Y todos ellos reconocerían a Mencken. Era la persona favorita de los pensadores críticos, junto con el Asombroso Randi y Houdini. No sólo había sido intrépido en sus ataques contra la superstición y el fraude, sino que además sabía escribir «a toda leche». Y, al contrario que el resto de los escépticos, la gente prestaba atención a lo que decía.
Me caía bien desde que leí que mientras charlaba con alguien en su despacho en el
Sun
de Baltimore, de pronto miró por la ventana y dijo: «¡Esos hijos de puta nos están pisando los talones!» y se puso a teclear frenéticamente. Así me sentía yo dos veces al día, y más de una vez me había dicho: «¿Dónde demonios está Mencken cuando le necesitamos?».
Y estaba dispuesto a apostar a que otros se sentían igual que yo, que podrían quedar seducidos por el lenguaje de Mencken y el hecho de que Ariaura estuviese diciendo exactamente lo que ellos deseaban oír.
—Tienes razón —dije—. Tenemos que investigarlo, pero al seminario debería ir otra persona.
—¿Y mi publicista? Dijo que quería ir otra vez.
—No, no quiero a nadie relacionado con nosotros.
—Conozco a la persona perfecta —dijo Kildy agarrando el móvil—. Se llama Riata Starr Es actriz.
Con ese nombre, ¿qué iba a ser?
—Ahora mismo está entre proyectos —dijo Kildy tecleando un número—, y si le digo que es probable que allí encuentre a un director de
casting
, irá definitivamente.
—¿Cree en canalizadores?
Me miró con lástima:
—Todo el mundo en Hollywood cree en canalizadores, pero no importa. —Se llevó el teléfono a la oreja—. Le pondré una videocámara y una grabadora —susurró—. Y le diré que un trabajo secreto le quedará genial en su currículum de actriz. ¿Hola? —dijo con voz normal—. Intento hablar con Riata Starr No, ningún mensaje.
Colgó.
—Está en un
casting
en Miramax. —Metió el teléfono en el bolso, sacó las llaves de sus profundidades y se colgó el bolso al hombro—. Iré allí y hablaré con ella. Volveré —dijo y salió.
Definitivamente demasiado buena para ser de verdad, pensé, viendo cómo se iba, y llamé a un amigo de la policía y le pregunté qué sabían de Ariaura.
Prometió devolverme la llamada, y mientras esperaba, busqué y encontré
The Great Monkey Trial
. Busqué a Mencken en el índice y repasé las referencias para comprobar cuándo se había ido Mencken de Dayton. Dudaba de que se hubiese ido antes del final del juicio. Se lo había estado pasando de muerte, ridiculizando a William Jennings Bryan y a los creacionistas. Quizá la referencia fuese a que Mencken se fue antes de que Bryan muriese. Bryan había muerto cinco días después del final del juicio, presumiblemente de un infarto, pero muy probablemente debido a la humillación que había sufrido a manos de Clarence Darrow, quien le había hecho declarar y le había lanzado preguntas sobre la Biblia. Darrow había dejado a Bryan y a los creacionistas en ridículo, o más bien, Bryan se había dejado a sí mismo en ridículo. Ese interrogatorio había sido el momento cumbre del juicio, y le había matado.
Mencken había escrito una necrológica mortal e implacable de Bryan, y podría ser que lamentase no haber estado presente en su muerte, pero no podía imaginar a Ariaura sabiendo algo así, incluso habiéndose tomado la molestia de comprobar «Boobus Americanus» y «cloaca sin fondo», e investigó la voz grave de Mencken y su retórica explosiva.
Por supuesto, es posible que lo leyese. Incluso en este mismo libro. Leí el capítulo sobre la muerte de Bryan, buscando una referencia a Mencken, pero no encontré ninguna. Volví atrás y allí estaba. Y no podía creerlo. Mencken no se había ido tras el juicio. Cuando rechazaron los testigos expertos de Darrow, dio por supuesto que todo había acabado excepto por algunos tecnicismos legales y había regresado a Baltimore. No había presenciado el interrogatorio fulminante de Darrow. Se había perdido a Bryan afirmando que el hombre no era un mamífero, su insistencia en que el sol podía quedar inmóvil sin lanzar a la Tierra fuera de su órbita. Definitivamente se había ido demasiado pronto. Y estaba dispuesto a apostar que jamás había podido perdonárselo.
«Para mí, el punto de vista científico es completamente satisfactorio, y así ha sido desde que tengo memoria. En ningún momento de mi vida me he sentido inclinado a buscar ancla y refugio en otra parte.»
H. L. M
ENCKEN
—Pero ¿cómo iba a saberlo Ariaura? —dijo Kildy tras regresar del
casting
.
—De igual forma que lo sé yo. Lo leyó en un libro. ¿Tu amiga Riata aceptó ir al seminario?
—Sí, dijo que iría. Le di la Hasaka, pero me preocupa que la confisquen, así que he pedido cita con un tipo de efectos especiales de la Universal que trabajó en la última película de Bond para ver si tiene alguna idea.
—Eh, Kildy… los cacharros que usa James Bond no son de verdad. Es una película.
