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Authors: Connie Willis

Tags: #Ciencia Ficción, Humor

Infiltrado (8 page)

BOOK: Infiltrado
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—Crees que te embauqué —dijo mirándome perpleja.

Agité la cabeza.

—Soy escéptico, ¿recuerdas? Trato con pruebas verificables independientemente. Como éstas —dije y le pasé la lista de asistencia de Lucius Windfire.

La miró en silencio.

—Toda esa historia de cómo supiste de mí era falsa, ¿no? No buscaste «desenmascaradores» en las páginas amarillas, ¿verdad? No fuiste a ningún terapeuta de luminiscencia con tu madre.

—No.

No.

Hasta que no lo admitió no comprendí lo mucho que había contado con que ella dijese «Debe haber algún error, estuve allí», o que tuviese alguna excusa, por estúpida que fuese: «¿Dije el catorce? Quería decir el veinte» o «Mi publicista sacó las entradas. Estarán a su nombre». Lo que fuese. Incluso lanzarme dramáticamente la lista a la cara y sollozar «No puedo creer que no confíes en mí».

Pero se quedó allí de pie, mirando la lista incriminatoria y luego a mí, sin lágrimas o rabietas a la vista.

—Te lo inventaste todo —dije al fin.

—Sí.

Esperé a que dijese «No es lo que parece, Rob, puedo explicarlo», pero tampoco lo dijo. Me devolvió la lista y cogió el móvil y el bolso, pescando las llaves y luego lanzándose el bolso por encima del hombro tan informalmente como si fuese de camino a cubrir una ceremonia de luna nueva o una lectura de tarot, y se fue.

Y ése era el punto en la historia donde el detective privado saca una botella de whisky del fondo del cajón, se sirve un buen lingotazo y se congratula de haber escapado por los pelos.

Casi me habían dejado como imbécil de campeonato, y Mencken —el verdadero, no la imitación que Kildy y Ariaura habían intentado pasar por él— nunca me habría perdonado. Así que bien está lo que bien acaba. Y ahora sólo faltaba que escribiese toda la historia de este triste engaño para publicarla en el próximo número como lección para otros escépticos.

Pero me quedé sentado durante quince minutos, pensando en Kildy y en su salida, y sabiendo que, a pesar de la informalidad de su partida, jamás volvería a verla.

Capítulo 8

«Necesito un milagro.»

La herencia del viento

Ya os dije que se me daría fatal ser psíquico. A la mañana siguiente, Kildy entró cargando con papeles y carpetas. Lo dejó todo sobre mi mesa, delante de mí, agarró mi teléfono y empezó a marcar números.

—¿Qué demonios crees estar haciendo? ¿Y qué es todo esto? —dije haciendo un gesto hacia el montón de papeles.

—Pruebas verificables independientemente —dijo todavía marcando, y se llevó el teléfono a la oreja—. Hola, habla Kildy Ross. Necesito hablar con Ariaura —una pausa—. ¿No acepta llamadas? Vale, dígale que estoy en la oficina de
El ojo cínico
, y que me urge hablar con ella. Dígale que es urgente. Gracias —colgó.

—¿Qué demonios crees que haces llamando a Ariaura desde mi teléfono? —dije.

—No la llamaba a ella —dijo—. Llamaba a Mencken. —Sacó una carpeta de en medio del montón—. Lamento que me llevase tanto tiempo. Obtener el registro telefónico de Ariaura fue más difícil de lo que pensé.

—¿El registro telefónico de Ariaura?

—Sí. Hasta hace cuatro años —dijo sacando una carpeta y entregándomela.

La abrí.

—¿Cómo conseguiste su registro telefónico?

—Conozco a un informático de Pixar. Deberíamos hacer un número sobre lo fácil que es obtener información confidencial y cómo los médiums la emplean para convencer a la gente de que hablan con sus parientes muertos —dijo buscando otra carpeta en el montón—. Y aquí está mi registro telefónico —me lo entregó—. Primero el móvil y luego el número de mi casa y el teléfono del coche. Y el número de mi madre. Y el móvil de mi publicista.

