mujeres
afrikaners
son todas enormes y gordas, de grandes pechos y cuellos hinchados como los de las ranas, o huesudas y deformes?

Le da gracias a Dios porque su madre hable inglés. Pero sigue desconfiando de su padre, a pesar de Shakespeare y de Wordsworth y de los crucigramas del
Cape Times
. No entiende por qué su padre sigue esforzándose por ser inglés aquí en Worcester, donde sería tan fácil para él volver a ser afrikaner. No considera que la infancia en Prince Albert, sobre la que escucha bromear a su padre con sus hermanos, sea muy diferente de la vida de un
afrikaner
en Worcester. Al igual que ocurría allí, consiste en recibir palizas e ir desnudo, en realizar las necesidades corporales delante de otros chicos, en una indiferencia animal con la intimidad.

La idea de que lo conviertan en un chico afrikaner, con la cabeza afeitada y sin zapatos, lo descorazona. Es como sí lo encarcelaran, lo encerraran en una vida sin intimidad. Si fuera
afrikaner
tendría que vivir minuto a minuto en compañía de otros, día y noche. Una idea que se le hace insoportable.

Se acuerda de los tres días en el campamento scout, se acuerda de su suplicio, de su ardiente deseo, continuamente frustrado, de escabullirse hasta su tienda y leer un libro a solas.

Un sábado su padre lo envía a comprar cigarrillos. Puede elegir entre ir en bicicleta hasta el centro de la ciudad, donde hay tiendas adecuadas con escaparates y cajas registradoras, o ir a la cercana tiendecita
afrikaner
en el cruce de la vía del ferrocarril, que no es más que un cuartucho situado en la parte trasera de una casa con el mostrador pintado de marrón oscuro y las estanterías casi vacías. Elige la más cercana.

Es una tarde calurosa. En la tienda hay ristras de
biltong
, carne magra puesta a secar, que cuelgan del techo. Está a punto de decirle al chico de detrás del mostrador —un
afrikaner
mayor que él— que quiere veinte Springbok rubios cuando se le mete una mosca en la boca. La escupe con asco. La mosca yace en el mostrador ante él, luchando en un charco de saliva.

«
¡Sies!
», exclama otro de los clientes.

Le entran ganas de protestar: «¿Qué debo hacer? ¿No escupir? ¿Me trago la mosca? ¡Sólo soy un niño!». Pero las explicaciones no sirven de nada entre esta gente sin piedad. Limpia el escupitajo del mostrador con la mano y rodeado de un silencio condenatorio paga los cigarrillos.

Recordando los viejos tiempos de la granja, el padre y los hermanos del padre vuelven una y otra vez al asunto de su propio padre, el abuelo del chico. «
'n Vare ul jintbnan
», dicen, un señor de los de antes, repitiendo la fórmula que han creado para él, y se ríen: «
Dis wat hy op sy grafsteen sou gewens het
». (Un granjero y un señor.) Eso es lo que le hubiera gustado que rezase en su lápida. Se ríen sobre todo porque su padre seguía llevando botas de montar cuando todos los demás de la granja llevaban
velskoen
, botas camperas.

Su madre, cuando los oye hablar así, hace una mueca de desprecio. «No olvidéis el miedo que le teníais —dice—. Teníais miedo de encender un cigarrillo en su presencia, incluso cuando erais hombres hechos y derechos.»

Se quedan avergonzados, sin respuesta: está claro que les ha dado en su punto débil.

Su abuelo, el de las pretensiones de gran señor, no sólo llegó a poseer la granja y la mitad de las acciones del hotel y el almacén general de comerciantes de Fraserburg Road, sino también una casa en Merweville con un asta de bandera enfrente en la que izaba la Union Jack el día del cumpleaños del rey.

«
¡'n Ware ou jintlman en 'n ware ou jingo!
», añaden los hermanos: un auténtico patriotero, y de nuevo se ríen.

Su madre tiene razón. Parecen niños diciendo picardías a espaldas de sus padres. En cualquier caso, ¿con qué derecho se ríen de su padre? Si no fuera por él no hablarían nada de inglés: serían como sus vecinos, los Bote y los Nigrini, estúpidos y pesados, sin otro tema de conversación que las ovejas y el tiempo. Al menos, cuando la familia se reúne, hay un intercambio de chistes y risas en una mescolanza de lenguas; mientras que cuando los Nigrini o los Bote van a visitarlos, el ambiente se vuelve enseguida sombrío, pesado e insulso. «
Janee
», dicen los Bote, suspirando: en fin. «
Janee
», dicen los Coetzee, y rezan por que sus visitantes se den prisa y se vayan.

¿Y qué pasa con él? Si el abuelo al que venera era un patriotero, ¿es también él un patriotero? ¿Un niño puede ser un patriotero? Presta mucha atención cuando ponen
Dios salve al Rey
en el cine y la Union Jack ondea en la pantalla. El son de las gaitas hace que le suba un escalofrío por la espina dorsal, y también las palabras
leal
,
valeroso
. ¿Debería guardar en secreto su adhesión a Inglaterra?

No puede entender por qué hay tanta gente a su alrededor que desprecia a Inglaterra. Inglaterra es Dunquerque y la batalla de Inglaterra. Inglaterra es hacer lo que uno debe y aceptar el destino que le está reservado en silencio, sin aspavientos. Inglaterra es el muchacho en la batalla de Jutlandia, que resistió él solo con sus armas mientras el puente se incendiaba bajo sus pies. Inglaterra es Lanzarote del Lago y Ricardo Corazón de León y Robin de los Bosques con su arco de tejo y su traje Lincoln verde. ¿Qué tienen los
afrikaners
para compararse con ellos? Dirkie Uys, que cabalgó en su caballo hasta que este murió. Piet Retief, al que dejó en ridículo Dingaan. Y los Voortrekkers, que llevaron a cabo su venganza disparando sobre miles de zulúes que no tenían escopetas, y se sintieron orgullosos de ello.

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