Me dedicó una sonrisa Julia-Roberts-plus.
—He dicho
idea
. Oh, y tengo la entrada de Riata. Cuando llamé, pregunté si estaban agotadas, y el tipo con el que hablé dijo: «¿Estás de broma?» y me contó que sólo han vendido la mitad de lo habitual. ¿Has descubierto algo sobre Ariaura?
—No —dije—. Estoy comprobando algunas pistas —pero mi amigo de la policía no tenía nada sobre Ariaura, ni siquiera una posible coartada.
—Está limpia —me dijo cuando lo llamé al fin a la mañana siguiente—. Nada de fraude postal, ni siquiera una multa por mal aparcamiento.
No daba con ella en
The Skeptical Mind
o en el sitio web de Scamwatch. Parecía que ganaba dinero por el viejo método americano, contándoles a sus clientes un montón de tonterías y vendiéndoles diagramas de chakras.
Se lo conté a Kildy tan pronto como entró, totalmente resplandeciente en una blusa informal y unos téjanos que probablemente costaban tanto como el presupuesto anual de
El ojo cínico
.
—Evidentemente Ariaura no es su verdadero nombre, pero hasta ahora no he conseguido descubrir cuál es —dije—. ¿Conseguiste la videocámara secreta de James Bond de tu amigo Q?
—Sí —dijo dejando la mochila—. Y tengo una idea para demostrar que Ariaura es un fraude. —Me pasó unos papeles—. Son las transcripciones de todo lo que dijo Mencken. Las comparamos con todo lo escrito por Mencken, y… ¿qué?
Yo agitaba la cabeza.
—Estamos hablando de canalizar. Cuando publiqué un artículo sobre la entidad de cincuenta mil años, Yogati, del swami Vishnu Jammi, que emplea expresiones «guay del paraguay» y «chachi» y habla sobre teléfonos móviles, dijo que él «transliteraba» las ideas de Yogati empleando sus propias palabras.
—Oh. —Kildy se mordió el labio—. Rob, ¿qué hay de una comparación por ordenador? Ya sabes, uno de esos donde comparan un manuscrito con las obras de Shakespeare para comprobar si las escribió la misma persona.
—Demasiado caro —dije—. Además, las hacen universidades, y dudo que estuviesen dispuestos a arriesgar su credibilidad realizando la comprobación de una canalizadora. E incluso de haber acuerdo, sólo demostraría que las palabras son de Mencken, no que sea Mencken.
—Oh. —Se sentó en una esquina de mi mesa, agitando durante un minuto sus largas piernas y luego se puso en pie, fue hasta la estantería y empezó a sacar libros.
—¿Qué haces? —pregunté acercándome a ver qué hacía. Sostenía un ejemplar de
Heathen Days
de Mencken—. Ya te lo he dicho —dije—. Las frases de Mencken no…
—No busco sus frases —dijo pasándome
Prejudices
y la biografía de Mencken—. Busco preguntas que hacerle.
—¿A él? No es Mencken, Kildy. Es un invento de Ariaura.
—Lo sé —dijo pasándome
The Collectible Mencken
—. Es por eso que hay que interrogarle… quiero decir, a Ariaura. Hay que hacer preguntas como «¿Cuál es el nombre de soltera de tu esposa?» y «¿Cuál fue el primer periódico para el que trabajaste?» y… ¿alguno de esos libros de bolsillo en el estante de abajo son de Mencken?
—No, casi todos son novelas de misterio. Chandler, Hammett y James M. Cain.
Se enderezó para mirar a los estantes de en medio.
—Preguntas como «¿Cómo se ganaba la vida tu padre?».
—Fabricaba puros —dije—. El primer periódico para el que trabajó no fue el
Baltimore Sun
, fue el
Morning Herald
, y el nombre de soltera de su esposa era Sarah Haardt. Con una sola «d» y dos «aes». Pero eso no significa que yo sea Mencken.
—No —dijo Kildy—, pero si no supieses las respuestas, se demostraría que no lo eres. —Me pasó
A Mencken Chrestomathy
—. Si le haces a Ariaura preguntas de las que Mencken conocería la respuesta, y se equivoca, eso demuestra que es una farsante.
Tenía razón. Era evidente que Ariaura había investigado a Mencken bastante bien como para poder imitar su lenguaje y sus gestos, y probablemente lo suficiente para poder responder a preguntas básicas sobre su vida, pero era imposible que hubiese memorizado todos los detalles. Había docenas de libros sobre Mencken, sin contar su propia obra y sus diarios. Además de
La herencia del viento
y todos los otros libros, obras teatrales y estudios escritos sobre el juicio de Scopes. Apostaría a que hay disponibles más de cien libros sobre Mencken, eso sin incluir el material escrito para el
Sun
de Baltimore.
Y si podíamos pillarla no sabiendo algo que Mencken debería saber, sería una forma simple de demostrar concluyentemente que era una farsante, y entonces podríamos pasar a la pregunta mucho más importante de por qué.
Si
Ariaura se dejaba interrogar.
—¿Cómo planeas hacer que Ariaura acepte? —dije—. Asumo que ni siquiera nos dejará verla.