—¿El móvil de tu publicista…?

Asintió.

—En caso de que creas que usé su teléfono para llamar a Ariaura. No tiene línea terrestre, sólo móvil. Y aquí tienes los de mi padre y mi madrastra. También puedo conseguir los de mis otras madrastras, pero me llevará un par de días más, y el gran seminario de Ariaura es esta noche.

Me entregó más carpetas.

—Ésta es la lista de todos mis viajes… billetes de avión, facturas de hotel, alquileres de coches. Facturas de tarjetas de crédito, con anotaciones —dijo, y fue a su mochila y sacó tres libretas encuadernadas en cuero italiano con un montón de post-its que sobresalían por los lados—. Éstas son mis agendas, con notas sobre el significado de las abreviaturas, y el registro de mi publicista.

—¿Y eso se supone que demuestra que estabas en la lectura de luminiscencia de Lucius Windfire con tu madre?

—No, Rob, te lo dije, mentí sobre el seminario —dijo buscando seriamente por el montón, carpeta a carpeta—. Todo esto es para demostrar que no llamé a Ariaura, que ella no me llamó a mí, que yo no estaba en Seattle o Eugene o cualquier otra ciudad donde ella estuviese, y que jamás he ido a Salem. —Sacó una carpeta del montón y empezó a pasarme cosas—. Aquí tienes el programa de la representación matutina del yogui Magaputra del diecinueve de mayo. No pude encontrar el resguardo de la entrada y yo no la compré, lo hizo el estudio, pero aquí tienes un recibo para el cóctel de champán que me tomé durante el intermedio. ¿Ves? Tiene la fecha y fue en el Roosevelt, y aquí tiene la programación de las representaciones de Magaputra, que muestran que estaba en el Roosevelt ese día. Y un folleto para la siguiente sesión que entregaron a la salida. Yo tenía uno de esos folletos en mi archivo sobre médiums, y estaba casi seguro de que había asistido a esa sesión. Había ido a tres, trabajando en un artículo sobre su uso de datos de las funerarias para obtener información sobre los parientes muertos de sus víctimas. No había llegado a publicarlo —lo habían arrestado por evasión de impuestos antes de que lo terminase. Miré a Kildy inquisitivo.

—Yo fui para documentarme sobre una película que estaba considerando hacer —dijo Kildy—, una comedia sobre un médium. Se llamaba
Médium a medias
. Aquí tienes el guión. —Me pasó un grueso manuscrito encuadernado—. Yo no me lo leería entero. Es malísimo. En todo caso, allí te vi, hablando con un tipo con un trasplante de cabello…

El apoderado de Magaputra, quien yo sospechaba le pasaba información desde el público. Había intentado ver si podía encontrar el micro oculto.

—Te vi hablando con él, y me pareciste…

—¿Crédulo?

La mandíbula se le tensó.

—No. Interesante. Mono. No el tipo de hombre que esperaría ver en las sesiones de un yogui. Pregunté quién eras, y alguien me dijo que era escéptico profesional, y pensé, bien, ¡gracias a dios! Magaputra era
evidentemente
un fraude, y todo el mundo se lo tragaba, con cebo, sedal y caña.

—Incluyendo a tu madre —dije.

—No, eso también me lo inventé. Mi madre es incluso más escéptica que yo, especialmente tras haber estado casada con mi padre. En parte es por ella que me sentí interesada, siempre insiste en que salga con hombres que no pertenezcan al mundo del cine, así que compré un ejemplar de
El ojo cínico
, conseguí tu dirección y vine a verte.

—Y mentiste.

