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Authors: Connie Willis

Tags: #Ciencia Ficción, Humor

Infiltrado (2 page)

BOOK: Infiltrado
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Me resultó difícil de creer. Tiene la piel del color de la miel.

—Y luego mi madre me llevó a una lectura de luminiscencia… está metida en esas cosas, psíquicos, vidas pasadas y curaciones intuitivas, y el tipo que hacía la lectura…

—Lucius Windfire —dije. Llevaba los dos últimos meses trabajando en un artículo sobre él.

—Sí, Lucius Windfire —dijo—. Afirmaba poder leer nuestras mentes determinando las fallas védicas, lo que consistía en poner velas a tu alrededor y en «leer» el movimiento de las llamas. Era evidente que se trataba de un fraude… podías ver el auricular por el que recibía la información… pero allí todo el mundo se lo tragaba, especialmente mi madre. El tipo ya había conseguido que aceptase sesiones privadas que le costaron diez mil dólares. Y pensé, alguien debería dejarle sin trabajo, y luego pensé, eso es lo que quiero hacer con mi vida, y busqué «desenmascaradores» en la red y encontré tu revista, y aquí estoy.

Dije:

—Me resulta imposible pagarte…

—La tarifa habitual por artículo está bien —dijo y me dedicó una sonrisa mejor-que-Julia-Roberts—. Sólo quiero la oportunidad de hacer algo útil y razonable con mi vida.

Y llevaba ocho meses trabajando conmigo en la revista. Era maravillosa. Conocía a todo el mundo en Hollywood, lo que significaba que podía entrar en actos de los de sólo con invitación, y enterarse de nuevas modas espirituales antes que yo. Estaba dispuesta a hacerlo todo, desde dejarse hipnotizar, pasando por robar entrañas de pollos a cirujanos psíquicos, hasta corregir galeradas. Y tenía buena conversación, era una belleza y era demasiado maravillosa para ser una escéptica de poca monta como lo era yo.

Y sabía que era cuestión de tiempo que se acabase aburriendo del desenmascaramiento y volviese a los estrenos y a correr por ahí en su Jaguar, pero no lo había hecho: —¿Has
trabajado
alguna vez con Ben Affleck? —me respondió cuando le dije que era demasiado hermosa para no seguir en el cine—. No podrías
pagarme
para que volviese a ese trabajo.

No estaba en el aparcamiento, ni tampoco su Jaguar, y me pregunté, como lo hacía todos los días, si éste era el día en que había decidido dejarlo. No, allí estaba, saliendo de un taxi. Vestía un traje de chaqueta y pantalón color miel del mismo tono que su pelo y gafas de sol de diseño, y tenía, como siempre, aspecto de ser demasiado buena para ser cierta. Me vio y me saludó, y luego metió la mano para sacar dos enormes cojines.

Mierda. Eso significaba que volveríamos a sentarnos en el suelo. Esa gente ganaba una fortuna sacándole a la gente su dinero no-tan-duramente-ganado. Uno pensaría que podrían permitirse unas sillas.

Fui hasta ella.

—Asumo que vamos a ir juntos —dije, ya que los cojines eran iguales, brocado morado con borlas en las esquinas.

—Sí —dijo Kildy—. ¿Has traído la Sony?

—Sí —dije—. Sigo creyendo que debería haber traído la Hasaka.

Negó con la cabeza.

—Hacen registros. No quiero darles una excusa para que nos echen a la calle. Cuando rellenes la identificación, pon tu nombre real.

—¿No vamos de incógnito? —pregunté. A menudo los psíquicos emplean a los escépticos entre el público como excusa para los fallos: las vibraciones negativas hacen que sea imposible contactar con los espíritus, etc. Un par de ellos incluso me han prohibido asistir a sus actuaciones, afirmando que altero el cosmos con mi presencia incrédula.

—¿Crees que es buena idea?

—No tenemos otra opción —dijo—. Cuando vine la semana pasada, iba con mi publicista, así que tuve que usar mi nombre, y no creí que tuviese importancia: nunca nos ocupamos de los canalizadores. Además, el portero me reconoció. Así que nuestra excusa es que me sentí tan impresionada con Ariaura que te convencí para venir a verla. —Lo que se acerca bastante a la verdad —dije—. Exactamente, ¿cuál es su gancho, que te hizo pensar que debería venir a verla?

—No quiero crearte prejuicios de antemano. —Miró su reloj Vera Wang y me entregó un cojín—. Vamos.

Entramos en el vestíbulo y nos acercamos a la mesa bajo una pancarta color lila y plata que proclamaba; «Presentando a Ariaura y la Sabiduría de Isus» y debajo «Si crees, sucederá». Kildy le dio nuestros nombres a la mujer tras la mesa.

—Oh, estaba genial en aquella película, señorita Ross —dijo y nos entregó identificadores lila y plata y nos indicó una mesa junto a la puerta donde un tipo modelo Russell Crowe vestido con un polo lila realizaba las comprobaciones de seguridad.

—¿Cámaras, grabadoras, videocámaras? —preguntó.

Kildy abrió su bolso y sacó una Olympus.