—Si no lo hace, eso también es una prueba —dijo imperturbable.
—Vale —dije—, pero olvídate de preguntarle a qué se dedicaba el padre de Mencken. Pregúntale qué bebía. Whisky de centeno, por cierto.
Kildy abrió un bloc de notas y empezó a escribir.
—Pregúntale el nombre de su primer redactor en el
Sun
—dije cogiendo
The Great Monkey Trial
—. Y pregúntale quién era Sue Hicks.
—¿Quién era esa mujer? —preguntó Kildy.
—Hombre. Era uno de los abogados de la defensa en el caso Scopes.
—¿Deberíamos preguntarle a Mencken… a Ariaura de qué iba el juicio de Scopes?
—No, demasiado fácil. Pregúntale… —dije, intentando que se me ocurriese una buena pregunta—. Pregúntale qué comió mientras cubría el juicio, y pregúntale dónde se sentaba en la sala.
—¿Dónde se sentaba?
—Es una pregunta trampa. Se encontraba en una mesa en la esquina. Oh, pregúntale dónde nació.
Kildy frunció el ceño.
—¿No es demasiado fácil? Todo el mundo sabe que era de Baltimore.
—Quiero oírselo decir a él.
—Oh —dijo Kildy asintiendo—. ¿Tuvo hijos?
Negué con la cabeza.
—Tuvo una hermana y dos hermanos. Gertrude, Charles y August.
—Oh, bien, no son nombres que se te pudiesen ocurrir sin saberlos. ¿Tenía aficiones?
—Tocaba el piano. Pregúntale por el Club de la Noche del Sábado. Él y un grupo de amigos se reunían para tocar música.
Trabajamos en las preguntas durante el resto del día y la mañana siguiente, apuntándolas en tarjetas para poder plantearlas desordenadas.
—¿Qué hay de sus aforismos? —preguntó Kildy.
—¿Te refieres a cosas como «El Puritanismo es el miedo total a que alguien en algún lugar esté siendo feliz»? No. Es lo más fácil de memorizar y ninguna persona de verdad habla en aforismos.
Kildy asintió y volvió a inclinar su hermosa cabeza sobre el libro. Busqué la historia médica de Mencken —sufrió de ulceras y le operaron de la boca para extirpar la úvula—, salí y compré sandwiches para almorzar e hice copias de «Historia de la bañera» de Mencken y un panfleto falso que había distribuido durante el juicio de Scopes anunciando «una demostración pública de curación, expulsión de demonios y profecías» por parte de un evangelista inventado. Mencken se había enorgullecido de que ni una sola persona en Dayton se había dado cuenta de que era una mentira.
Kildy alzó la vista.
—¿Sabías que Mencken salió con Lillian Gish? —preguntó con voz de sorpresa.
—Sí. Salió con muchas actrices. Tuvo una aventura con Anita Loos y casi se casa con Aileen Pringle. ¿Por qué?
—Me impresiona que no le intimidase el hecho de que fuesen estrellas de cine, eso es todo.
No sabía si era un comentario dirigido a mí o no.
—Hablando de actrices —dije—, ¿a qué hora es el seminario de Ariaura?
—A las dos en punto —dijo mirando la hora—. Ahora son las dos menos cuarto. Acabará como a las cuatro. Riata dijo que llamaría en cuanto terminase.
Regresamos al trabajo de repasar los libros y biografías de Mencken, buscando detalles que Ariaura probablemente no hubiese memorizado. Le encantaba el béisbol. Había robado Biblias de las habitaciones de hoteles y se las había entregado a sus amigos dedicadas: «Con saludos del autor». Había sido amigo de muchos escritores, incluyendo a Theodore Dreiser y F. Scott Fitzgerald, quien se había emborrachado de tal forma durante una cena con Mencken que se había subido a la mesa y se había bajado los pantalones.
Sonó el teléfono. Fui a cogerlo, pero se trataba del móvil de Kildy.
—Es Riata —me dijo mirando la pantalla.
—¿Riata? —Miré la hora. Sólo eran las dos y media—. ¿Por qué no está en el seminario?
Kildy se encogió de hombros y se llevó el teléfono a la oreja.
—¿Riata? ¿Qué pasa?… ¡Estás de broma!… ¿Lo grabaste? Genial… no, reúnete conmigo en Spago’s, como acordamos. Estaré allí en media hora.
Colgó, se puso en pie y sacó las llaves, todo en un único movimiento grácil.
—Ariaura lo volvió a hacer, sólo que esta vez fue nada más empezar Detuvieron el seminario, la sacaron del escenario y les dijeron a todos que se fuesen. Riata tiene la cinta. Voy a ir a recogerla. ¿Estarás aquí?
Asentí ausente, intentando pensar en cómo preguntar por la forma de escribir con dos dedos de Mencken, y Kildy dijo adiós y se fue.
Si preguntaba «¿Cómo escribes tus historias?» obtendría una respuesta sobre el proceso de escritura, pero si preguntaba «¿Sabes mecanografía?» Ariaura…
Kildy reapareció en la puerta, se sentó y volvió a coger la libreta de notas.