—Sí —dijo—. Fue una estupidez. Lo supe tan pronto como empezaste a hablar sobre cómo no había que aceptar nada de lo que te dijese nadie por fe y la importancia de las pruebas verificables independientemente, pero tenía miedo de que si te contaba que estaba documentándome para una película no querrías que te acompañase, y si te decía que me sentía atraída por ti no me creerías. Creerías que se trataba de un programa de tele realidad o alguna nueva moda de Hollywood, como abrir una boutique, hacer calceta o ingresar en Betty Ford.

—Y tenías toda la intención de contármelo —dije—, simplemente estabas esperando al momento justo. De hecho, estabas decidida a hacerlo cuando llegó Ariaura…

—No hace falta que te pongas sarcástico —dijo—. Pensé que si trabajaba para ti y llegabas a conocerme, dejarías de considerarme una estrella de cine y me pedirías salir…

—Y de paso pillarías algunos detalles para tu película sobre médiums.

—Sí —dijo con furia—. Si quieres saber la verdad, también pensé que si seguía yendo a esas estúpidas sesiones de regresiones a vidas pasadas, aquelarres y círculos de recuperación de almas, superaría el enamoramiento estúpido por ti, pero al conocerte mejor, fue empeorando. —Me miró—. Sé que no me crees, pero no fue una trampa. Nunca había visto a Ariaura antes de aquel primer seminario con mi publicista, y no estoy compinchada de ninguna forma con ella. Y esa historia que te conté el primer día es la única mentira. Todo lo demás: lo de odiar a los psíquicos y a Ben Affleck, lo de querer salir del negocio del cine y ayudar a desenmascarar a los charlatanes, y odiar la idea de acabar en desintoxicación o en
Hulk IV
era cierto. —Buscó en el montón y sacó un guión con tapas verde oliva—. Realmente me ofrecieron el papel.

—¿El papel de Hulk?

—No —dijo y me pasó el guión—. De la novia.

Me miró con esos ojos azules suyos, y si algo había sido demasiado bueno para ser cierto, era Kildy, allí de pie con ese guión verde bilis y la luz fluorescente de la oficina jugando con su pelo dorado. Siempre me había preguntado cómo esos imbéciles sentados alrededor de las mesas de sesiones y apoyados en cojines color lila podían creer tonterías tan evidentes. Bien, ahora lo sabía.

Porque allí mismo, sabiendo que todo tenía que ser una trampa, que el guión de
Hulk
, las cuentas de la tarjeta de crédito y las facturas telefónicas no demostraban nada, que todo eso se podía falsificar con facilidad y que yo no era más que un perfecto imbécil al que un par de profesionales preparaban para el gran final, todavía quería creer. Y no sólo en la excusa de la documentación para una película, sino en todo —que H. L. Mencken había regresado de la tumba, que estaba aquí para ayudarme a luchar contra los charlatanes, que si agarraba la muñeca que sostenía ese guión y traía a Kildy hacia mí y la besaba viviríamos felices para siempre.

Y no era de extrañar que Mencken, despotricando contra creacionistas, quiroprácticos y Mary Baker Eddy, no hubiese llegado a ninguna parte. ¿Qué posibilidades tenían la razón y los hechos contra lo que la gente necesitaba creer desesperadamente?

Sólo que Mencken no había regresado. Una canalizadora de tres al cuarto fingía ser él, y las declaraciones de amor de Kildy, por mucho que desease oírlas, eran el truco más viejo de todos.

—Buen intento —dije.

—Pero no me crees —dijo con ojos desolados, y Ariaura entró.

—Recibí tu mensaje —le dijo a Kildy con la voz grave de Mencken—. Vine tan pronto como pude. —Ariaura se dejó caer en la silla que tenía delante de mí—. Esos zoquetes de Ariaura…

—No te molestes con la voz, Ariaura —dije—. El baile, que diría Mencken, se ha acabado.

Ariaura miró inquisitiva a Kildy.

—Rob cree que Ariaura es una farsante —dijo Kildy.

Ariaura me miró a mí.