—¿No puedo hacer
una
foto? —rogó—. No usaré el
flash
ni nada. Sólo quiero tener una foto de Ariaura.

Le cogió la Olympus de entre los dedos.

—En la zona de espera se pueden comprar fotografía autografiadas de 20x25.

—Oh,
genial
—dijo. La verdad es que debería haber seguido siendo actriz.

Entregué la cámara de vídeo.

—¿Y un vídeo de la actuación de hoy? —dije después de que terminase de registrarme.

Se envaró.

—Las comunicaciones de Ariaura con Isus no son actuaciones. Son visiones únicas de un plano superior. Puede solicitar un vídeo de la experiencia de hoy en la zona de espera —dijo indicando un par de puertas dobles.

La «zona de espera» era un largo pasillo con mesas llenas de libros, vídeos, cintas, cartas de chakras, bolsas de cristal, aceites de aromaterapia, amuletos, fetiches Zuñi, móviles de sabiduría, piedras curativas, cuencos de cuarzo, raíces de amarilis, limpiadores de auras, pirámides y otras basuras variopintas de la nueva era, todo marcado con el logotipo lila y plata de Isus.

La tercera regla cardinal del escepticismo, y quizá la más importante, es «Pregúntate, ¿qué ganan con todo esto?» o, como dice la Biblia (fuente de muchas estafas); «Por sus frutos los conoceréis».

Y si los precios daban alguna pista, Ariaura estaba sacando un buen montón. Las fotos 20x25 salían por 28,99 dólares, 35,00 dólares si llevaban la firma de Ariaura.

—Y si desean la firma de Isus —dijo el tipo rubio tras la mesa—, son cien dólares. No siempre está dispuesto a firmar.

Y comprendía por qué. Su firma (hecha con rotulador) era una sucesión de símbolos complejos que parecían un cruce entre runas élficas y jeroglíficos egipcios mientras que la de Ariaura era una «A» cursiva seguida de un garabato informe.

Las grabaciones de los seminarios anteriores —volúmenes 1-20— costaban la friolera de sesenta dólares cada una, y el «amuleto sagrado» de Ariaura (que tenía aspecto de algo que compras en la teletienda) costaba novecientos cincuenta (la caja aparte). La gente se los llevaba como panecillos calientes, junto con pentagramas celtas, collares de meditación, pendientes cazadores de sueños, hilos de cuentas y anillos para el dedo del pie con su signo del zodiaco.

Kildy compró una de las fotos abominablemente caras (sin firma) y tres de los vídeos, comentando:

—Me
encantó
su último seminario. —Le firmó un autógrafo al tipo que los vendía y luego fuimos al auditorio.

Estaba adornado con bandoleras de gasa de colores rosa, lila y plata que llegaban hasta el suelo, y estaba equipado con un sistema de iluminación a la última. En el techo giraban las estrellas y los planetas, y ocasionalmente pasaba un cometa a toda mecha. El escenario del auditorio estaba decorado con mylar dorado, y en el centro del escenario había un trono negro con una pirámide por respaldo. Aparentemente, Ariaura no tenía intención de sentarse en el suelo como los demás.

En la puerta, los acomodadores ataviados con camisas de seda lila sin abotonar del todo y pantalones ajustados cogieron las entradas. Todos se parecían a Tom Cruise, lo que sería normal incluso si no hubiésemos estado en Hollywood.

El sexo ha sido pilar del negocio psíquico desde la época victoriana. La mitad del atractivo de las primeras sesiones de golpes en la mesa habían sido los «espíritus» femeninos vestidos con telas vaporosas y poco más que se deslizaban tentadoramente por entre los asistentes masculinos de la sesión, empañándoles las gafas e impidiéndoles pensar con claridad. Sir William Crooke, el famoso químico británico, había quedado tan locamente enamorado de la sensual hija de la médium que había apostado su reputación científica por la dudosa autenticidad de dicha médium, y hoy en día no es ningún accidente que la mayoría de los canalizadores sean hombres y tengan tendencia a usar túnicas tipo Rodolfo Valentino que dejan al descubierto el pecho. O, si eres mujer, dispones de asistentes fornidos y guapos que distraen a las mujeres del público. Si babeas mirándolos, es menos probable que veas los cables o las entrañas de pollo o que te des cuenta de que te están contando tonterías. Es el truco más viejo del manual.

Uno de los porteros le dedicó a Kildy una sonrisa Tom Cruise y le llevó hasta el extremo de una fila de gente sentada con las piernas cruzadas sobre un suelo que parecía muy duro. Me alegré de que Kildy hubiese traído los cojines.

Coloqué el mío junto al suyo y me senté.

—Será mejor que valga la pena —dije.

—Oh, valdrá la pena —dijo una pelirroja de cincuenta y tantos años adornada con el amuleto sagrado y un diamante tan grande como mi puño—. He visto a Ariaura y es maravillosa. —Metió la mano en una de las tres bolsas de la compra color lila que había encajado entre nosotros y sacó un cojín color lavanda que tenía bordado «Si crees, sucederá».

Me pregunté si eso se aplicaba a su creencia de que el cojín era lo suficientemente grande para sentarse, porque tenía más o menos el mismo tamaño que el pedrusco de su dedo, pero tan pronto como terminaron de organizar las filas, los acomodadores pasaron con montones de cojines forrados de plástico —como los que alquilan en los partidos de fútbol, sólo que de color lila—, ofreciéndolos a diez dólares cada uno.

La mujer de mi lado cogió tres, y conté a otras diez personas en nuestra fila y once en la fila de delante pagando por ellos. Ochenta filas por diez, para ser conservadores. Ocho mil dólares contantes y sonantes, sólo para sentarse, y cualquiera sabe cuál era el beneficio en todas esas bolsas de la compra color lila. «Por sus frutos los conoceréis.»

Miré a mi alrededor. No podía ver rastro de soplones o instalaciones inalámbricas pero, al contrario que los psíquicos o los médiums, a los canalizadores no les hacen falta. Ofrecen consejos generales, envueltos en terminología de la nueva era.

—Isus es absolutamente asombroso —me confió mi vecina—. ¡Es tan
sabio
! Mucho mejor que Romtha. Es responsable de mi decisión de abandonar a Howard. «Vos seguid vueso yo interior», me dijo Isus, y comprendí que Howard había estado
bloqueando
mi crecimiento espiritual…

—¿Estuvo en el seminario del pasado sábado? —Kildy se inclinó por delante de mí para preguntar.

—No. Estaba en Cancún, y me quedé diezmada al saber que me lo había perdido. Hice que Tio me trajera de vuelta antes de lo previsto, para poder venir hoy. Tengo necesidad desesperada de la sabiduría de Isus sobre mi divorcio. Howard afirma que Isus no tiene nada que ver con mi decisión, que le abandoné porque el acuerdo prematrimonial había expirado, y amenaza con llamar a Tio como…

Pero Kildy ya había perdido el interés y se inclinaba por delante de
ella
para preguntarle a una mujer delgada como un lápiz y sentada en posición de loto si había visto antes a Ariaura, Ella no, pero la que estaba a su derecha sí.

—¿El pasado sábado? —preguntó Kildy.

No. La había visto hacía seis semanas en Eugene.

Me incliné hacia Kildy y pregunté.

—¿Qué pasó el sábado pasado?

—Creo que ya empieza, Rob —dijo indicando el escenario, donde no pasaba absolutamente nada, retiró el cojín y se puso de rodillas.

—¿Qué haces? —le susurré.

Tampoco respondió. Metió la mano en su cojín, sacó uno color naranja del mismo tamaño que el de «Si crees, sucederá», me lo pasó y ella se acomodó grácilmente sobre el que tenía borlas. Tan pronto como se sentó con las piernas cruzadas, volvió a coger el naranja y se lo colocó sobre las rodillas.

—¿Cómoda? —pregunté.

—Sí, gracias —dijo dedicándome una sonrisa de estrella de cine.

Me incliné hacia ella.

—¿Estás segura de que no quieres decirme qué hacemos aquí?

—Oh, mira, van a empezar —dijo, y esta vez era cierto.

Un imitador de Brad Pitt apareció en el escenario sosteniendo un micrófono de mano y nos ofreció las reglas básicas. Nada de fotografías con flash (a pesar de haber confiscado todas las cámaras). Nada de aplausos (rompían la concentración de Ariaura). Nada de pausas para ir al baño.

—El enlace cósmico con Isus es extremadamente frágil —explicó Brad—, y el movimiento o la apertura de puertas puede romper la concentración.

Vale. O podría ser que Ariaura hubiese aprendido algunas lecciones del EST, incluyendo el hecho de que la gente distraída por la vejiga es menos probable que se dé cuenta de las tonterías, como las que Brad soltaba ahora mismo:

—Hace ochenta mil años, Isus era alto sacerdote de la Atlántida. Vivió trescientos años antes de abandonar este plano terrenal y adquirir la sabiduría de las eras…

¿Qué eras? ¿El Paleolítico y el Neolítico? Hace ochenta mil años seguíamos subidos a los árboles.

—… habló con el oráculo de Delfos, penetró en los escritos sagrados de los Rosacruces…

—¿Rosacruces?

—Ahora, observen cómo Ariaura le llama desde la Totalidad Cósmica para compartir con nosotros su sabiduría.

Las luces pasaron a un tono rosado, y las bandoleras de gasa comenzaron a agitarse, como si las empujase la brisa. Corrección, iluminación de última tecnología y ventiladores.

La ventolera aumentó, y durante un momento me pregunté si Ariaura iría a entrar colgada de un cable, pero a continuación el mylar dorado se abrió, mostrando una escalera negra y curvada, y Ariaura, vestida con un caftán de terciopelo púrpura y su amuleto sagrado, descendió con la música de los
Planetas
de Holst y se quedó dramáticamente de pie delante de su trono.

El público no prestó atención al edicto de «nada de aplausos», y Ariaura pareció esperarlo. Allí se quedó de pie durante al menos dos minutos, observando majestuosamente a la multitud. A continuación elevó los brazos como si nos estuviese bendiciendo y los volvió a bajar, calmando a la multitud.

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