—¿Te has dado cuenta tú sólito? Claro que es una farsante, es una charlatana embaucadora, una oleaginosa…

—Él cree que no eres real —dijo Kildy—. Cree que no eres más que una voz de Ariaura, como Isus, que tus interrupciones de sus seminarios no son más que un truco para convencerle de que se trata de una canalizadora auténtica, y cree que estoy compinchada contigo, que yo te ayudé a engañarle.

Aquí llega, pensé. Indignación ultrajada. Inocencia entredicha. Kildy es una completa extraña, ¡jamás la había visto antes en mi vida!

—¿Él cree que tú…? —Ariaura gritó y golpeó los brazos de la silla con alegría—. ¿El pobre pescadito no sabe que estás enamorada de él?

—Cree que es parte del engaño —dijo Kildy con seriedad—. La única forma de que crea que lo estoy es si él cree que
no
hay engaño, si cree que tú realmente eres Mencken.

—Bien, vale —dijo Ariaura sonriendo—. Supongo que tendremos que convencerle. —Se golpeó las rodillas y me miró expectante—. ¿Qué desea saber, señor? Nací en 1880 a las nueve de la noche, justo antes de que la policía asaltase diez o veinte salones, y empecé a trabajar en el
Morning Herald
a la tierna edad de dieciocho…

—Donde asediaste al redactor Max Ways durante cuatro semanas seguidas antes de que te diese una historia —dije—, pero saberlo no me convierte a mí en Henry Lawrence Mencken, y a ti tampoco.

—Henry
Louis
—dijo Ariaura—, por un tío mío que murió de bebé. Vale, tú haces las preguntas.

—No es tan sencillo —dijo Kildy. Colocó una silla frente a Ariaura y se sentó. Le cogió las dos manos—. Para demostrar que eres Mencken no puedes limitarte a responder a preguntas. La primera regla del escéptico es: «Afirmaciones extraordinarias exigen pruebas extraordinarias». Tienes que hacer algo extraordinario.

—Y verificable independientemente —dije.

—Extraordinario —dijo Ariaura mirando a Kildy—. Supongo que no te refieres a manejar serpientes. O a hablar en lenguas.

—No —dije.

—El problema es el siguiente. Si demuestras que eres Mencken —dijo Kildy con seriedad—, entonces también demuestras que Ariaura puede canalizar de verdad a los espíritus astrales, lo que significa que ella no…

—… es la impostora papulosa que sé que es.

—Exacto —dijo Kildy—, y su carrera se disparará.

—Junto con la de todos los demás canalizadores, psíquicos y médiums de ahí fuera —dije.

—Rob ha dedicado toda su vida a desenmascarar a esa gente —dijo Kildy—. Si demuestras que Ariaura canaliza de verdad…

—La noble vocación del escepticismo recibirá un golpe terrible —dijo Ariaura pensativa—, lejos del resultado que desearía un hombre como Mencken. Así que la única forma de demostrar quién soy es guardar silencio y regresar allí de donde vine.

Kildy asintió.

—Pero vine para intentar detenerla. Si regreso al éter, Ariaura seguirá extendiendo su perniciosa mentira sobre la sabiduría superior del plano astral y seguirá robando la pasta de su público ignorante.

Kildy volvió a asentir.

—Incluso podría fingir estar canalizándote a ti.


¡Fingir!
—dijo Ariaura ultrajada—. ¡No lo consentiré! Yo… —y se detuvo—. Pero si hablo, demostraré exactamente lo que intento desenmascarar. Y si no…

—Rob nunca volverá a confiar en mí —dijo Kildy.

—Por tanto —dijo Ariaura—, es…

Una trampa 22, pensé, y luego, si lo dice, la tengo pillada. —El libro no se escribió hasta 1961, cinco años después de la muerte de Mencken. Y «trampa 22» era de esas cosas, al contrario que «cinturón de la Biblia» o «yuppie», que ni siquiera a Kildy se le habría ocurrido, al haberse convertido en parte integral del lenguaje. Presté atención, esperando a que Ariaura lo dijese.

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